Aquí, a la sombra de los pinos viejos, descanso al repechar de la vereda, quiero, mientras murmura el agua leda, meditar la razón de tus consejos.
Transida el alma está de amargos dejos. Sendero de dulzor o ruta aceda, ¿quién hay, humano que decirnos pueda la dicha o el dolor que aguardan lejos?
De sol, silencio y soledad cercado, huidera la pasión, la razón quieta, lo más puro del alma se destila;
y el hombre, de sí mismo enajenado, siente latir el ansia más secreta y oye cantar el bronce de su esquila.
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Cayó sobre tu espalda la llama de tu pelo, y quemó la blancura su ondulación de fuego.
Entre los áureos rizos, por el amor deshechos, yo vi calientes, húmedos, brillar tus ojos negros.
Sin desmayar, erguidos, redondos, duros, tersos, temblaron los montones de nieve de tus pechos.
Y de amor encendida, estremecido el cuerpo, con amorosa savia sus rosas florecieron.
El clavel de tus labios brindaba miel de besos, y fue mi boca ardiente abeja de sus pétalos.
De la crujiente seda, que resbalara al suelo, emergió su blancura tu contorno supremo.
Y al impulso movido de ardoroso deseo, se cimbró entre mis brazos y quedó prisionero.
Me abrasaban tus ojos. Me quemaba tu aliento. Y apagó las palabras el rumor de tus besos.
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derrotado del amor, viste sayal de pastor y oye el cantar de la tierra... Corazón, vete a la sierra y acompaña tu sentir con el tranquilo latir del corazón de la tierra.
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