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Domingo Miras

La tirana

Dos monjas

LA TIRANA

Personajes

MARÍA DEL ROSARIO FERNÁNDEZ, LA TIRANA

VOZ DE LUCIANO FRANCISCO DE COMELLA

 

La acción tiene lugar en el camerino de La Tirana, en el Teatro del Príncipe (hoy Español), a finales de diciembre de 1793

Estrenada en Murcia el 9 de marzo de 2001 por la actriz Celia Nadal, dirigida por Merche Nevot

El camerino de MARÍA DEL ROSARIO FERNÁNDEZ, LA TIRANA, en el teatro del Príncipe. Paredes tapizadas en tela con motivos florales o listados verticales, un gran espejo de dorado marco. Sobre una mesita tocador, otro espejo flanqueado por sendos candelabros aplicados a la pared. Un canapé, y numerosos ramos de flores. Junto a la cabecera del canapé, una mesita con algunos libretos, y un candelabro en el que arde una vela muy consumida. Se oyen voces confusas, y la tapizada puerta se abre precipitadamente para dar paso a La Tirana, que cierra tras de sí apoyándose en ella en actitud de agotamiento, al tiempo que corre el pasador. Lleva una elegante túnica  que puede ser griega o romana según la iconografía habitual en el siglo XVIII, un tanto arbitraria y concebida para realzar su belleza y arrogancia; peinado complicado y abundancia de joyas. Parece estar sumamente agitada.

LA TIRANA.-(Al tiempo que entra y cierra la puerta.) ¡No! ¡No, no, no! (Tose con una tos seca y repetida.) ¡Dejadme todos, que no entre nadie! (Apoya la espalda en la puerta, al tiempo que se oyen golpes de nudillos sobre la madera.) ¡No llaméis, que no voy a abrir! ¡Dejadme tranquila! (Al otro lado de la puerta hay un confuso rumor de voces ininteligibles, a las que La Tirana presta atención. contestando a veces.) No, no quiero un médico, quiero que me dejéis en paz, ¡necesito descansar, sólo eso! (...) ¡Pues que me sustituyan, que para eso está la sobresalienta! (...) ¡Que quiero estar sola, cómo tengo que decirlo1 ¡No, no abro! (...) Don Luciano, lo siento mucho, pero no puedo salir a escena. Estoy enferma, ya lo han visto todos...(...) ¡Señor Comella, por Dios, pero qué está usted diciendo1 ¡Le digo que estoy enferma!

VOZ DE COMELLA.- (Perfectamente inteligible, con tono irritado.) ¡Lo tuyo es un capricho de cómica consentida y nada más! ¡Vamos, sal a cumplir con tu obligación, si es que aún te queda un poco de vergüenza! ¡Los caprichos de las cómicas como tú son el veneno del teatro!.

LA TIRANA.- ¡Fuera de ahí! ¡Fuera, quítese de la puerta! ¡El que usted haya escrito la obra de esta noche no le da derecho a insultarme! ¡A usted es a quien debería darle vergüenza, señor Comella! ¡Su obra es un horror! ¿Se entera? ¡Un engendro, para que lo sepa! ¡Vuelva usted a su oficio de secretario  y deje en paz el teatro, no lo destroce más con esos endriagos que salen de su pluma! Don Luciano, ¿me oye? ¡Es usted el oprobio de los escritores dramáticos, es usted una vergüenza nacional! (Tose de nuevo.) Sí, Manolo, ya me calmo, ¿sigue ahí Comella? (...) ¿Que se ha ido? Pues me alegro, antes o después se lo tenía que decir... (Escucha.) No, no puedo salir, te digo que no puedo, no estoy en condiciones...Descansando un rato, no sé, tampoco estoy segura...(Escucha.) ¿Un sainete, dices? (...) Bueno, podemos probar...Hace un sainete corto para que espere el público, y si entre tanto me repongo, seguimos con el Asdrúbal...Sí, yo mientras descansaré todo lo que pueda...No, no me hables de médicos, lo que necesito es tranquilidad...Sí, adviérteselo al público, voy a echarme un poco...(Se dirige al canapé, y se deja caer en él. Se ha extinguido el rumor de las voces en la puerta. Ahora,  el clima es de calma y silencio.)

     ¡Un capricho de cómica consentida! ¡El hijo de mala madre decir que haga mi obligación si me queda vergüenza, cuando lo que no me queda es vida! Me la he gastado haciendo las tonterías que escribe ese miserable, y éste es el pago que me da...Yo misma no sé cuántas obras suyas habré representado, ni él tampoco lo sabe, desde la primera que hizo hasta la de hoy...Sólo en lo que llevamos de temporada, desde la Pascua de Resurrección, vamos a ver... (Cuenta con los dedos.) La Jacoba, María Teresa en Landau, Doña Inés de Castro, Ino y Temisto, Medea cruel, La escocesa Lambrún, El robo de Helena, y ahora, el Asdrúbal: ¡Ocho! ¡Ocho obras de don Luciano de Comella, en ocho meses! ¡Justo a una por mes, y así llevo cuatro años! ¡Desde que al buen señor le dio por escribir teatro1 ¡Y qué teatro! He debido de estar loca, si no, no se explica...Pero ese hombre, ¿de dónde saca tiempo para escribir tanto? ¡Ni que fuera Lope de Vega! Claro, que así le sale...Si no fuera porque yo las interpreto, dónde irían a parar sus majaderías, y aún se atreve a tratarme de esa manera, cuando debería besar el suelo que piso...¡Un capricho! No hubiera estado mal que fuera un capricho, es lo que te mereces...

     Dios, qué me ha pasado, que es lo que me ha pasado que ni siquiera yo lo sé...Me dio el ataque de tos y el decorado y toda la escena pareció que daba vueltas y que subía y bajaba...Y aunque no me he dado cuenta de que he caído al suelo, me desperté cuando me sacaban entre cajas, qué vergüenza, madre mía, qué vergüenza...Me solté de aquellas manos y he venido corriendo hasta aquí, a esconderme como un animal...Y ahora, con qué cara me presento yo otra vez delante del público, después de esto...

     Pero qué hago yo pensando en el público, a mí qué me importa ya el público, cuando me voy a morir...Parece mentira que no me lo haya creído en los tres años que llevo enferma, los médicos diciéndome que si seguía en le teatro podía morirme, y yo sin hacer caso, cada vez peor, cada vez peor...Y ahora veo de pronto que me muero, que la Muerte está aquí ahora mismo, escondida en algún rincón o entre la ropa del armario...

     Me voy a morir y en cuanto me haya muerto se olvidarán de mí, me olvidarán todos, Dios mío...Los que ahora me aplauden de pie mañana aplaudirán a otra y de mí no se acordarán, yo estaré en un agujero comida de gusanos...Los aplausos y la gloria serán para Rita Luna, Goya la retratará como a mí, que estaré muerta, muerta y olvidada, pudriéndome en la tierra...Cuando muera Goya quedarán sus cuadros y hasta cuando muera Comella quedarán sus tragedias, pero de mí no quedará nada. Pondrán a otra en mi puesto y dirán que es la mejor, sin acordarse de cómo era yo...¿Quién se acuerda ya de María Ladvenant, que decían que era más divida que humana? Me pusieron en su lugar y la olvidaron, y ahora van a poner a Rita en el mío y me van a olvidar a mí...Todo esto es injusto y cruel, y, además, es demasiado pronto, yo debiera tener bastantes años por delante y no acabar de esta manera...

     Los médicos dicen que si me retiro del teatro puedo curarme, así que si me retiro ahora y vuelvo cuando esté curada...Dentro de unos años, no sé cuántos...Pero qué estoy diciendo, volvería hecha una vieja...No, no puedo pensar en eso, si me retiro es para siempre...Nada de retirarme, lo que tengo que hacer es trabajar menos, mucho menos, descansar ahora unos meses, reponerme, y trabajar luego sólo un poco cada año para no recaer...Así no puede pasarme nada, hasta iré mejorando poco a poco; al fin y al cabo, trabajar poco es como no trabajar...o primero será mi salud, eso antes que nada, y de vez en cuando, para entretenerme, una función, una función magnífica con una buena obra que me dé lucimiento, que vean todos quién es María del Rosario Fernández, La Tirana. Yo no estoy acabada, ni me voy a morir ni me voy a retirar, todo lo contrario: voy a cuidarme y voy a seguir en el candelero, aún  tiene mucho que decir La Tirana, mucha gente que enterrar antes de que la entierren a ella. Sólo hay que ser prudente, tener cabeza para administrarse, y no caer en la tentación de querer hacerlo todo...

     Pero ahora tengo que hacer el Asdrúbal, no puedo dejar que parezca que no puedo con él...Y ya mañana, reposo absoluto para unos meses. Lo malo sería no poder actuar esta noche, aunque yo creo que estoy mejor...Hay que salir, Rosario, tienes que salir, ponte buena del todo...Otro poquito de sales...(Aspira el frasco.) Ánimo, ánimo, que ya estás bien, querida mía, no lo pienses más y a escena, a darlo todo y salvar la función...

     ¡Y qué función, Dios mío, con esta obra tan horrenda! ¡Qué cosa tan mala! ¡Vaya papelones que tiene una que hacer!... Yo creo que esto es lo peor que ha hecho Comella en su vida; ese hombre, cuanto más escribe, peor lo hace...Me da vergüenza representar esta obra y no sé por qué, al fin y al cabo a mí qué me importa, los cómicos hemos de hacer nuestro trabajo lo mejor que podamos, y si la pieza es buena o mala, ya lo dirá el público, que para eso está...Y, sin embargo, no lo puedo evitar, cuando la obra no me gusta, me siento peor y tengo más miedo que cuando me parece buena...

     ¡Si al menos hubiera cambiado Comella ese maldito verso!...Un verso que no se puede decir, que él sabe que el público se va a reír...Toda la situación trágica se irá al diablo, me voy a quedar vendida, y él con su risita que eso no va a pasar, que si fuese otra cómica podría ser, pero siendo La Tirana no habrá quien se atreva, ¡cómo no se van a atrever, si la risa no se puede remediar!...Y justamente cuando ya faltaba bien poco para decirlo, que estaba llegando a él...me da el ataque de tos y el desmayo, como si me los hubiera mandado Dios...No faltarán compañeros que piensen que lo he fingido para escaparme de ese trago, pero no puede ser, todos saben que estoy enferma, aunque pueden pensar que aprovecho mi enfermedad para desmayarme cuando me conviene... No me extrañaría, no me extrañaría ni una pizca, sé de sobra que todos hablan a mis espaldas, da asco... Cuánta bajeza, qué gente más ruin, todos son lo mismo, basta que una esté arriba para que los envidiosos le minen la tierra bajo los pies, a ver si la derriban... Es asqueroso, dan ganas de dejarlo todo, de retirarse de una vez y marcharse a casa a vivir tranquila... Ahí os quedáis con vuestras miserias, vuestros chismorreos y vuestra sangre podrida...Aunque no voy a daros ese gusto, no os hagáis ilusiones, pienso seguir ocupando la cima mucho tiempo, vais a tener Tirana para rato, gusanos, que podáis seguir hablando de ella en voz baja y la envidia os pese en los hígados, que si no, no seríais vosotros...

     Tendría gracia que me retirase ahora, precisamente cuando acaba de salir Rita Luna con tanta fuerza, para que todos piensen que le tengo miedo y le cedo el terreno...Yo no le cedo el terreno a nadie, y mucho menos a una muchachita recién salida del cascarón...Si ha triunfado con La esclava del Negroponto no me extraña, menudo lucimiento de papel tenía la criatura, con un papel como ése triunfa cualquiera... Me gustaría verla en este maldito Asdrúbal que me ha caído a mí encima, un morlaco como para echar a correr...

     ¡Maldito Comella, maldito poetastro, qué mal acostumbrado está! Las sandeces que escribe se las disimulo yo en la escena, y él se queda tan tranquilo, para escribirlas aún mayores... Aunque ese horroroso verso... yo no sé qué hacer con él, parece mentira que no se dé cuenta de que en un parlamento heroico no se puede decir una palabra tan vulgar, se arruina el efecto completamente, y menos mal si no hay chacota... El accidente me dio cuando estaba diciendo lo de "este testigo de tu abatimiento", creo que sí, que ahí lo pasé...(Recita, tras revolver los libretos de la mesita y escoger uno.)

     Este testigo de tu abatimiento

primero que entregaste a la cadena,

¿tu valor no despierta con su ejemplo?

Deja esa estupidez...

     Aquí está el escollo, en lo de la estupidez... Se van a reír, seguro. No tengo más remedio que cambiar esa palabra, y en lugar de "estupidez", decir otra, con el mismo acento y que me encaje en el verso. Eso es lo que necesito, otra palabra...En vez de decir "Deja esa estupidez y antes que Roma", puedo decir, vamos a ver, "Deja esa timidez y antes que Roma"... Está mucho mejor, muchísimo mejor, naturalmente, aunque luego Comella se enfadará conmigo cuando debería darme las gracias, pero bastante me importa a mí ese desagraciado...

     Verdaderamente, tienen razón los ilustrados cuando dicen que ese hombre es un desastre... y cuando añaden que yo soy una burra por representar las comedias de semejante mastuerzo... Estas cosas a mí me revuelven por dentro, yo creo que es lo que me pone mala, y en cambio, Comella, tan fresco. ¿Que Moratín le crucifica cada vez que le nombra? Pues ahí se las den todas, mientras la gente le aplauda los engendros que yo le represento... Madre mía, Moratín, que ahora es una celebridad en toda Europa, y pensar que hace unos años escribía versos maravillosos en mi honor, me ponía en los cuernos de la luna, era como si estuviese enamorado, y ahora me desprecia porque hago las obra de Comella... ¡Y para colmo, Comella me trata a puntapiés! ¡Dios mío, pero qué tonta he sido! ¡He podido ser la musa de un gran hombre y soy la fregona de un cerdo! Eso es lo que soy, una fregona, limpiando en el escenario las basuras que él escribe en casa... Y, claro, así me trata, mandándome a trabajar diciendo que mi enfermedad es un capricho de cómica consentida... Nunca me hubiera dicho eso Moratín, nunca... Ni siquiera ahora me lo diría, a pesar de que está mal conmigo. Él me sermoneaba por lo fino: Rosario, considera que eres la diosa de nuestra escena, y que tienes en tus manos la regeneración del teatro español, el público te adora sin condiciones y tú puedes educarte y conducirle hacia la dignidad y el buen gusto.... ¡Sí, hombre, sí, hacia el teatro francés y hacia las tres unidades! Traducciones de Du Belloy o de Lemiere, como cuando hice la Celmira o la Hipermenestra... Entonces me tenías colocadita en la niña de tus ojos, todo eran zalemas y arrobos para tu Rosario, pero cuando empecé a hacer dramas españoles torciste el gesto, sí, desde el principio te molestó, y después saqué a Comella y ya te pusiste imposible, se acabó la amistad y se acabó todo. ¡te comían los celos, hijo, ni más ni menos! Tu Rosario tenía que hacer lo que tú dijeras, tenías que manejar mi carrera según tus propias ideas sin molestarte en escuchar las mías, aunque fuesen tan claras como la necesidad de que tengamos nuestro propio teatro sacado de nuestra propia tradición, ayudar a que aparezcan escritores de aquí que devuelvan al teatro español la importancia que tuvo... Si no han aparecido, mala suerte. He jugado la carta de Comella, y en lugar de escribir otras obras mejores, lo ha hecho al revés. Yo no tengo la culpa, yo he hecho lo que debía, sí aunque tú no lo hayas entendido, cabezota, que nunca tuviste la humildad de pensar que yo puedo tener razón, y eso no es más que soberbia, esa maldita soberbia que tenéis todos los hombres, que hasta el burro de Comella piensa que vale más que yo. Y eso sí que no, hasta ahí podíamos llegar. ¿También tú, poetastro? ¿Tú también? Pero, ¿quién te has creído tú que eres, pobre hombre? ¿Dónde estarías, si no fuese por mí? Me tratas así  porque ves que admiro a Moratín, que vale más que tú, y como con él no te atreves lo pagas conmigo, pero eso se ha terminado, amigo, tú a mí no me conoces... Pues no está mal, resulta que soy yo la que sufre la mala bilis de los dos celosos, como si no pudieran ellos partirse la cabeza el uno al otro y dejarme a mí tranquila... ¿Pero es que habéis pensado, Luciano y Leandro o Leandro y Luciano, que yo soy vuestra esclava en cuerpo y alma? Decid, caballeretes, ¿es que tengo yo que hacer y que pensar lo que a vosotros os dé la gana? ¡Podéis iros al cuerno cogiditos de la mano, que los dos sois iguales!... No, la verdad es que iguales no son, qué estoy diciendo... Comella es un mal poeta y un grosero, y Moratín... yo con Moratín me porté mal, el tiempo le ha dado la razón... No hay que darle vueltas, el caso es que me equivoqué. Con la mejor intención del mundo, pero me equivoqué, y ha tenido que llegar esta situación de angustia para darme cuenta...

     ¡Dios mío, esta situación de angustia, y yo aquí pensando boberías! El sainete debe de andar ya por las últimas, a ver si miro a lo que importa... Yo creo que ya estoy bien, no noto más que un dolorcillo muy pequeño en el fondo del pecho, que no parece que importe para la voz... (Prueba la voz.) ¡Ah-a! ¡Aaah! (Recita.)

Hijos queridos,

míseros sucesores, tristes nietos

de aquel Asdrúbal que en España

abatió del romano el ardimiento....

     (Tose ligeramente.) Dios mío, pero esto qué es... (Vuelve a toser, con una tosesilla suave, pero tenaz.) Yo no puedo salir así, tengo que contener esta tos, aguantármela a toda costa... (Hace esfuerzos por no toser.) Así, así... Ahora me duele mucho más... Aunque el dolor no importa tanto, con el dolor se puede estar en escena, lo peor es la tos, cuidado con ella, tengo que estar pendiente de no toser, y la voz que salga, que salga bien... Hay que salvar la función de hoy como sea, salir de este trance, salir con dignidad... No puedo puedo verme otra vez como antes, hecha una miseria, ni tampoco quedarme aquí, cuando me están esperando... ¡Señor, si hace un momento estaba repuesta! ¡Qué hago yo ahora, que va a pasar!... Si en lo poco que falta me pusiera mejor, sólo un poco mejor... Me parece que ya no tengo tos, no tanta como antes... Me arreglaré un poco, van a avisar enseguida y estoy descompuesta... (Se sienta ante el espejo.)

     Qué cara, Dios mío, más pálida que la de una muerta... si no parezco yo... Esa que me mira desde el espejo, ¿quién es? ¿Quién eres tú, di? ¿Quién eres tú? ¿Eres María del Rosario o eres la Muerte que te has disfrazado de mí? ¿Por qué me miras así? Desde el fondo de estas ojeras, me estás mirando como se mira a un muerto, con su cara de ceniza... ¡Ah, no, no, no! (Se aplica colorete en las mejillas.) Hay que subir, subir estos colores, encenderlos, que se tenga la  vida por la cara y se vaya la Muerte del espejo... ¿Cómo está ahora? Más linda y mejor, ¿verdad? Casi bien, diría yo. (Se levanta.) Deseando ya salir a escena, a triunfar otra vez... Voy a resplandecer, hoy va a arder el teatro, se va a incendiar de aplausos... (Declama, con voz potente, mientras la vela del candelero, consumida, intensifica su llama con un efímero resplandor antes de apagarse.)

¿Discurres oponerte a mis proyectos?

A la mujer de Asdrúbal no conoces...

     Esa vela... Me viene la tos, me viene otra vez y no la puedo sujetar... (Sin embargo, no tose.) Esa vela... apagada... Me estoy mareando... otra vez... (Se tambalea, suelta la tos contenida, intenta sujetarse en algo, y cae. La luz, que disminuyó al apagarse la vela, se oscurece más. Pausa corta. En el suelo, La Tirana se mueve, en estado de semiinconsciencia.)

     ¿Quién es? ¿Quién hay ahí? (Silencio.) Diga qué quiere, ¿quiere algo de mí? (Una sombra humana se proyecta sobre la pared.) ¿Quién es, quién... por qué no contesta...? (Comienza a sonar la hora en un invisible reloj. Antes de que acaben las campanadas, las ahoga el ruido de un carruaje de caballos, que se acerca velozmente con estruendo de cascos y ruedas, y se detiene de pronto, como si esperase tras el decorado, oyéndose piafar sobre el empedrado suelo a unos corceles impacientes y difíciles de sujetar.)

     No, yo no quiero irme... ¿Para quién es ese coche? ¿Dónde debo ir? ¿Y por qué? No quiero ir, no, no... (Van desvaneciéndose los ruidos, al tiempo que la luz aumenta gradualmente.) No quiero irme, no quiero morir... (De manera insensible, está volviendo en sí al tiempo que crece la luz.)  No quiero pudrirme bajo la tierra, no quiero estar muerta, corrompiéndome sepultada mientras los demás siguen viviendo, ¿por qué he de ser yo, por qué?... (Se endereza poco a poco, se está reponiendo visiblemente, aunque sigue en el estado depresivo en que la ha dejado la pesadilla.) ¡Qué angustia, qué horror! ¿No, no, yo no moriré! ¡Yo me tengo que curar! No trabajaré más, ni poco, ni mucho, ni nada, lo primero es vivir, vivir yo, lo mismo que viven todos, ya le he dado al teatro más de lo que merecen, se acabó... Está decidido, no hago el Asdrúbal, que se vaya el público a su casa, y yo a la mía. Ni una palabra más, lo tenía que haber hecho en el primer momento, no sé cómo he podido pensar en hacer la función esta noche, si me estoy muriendo... (Se oyen unos golpes en la puerta.)

     ¿Eres tú, Manolo?... ¿Dices que si me encuentro bien? Pues... (Con asombro.) Pues... sí, en este preciso momento, sí, pero hace un instante... ¿Que si puedo hacer la función? No sé... quizá sí, si no se repite lo de ponerme peor... Yo creo que sí, que la puedo hacer si llevo cuidado... Espera que te abro. (Se dirige a la puerta. Al inclinarse ligeramente para descorrer el pasador, la acomete repentinamente una fuerte tos. Aterrada, corre a sentarse en el canapé, donde continúa tosiendo.)

     No... (Entre toses.) No puedo...salir... a escena. No, no, no saldré ya... ni hoy, ni nunca... Está decidido, díselo... al público... Despídeme... Diles que se acuerden... de mí... Corre, díselo... (Mirando la vela apagada.) Una vela consumida... ya no puede arder más... Me he quedado sin cera que quemar... la he gastado muy deprisa... y, al final, no sé... no sé si ha valido la pena... (Tose con fuerza reclinándose sobre el canapé, mientras decrece lentamente la luz hasta el oscuro.)

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DOS MONJAS

Personajes

 

Sor Isabel

Sor Marcela

Calderón

 

SOR ISABEL.- Por aquí, hermana. Corra, no nos vean.

SOR MARCELA.-  Nos han visto, sor Isabel. Uno de ellos viene tras de nosotras.

SOR ISABEL.- ¡Pues cierre, hija, esa puerta!

SOR MARCELA.- ¡Y cómo lo haría, si no hay llave ni cerrojo! Ay, ya está aquí el hombre. Apriete, que hagamos fuerza las dos.

SOR ISABEL.-Que dios nos asista.

VOZ DE CALDERÓN.- Abran, hermanas, no teman.

SOR MARCELA.- Vaya con Dios, y no haga tan gran pecado.

VOZ DE CALDERÓN.- No sin entrar antes, aunque sea por fuerza.

SOR MARCELA.- Ay, hermana, que está abriendo.

SOR ISABEL.-Tiene más fuerza que nosotras, no se canse.

SOR MARCELA.-¡Jesús!

CALDERÓN.- Ya les dije que entraría. Y, ahora, sírvanse de quitarse el velo y mostrar el rostro. ¡Vamos!

SOR ISABEL.-No piense que lo hagamos.

CALDERÓN.- Lo haré yo entonces.

SOR MARCELA.- No se atreverá.

CALDERÓN.- ¿No? Véanlo.

SOR ISABEL.-¡Dios mío!

SOR MARCELA.- ¡Un judío no lo hiciera!

SOR ISABEL.-¿Sois cristiano o qué sois?

CALDERÓN.- Cristiano viejo soy, señora, y grandísimo pecador.

SOR MARCELA.- Que sois grandísimo pecador no tiene dudas. Andad con Dios.

CALDERÓN.- Antes de irme, dejad, señoras mías, que de rodillas pida el perdón de este agravio.

SOR ISABEL.-A Jesús habéis agraviado, que no a nosotras. Que Él os perdone.

CALDERÓN.-la necesidad me ha forzado.

SOR MARCELA.-Váyase, señor. Quebrantar la clausura se castiga con la muerte. Váyase al punto con su gente.

CALDERÓN.- No sin que antes la justicia sepa si aquí se oculta Pedro de Villegas.

SOR ISABEL.-Aquí no hay sino esposas de Jesús.

CALDERÓN.- Esté o no aquí ese villano, yo le fío que nada malo ha de pasarles, sosiéguense y no alboroten. Yo conozco a su reverencia.

SOR MARCELA.-¿A mí me conoce? No es posible, llevo muchos años en esta casa.

CALDERÓN.- Nueve, nueve años. Y aunque ha cambiado, bien veo que es la misma. Más de una vez nos sirvió la mesa en la casa de Lope de Vega, a él y a mí, ¿no se acuerda?

SOR MARCELA.-Soy deuda de ese señor que, por cierto, tiene criadas que le sirven.

CALDERÓN.- ¿Deuda? Diga más bien hija. Su hija Marcela, bien la conozco. Y aunque criadas había, por honrar la mesa la sirvió su reverencia dos veces, si no tres, que yo recuerde.

SOR ISABEL.-¿Así su merced es amigo de don Lope?

CALDERÓN.- Soy de su oficio, pero era entonces un mozo y acompañaba a gente de más viso.

SOR MARCELA.-¿De su oficio ha dicho que es? ¿Es por ventura poeta?

CALDERÓN.- Así es, señora, Pedro Calderón de la barca es mi nombre, para servirlas en cuanto quisieren mandarme.

SOR MARCELA.-¡Ah, don Pedro Calderón! Ya es conocido aquí y hasta mi padre le honra y le celebra en un libro que ahora escribe y que llamará "El laurel de Apolo", aunque después de esto, bien pudiera ser que le mire con peores ojos porque, diga, señor, ¿cómo, siendo poeta, ha tenido atrevimiento para hacer tan gran maldad como asaltar un convento de religiosas?

CALDERÓN.- Señora, un hombre mal nacido ha dado a traición una cuchillada a un mi hermano, y con la justicia y mis amigos le ando buscando. Alguien parece que le ha visto entrar, y por eso se registra la casa.

SOR MARCELA.-¡Y arrancan el velo a las monjas!

CALDERÓN.- Sólo para ver que no se ha disfrazado de esa suerte.

SOR MARCELA.-¡Mire lo que dice!

SOR ISABEL.-¡Hombre disfrazado de monja, Dios bendito!

CALDERÓN.- Se han dado casos, señora, Y, ahora, con su licencia, voy donde están los alguaciles y mis amigos.

SOR MARCELA.-Si nos deja solas, alguno de ellos podrá entrar en este aposento y hacernos cualquier ultraje.

CALDERÓN.- Habré de purgar mi falta sirviéndoles de escolta.

SOR MARCELA.-Si como purga lo toma, ande con Dios, y no nos sirva con disgusto.

SOR ISABEL.- No, no se vaya, señor, no nos desampare.

CALDERÓN.- Con ser su reverencia de más edad que su hermana, parece más medrosica.

SOR ISABEL.- Sor Marcela de San Félix es moza, y está en edad de valentía.

CALDERÓN.- Se parecerá a su padre, que ha sido hombre de mucha bizarría.

SOR MARCELA.-Pues, si miramos al valor de los padres, tal le tiene sor Isabel, como que ha quedado por público y notorio ejemplo de soldado valeroso

CALDERÓN.- ¿Quiere decir que es hombre que ha dejado fama? Por mi vida, señora, que me diga el nombre, si no es indiscreción.

SOR ISABEL.-Dígaselo, sor Marcela, que lo ha mentado y se le sale por la boca.

SOR MARCELA.-Pues así es verdad, y con esa licencia puedo decir que el padre de mi hermana Isabel fue el valentísimo soldado y notable poeta don Miguel de Cervantes, que está sepultado en nuestro convento. Su merced le habrá oído nombrar, seguramente.

CALDERÓN.- ¡Y cómo si lo he oído! Oído por las orejas y oído, sobre todo, por los ojos, que es como se oye a los que escriben o escribieron. ¡Por Dios, que lance curiosísimo, que estoy aquí a un mismo tiempo con las hijas de Lope y de Cervantes!

SOR MARCELA.-Vea las sorpresas que se pueden topar tras los muros de un convento.

CALDERÓN.- Lo veo, señora, y no paso a creerlo. ¿Y su reverencia no dice nada?

SOR ISABEL.-Mi hermana lo hará con más lucimiento, que es harto aficionada al trato de poetas antiguos y modernos o a leer libros en romance y en latín, y ella misma versifica en coplas muy primorosas.

CALDERÓN.- Digna hija de tal padre. Sin duda, conoce sus escritos.

SOR MARCELA.-Y cómo podría no conocerlos. Sus comedias y sus otros libros, en prosa y verso. Y los de devoción, cuántas veces.

SOR ISABEL.-Pero no sólo los de su padre, también otros muchos.

SOR MARCELA.-Como los del suyo, hermana. "La Galatea" es un libro excelentísimo, lástima que no lo terminó. Y también algunas algunas de las "Novelas ejemplares", aunque no todas.

CALDERÓN.- ¿Y el "Don Quijote" Es el más conocido.

SOR MARCELA.-Demasiado conocido, que todos lo manosean. Es libro algo desaforado, un libro de figurón para que ría el vulgo, au que sube el tono en la segunda parte...

CALDERÓN.-¿Y vuestra reverencia, señora, qué responde a eso? ¿Comparte los gustos de su hermana?

SOR ISABEL.- Yo no he leído los libros de mi padre.

CALDERÓN.-Su reverencia se chancea, sin duda.

SOR MARCELA.-Sor Isabel no sabe leer.

CALDERÓN.-¡Cómo! ¿Es eso cierto?

SOR ISABEL.- Es cierto, señor, que no sé leer, ¿qué hay de raro en ello? Las más de las mujeres están en mi caso.

CALDERÓN.-¡La hija de Cervantes no sabe leer!

SOR MARCELA.-Pero hace primores con la aguja, señor.

CALDERÓN.-¡La hija de Cervantes!

SOR MARCELA.-Pero, ¿de qué se espanta? Ella es feliz, con sus rezos y sus trabajos manuales.

CALDERÓN.-Señora, lo regular y ordinario sería que la hija de Cervantes fuese más o menos pareja de la de Lope de Vega, en vez de separarlas esta diferencia tan grandísima. ¿Ha dicho que su reverencia lee también latín?

SOR MARCELA.-Sí, a San Agustín y demás padres santos de la Iglesia. De los profanos, todavía suelo mirar las "Églogas" de Virgilio, y de mozuela leía a Horacio y a Ovidio, pero ya no los toco, desde que profesé.

CALDERÓN.-¿A Ovidio de mozuela? ¿Su padre se lo permitía?

SOR MARCELA.- Mi padre disfrutaba viéndome leer cualquier cosa que fuese y estaba orgulloso de que yo fuese más instruida que muchos hombres que pasan por sabios.

CALDERÓN.- ¿Y don Miguel de Cervantes, no miró por su reverencia de la misma suerte?

SOR ISABEL.- Era hombre muy ocupado en mil negocios, y yo no fui a vivir a su casa hasta que tuve quince años. Hasta entonces estuve con mi madre en su taberna.

CALDERÓN.- ¿En su taberna dice? Así se explica, pero aun con eso, es tan grande la diferencia entre una y otra, que raya en el prodigio...

SOR MARCELA.- No hay que espantarse por eso, son azares de la fortuna. Pero oiga cómo le llaman sus deudos.

CALDERÓN.- Habrá terminado el registro, y dan aviso de partida. Salude su reverencia en mi nombre a su señor padre y pídale que excuse este desacato. ¿Puedo hacerle llegar al convento unos pliegos con alguna de mis comedias, cuya lectura le ayude a olvidar mi pecado de hoy?

SOR MARCELA.-ya he leído y gustado su "Judas Macabeo", pese a las faltas que le daba el ser copia de oídas. Pero basta, señor. Vaya en paz.

CALDERÓN.- Señora, me siento honradísimo por lo que dice, y me voy lleno de admiración. Queden con Dios.

 

SOR ISABEL.- (Tras corta pausa.) Despierte, hermana, que se ha quedado embelesada.

SOR MARCELA.- ¿Será este Calderón el que recoja el estandarte de la comedia de manos mi padre?

SOR ISABEL.- Su caridad lo sabrá, que es tan entendida: "ya he leído y gustado su Judas Macabeo..."

SOR MARCELA.- ¿Qué quiere significar con ese tono, hermana?

SOR ISABEL.- Nada que las dos no sepamos, señora.

SOR MARCELA.- ¿Debo entender que la incomoda que yo lea?

SOR ISABEL.- ¡Por Dios, incomodarme!

SOR MARCELA.- Sí, os incomoda, os ofende, os duele.

SOR ISABEL.- Dais a lecturas profanas el tiempo de la oración. Eso es lo que duele, a mí y a todas.

SOR MARCELA.- ¡El tiempo del recreo! Y si os duele, no es sino por envidia.

SOR ISABEL.- ¡Mire lo que dice, hermana!

SOR MARCELA.-Por envidia de lo que leo y escribo y hablo, por envidia de que no soy hermana lega como su caridad, sino que hago labores liberales, participo en el capítulo, y tengo prerrogativas que su ignorancia le impide alcanzar.

SOR ISABEL.- ¡Que Dios le pida cuentas de la falta de caridad con que me ha hablado!

SOR MARCELA.- ¿A decir la verdad llama mi hermana la falta de caridad?

SOR ISABEL.- ¡A decirla como la ha dicho! Harto sé que soy ignorante, que profesé como lega y hago trabajos mecánicos, que no tengo voz en el capítulo, que la priora no me pide consejo ni se encierra conmigo a concertar cosas de la comunidad, que no acuden grandes señoras y caballeros al locutorio para hablar conmigo, ni el Duque de Sessa me manda regalos, ni mi padre dice aquí misa y me ve a diario, sino que está el pobre bajo tierra en un rincón de la casa, harto sé todo esto, no es menester que me lo pase por el rostro.

SOR MARCELA.- Pues, si como dice, lo sabe harto, mire de no olvidarlo y no hable con esa soberbia.

SOR ISABEL.- Su caridad es quien habla con soberbia, que no yo.

SOR MARCELA.- ¿Yo? ¿Quién ha empezado la disputa, sino su insolencia sobre si leo o no leo en tiempo de oración?

SOR ISABEL.- En su beneficio ha sido, que está muy desvanecida con sus lecturas, y la plática con ese señor la ha llenado de vanidad.

SOR MARCELA.- ¿Y quién sois vos para corregirme si estoy desvanecida o tengo vanidad? ¿Sois acaso la priora o sois mi confesor? ¿Quién sois vos, decidme?

SOR ISABEL.- No soy nadie, pero debiera ser vuestra igual, ya habéis oído a ese señor: mi padre es tan grande como el vuestro.

SOR MARCELA.- ¿Vuestro padre? Vuestro padre quiso ser poeta de comedias y no lo logró porque no pudo competir con el mío. Y eso, poniendo que sea vuestro padre, porque ya sabe que hay malas lenguas que aseguran que Miguel de Cervantes no fue sino vuestro tío, y que un tal Juan de Urbina tenía algo que decir. En fin, dejémoslo así, pero acuérdese que en el asiento de su profesión no aparece ni apellido, ni edad, ni lugar de nacimiento, por algo será.

SOR ISABEL.- No se puso mi apellido por ser bastarda, no por no tener padre.

SOR MARCELA.- También soy bastarda yo,  y bien que figuro como doña Marcela de Carpio. ¿Por qué no está su caridad con su nombre completo de Isabel de Saavedra?

SOR ISABEL.- ¿Y qué importa eso? Lo cierto es que la dos estamos en esta casa, y no cabe imaginar dos suertes más desparejas.

SOR MARCELA.- ¿Y por qué me culpa a mí? Culpe más bien a su padre que, siendo un príncipe de las letras, la dejó que fuese mendiga, que cuando tiene necesidad de leer alguna cosa, ha de mendigar que otro le haga la caridad de leérsela.

SOR ISABEL.- Yo  culpo a mi padre, a mi madre y a su taberna de Tudescos, y a todo el que pudo socorrerme y no lo hizo, y no culpo a la Divina Providencia por no condenar mi alma, aunque ganas no me faltan, así me salve Dios.

SOR MARCELA.- Calle, hermana, no diga disparates. Pero, dígame, ¿es cierto que puso pleitos a su padre antes de profesar' ¡Ah, la campana! Dejémoslo, ya me lo dirá en otra ocasión, si quiere. Ahora es menester salir a juntarnos con las otras. ¿Oye? Es a capítulo.

SOR ISABEL.- Será para dar cuenta del quebrantamiento de la clausura.

SOR MARCELA.- Vamos, pues. Pienso que fuera bueno que la disputa que hemos tenido quede entre nosotras, por no dar que hablar a la comunidad.

SOR ISABEL.- Por mi parte, todo está olvidado.

SOR MARCELA.- Y también por la mía. Adelante, hermana.

SOR ISABEL.- Su caridad primero.

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