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un cortesano ¡En media hora un soneto!... |
Dicen que eres mudable, don Pepito, que fuiste de Manolo cortesano, soneteruelo del francés tirano y de sus odres perennal mosquito; que mudando de altar, de culto y rito fuiste, tras esto, muratista insano y, para postres, del Nerón hispano semanalmente adorador contrito. Pero no dicen bien; el pueblo miente, ni menos hay razón por que afrentando te esté, y traidor y apóstata te llame. Antes en eso mismo que insolente te echa Madrid en cara, estás mostrando cuán firme has sido siempre en ser infame. |
¡En media hora un soneto! ¿A qué cristiano a tan bárbaro afán se le condena? ¿Y es Filis quien lo quiere? ¿A qué otra pena me sentenciara un Fálaris tirano? Pues qué, ¿no hay más? O ¿están tan a la mano los consonantes como en esta amena margen del Turia la menuda arena en que tu blanco pie se imprime ufano? No, cara Filis; mándame otra cosa, ora de riesgo sea, ora de afrenta; que a cuanto de mis órdenes concedo. Pero ¿un soneto, y qué, por ser tú hermosa, en ello, al fin, mi necedad consienta? No, Filis, no; perdóname: ¡no puedo!
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¿Por qué aspira sin fruto, Arnardi bella, a lo que darme tu piedad resiste? ¿por qué mi amor en alcanzar insiste lo que me impide merecer mi estrella? ¿No fuera bien buscar a mi querella, en el asilo de mi tumba triste, el anhelado fin, pues que consiste mi única dicha y mi consuelo en ella? ¡Necio, que pronto de esperar cansado, se abate tu pasión, antes osada, y con el miedo la fortuna mide! ¿Qué amador fue constante y no fue amado? ¿O qué mujer, del hombre importunada, no la concede al fin lo que le pide?
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