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Diego Hurtado de Mendoza

Pedís, reina un soneto, ya le hago...

Este es el propio tiempo de mudarse...

Señora la del arco y las saetas...

Los pensamientos de Filis

Fábula del cangrejo

A una señora que le envió una cana

Dícenme don Gerónimo que dices...

Pedis, Reina, un soneto; ya le hago;
ya el primer verso y el segundo es hecho;
si el tercero me sale de provecho,
con otro verso el un cuarteto os pago.
Ya llego al quinto; ¡España! ¡Santiago!
Fuera, que entro en el sexto. ¡Sus, buen pecho!
Si del sétimo salgo, gran derecho
tengo a salir con vida deste trago.
Ya tenemos a un cabo los cuartetos;
¿Que me decis, Señora? ¿No ando bravo?
Mas sabe Dios si temo los tercetos.
Y si con bien este soneto acabo,
nunca en toda mi vida mas sonetos;
ya deste, gloria  a Dios, he visto el cabo.

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Este es el propio tiempo de mudarse,

 cuando el padre febrero nos enseña
ora mostrando su cara halagüeña,
ora mostrando al cielo de enojarse.
Cualquier hombre procure mejorarse,

si no está satisfecho de su dueña;
estar en un propósito es de peña
y del tiempo y del hombre es el mudarse.
Natura nos formó con mejor tino

de gusto y de elección de quién y cuándo,
y nosotros hacémonos atados.
Cada cual tome ejemplo en su vecino,

pues vemos a los gatos ir maullando
por bodegas, desvanes y tejados.

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Señora la del arco y las saetas,
que anda siempre cazando en despoblado,
dígame, por su vida, ¿no ha topado
quien le meta las manos a las tetas?
Andando entre las selvas más secretas
corriendo tras algún corzo o venado
¿no ha habido algún pastor desvergonzado
que le enseñe el son de las gambetas?
Hará unos milagrones y asquecillos
diciendo que a una diosa consagrada
nadie se atreverá, siendo tan casta.
Allá para sus ninfas eso basta,
mas acá para el vulgo ¡por Dios, nada!
que quienquiera se pasa dos gritillos.

 

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Los pensamientos de Filis
-¿Qué hacéis, hermosa? -Mírome a este espejo.
-¿Por qué desnuda? -Por mejor mirarme.
-¿Qué veis en vos? -Que quiero acá gozarme.
-Pues, ¿por qué no os gozáis? -No hallo aparejo
-¿Qué os falta? -Uno que sea en amor viejo.
-Pues, ¿qué sabrá ése hacer? -Sabrá forzarme.
-¿Y cómo os forzará? -Con abrazarme,
sin esperar licencia ni consejo.
-¿Y no os resistiréis? -Muy poca cosa.
-¿Y qué tanto? -Menos que aquí lo digo,
que él me sabrá vencer si es avisado.
-
¿Y si os deja por veros regurosa?
-Tenerle he yo a este tal por enemigo,
vil, necio, flojo, lacio y apocado.

 

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Fábula del cangrejo

En las secretas ondas de Neptuno

sus miembros recreaba Glauca un día,

por huir del calor grave, importuno,

que en el ferviente Julio el cielo envía;

mas porque pocas veces goza alguno

enteramente el bien de su alegría,

los hados su placer contraminaron

y un grave sinsabor le acarrearon.

Acá y allá un cangrejo discurría,

buscando alguna presa que robase;

tal la halló cual yo hallar querría

cada y cuando que alguna yo buscase;

fuertemente de Glauca el malo asía

tal que no hubo poder que lo arrancase

de aquella honda sima, á quien debemos

los hombres esta vida que tenemos.

Asióla del lugar más ascondido

que á la mujer le dio naturaleza,

del lugar que concede a su marido

la virgen cuando pierde su limpieza;

como el que á Eneas dio la reina Dido

cuando con él usó de más largueza,

en quien la mujer hace resistencia

y del varón por él se diferencia.

Como le vio pasmose, y afligida

a su madre llamó la socorriese;

su madre allí acudió despavorida,

pensando que algún mal muy grave fuese,

y vio como en la torre defendida

entraba, sin que cosa le impidiese,

un cangrejuelo, y que por la espesura

andaba por dar fin a su ventura.

Ellas a lo sacar, él a meterse;

ellas a desasille, y él a asirse;

ellas no saben orden que tenerse

para de tanto mal descabullirse;

él antes permitiera deshacerse

que de tan buena presa despedirse,

la madre clama y la mozuela llora

y el cangrejuelo siempre se mejora.

No de otra suerte el perro ardiente y ñero

que presa de algún toro tiene hecha;

ni puede desasille el carnicero,

ni el toro con sus cuernos le desecha;

antes la vida dejará primero

que deje aquella presa y lid estrecha;

el toro brama, el amo tira en vano,

y no por eso afloja el fiero alano.

En esta priesa estando y agonía,

un mancebo parece en la ribera;

llámanle y llega a ver lo que sería;

ruéganle que le saque aquella fiera;

hace mil pruebas y ninguna vía

halla, para podelle echar afuera,

y viendo el poco fruto, determina

de usar de una muy buena medicina.

La tienta asió en la mano prestamente

el fuerte, sobrediestro cirujano,

y metióla suave y dulcemente

por aquel hondo y montuoso llano,

y va tras el cangrejo diligente

por darle batibarba y sacomano,

y como es viva y fuerte aquella tienta,

sale muy bien con todo cuanto intenta.

La tienta asió que Apolo asió primero

cuando tras de su Dafne se ha emboscado;

la que de un ciervo hace un león fiero,

de un Galalon un Héctor denodado;

la que mete Vulcano, el gran herrero,

en la fragua de Venus ; la que ha dado

a Júpiter mil formas, pues fue toro,

hombre, cisne, pavón, sátiro y oro.

La que sube y abaja cada punto;

la que saca su vida de su muerte;

la que ahora tiene talle de difunto

y a poco rato está muy viva y fuerte;

la que aprovecha y daña todo junto;

la que no hace golpe que no acierte;

la que del rico alcázar se apodera

y estando dentro del se sale fuera.

Finge Homero, de musas gran goloso,

que en mil formas Proteo se mudaba:

agora en león fiero, agora en oso,

en sierpe, en fuego, en agua se tornaba,

a veces como toro en ancho coso

con sus cuernos los aires azotaba;

mas la tienta que digo es el Proteo,

que todo lo demás es devaneo.

Diose tal maña al fin, que el monstruo saca

con su priapo de la gruta oscura,

y a  la señora todo el mal la aplaca

con esta tan suave y nueva cura;

ella estuviera como perro a estaca

en aquel acto lleno de dulzura,

y así, cuando del todo fue guarida,

no quisiera la pobre ser nacida.

No por no se curar, que eso buscaba,

sino porque dejaba de curarse;

y no porque la paga se acercaba,

que holgara otras mil veces adeudarse;

ni porque un caso tal la avergonzaba,

que quisiera otra vez avergonzarse;

mas porque al buen mancebo despedía,

maestro de tan buena cirugía.

Mas al cabo esforzó su voz cansada

y á la madre habló desta manera:

«No me dejes morir de mal curada,

madre, pues no se excusa que yo muera,

que no está del todo en mí agotada

la casta que me dejó aquella fiera,

que otros mil cangrejuelos parió dentro

que es menester sacallos de su centro».

La madre, como fuese algo taimada

y en aquel menester muy entendida.

entendiole la treta delicada,

y el fin a que también fue dirigida;

dale al mozo su hija bien dotada

para de todo punto ser guarida.

Y con su esposa el nuevo desposado

Para sacar cangrejos se ha quedado.

 

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A una Señora que le envió una cana.

Dar cana á quien tantas tiene

y cuidado a quien le sobra,

es cosa que no conviene;

cierto, fuera mejor obra

decirnos de dónde viene.

Si es de pelo o repelada,

es corta para cabello;

si es pública o encelada,

dura y gruesa para vello,

¿quién nos dirá su morada?

No fuera malo mirar

que dais, Señora, una cana

a quien las suyas dejar

quisiera de mejor gana

que las ajenas tomar.

De parte puede ser ella

que, si confesallo osase,

el gusto sólo de vella

o de ayudar a cogella.

todas mis canas quitase.

Señora , si es esa cana

vuestra, por nueva manera,

en vos fruta tan temprana

(siendo moza tan lozana)

debe de ser de la Vera.

Mas nacer en tal frescura

tan vieja y tan triste planta,

tomándola con cordura,

mucho el todos nos espanta

tal milagro de natura.

En la cabeza , a mi ver,

tener una moza cana

es cosa de no creer

que de muy caliente ser

venga la fruta temprana.

Y no acabo de entender

que este pelo que me distes

en vos pudiese nacer,

sino que vos me le distes

para me desvanecer.

He pensado si salió

del almohada y llevado

acaso fue aposentado

de donde al salir sintió

Algún dolor el cuitado.

Sólo una cosa enviastes,

mas muchas nos habéis dado

en pensar si la hallastes

o por ventura sacastes

de cierto lugar vedado.

De ser el lugar extraño

yo lo aseguro y lo fío,

porque en el grueso tamaño

se ve que nació en buen año

y en tierra de regadío.

¿Quién pudiese adivinar

dónde esta cana ha salido

por irse a desenfadar

a tan vicioso lugar

que tan presto ha florecido?

Si con vela fue hallada

esta cana que me distes,

estaba muy señalada,

pues con poca luz la vistes

en tan escura morada.

Si al sol se vino a hallar

no fue muy gran cosa vella,

porque él se quiso bajar

do nunca suele llegar

a ver la posada della.

 

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Dícenme, Don Jerónimo, que dices

que me pones los cuernos con Ginesa;

yo digo que me pones cama y mesa;

y en la mesa, capones y perdices.

Yo hallo que me pones los tapices

cuando el calor por el octubre cesa;

por ti mi bolsa, no mi testa, pesa,

aunque con molde de oro me la rices.

   Este argumento es fuerte y es agudo;

tú imaginas ponerme cuernos; de obra

yo, porque lo imaginas, te desnudo.

   Más cuerno es el que paga que el que cobra;

ergo, aquel que me paga, es el cornudo,

lo que de mi mujer a mí me sobra.

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