Félix Francisco Casanova

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Poema desde ´París

Eres un buen momento para morirme

Los relojes me quieren mal...

2-7-74

 POEMA DESDE PARIS

Pequeños hombres dan

 vueltas a sus cabezas,

 las miran fijamente

 y se echan a llorar.

 Y esto es algo normal,

 ocurre cada noche

 en el Barrio Latino

 Y en las ramblas de tu ciudad.

 Observa los rostros

 apiñados en el vagón,

 el tiempo y el espacio

 lo borran todo

 excepto tu locura interior.

 ¿Qué hace ahora tu mejor amigo

 en aquella ciudad de un isla

 del Atlántico?

 No existe.

 El pensamiento

 es un dolor hereditario.

 Y es ridículo sufrir por nada.

 Eres capaz de matar

 y eso lo sabes

 cuando estás acostado

 con cuatro horas de insomnio

 y no sabes amar

 a la gente que dejas atrás,

 ni siquiera a la que está a tu lado.

 Algo

 te enrojece los ojos

 y las sombras de los muebles

 te obligan a temblar,

 y hace diez años

 tenías un amigo

 y a millar de kilómetros

 hiciste el amor.

 Pero ya sólo quedan

 tus pensamientos enredados

 y esa extraña presencia

 de placer y de horror

 que te rueda dentro del cuerpo.

 Ya eres el hombre pequeño

 que agoniza por nada,

 desesperado y triste

 de no poder hablar con los ojos,

 sabiendo con toda certeza

 que todo se diluye

 excepto la locura interior,

 dura y enorme

 como una gran roca en el mar.

 Con la memoria olvidada

 paseo lentamente

 en un puente sobre el Sena.

 Converso

 con un gato y un farol,

 y los hombres sin raíces

 siguen cantando

 por pesetas, francos y peniques.

 La gente es como

 dos trenes que pasan

 velozmente

 uno frente al otro:

 los rostros se vaporizan,

 las sonrisas sólo duran

 décimas de segundo.

 Y este extraño individuo

 que tengo dentro de mí

 es tan sólo

 un pasajero más.

 La música

 es lo único que me importa,

 ya sabes, me refiero a los

 pozos individuales

 en que cada día nos sumergimos

 para autocomplacernos,

 y de vez en cuando

 llevamos a un amigo

 a ver qué tal le sienta

 nuestro clima.

 Sólo se necesita

 una máquina que produzca ese sonido

 de doce compases

 que revienta el corazón

 y hace hervir la sangre.

 Sientas a tu amigo

 y le dices emocionado:

 "ya no nos hace falta hablar".

 ¡Oh, es fantástico

 ese momento

 en que tu cabeza es tan inservible

 como un teléfono roto!

 Entonces no hay

 hilos en el aire,

 y estás alegre y triste

 y tus ojos aprenden a ver

 y eres tú

 a solas

 con tu corazón silencioso.

 Tengo un sueño de plumaje negro

 que suda humo como un ferrocarril,

 lo visito cada noche

 y allí dejo mi dolor

 como en un burdel de gajos de naranja

 donde copulan los gatos del jazz

 en las afueras de la ciudad.

 Mi sueño

 es un yacimiento de placer

 con no sé cuántas

 toneladas de orgasmo bruto.

 Yo tampoco encuentro satisfacción

 ahogado en

 kilos de ropa sucia

 y botellas cortantes.

 Desenredando

 las conversaciones

 adheridas al aire

 y asustando

 de reconocer mi propio grito

 en cada crimen nocturno,

 en cada ambulancia

 con su terrorífico sonido

 a través de la ciudad.

 No quiero estar en un hospital,

 no quiero estar en un cementerio,

 no quiero estar en un hogar,

 no quiero estar en la calle.

 En la gran matriz del mundo

 no hay sitio para mí.

 

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ERES UN BUEN MOMENTO PARA MORIRME

Amaneciendo y anocheciendo
a un mismo tiempo,
cariño, ¿no es ésta la forma
en que te gustaría vivir?
En mi cabeza hay un álbum
de fotos amarillentas
y lo voy completando con mis ojos,
con los más leves ruidos,
atrapando olores en el aire
y en cada sueño que sueño.
¿Sabes una cosa, pequeña?
La última página de mi álbum
tiene tu boca lluviosa mordiéndome un labio,
un disco de rock´n´roll
y calcetines de colores.
Mis ojos han sido rápidos,
te he hecho el amor con la ropa puesta
a través de una
larga pajita dorada
mientras cruzabas la calle
con el cabello ardiendo.
Pero ahora son tus pies
quienes dan mis pasos,
¡así que no te equivoques
pues me caería!
Te bebo en cada vaso de agua
que sacia mi sed,
mis palabras son claras como niños pequeños
o espesas como semen empapando cortinas,
pero hoy tengo que inventar
un nuevo idioma
para conversar con tus tiernos maullidos eléctricos
y los gritos de euforia
de la gente que vive en tu cabeza.
Debes saber que a veces
soy como un entierro interminable,
siempre triste y azul
subiendo y bajando
por la misma calle.
Pero otras veces soy un río de risa
corriéndome por toda la ribera,
haciendo el amor a la mar,
una felicidad contagiosa,
un revólver de amor, nena,
y voy a disparar justo a tu corazón
¡bang bang!
¿te di?
Quiero arrollarte, enrollarte y arrullarte,
montaña de aguardiente
y tarde rojiza.
Eres un buen momento para morirme.

 

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Los relojes me quieren mal
como al hacer el amor por dinero
me venden un tiempo gastado,
una botella que sólo guarda
el perfume de su licor.
Y así, un vaso de fiebre,
un largo termómetro
como el brazo pálido de un muerto,
me hunden en los sueños sin retorno,
me arrancan el rostro como a un
derrotado boxeador.

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2-7-74.

Las cosas que dan placer
seguro vienen por el río
y en la cascada se lanzan
como ramos de flores
en una procesión,
y yo qué sé, afanarse
en recogerlas como un avaro
tiende su capa ante
las monedas de oro,
es, imagino, un error.
Mejor tomarlas como la lluvia
que moja sin querer,
al igual que el viento se lleva
las hojas de otoño,
alegremente.

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