índice 

Enrique Gil y Carrasco

Un recuerdo de los templarios

Niebla

El Pastor Trashumante

Un recuerdo de los templarios

Yo vi en mi infancia descollar al viento
de un castillo feudal la altiva torre,
y medité sentado a su cimiento
sobre la edad que tan liviana corre.
Joven ya y pensativo y solitario,
la misma idea esclavizó mi mente,
y del desierto alcázar del templario
en los escollos recliné la frente.
Un tiempo vi de lustre y poderío
escrito en deleznables caracteres,
porque pasó el honor y antiguo brío
como liviana pompa de mujeres.
Pasó porque era puro y grande y noble,
y por eso escupió en su frente al mundo,
que de gloria y virtud corona doble
no sientan bien en su pantano inmundo.
De su pujanza y fama esclarecidas
algunas cruces quedan conservadas,
unas por las murallas esparcidas,
otras en las ruinas sepultadas.
También nos queda un cristalino río
que allá en su juventud azul y puro
velaba con vapores y rocío
el yerto pie de su gigante muro,
y que hoy, más generoso que los hombres,
enfrenta al paso su veloz corriente
en homenaje a los pasados nombres,
en homenaje a la pasada gente.
Esto queda y no más de los blasones
con que ornaron el mundo los templarios,
y la yedra y sus lúgubres festones
son hoy de sus cadáveres sudarios.
Pero flota en los mares de la muerte
como encantada nave su memoria,
porque es su nombre levantado y fuerte,
y colosal su portentosa historia.
Quizá sobre la losa de la tumba
se ostenta el mundo libre y generoso,
y la verdad sonora al fin retumba
en el silencio del final reposo.
Así dormid en paz, ¡oh caballeros!,
dormid en paz el sueño de la muerte,
graves y silenciosos y severos,
al amparo del mundo y de la suerte,
porque en el mundo fuisteis peregrinos,
y lúgubres pasasteis e ignorados,
y de nieblas vistieron los destinos
vuestro blasón de nobles y soldados.
No alcanzó el mundo su gigante altura
y os coronó la frente de mancilla …
Dormid en la callada sepultura,
paladines hidalgos de Castilla,
que tal vez por su noche tenebrosa
pasará el sol que iluminó esplendente
la templaria bandera victoriosa
que guarecía la invencible gente.
Grandes y puros fuisteis en la vida,
grandes también os guardará la huesa,
porque es para una raza esclarecida
mágico prisma su tiniebla espesa.
Bien estáis en la tumba, los templarios,
porque si abrierais los oscuros ojos,
y otra vez por el mundo solitarios
de la vida arrastraseis los enojos,
tanto el baldón y mengua y desventura
vierais en él, y tanta hipocresía,
que la seca pupila en su amargura
otra vez a la luz se cerraría.
No parece sino que con vosotros
todo el honor y lealtad llevasteis;
no parece sino que con nosotros
todo el oprobio y vanidad dejasteis,
porque en el día irónicos y secos
y menguados arrástranse los hombres
para llenar sus corazones huecos
del oropel mentido de sus nombres.
Pasó la fe y con ella la inocencia,
y el candor que doraba vuestros años;
pasó la dulce flor de la existencia
cual pasa la niñez con sus engaños.
Hoy las ideas de entusiasmo y gloria
ceden el puesto a viles intereses
y crecen en el campo de la historia
sobre la tumba del honor cipreses.
Y todo sentimiento generoso
vilipendiado rueda por el suelo,
y la fuerza, cual bárbaro coloso,
vela del mundo el funeral desvelo.
En vez del corazón la mente late,
tibia la sangre y pálida circula;
si un rey a su nación lleva al combate,
sobre la muerte y destrucción calcula.
¿Dó están vuestros escudos, caballeros,
la lanza que en los aires rielaba,
los vistosos pendones tan ligeros
que el moribundo sol tornasolaba?
¿Adónde fueron las templarias cruces
que un día vio Jerusalem divina,
y que bañaban con cambiantes luces
la arena de la ardiente Palestina?
¿Dó está el batir sonoro de las palmas
de tantos melancólicos cautivos
que por merced de sus sublimes almas
vían del sol los resplandores vivos?
¿Dónde encuentran amparo las mujeres?
El huérfano, ¿dó encuentra valedores?
¿Dó la cabeza los dolientes seres
reclinan por descanso a sus dolores?
Poblada soledad es hoy el mundo,
pantano que abril viste de guirnaldas,
abismo melancólico y profundo
coronado de aromas y esmeraldas.
Por eso vuestras palmas y laureles
silbó con su raquítica garganta,
y amontonó mentiras y oropeles
para borrar vuestra soberbia planta.
Para baldón y vergüenza
la juventud hoy comienza
do paró vuestra vejez,
más, ¡ah! que en nosotros falta
vuestra hidalguía tan alta
y fama y valor y prez;
y falta vuestra inocencia
y pundonor, y creencia
y religiosa piedad,
y vaga el hombre inseguro
por el crepúsculo oscuro
de la duda y vanidad;
y no hay estrella en sus mares
ni esperanza en sus cantares
ni en su mente porvenir,
porque el mundo que le engaña
en su corazón empaña
el espejo del sentir.
Que en la juventud florida,
bella y desapercibida,
el ánima virginal
en busca va de los hombres,
fascinada con sus nombres
y su apariencia leal;
y ángeles ve en las mujeres,
y amor y luz y placeres
en la senda del vivir,
y por su mágico prisma
mira el mundo que se abisma,
y piensa que va a dormir;
y entonces, fuertes caudillos,
vuestros ánimos sencillos
el alma comprende y ve,
como en mi dorada infancia
vuestra gótica arrogancia
cándido y puro alcancé.
Mas, ¡ay de mí!, los paisajes,
los cambiantes y celajes
de la rica juventud
son no más lánguidos sones
que arrancan los aquilones
de un amoroso laúd,
porque llega el desencanto
en las noches de quebranto,
y con su mano glacial
descorre, triste y severo,
el pabellón hechicero,
fantástico y celestial
de la vida engañadora
que con falsa lumbre dora
las nieblas del porvenir,
y como encantado velo
sobre nosotros un cielo
despliega de oro y zafir.
¡Pobres dichas juveniles
tan lozanas y gentiles,
de tan suave y puro albor!
¿Por qué sois mentira sólo
y encubridoras del dolo
del universo traidor?
¿Por qué la edad de pureza,
de pasión y belleza
nos ha de engañar también,
y robarnos el sosiego,
y con su aliento de fuego
quemar la cándida sien?
¡Ay!, cuando encantados,
náufragos y derrotados,
pisamos la orilla, al fin,
de sus mares turbulentos
con celajes macilentos
en su nublado confín,
sin amor, sin esperanza,
ni gloria ni bienandanza,
que allá en su seno se hundió,
y en lugar de su hermosura,
y en lugar de la ventura,
que la juventud soñó,
vemos arenal tendido
y pálido y desabrido
que es forzoso atravesar,
sin árboles ni verdura,
sin una corriente pura
donde la sed apagar.
¿Qué es lo que entonces encierra
la desnuda y seca tierra
de esperanza y placer?
¿Qué visiones luminosas,
infantiles y vistosas
pueden, ¡ay!, aparecer?
Aparecen amarillos,
sin fosos y sin rastrillos,
centinelas ni pendón,
vuestros alcázares nobles
con reminiscencias dobles
de hidalguía y religión;
monumentos inmortales
que envueltos en los cendales
de verde yedra se ven,
islas que en el mar de olvido
con ademán atrevido
levantan la antigua sien.
Maravillosas historias
y magníficas memorias
quedan y templaria cruz,
que despiertan las campanas,
melancólicas o vanas,
que cantan la última luz.
Y entonces el alma sueña
con una voz halagüeña
entre el ruido mundanal,
por más que sea muy triste
ver que solamente existe
en la noche sepulcral.

ir al índice

Niebla

Recuerdos de la infancia.
Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.
¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misterioso mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.

 

ir al índice

EL PASTOR TRASHUMANTE

inguna reliquia más venerable queda en nuestra España que la vida nómada, que la trashumacion periódica de los rebaños merinos. Facción es esta que no se distingue en el semblante de ninguna nación europea con tanto vigor como aquí, y por lo mismo el Pastor trashumante es uno de los destellos más vivos de originalidad que brotan de este suelo poético y pintoresco. Su apartamiento habitual de poblado, sus ocupaciones uniformes y sencillas, su vida trabajosa por el rigor de las estaciones que está condenado a sufrir, le convierten en un ser aparte dotado de aquella buena fe y bondad de sentimientos que desde tiempos muy antiguos se atribuye a la gente campesina, y al mismo tiempo de aquella fuerza de acción y movible energía que caracteriza a las tribus nómadas. Hijo de las montañas de León, Segovia o Soria, trasladado desde allí a los campos abundosos y feraces de Extremadura, donde la vida pastoril y agrícola derrama el más rico caudal de sus gracias, sin más cuidados que los de su dócil rebaño, y al mismo tiempo robusto y vigoroso, apenas encuentra a quien parecerse aun en la misma nación española tan cercana a la naturaleza en muchas de sus partes.

Entre las lanas finas de España la más estimada es la llamada babiana que toma su nombre del distrito de las montañas de León que apellidan Babia. Este país celebrado entre todos los pastores por sus pastos delicados y sabrosos, no tiene más riqueza que sus yerbas, y de consiguiente todos sus habitantes son pastores. Ahora que las grandes cabañas trashumantes han venido a menos con la mejora de las lanas extranjeras, y los tiempos corren menos bonancibles que antes para los ganaderos de merinas, se encuentran algunos babíanos que permanecen en su país o buscan su vida fuera de él por otros caminos; pero gentes no muy entradas en años recuerdan la época en que a la salida de los rebaños trashumantes solo quedaban en sus pueblos las mujeres, los ancianos y los niños. Aun los que no componían parte de la cabaña, solían acompañarla con el nombre de escoteros para procurarse en las provincias del mediodía una subsistencia que a duras penas concede el riguroso y pobre invierno de sus nativos montes. Por esta razón al pensar en dar una patria al Pastor trashumante hemos elegido las sierras de León, y de ellas haremos su principal y verdadero teatro.

Así lo exigiría la verdad histórica, porque en las fértiles orillas del Guadiana y en los hermosos llanos de Cáceres, a despecho de lo templado del clima y de la cordial acogida que encuentra en los habitantes acostumbrados a esperarlo como un huésped necesario y siempre bien venido, al cabo el pastor trashumante vive lejos de su país y en medio de un pueblo que si algo se le asemeja en sus ocupaciones, harto más se desvía de su índole y carácter especial. Una vez levantado su chozo, y aderezadas sus camas de píeles, y preparados los utensilios de su frugal mantenimiento, su tarea está reducida a apacentar sus ovejas por el día, encerrarlas por la noche dentro de la red que alrededor de ellas atan a unas estacas clavadas en tierra, hacer de cuando en cuando su ronda para guardarse de los lobos, guarecerse de la intemperie dentro de otro chozo más pequeño que se dispone para este servicio nocturno y volver con el alba a las mismas tranquilas ocupaciones. Claro está que en semejantes vigilias por lo duras y penosas alternan todos los pastores de condición subalterna: los demás pasan las noches abrigados en su chozo al amor de la lumbre, cenando sus migas canas, y de cuando en cuando por extraordinario tal cual frité o caldereta; rezando el rosario si el mayoral es viejo y devoto, y durmiendo como unos cachorros hasta que los cencerros de los mansos, los ladridos de los perros o la luz del alba los despiertan.

Sin embargo, si queremos conservar la nota de historiadores verídicos, fuerza nos será confesar que por los meses de diciembre y enero semejante calma y asiento se truecan por una penosísima faena con la paridera de las ovejas que tiene lugar por entonces. Acontece que los mansos corderillos vienen al mundo en las noches más bravas y tempestuosas del invierno, y el pastor en medio de la ventisca y aguacero tiene que asistir a las paridas y atender a que todo vaya en orden. Acontece asimismo que las madres en años miserables desechan la cría porque apenas la pueden alimentar, y entonces el comadrón solo a fuerza de maña y aun de fuerzas puede obligarles a aceptar los deberes de la maternidad. Ordinariamente se dobla, es decir, se deja un solo borrego para que lo críen dos ovejas, pero para que lo admita la que no es su verdadera madre, es preciso cubrirle con la piel del hijo muerto. Figúrese el lector todas estas menudencias en una noche de invierno en que el vendaval arranca a veces los chozos, y verá cómo semejante cargo se le hace imposible cumplir; pero el pastor que conoce a sus reses por la cara como los demás conocemos a las personas de nuestro trato íntimo, sabe muy bien a quién corresponde el recién nacido, y distingue a tiro de arcabuz la oveja que se ha quedado sin cría, para acercarle el intruso disfrazado con la piel del muerto. Todo esto por decontado no se hace sin un granizo de conjuros, reniegos, juramentos y maldiciones que en medio da la oscuridad forman con los balidos del ganado y el silbido de los vientos un maravilloso coro, excelente para algún aquelarre.

Fácil es de conocer que a pesar de la consumada ciencia pastoril, semejantes operaciones necesitan una dirección cuerda y atinada, y aquí es de advertir la distribución de las cabañas, su jerarquía y subdivisiones, porque muy pronto va a llegar la importante ocasión de ver a nuestros pastores en su peregrinación anual.

En todas estas grandes ganaderías hay un mayoral, especie de general en jefe a cuyo cuidado están los arriendos de las yerbas, los salarios de los pastores, el fijar las épocas de marcha y todas las demás atenciones generales. Él es quien inmediatamente se entiende con el amo y recibe sus ordenes en derechura.

Síguele el sota mayoral cuyas atribuciones son también generales aunque su grado, como el nombre lo dice, es inferior. Estos son los jefes de la cabaña que como pueden imaginarse nuestros lectores, se reparte luego en varios rebaños, cada uno compuesto de rabadán que es el jefe, compañero del rabadán que le reemplaza en todos los casos de ausencia, ayudante, persona y zagal que por sus años verdes, y a guisa de aprendizaje suele sufrir la mayor parte de las cargas con mucho menos provecho. Hay además una especie de hacienda militar en este inocente ejército con el nombre de ropería, y no es sino la panadería donde se elabora el pan para pastores y perros, y consiste en un ropero mayor o jefe, de cuya cuenta corre la compra de los granos y la distribución del pan, y en otros mozos que dicen roperos a secas y son los que amasan y hacen todos los oficios mecánicos.

Aquí tienen nuestros lectores explicado el manejo y gobierno interior de las cabañas trashumantes; pero por si de ellos los hay curiosos, como suele suceder (porque desde muy antiguo viene la curiosidad como por herencia a todos los lectores) y quieren saber los salarios y beneficios de estos hombres, procuraremos satisfacerlos. Obligación del amo, o para hablar con más propiedad, principal es dar al mayoral la mula en que va caballero y de 200 a 300 ducados. El sota mayoral gana de 600 a 1000 rs.; el rabadán de 200 a 300 rs., y el compañero ayudante y persona bajan en proporción basta llegar al zagal, cuyo sueldo ni pasa de 100 rs. ni baja de 80.

Seguramente se admirarán los que lean esto por la primera vez de que por tan escaso dinero se preste un servicio tan duro y trabajoso que obliga a sufrir la intemperie la mayor parte de las veces, y a dos viajes en el año de más de setenta leguas cada uno. Sin embargo, lo que no va en lágrimas va en suspiros, según el dicho vulgar, y lo que el amo no da lo saca el pastor por su parte al cabo de la cuenta, porque además del sustento que recibe, tiene el beneficio de la excusa. Excusa llaman al número de ovejas y aun de cabras que a cada pastor se le permite tener agregadas a las de la cabaña sin pagar poco ni mucho por su apacentamiento y que con sus crías y rendimientos le pertenecen en propiedad absoluta ( 1 ). Parte de la excusa suelen ser también las yeguas que gozan de los mismos fueros o inmunidades: por todo lo cual si nos tomamos el trabajo de agregar a la suma en dinero que recibe, la probable que estas adherencias dejan en sus manos, vendremos en conocimiento de que la condición del pastor trashumante todavía es tolerable, si no mejor que la de la mayor parte de las clases del pueblo.

El arriendo de los pastos de invierno concluye el 25 de abril, día que los pastores ven amanecer con más regocijo que la mayor festividad del año, porque como es natural, ninguna festividad puede compararse, sobre todo en las gentes sencillas, a la vuelta al país donde han nacido y tienen lo que en el mundo quieren, donde con verdadera ansia se les aguarda y con cordialísima efusión se les recibe. Si el pirata Lambro (2) sentía a la vista de su isla y del humo de su hogar una emoción de que no sabía darse cuenta, no es maravilla que nuestros montañeses cuyas piraterías se reducen a dejar escurrirse alguna res hacia el campo del prójimo, a cortar un poco más de leña de la necesaria, y hacer de manera que sus ovejas la mayor parte de las veces conserven salud, aun en medio de la epidemia de las del amo, y paran siempre hembras que es lo más beneficioso; no es extraño decimos que se dé tal cual refregón de manos, avíe su hato cantando, silbe y grite con más garbo a sus ovejas y perros, acuda con cara de pascua a recibir su haber y su cundido, (3) pase en revista los reales de su bolsa de cuero, y con una gallardía, digna de la airosa gente de su  tierra se ponga en camino con su cayado debajo del brazo, su manta al hombro, su sombrero calañes encasquetado y sus abarcas de cuero.

Cruzan el Tajo la mayor parte de las cabañas por Almaraz o por Alconétar, pero como en ninguno de los dos puntos hay puente servible y las barcas sobre pequeñas para tal multitud de cabezas, serían tardas y costosas, suelen fabricar un puente de barcas que apellidan en Extremadura la Luria y proporciona paso a los ganados. El tal paso sin embargo siempre es difícil, porque si una oveja llega a saltar al agua, por pronto que se acuda siempre la sigue una gran porción y por eso se necesita gran cuidado y diligencia. Verdad es que algunas veces la res que el amo o mayoral se figura en el fondo del río, aparece en el fondo de la caldereta; pero estas son pequeñas travesuras del oficio, y además es de creer que muy insubordinada debe de haber estado la culpable  durante la paridera, cuando tal castigo ha merecido.

Hay varias cañadas o cordeles señalados para los rebaños trashumantes y que no son más que otros tantos caminos destinados exclusivamente a este objeto.

Cualquiera de ellos ofrece por los meses de abril y mayo escenas muy animadas y movimiento continuo. Una nube de polvo y el son de los cencerros que desde muy lejos comienza a oírse, anuncian la llegada de las merinas, y a poco rato suele presentarse el rabadán de los moruecos o carneros padres al frente de su rebaño, rodeado de sus mansos que con el cebo del pan que de sus manos reciben, apenas se apartan de él; y en seguida desfila todo el rebaño con dos pastores a retaguardia acompañados de los perros. Pasan después y siempre con el mismo orden los rebaños de ovejas, y por último las yeguas fateras o hateras, llamadas así por llevar los hatos y los utensilios de cocina, con sus potros que corretean a la orilla del camino, algún pastorcillo demasiado tierno para la fatiga del viaje sentado entre la carga y alguna res que se ha desgraciado en la marcha colgada. Aquellos hombres que con todos sus medios y riquezas se trasladan de una provincia a otra, recuerdan involuntariamente la vida de los patriarcas o las tribus errantes que vagan de oasis en oasis en busca de pasto y de frescura.

Las paradas que por el camino se hacen, sirven a un tiempo para descansar y comer, y es de ver la prontitud con que aderezan sus rústicos platos que de viaje suelen consistir en sopas por la mañana y migas canas por la noche. Durante él,  además suele pasarse una ración de vino con lo cual se sobrellevan sus fatigas con algo más de conformidad. Aunque no pocas cabañas hacen el esquileo en Extremadura, otras varias ejecutan en el camino esta importante operación; en que si los pastores no toman más parte que la de apartar las reses y presentarlas atadas al maleante esquilador, no por eso deja de alcanzarles una y no pequeña en las alegres y bulliciosas escenas que suelen acompañar a esta tarea.

Con semejantes estímulos y sobre todo con el poderoso de llegar pronto a sus queridas montañas, se atraviesan con buen ánimo las áridas llanuras de la Mancha donde ya sabe todo pastor que tiene que comprar las cintas de estambre fino para agasajar a su mujer, novia, hija o hermana, so pena de pasar por un ruin sujeto; y los no menos desabridos páramos de Campos. Aquí sufre otra sangría la bolsa del montañés, pues la compra de los pañuelos, las agujas y cordones o como dicen las babianas gordones para atacar los justillos es tan de ley al pasar por Rioseco de Medina como la de las ligas en la Mancha. En Rueda además suele proveerse de una gran bota que como más adelante veremos no deja de hacer importante papel. Lástima es por cierto que las ovejas se desmanden de cuando en cuando y los guardas del campo anden tan listos en advertirles su mala crianza y tirar de los cordones de su bolsa, que a no ser por esto, pocos malos ratos aguarían el contento de la peregrinación.

 

Por fin, después de cuarenta y cinco días gastados en esquilar y caminar, cruza la cabaña los frescos contornos de León, y a muy poco vemos a nuestro pastor enfrente del campanario de su lugar. La Babia es un país triste y  riguroso por invierno, porque ocupa la mesa de las montañas y las nieves y ventarrones duran allí mucho tiempo; pero a la época en que llegan los pastores, la escena ha cambiado enteramente, pues aunque la desnudez de sus colinas siempre lo entristece un poco, las praderas que verdeguean por sus llanuras, sus abundantes aguas, la alineación casi simétrica de sus montecillos cenicientos de roca caliza, y los vapores que de sus húmedos campos levanta el sol del verano, le dan un aspecto suave y vago semejante al que distingue algunos paisajes del norte. Estos atractivos son reales y verdaderos; pero aunque de ellos careciese, el pastor siempre la amaría, porque la patria nunca deja de ser hermosa.

El mayoral que por su oficio está obligado a adelantarse, sale al encuentro de la cabaña para señalarle los puertos (4) arrendados y después de repartido el ganado y fabricado el chozo (si ya no vuelven a los mismos pastos) cada pastor tiene licencia por turno para pasar un par de días en su casa. Estos cuadros de interior son tan fáciles de comprender como difíciles de pintar: por eso y por ahorrar paciencia a nuestros lectores, nos contentaremos con decir que despuésde los abrazos, apretones, preguntas y respuestas de costumbre, el marido sale en seguida a hacer la visita de ordenanza al señor cura y la mujer a convidar a los parientes, deudos y amigos a la bota del pastor.

Esta bota es la misma que vimos llenar no hace mucho en Rueda de exquisito vino rancio, y que en compañía de buenas magras, ricos chorizos y suculentas morcillas procedentes de Extremadura sirve para una cena opípara en que a fuerza de festejar la llegada del amo de casa y brindar por su bien venida, suelen salir los convidados viendo más estrellas de las que hay en el firmamento. Esto sucede con los pastores padres de familia, que pasados estos días de júbilo y enganche, vuelven a su vida ordinaria, como vuelven a su cauce los ríos salidos de madre. Por lo que hace a los mozos o solteros esto, según suele decirse, ya es harina de otro costal, porque si no tienen festines y banquetes, para eso están las romerías que por entonces menudean y los galanteos y escapadas nocturnas de resultas de las cuales la yegua del padre o del rabadán no suele engordar por mucho que pazca. Porque es de saber que no hay pastor que no se enamore, sino a la manera lamentable y quejumbrosa de los Salicios y Nemorosos, por lo menos para tener una mujer con quien vivir pacíficamente y criar hijos para el cielo, según dice el Catecismo. En suma, para solteros y casados la época de paz, de diversión y de holganza es la del fresco verano de aquellas sierras, porque como los lobos no andan tan hambrientos, se puede aflojar algo en la solicitud de la guarda del rebaño.

Y por otro lado cualquiera desavenencia que a propósito de pastos pueda suscitarse, fácil y amigablemente se compone entre gentes unidas por un origen común y ligadas en gran parte por lazos de amistad y parentesco.

Pero al cabo estos días buenos se acaban pronto,  porque como dice un poeta contemporáneo.

Los tristes y los alegres

al mismo paso caminan,

y con las primeras nubes del otoño comienzan a moverse los pastores para volverse a sus invernaderos. La reunión del ganado y los preparativos de marcha se hacen con la misma actividad y concierto, pero con harto menos alegría de la que presencian en ocasión análoga los campos del Guadiana. La noche antes de la marcha es forzoso hacer a los viajantes el obsequio del queiso (queso) para el camino, que consiste en juntarse en su casa las mozas y los mozos solteros y bailar en guisa de despedida las sueltas y graciosas danzas del país, en recompensa de lo cual reciben las montañesas las ahuchas (agujas) que vimos comprar en Rioseco. Por rara que parezca esta ceremonia y por mal que se avenga en la apariencia con ánimos realmente apesadumbrados, no por eso deja de observarse religiosamente. Para el siguiente día ya está dispuesta la fiambrera del Pastor que consiste en una gran provisión de cecina y jamón, cosa en que tienen tanto puntillo las babianas que muchas de ellas consienten en pasar no pocas privaciones en el invierno a trueque de que sus maridos lleven la correspondiente merienda. Por fin amanece y los pastores se ponen en camino acompañados de sus mujeres que por una de aquellas extrañas contradicciones del pobre corazón humano van ahora a despedirlos hasta una legua de distancia, cuando para recibirlos apenas salen de las cercas del pueblo; y lloran y se afligen sin medida ni proporción con la alegría que a su vista recibieron. Por fin, los últimos adioses, abrazos y encargos de mirar por la salud se truecan entre muchos ahogos y suspiros; las mujeres se vuelven hechas unas Magdalenas y los hombres un poco más durillos de condición, aunque al cabo del mismo barro, después de un poco de camino andado a las calladas, comienzan por fin a entablar cualquier conversación y llegan últimamente a entrar en aquel bienaventurado temple de espíritu que tan poco desgasta el cuerpo y tantas primaveras le deja ver. Sin embargo este viaje es la mayor de las fatigas de la vida trashumante, porque siempre sobrevienen lluvias y mal tiempo: a veces salen de madre los arroyos y el ganado espantado y temeroso llega a ser más difícil de manejar. Así y todo alguna pequeña regalía disfrutan en Castilla con los amos de las tierras en que echan la noche con sus rebaños, y que por el beneficio que les reportan, suelen darles buena cena.

Una vez en Extremadura, tienen andado ya todo su círculo y de nuevo pueden dedicarse a sus ocupaciones un poco más sosegados y a aumentar el caudal de conocimientos que poseen acerca de las enfermedades del ganado, de la calidad de las yerbas y de la prosperidad del ramo de riqueza que manejan.

En esto son tan diestros y experimentados que cualquiera de ellos entretiene a una persona instruida, hablándole de la fisonomía de las reses, que a sus ojos no es menos distinta que la de las personas, como vimos en la paridera; de la influencia que la atmósfera ejerce en la cría y en la calidad de la lana, y de todo lo que atañe a su oficio. No menos notables son bajo su aspecto moral tanto por la buena hermandad que entre sí guardan, cuanto por la subordinación y obediencia que observan con sus superiores y la regularidad y economía con que salvo algún pecadillo venial, administran por su parte los intereses del amo.

Este por la suya suele desempeñar más de una vez con ellos los oficios de padre, y las relaciones que entre ambos median están basadas en el respeto y benevolencia mutua. Finalmente, el Pastor trashumante por su conformación física, por su vestido, por sus costumbres, por sus modales es un tipo de los más antiguos que puede ofrecer la península, y aun quizá la Europa, porque su vida y ocupaciones se ligan con las primeras edades del mundo. Y sin embargo no es imposible que nuestros nietos vean extinguirse esta reliquia de las edades pasadas, porque si se ha de continuar en las herencias el sistema de subdivisión indefinida que en el día rige, a cada paso se diseminarán las cabañas, y ni aun pastos acomodados se encontrarán entre caudales que por un orden natural llegarán a desmigajarse completamente. No sabemos hasta qué punto traigan utilidad a la causa del país semejantes doctrinas que por nuestra parte nunca miraremos como sociales, cuando en último resultado las vemos tender al individualismo y al aislamiento; pero de todas maneras nos alegramos de haber bosquejado (dado que nombre de bosquejo merezcan estos borrones), una figura que si a toda España pertenece, con más derecho reclama por suya el país donde nacimos.

NOTAS DEL AUTOR

(1) En todas las ganaderías estantes y en muchas de las trashumantes la excusa es según la definimos, pero en otras el amo del ganado se queda con el esquilmo y deja al Pastor la cría. Esto es lo que llaman lana por costo= Al mayoral se le consiente de escusa 150 a 200 cabezas; 10 o 12 yeguas y algunas cabras que suelen no estar sujetas a número fijo. La excusa del sota solo llega a una cuarta parle; la del rabadán a 50 o 60 cabezas, dos o tres yeguas y algunas cabras, y los demás en proporción hasta el zagal que solo puede tener siete u ocho ovejas, algunas cabras, y por bondad del amo alguna yegua.

(2 ) Byron. Don Juan . Canto 5º

(3) Cundido o cundio llaman los pastores a la  grasa, sal y pimienta que les dan para aderezar sus comidas

(4) Puertos llaman en Babia a las cumbres y laderas donde se apacienta el ganado.

PULSA AQUÍ PARA LEER RELATOS DE VIAJES Y COSTUMBRES

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL