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			El muerto avisa en su 
			vestido 
			El muerto avisa en su vestido. 
			Su piel contra la tela busca cárcel. 
			Se cierran las persianas. 
			Pasea. 
			El muerto avisa en las ciudades. 
			El muerto está en la 
			orilla. 
			Hay pies que le rodean, 
			pateras en la espuma. 
			Hay cangrejos que indagan los centros comerciales. 
			Y una tortuga vende a un policía 
			chalecos anti-tiempo. 
			El muerto tiene prisa de que le saquen fotos 
			que no ardan en el fósforo del megacementerio. 
			Hay dados en tu mano y 
			el muerto te vigila 
			Los tiras al vacío y el muerto te comprende. 
			La caja los registra contra el muro, al contado. 
			Y vamos a la nada por caminos de todo. 
			El muerto lee los libros 
			del pasado, 
			talla en los bosques troncos de palabras 
			y las letras son sólo cortinas en el viento, 
			otra barca que escapa, otra isla que engaña 
			un olor de tesoros temblando en la maleza. 
			Otra ciudad camina por las calles 
			con ojos como gotas que roen el fregadero. 
			El muerto compra 
			aquellos ascensores 
			que siempre le regalan los botones de stop 
			y trabaja pegando carteles con tu nombre 
			para que tú te busques, te entregues y te cobres. 
			Hay ríos y hay un puente 
			con pilares de piedra 
			que ahondan su destino en un tiempo profundo. 
			La corriente se lleva un deseo de peces 
			y el muerto pesca prisa con anzuelos tan lentos 
			que nunca recupera todo el tiempo perdido. 
			Si quema los rastrojos 
			de los campos 
			se le incendian los bosques del olvido. 
			Si el muerto se emborracha, le queman los gusanos, 
			porque aún no conoce la palabra precisa 
			para enlazar tu mundo con tu muerte. 
			Quizá si los caballos 
			espolea del aire 
			es para respirar en el galope, 
			es para comprender al trote. 
			Para sobrevivir al paso. 
			Quizá salta una valla y se cae en el barro 
			y le modela Dios, con sed, sin alma.  
			Lo mira el pájaro, muy 
			lejos, solo, 
			vareando las ramas como el viento, 
			recogiendo un esfuerzo de aceitunas. 
			Y por los surcos del sembrado corre un agua 
			que no ha dejado de venir eternamente 
			de los lodos de la creación, de albercas 
			en donde los dioses son algas. 
			El muerto usa una azada: 
			su sombra 
			con la que busca el alba en el crepúsculo. 
			El muerto usa un tractor: 
			sus dientes 
			con que siega gargantas del deseo. 
			Son los largos trigales bajo el sueño. 
			Son los hombres que tallan en las piedras 
			sus armas, sus palabras y salarios. 
			El muerto usa una pala 
			con la que entierra el mundo. 
			Tiene un amor el muerto 
			y le envía las flores de su sangre. 
			Y su amor bebe rojos los abrazos y ríe, 
			y se lava las manos en la fuente: 
			una toca los peces contra el tiempo, 
			otra busca monedas 
			que arrojaron los sueños de los otros. 
			El muerto nunca 
			resucita, 
			mira absorto la luz que deja atrás. 
			Se crucifica en cruces de caminos pasados. 
			Lo anduvo en mal morir, 
			en dejarse matar, 
			en matar lo que pudo. 
			El muerto tiene 
			periscopios 
			y espía las familias en sus barcas. 
			No hay remos sino días, 
			no hay días sino anémonas tendidas 
			en las rutas de todo viaje. 
			Y hay un pez predador en tu mirada. 
			Nada un pez luna toda la 
			ciudad. 
			En su ojo fosforece tu vacío. 
			Acaricia su aleta los espacios que fuiste.  
			Enfría su barriga tus huellas más recientes. 
			Acerca su pupila 
			a semáforos verdes 
			y se ilumina con el fantasma de tus pasos. 
			El semáforo cambia a rojo 
			y el pez luna se aleja al callejón de nada 
			donde suenan las leyes, 
			los himnos, los jadeos 
			que hicieron a los hijos quemando calorías. 
			Hay muertos muy delgados 
			en los montones de basura. 
			Hay otros gordos en las grandes avenidas 
			que fueron disecados como momias o alimañas. 
			Hay águilas arriba, 
			sobre los miradores de planetas. 
			El pez luna las mira 
			y se escabulle en tu memoria. 
			Busca tu corazón para 
			escaparse, 
			el ritmo muscular de tu latido, 
			para fluir por tu sangre, 
			para esconderse por tus células, 
			para abismarse por tus genes, 
			y bailar en tus átomos 
			y nadar en la nada 
			y nadar hasta el fin, 
			hacia ninguna parte, 
			libre aún, poderoso, malperdido. 
			
			 Maldad: 
			debilidad de soledad. 
			Jugar con un sufijo con los versos. 
			Construir el desamor. Sentir piedad 
			del roto corazón de los perversos. 
			Esperar el desdén de la 
			verdad 
			y fingir el dolor, locos, inmersos. 
			Coformarse con la infelicidad 
			y con la inercia de los universos. 
			Dar el adiós a quien 
			quieres contigo. 
			Salvarse de la culpa de los otros. 
			Volar en globo por robar el aire. 
			Vendrá otra soledad con 
			tu castigo. 
			Vendrá muerto el ayer sin el nosotros. 
			Vendrá la corrupción de mi donaire. 
			
			(de
			
			
			Calles para un pez luna) 
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