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Cuando
te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir y te levantes medio desnuda y camines a tientas por tus habitaciones borracha de estupor y de rabia en algún lugar de la Tierra yo andaré insomne por algún pasillo careciendo de ti toda la noche oyéndote ulular muy lejos y escribiendo estos versos degenerados
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S i tú me abandonaras te quedarías sin causacomo una fruta verde que se arrancó al manzano, de noche soñarías que te mira mi mano y de día, sin mi mano, serías sólo una pausa; si yo te abandonara me quedaría sin sueño como un mar que de pronto se quedó sin orillas, me extendería buscándolas, con olas amarillas, enormes, y no obstante yo sería muy pequeño; porque tu obra soy yo, envejecer conmigo, ser para mis rincones el único testigo, ayudarme a vivir y a morir, compañera; porque mi obra eres tú, arcilla pensativa: mirarte día y noche, mirarte mientras viva; en ti está mi mirada más vieja y verdadera.
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C uando me tienda en la vejezcomo en un mal cerrado sepulcro maldeciré tu nombre Sólo porque esta noche enajenado y absorto en tu cuerpo he deseado que fueras eterna y no sabía si pegarte o llorar.
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Para envejecer juntos nos cogemos las manos, yo miro tu sonrisa, tú miras mi tristeza; irán saliendo arrugas en mi alma y tu cabeza y canas sobre nuestros espíritus humanos; idéntica vigilia caerá en nuestras historias: ver al tiempo ir cerrando una a una las ventanas, me sonreirás lo mismo que todas las mañanas y será como un ramo de flores mortuorias; tú eres ese recuerdo que he de tener un día, yo soy esa nostalgia que poblará tu frente cuando ya sea un anciano, amada, anciana mía; pienso en ese futuro tranquilo y arrugado como en dos viejos libros qua ya no lee la gente, con tanto como habrán, en silencio, aguardado.
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Viértase nuestra edad por grandes caños suavísimos de amor y desconsuelo y entre sonidos de piadoso chelo las canas gimen y se van los años. Mirando los quebrantos y los daños que el tiempo hace en mi pelo y en tu pelo me enamoro de nuevo y me conduelo de unos celos fantásticos y extraños. Celoso de mí mismo yo quisiera parecerme a aquel chico, a aquella fiera de quien te enamoraste aquel invierno. Tan pendiente de ti, tan tuyo estaba que ahora es el de verdad el que se acaba y aquel inexistente ya es eterno. |
Amada, sólo un tema me queda hoy en el vida: tú eres mi tema, tú eres mi asunto solitario; en mi espalda te llevo igual que un dromedario en el desierto lleva su gran agua escondida; igual que el dromedario cruza los arenales una vez y otra vez sin salir del desierto, con su estéril nostalgia de valle, hasta que es muerto sobre los arenales, sobre los arenales; igual que el dromedario yo soporto las cargas con mi paso cansino de soledad, las llevo sobre mí por arenas persistentes y largas; y, como el dromedario, avaricioso, traje mi cántaro de agua, y te bebo y te bebo sin otro dios que tú mientras dura el viaje.
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El bien irreparable que me hizo tu belleza y la felicidad que se llevó tu piel son como dos avispas que tengo en la cabeza poniendo azufre donde conservaba tu miel. ¡Cambió tanto la cena! Botijas de tristeza en vez de vasos de alba tiene hoy este mantel. Y aquel fervor, espero esta noche a que cueza para servirme un plato de lo que quede: hiel. Rara la mesa está. La miro con asombro. Como y bebo extrañeza y horror y absurdo y pena. Se acabó todo aquel milagro alimenticio. Tras un postre espantoso me levanto y te nombro que es el último trago de dolor de esta cena. Y voy solo a la cama como quien va al suplicio.
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