Han venido
los húngaros, hermana,
osos de tardo andar, monos ladinos
lleva la miserable caravana.
Son los hombres esbeltos y cetrinos.
Fuman pipas
enormes. Llevan rojos
casquetes, de los cuales se desborda
la maraña de pelo, y en sus ojos
brilla el destino de la errante horda.
Son flacas
las mujeres. En harapos
van desnudos los pies bajo las faldas
en jirones. Envuelto en sucios trapos
una conduce un chico en las espaldas.
Tañen los
hombres grandes panderetas,
canturrean tonadas melancólicas,
y hacen dar a los monos volteretas
y ágilmente bailar danzas diabólicas.
Y amaestran
al oso torpe y grave
de floja piel, que humildemente fiero
danza, y pasando a la ronda, sabe
las limosnas recoger en el pandero.
Han venido
los húngaros, me gusta
ver su arrogancia en su mirar osado,
y, en lo moreno de su faz adusta,
los soles de las tierras que han cruzado.
Amo danzas,
combates, aventuras
pero soy hombre débil y pequeño
y he recorrido solo las llanuras
del país arbitrario del ensueño.
Y he vivido
en mi hogar burgués y oscuro
y el vasto mar y el alto monte ignoro,
las tierras que repulsa el hielo duro
y las que halaga un regio sol de oro;
y
languidezco en un rincón de olvido,
y engarzo en él paciente, verso y verso,
sin azares que me hayan conducido
por la diversidad del Universo…
Húngaros,
hoy ha roto vuestro paso
mis horas de tristeza, de fastidio.
Desde mi quieto bienestar, acaso
vuestra inquietud, vuestra pobreza, envidio.
(¡Corazón,
corazón!, ¡qué no te atrevas
cada día a buscar extrañas gentes,
costumbres no sabidas, hablas nuevas,
cielos varios, paisajes diferentes!)
Cuando
vosotros pobres peregrinos,
lejos del suelo avaro que os destierra,
peregrináis por todos los caminos,
por todos los caminos de la tierra.
Mi espíritu
lleváis en compañía:
vuestras faces morenas le son tratas,
ama vuestra tenaz melancolía
vuestras noches, que alumbran las fogatas
y vuestro
caminar por entre hogares
tibios, morada de los hombres vanos,
de esos duros, inhóspitos lugares,
en que os ladran los perros aldeanos.