Algún amor que no mate
En la noche de
bodas el marido de Prudencia llamó por teléfono a su madre.
Prudencia creyó que era una costumbre y llamó a la suya. La madre le
echó tal bronca que se puso a llorar. Que ya no eres una niña, le
decía. Qué va a decir tu marido. Y ella no entendía nada, la pobre.
Se metió en la cama toda compungida y no supo decirle al marido el
motivo de su llanto. Él pensó que tenía miedo a la primera vez.
Había oído decir que el pudor de la recién casada se parece mucho al
miedo. Le acarició la cabeza y le apartó las lágrimas con los dedos,
la acurrucó en su hombro y esperó a que dejara de llorar. Mientras
Prudencia esperaba que le hiciera el amor, y continuaba llorando sin
entender nada, él siguió esperando a que dejara de llorar. Así
pasaron la noche de sus bodas.
Durante tres días y tres noches Prudencia esperó con lágrimas la
pérdida de su
virginidad. Y el marido de Prudencia esperó a que dejara de llorar,
soportando sus lágrimas con paciencia. Sin atreverse ninguno a decir
al otro qué era lo que estaba esperando. Hasta que se echaron la
siesta por primera vez. El marido se recostó sobre Prudencia y al
sentir el roce de su pecho empezó a besarlo lentamente. Prudencia se
dejó hacer mientras le acariciaba el pelo. Se excitaron los dos y
comenzaron a besarse los labios. Después cerraron los ojos.
Te va a doler un poco, le dijo. Y ella contestó: No importa. Y gritó
con el dolor que tanto había esperado. Lloraba, esta vez los dos
sabían la razón.
La facilidad que tienen los hombres para dormirse es algo que
molesta muchas veces a las mujeres. Y digo a las mujeres porque no
me molesta sólo a mí, lo he hablado con otras y también les pasa.
Sin ir más lejos, hace poco Prudencia me contó que discutió en la
cama con su marido. Ella estaba muy afligida y lloró un ratito, para
ver si él se acercaba y le hacía un arrumaco, pero el muy simple se
puso a roncar como los de San Martín. Me la imagino a la pobre
levantándose para llorar a gusto y no despertarlo, porque encima
somos así de generosas, y acercándose a la ventana para mirar a la
calle y comparar la soledad con la tristeza. Hay que ver qué sola
puedes llegar a estar de madrugada, llorando sin poderte contener,
mirando por la ventana como si por la calle fuera a pasar la
solución. La pobre Prudencia estuvo así hasta las seis, se tomó una
tila y volvió al lado del simple con los ojos como sandías.
Y luego aguanta que por la mañana te digan: Qué mala cara
tienes, ¿qué te ha pasado en los ojos? Y no quieres decir que
no has dormido en toda la noche, porque te sientes hasta ridícula.
Lo miras de abajo arriba y te dan ganas de contestar que has estado
ensayando el himno nacional de Australia. Tan ricamente.
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