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Edith Checa

Contemplo tu rostro de escarpados gestos...

Estás plagado de retrocesos,...

Hay tardes que tienen gris la mirada...

Porque nunca has estado aquí...

Contemplo tu rostro de escarpados gestos
cuando paseas merodeando mis sienes.
Opaco es el ópalo de tus ojos,
que son lastre de un grisú
demoledor de sinfonías y cantinelas.
No
te
acerques.
Yo no soy la estrella Siro que ansía copular
con tu boca enfebrecida.
No quiero una desaforada catarsis que reúna
a mis pies la película exhumada
de mis cumpleaños.
No quiero tu nada y tu abismo,
el frío de tu lápida que escondería mi voz
en el pozo del cieno de la pena,
en el fango del venero cruel de los solitarios.
No
te
acerques

 

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Estás plagado de retrocesos,
de indecisiones como mareas
insistentes hacia la costa
y lo lejano.
Casi ahogado en la espuma de tu flirteo
con la muerte,
con la muerte de la especie
que como baluarte ondeas
frente a las retinas impávidas
del deseo ¿humano?
Saber de oscuridades de piélagos
y de reencuentros en arenas que no genuflexionan
su respetable secreto ante el albor de un ocaso.
Saber de leyendas bajo el cristalino
que transforma caballitos de mar
en caballitos de feria
y estrellas de mar
en estrellas de cine.
O realza rocas sin nombre
y medusas peregrinas
para consuelo de plañideras enlutadas de mentira.
Saber, bajo el cristalino quebrado,
por esa soledad que deshidrata,
que está callado el mar por tanta muerte.

 

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Hay tardes que tienen gris la mirada.
En ellas las preguntas solo obtienen silencio.
Un mutismo perseverante está cincelando
la piel de ausente reencuentro
tan fácil como si fuera de cera.
Hay pájaros, en esta tarde, que emiten cantos
y se sumergen en la bruma
que ya intuíamos llegar.
Hay palabras que regresan de sus nidos
y nos llevan a la noche,
a la noche.
Esta tarde tiene gris la mirada,
se está llenando de sombras
y no me deja hacer preguntas

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Porque nunca has estado aquí 

en la tarde gris de mi playa silenciosa 

sobre la arena en la que se hunden mis pies 

y mi juventud; 

ni has envuelto con tu risa las soledades de mis párpados 

cada vez más rígidos por el miedo, 

y más húmedos por la pena; 

ni has escuchado la melodía del viento en mis pestañas 

pobladas de rubor por la intuición de tu cercanía... 

Porque nunca he estado ahí 

en la tarde gris de tu playa silenciosa 

sobre la arena en la que se hunden tus pies 

y tu juventud; 

ni he envuelto con mi risa las soledades de tus párpados 

cada vez más rígidos por el  miedo, 

y más húmedos por la pena; 

ni he escuchado la melodía del viento en tus pestañas 

pobladas de rubor por la intuición de mi cercanía... 

Sigo aquí, 

a la espera. 

 

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