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Dionisio Ridruejo

Idilio frente a la piedra

A Segovia

Paseo en la tarde

Pino esbelto y tranquilo

IDILIO FRENTE A LA PIEDRA

 El verbo labio a labio, amor sereno

tú me amabas como un posar de flores,

y montañas traían mis amores

para su mundo anticipado y pleno.

 Tu prado verde, mi pinar moreno,

fundaba en primavera sus olores

el paisaje del viento y tus temblores

en cigüeña y arroyo, nube y seno.

 Y la piedra sin tiempo frente a frente

con  el tiempo delgado, enternecido,

que  era, en hoja fugaz, nuestro presente.

 Sin madurez se extravió el latido.

Tu voz me enamoraba de la fuente

y aún le quedan rumores al olvido.

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A SEGOVIA

 Entre arboledas la pesada quilla

y hacia el llano sin sombra aventurada,

desgajas de la sierra, ágil, dorada,

la tenue primavera de Castilla.

 Nave de soledad, alta, arbolada

de dulce otoño cuando el sol se humilla

mientras llegan triunfantes a tu orilla

los arcos de la sed petrificada.

 Oigo mi tiempo en el Eresma frío

que lame tu reflejo con tus horas

y en la ribera espadas y ganados.

 Y te enalteces más y con más brío

sobre árboles y peñas mientras lloras

verdor entre tus muros quebrantados.

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     PASEO EN LA TARDE

 Sube el blanco camino

reptando desde Ronda a Grazalema,

salva los campos de labor, se pierde

hacia las duras piedras.

Montes quiebran el cerco de los montes

y con la luz el corazón se aleja.

Vuelvo y es en mis ojos universo

pequeño y bravo la ceñida tierra.

Me extraño de tu calma y no confío

en tu mansa firmeza.

Lejos chocan las armas,

el mundo se estremece y algo espera

la muerte o el milagro, y con la muerte

la vida más y más arde y se encrespa.

Y está el hombre de siempre,

por siempre sin asiento y siempre en guerra;

está el hombre aterido

con sus instantes frágiles y su destino en niebla;

aquel abismo ante sus pies y aquella

espada amenazando su cabeza.

Saltar sobre las llamas,

esgrimir la amenaza con la diestra.

Ya sólo así. Mas luego,

¿cómo será a su paso la alcanzada ribera?

¿Bajo sus plantas sin raíz el suelo

es movediza arena?

¿Sobre su frente sin unción el cielo

es un bloque de piedra?

Me extraño de estar solo

y de verte inmutable levantando tu hierba.

¿Tú, campo primoroso, no vacilas?

Campo fuerte y bravío ¿tú no tiemblas?

Por tu seno fecundo

un sabor de ceniza el aire lleva

y una gran sed de eternidad humilla

las rudas cresterías altaneras.

Cae la tarde de marzo entre las flores;

con dulzura implacable va rodando el Planeta.

Todo será un instante. Paso a paso

me trae la humedecida carretera

hacia el hogar de la costumbre. Lejos

ruge el tiempo indeciso; lo alimentan

sueños de aurora, ocasos,

sueños de nuevo ante la noche en vela.

Se va durmiendo el mar de corazones

que llamaban al mío. Dondequiera

ojos como mis ojos mirarán a esta hora

la lenta aparición de las estrellas.

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Pino esbelto y tranquilo

soledad de la tarde,
tan concreto en la libre
desolación del aire,
tan alto cuando todo
se confunde y abate
y huye el sol a tu copa
tibio y agonizante.
Cómo me fortalece
la paz de tu combate,
ascensión sin fatiga,
raíz honda y constante.
Tu majestad envuelve
el cielo sin celaje
y en tu recio sosiego
la tierra se complace.
Mis ojos educados
en tu sediento mástil
ascienden y divisan
la soledad más ágil,
mientras sueña el silencio
sin astros y sin aves
como el solo decoro
de tu verde ramaje.
Pino esbelto y tranquilo,
tu soledad te guarde,
y consagre la mía
desunida y errante,
segada de su tierra,
extraña de su aire,
cuando aún es oro virgen
la cumbre de la tarde
y tú clamas e invocas
el tiempo de mi carne
y otro vuelo sin tiempo
que se sueña y se hace.

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