Las avenidas gimen presas de desconcierto. Es doloroso y triste cruzarlas sin testigos que alegres saludaban en su anchura. Ha llegado la noche, todo es noche. Escasea el albor de las promesas; y ni siquiera el agua es reluciente (aquella que bebiste hace seis años). El aire ya no alberga más palomas, sólo las negras alas de los cuervos y las aves rapaces que buscan los despojos. Vive lo malogrado. ¿Seremos los culpables? Los del Norte llegaron con su plata para comprar la tierra que pastaba el ganado. Eran campos de luz, con la variada fauna. Se llevaron, también, los olores primeros de las noches australes; las manos embotadas de tanto amar la tierra y su secreto. Un lago, y su belleza, entraba entre las cuentas. Son los dueños ahora de cuanto fue de todos. Se han llevado ilusiones, sólo por cuatro cuartos. (Buenos Aires, 1997) |
Su cara de barraca era la referencia de la fiesta; albergue y alegría bajo potentes focos donde los bailarines surgían sin edad. Nave adaptada para cinematógrafo, con caminos de luz sobre nuestras cabezas. Recordada la sala, el escenario y ensayo de comedias dirigidas por el flautista Cosme, sonriente desde su rostro oval. El lugar transformado en oscuro almacén de cereales, con ventanas en continuo vaivén y paso a golondrinas. Busco el cofre que guardaba los trajes vestidos en escena. El guardián nada sabe. En su mirada nueva habla mi desvarío, y sin embargo soy aquellas cosas, con las de ahora mismo, que pasarán también a parecer locura. (De Lugares de Paso) |
Atrás el esplendor de los palacios, las cúpulas a contra sol doradas, el escenario de la calle donde sólo separa un pie de tierra de persona a persona. ¿Qué me llevó a juntar alientos, a tomar arroz y carne con las manos, y dulces densos de miel y pasas? Extraña luz guiaba la aventura, sin alivio de lenguaje. Asia se siente, dicen. Yo buscaba. Aconteció cuando mengua la luz, con ella la jornada. Vi de repente un mundo: sobre tierras extensas y amarillas, un árbol solo. La mirada se alojó en la belleza, y tal aparición en mí pervive con los campos pajizos de Anatolia. (De Lugares de Paso)
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Lenta la madrugada y vivas las estrellas; pasos apresurados se perciben en las calles dormidas. Sólo las aguadoras que han dejado sus lechos prontamente, dobladas van por la pesada carga, y a la noche despiden en silencio. En el camino cierto, deseosas, pasan los callejones que llevan a la fuente, su cercano sonido las alegra, y festejan en ella las indecisas luces. Se entretienen en juegos las jóvenes mujeres, y aproximan los labios al venero. Hace olvidar el agua algunas inclemencias que la noche añadiera a su dolor, a su pasar en una cama oscura donde el amor no tuvo nacimiento. El regreso se impone y apaga los impulsos. Callan las aguadoras al encenderse el día. Ladeadas y lentas ya no ríen. Sus redondas caderas de muchachas son el mullido apoyo de los cántaros. El agua ya es un peso sin promesa. (De El engaño de los días) |