Diego San José

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La primera noche en la cárcel. Insomnio.

La que siempre llega

¿Hasta cuando?

Del rey abajo ninguno

La  primera noche en la cárcel. Insomnio.

Una  manta tendida sobre el suelo,

una almohada de crin por cabecera,

por cobertor un trozo de arpillera,

por norte de descanso el desconsuelo.

De haber seguridad de que el desvelo

me habrá de atormentar de tal manera

que ni un instante de la noche entera

podré hallar en el sueño algún consuelo.

En lucha el pundonor y la conciencia,

el temor, el pesar, el albedrío,

el amor, el rencor, la indiferencia...

Y en pago de vigilia tan insana,

tener por cierto para duelo mío

que habré lo mismo de sufrir mañana.

(Cárcel de Atocha, abril, 12. 1939)

 

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La que siempre llega

Esperando una ilusión muy deseada.

gran parte de la vida nos pasamos,

y todos los anhelos los ciframos

en ver nuestra esperanza realizada.

Pero, a veces, está tan distanciada,

que suele acontecer que no llegamos

por mucho que el deseo agudizamos,

a verla en realidad cristalizada;

y en cambio, en tanto que la fe ponemos

en lograr la ventana que queremos,

no vemos que, en lugar de la quimera

en que cifrar llegamos nuestra suerte,

de pronto, sin llamar, llega la Muerte,

que viene cuando menos se la espera.

(Madrid.  Hospital Provincial, febrero, 13, 1940. Momentos antes de salir, sin previo aviso , para el Consejo de Guerra que me condenaría a muerte)

 

 

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¿Hasta cuando?

Si todo pasó, si ya no hay guerra;

si la oliva de paz tan deseada

ha trocado el acero de la espada

por la ijada profunda, y da la tierra

el fruto cierto que en su seno encierra,

¿a qué viene esta furia desatada,

ayuna de piedad y encarnizada

que a toda España sin cesar aterra?

¿No es bastante la sangre ya vertida

en la lucha terrible y fratricida?

¿O es que alguien quiere con profunda saña

añadiéndole a los mártires caídos

los que en lucha leal fueron vencidos

trocar en cementerio nuestra España?

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Del rey abajo ninguno

I

    —¿Qué dices, muchacho? ¿Que está aquí mi primo don Juan Miguel?

    —Salir vuesamerced y entrar él, fue una cosa mesma, que no sé cómo no vos topástedes. Yo eché a buscar a vuesamerced y no hubo medio.

    —¿Hacia dónde echastes?

    —Hacia la puerta de Atocha.

    —Sandio, ¿no sabes que viene de Sevilla? Pues a la de Guadalajara hubiste de ir.

    —Yo..., como era esotra la que tenía más a la mano, y la misericordia de Dios no fue servida de darme más alcances...

    —Bien, bien; ¿y dónde está mi primo?

    —En el aposento que vuesamerced dispuso.

    Este breve diálogo tuve con el paje, y así de cómo le acabamos subí al aposento en que mi pariente quitábase la suciedad del camino chapuzándose muy bien en agua limpia y serena de la Puerta del Sol, en tanto que su mentor, espolique, escudero y mochil (que esto era en una sola pieza Fortunilla, su criado) preveníale un vestido limpio.

    Era D. Juan un buen mozo, como de hasta treinta y uno o treinta y dos años, que venía a la corte a pretender no sé qué firmas acerca del mayorazgo de su casa, que pasaba a él por la desdichada causa de la muerte de su hermano D. Fadrique, el cual muriera en los floridos campos de Italia defendiendo los derechos del Rey nuestro señor.

    Así de que nos vimos, abrazámonos con mucho afecto; y como siempre desde muchachos quisímonos bien, poco faltó para que encajáramos una mamola al uso de cuando andábamos a la escuela.

    Pedíle razón de a qué debíase el que habiendo salido a esperarle a la puerta por donde había de entrar en la corte, no le hallara, y respondióme que al haber tenido que servir a la más bellísima mujer que pudiera soñar fantasía de poeta.

    Respondíle que si por esto era, que se lo perdonaba de muy buena voluntad y holgábame dello; pero que no del todo hasta que no me diese lición de la aventura, pues soy muy aficionado a estos romancillos que tan donosamente compone el chicuelo de Venus y Marte.

    —Con mucho gusto —respondióme—; y como no logré averiguar por un descuido deste acémila de Fortunilla, a pesar de haberla dado escolta, dónde se me escabullera la dama, saldremos, que tengo necesidad dello, y andando os contaré todo, primo mío.

II

    En tanto que despachábamos con muy buen apetito una razonable fuente de torreznos con huevos, muy bien acompañada de un vinillo añejo que hacía hervir la sangre, decíame D. Juan Manuel cómo su viaje era para legalizar la herencia de su mayorazgo, y hacer diligencias para tomar el hábito de Santiago.

    Yo advertíle que si esto era lo que le traía, poco tiempo quedábale para andar en amores pues que por una premática nueva mandaba el Rey (mejor diremos, el Conde–Duque) que todo pretendiente, cualquiera que fuese su clase y pretensión, no pudiese asistir en Madrid más de treinta días, y éstos durante todo el año.

    Salimos luego, y apenas dejamos el zaguán de su posada hablóme así de su amorosa aventura:

    —Pues sabe, querido primo, que es quien me trae tan desasosegado la más peregrina muestra de mujer que vi en mis años. Saliendo de Aranjuez fue cuando la hallara. Notable ascendencia ha de tener entre aquellas gentes, pues que la silla se paró a esperarla. Venía sola, sin equipaje alguno, y junto a mí acertó a sentarse; con ello me vendió el alma; y como era no nada remilgosa ni zahareña, presto vinimos a trabar conversación, y tan apretada, que llegando a Pinto díjela que yo no traía a Madrid otro aquel que el de buscar esposa, que si ella consentía ya habíala encontrado, con lo que, en cuanto diéramos en la villa, podían andarse los pasos para el casorio. Ella no hacía más de reír como una loca y decir:

    —¡Ay!, señor, y qué de prisa lo lleva; que si en lugar de ser vuesamerced hidalgo, como parece, fuese silla de postas, ya ha doce horas que estuviéramos en la corte.

    Quisieron en esto Dios y el mayoral que llegásemos a ella, y en la misma puerta de Guadalajara apeóse mi dama.

    Pedíla yo licencia para irla sirviendo hasta su casa, pues que nadie veíase que a recibirla llegase; pero excusábase diciendo que no me tomara esta molestia, pues que todo lo que habláramos en el coche no fue a otro fin que al de entretener la monotonía del viaje; mas yo para nada curé de su ruego y eché tras ella, no como impertinente destos enterradores de damas que tantos se ven cada día, sino como enamorado cierto.

    No sé cuántas ni qué calles anduvimos hacia un barrio que dicen la Morería, ella con su tenacidad de apartarme y yo con mí locura de seguirla.

    —Mire que puede arrepentirse, y más si sabe quién soy —decíame.

    Al doblar una calleja dimos con un hombre recio y fuerte de ya mediana edad, vestido según acostumbra la gente acomodada del pueblo.

Paróse ante la moza, a quien llamó hija, y preguntóla que cómo había llegado sin dar aviso cuatro o seis días antes, que por ese descuido no habían salido a recibirla.

    Mas primero de que la bella respondiera, fijóse el padre en nosotros, y, viniendo para mí resueltamente, miróme muy de alto a 'bajo y hablóme así:

    —¡Ah, seor hidalgo!; a lo que parece, os fueron imán del gusto las corporales perfecciones de mi hija, y tras ellas venís como va la soga tras el caldero.

    —Yo vos fío, señor —respondíle—, que, con ser extremada su lindeza, puédenme más las notables prendas que he tenido ocasión de advertirla en el tiempo breve que llévola tratada, que ha sido el que ha mediado desde Aranjuez hasta la puerta de Guadalajara, en que con la posta dejamos la charla.

    —Discreto parece en lo que dice, y a lo que se ve, no mira a Ginesilla de mala manera.

    —Antes holgárame dejar en ella mi libertad.

    —Téngase, que éste es asunto para tratado más despacio, y ni aun vuesas mercedes se conocen, ni nosotros tampoco, y esto habernos de procurar. Pero en este caso muy al contrario del proceso que se lleva en los demás de su índole; primeramente ha de conocerme a mí tal como soy, y si luego dello queda conforme y la muchacha dice envido, no hay más sino que la tome vuesa merced, vayámonos una mañana a la parroquia y alto a casar...

    En esto, mi bello norte había desparecido.

    —No curéis della, que saldrá a su tiempo —díjome el padre advirtiendo cómo yo quería descubrirla con los ojos—; ahora, atended sólo a mí; dentro de una hora, pasad por la plaza, donde tendréis ocasión de verme; y si mi oficio os parece bien, lo dicho, dicho, y aquí está mi mano. ¡Dios os guarde!

    Dejóme suspenso; quise seguirle; pero él velozmente embocó por una tortuosa callejuela; a este imbécil de mozo mandé que averiguara quién fuese, y, a lo que veo, me trae las señas cambiadas.

III

    Tal explicábase mi primo D. Juan Miguel, mientras caminábamos hacia la plaza Mayor, donde esperaba ver los menesteres de su futuro suegro, pues con tal ahincó llevaba las cosas, que lo de la boda dábalo ya por hecho como tenerlo en la mano.

   Al entrar en la calle de las Postas, vimos que por ella bajaba una nutrida cohorte de alguaciles, muchachos y gallafos, y que la gente mirona se paraba a contemplarla.

    Un redoble de tambor llegó a nosotros antes que la comitiva.

    —Azoticos tenemos —dije a mi pariente.

    Parámonos y a poco pasaban ante nosotros todos los dichos ministriles de la justicia del rey acompañando a un mozallón con el envés adobado en ronchas como maromas, que iba haciéndolas la mano firme y segura del verdugo, muy bien auxiliada por una penca de tres suelas que de vez en cuando empapaba en una ferradilla llena de vinagre que llevaba un chicuelo.

    —¡Viven los cielos! —dijo el pariente mudándosele la color,

    —¿Pues qué es? —pregúntele, todo espantado.

    —He ahí a mi suegro —y señalaba al del zurriago.

    Viole el tal, y, haciéndole muy truhanesco saludo, díjole, mientras asentaba un furibundo golpe so las maceradas costillas del príncipe que iba en la picota:

    —Qué, seor hidalgo, ¿hace o no?; si no vais a recoger la palabra, ya sabéis dónde me tenéis, para serviros.

    Todas las miradas, que estaban puestas en lo que tenían delante, cayeron en nosotros.

    Tiré a mi primo de la capa y salimos de allí, entre la rechifla de todos. Yo le decía mientras poníamos fuera del alcance del ridículo:

—¡Cuerpo de Cristo que hacíais buena boda, que del rey abajo, ninguno está sobre vuestro suegro!

 

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