Dulce Chacón

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A José Couso

Automutilación

Si la mar engaña

Algún amor que no mate

 

   A JOSÉ COUSO.
N
adie nos dijo
que la desolación llevaría
tu nombre.
¿Hacia dónde mirar?
¿En qué rincón podremos
amamantar esta tristeza
tan recién nacida?
Nadie nos dijo
que el dolor nos vencería
en tu perfil.
¿Dónde encontraremos
un lugar para el llanto
después de haber mirado
la boca del cañón que te miró
y miraste?
¿Dónde?
¿Dónde,
cuando sólo nos queda
el hueco que anidó un disparo?
Nadie nos dijo
que con tu sonrisa se contaría
la historia.
Tinta desolada
que rescribe Bagdad.

 

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Automutilación

 

 No tiene
sino un surco
en la espalda.

Un tajo.

Allí
donde dio cobijo a un sueño.

No tiene dolor
sino memoria
del espanto.

Un hueco

y el recuerdo de su mano
asistida de furias.

 

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Si la mar engaña

                                                              A Juan

Habladora la mar, habladora:

puso a mis pies diecisiete caracolas
y nada me dijeron.

¿A quién puedo pedir que me resuelva
la palabra instante?

Sé que hasta aquí me trajo el azar,
el color de tus ojos es regalo de dioses
que yo no conozco.

¿Diecisiete días
hacen un instante?

Pregunto a la mar
y a tus dioses.

 

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Algún amor que no mate

   En la noche de bodas el marido de Prudencia llamó por teléfono a su madre. Prudencia creyó que era una costumbre y llamó a la suya. La madre le echó tal bronca que se puso a llorar. Que ya no eres una niña, le decía. Qué va a decir tu marido. Y ella no entendía nada, la pobre. Se metió en la cama toda compungida y no supo decirle al marido el motivo de su llanto. Él pensó que tenía miedo a la primera vez. Había oído decir que el pudor de la recién casada se parece mucho al miedo. Le acarició la cabeza y le apartó las lágrimas con los dedos, la acurrucó en su hombro y esperó a que dejara de llorar. Mientras Prudencia esperaba que le hiciera el amor, y continuaba llorando sin entender nada, él siguió esperando a que dejara de llorar. Así pasaron la noche de sus bodas.
    Durante tres días y tres noches Prudencia esperó con lágrimas la pérdida de su virginidad. Y el marido de Prudencia esperó a que dejara de llorar, soportando sus lágrimas con paciencia. Sin atreverse ninguno a decir al otro qué era lo que estaba esperando. Hasta que se echaron la siesta por primera vez. El marido se recostó sobre Prudencia y al sentir el roce de su pecho empezó a besarlo lentamente. Prudencia se dejó hacer mientras le acariciaba el pelo. Se excitaron los dos y comenzaron a besarse los labios. Después cerraron los ojos. Te va a doler un poco, le dijo. Y ella contestó: No importa. Y gritó con el dolor que tanto había esperado. Lloraba, esta vez los dos sabían la razón.
    La facilidad que tienen los hombres para dormirse es algo que molesta muchas veces a las mujeres. Y digo a las mujeres porque no me molesta sólo a mí, lo he hablado con otras y también les pasa. Sin ir más lejos, hace poco Prudencia me contó que discutió en la cama con su marido. Ella estaba muy afligida y lloró un ratito, para ver si él se acercaba y le hacía un arrumaco, pero el muy simple se puso a roncar como los de San Martín. Me la imagino a la pobre levantándose para llorar a gusto y no despertarlo, porque encima somos así de generosas, y acercándose a la ventana para mirar a la calle y comparar la soledad con la tristeza. Hay que ver qué sola puedes llegar a estar de madrugada, llorando sin poderte contener, mirando por la ventana como si por la calle fuera a pasar la solución. La pobre Prudencia estuvo así hasta las seis, se tomó una tila y volvió al lado del simple con los ojos como sandías.
    Y luego aguanta que por la mañana te digan: Qué mala cara tienes, ¿qué te ha pasado en los ojos? Y no quieres decir que no has dormido en toda la noche, porque te sientes hasta ridícula. Lo miras de abajo arriba y te dan ganas de contestar que has estado ensayando el himno nacional de Australia. Tan ricamente.

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