AMORETO II Me llevarás, amor, al alarido de la yedra que canta en la ventana, al donaire del silbo y de la grana me llevarás, amor, que te lo pido. Recorrerás el verso guarnecido de cadencias y aromas, caravana, aprenderás la voz de la campana que apacienta en su vértice el sonido. Y encontrarás el ápice del fuego que recorre en su ruta la cigarra, volverás a la orilla del sosiego cuando vibre en tu lecho sin amarra y mi vena se yerga con el juego apacible que surge de tu parra. |
AMORETO III Me llevarás al sitio de tu lumbre donde nace la cresta de la espuma y la sed inaudible de la bruma que persigue la cuesta de tu cumbre. Encenderás mi paso en la techumbre de la fronda pacífica que esfuma los colores antiguos y la suma de ríos sin solaz ni certidumbre. Y me verás ansiosa y descubierta como prenda que escoge su montura en el viento dorado de tu puerta. Hallarás mi camino con soltura recorriendo los puentes y la huerta que te llevan sin fin hacia mi hondura. |
AMORETO V Quiero ver en tus ojos el destello, la inquietud de mi fibra, el rocío en tus manos asidas a mi río, el recodo en que habita lo más bello. Quiero ser en la sangre de tu sello hoja nueva en el vaso antes vacío, ser, amor, tu sabor en el estío, la delicia en el pulso de tu cuello. Quiero andar tu sudor y tu saliva, atreverme a probar el agua viva que en tu beso refleja la dulzura del estanque aromado y su tersura; agua rauda y ardiente que cautiva brillo de agua que colma mi hendidura. |
AMORETO XL
Qué
sombra puede más que tu memoria,
qué distancia te marca, amor, la duda
de mi entrega sin límite que exuda
sólo formas recíprocas de gloria.
Sólo formo la luz de nuestra historia
con la marca asombrada que desnuda
la indudable y gloriosa sed aguda
del amor entregado sin escoria.
Un racimo de luz, amor, espero
encontrar en tus manos y en tu cerco
para arder sin medida entre tu pecho.
Qué cercado calor de cuerpo entero
qué inmensa flor cuando a tu luz me acerco
qué indeleble esperanza en nuestro lecho.
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XXXIX Supe entonces del mar su nota aguda, que la flama subida de su escala no era más que el sonido de su ala cuando tú me montabas sin mi ayuda. Supe pronto escalar la voz desnuda que tu ánimo insomne desiguala con sonoras noticias de su gala cuando sube tu cuerpo y me reanuda. Supe el cuerpo y el nudo de tu sueño, la montaña flamígera que tiñe los alados momentos que te dicen «soy entera de ti, eres mi dueño»; que el registro corpóreo que no ciñe sea el reflejo de luz donde eternicen. |