Fermín Caballero

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Consideraciones generales sobre la Geografía

El Dómine

El Clérigo de misa y olla

Consideraciones generales sobre la Geografia

(Lecciones de Geografía dadas en la Sociedad de Instrucción Pública de Madrid. Lección primera.  5 de diciembre de 1840)

 S

eñores:

Entre las enseñanzas que esta Sociedad ha planteado para generalizar la instrucción pública se ha ingerido la Geografía y me ha tocado la honra de explicarla, no sin hacer por mi parte sacrificios costosos, que no es pequeño el que ofrece el hombre cuando generosamente pone a prueba su poquedad.

      Al expresar que la geografía se ha ingerido en estas catedras, no crean VV. que he sido inexacto o inadvertido, porque una ciencia que nuestro célebre compatriota Pomponio Mela calificó sabiamente de obra embarazosa e incapaz de facundia, se ve precisada a alternar con las ciencias morales y políticas, brillantes de suyo y mas ricas en galas de dicción por los oradores acreditados que aquí las profesan. Al lado de ciencias propiamente orales se expone a hacer mal papel la ciencia de los hechos; no pudiendo contar sino con el oído se ve muy desayudada una ciencia que entra principalmente por los ojos; obligada a reducirse a pocas lecciones, no es facil que se desarrolle una ciencia que necesita un curso extenso; y por último, el tener la geografía que presentarse en traje de gala ante una concurrencia númerosa, provecta e ilustrada, la pone en grave peligro de no quedar airosa. Yo procuraré, sin embargo, sacar el partido posible de mi situación, y pondré en tortura mis escasas fuerzas para llenar las miras filantrópicas de la Sociedad, y ser útil por este medio a mis conciudadanos.

      En esta lección me propongo indicar a VV. las excelencias del estudio de la geografía, algunos rasgos brillantes de su historia, el enlace que tiene con las otras ciencias y su campo propio y deslindado.

      La geografía puede decirse que es la ciencia doméstica, porque nos enseña la casa que habitamos, los convecinos que tenemos, los lazos que nos unen y las antipatías o rencillas que nos dividen. Por eso un sabio aleman, excitando a la juventud al estudio de la geografía, en una composición latina, ha dicho este pensamiento:

No es digno de habitar la tierra leve

quien el orbe terraqueo desconoce,

pues cada cual su casa saber debe.

y en efecto, así como tendríamos por insensible y aun por estúpido al que se contentase: con entrar y vivir en el zaguán de la habitación sin esplorar ni aun por curiosidad el resto de la vivienda, fuera extraño y reprensible que permaneciéramos indiferentes sin cuidarnos de conocer la tierra que nos mantiene. La Tierra, morada del hombre, es  lo primero que llama nuestra atención, que excita nuestros cuidados y que reclama nuestros afanes.

      Para el geógrafo, la gran masa que decimos Globo es una casa de vecindad. Las sociedades númerosas, pasadas y presentes, no son a sus ojos sino ramas de la crecida parentela.Los estados, que los políticos designan con los epítetos amenazadores y terroríficos de grandes potencias, reinos colosales e imperios formidables, son para el geógrafo habitaciones que mide por leguas cuadradas, como podemos contar las baldosas de nuestro gabinete.

      La geografía eleva a consideraciones grandes y magníficas. El que abarca en sus calculos toda la redondez de la Tierra, todos los pueblos y naciones que la habitan, naturalmente engrandece sus pensamientos y desecha ideas mezquinas. Pero al propio tiempo que remonta el espíritu abate el orgullo inconsiderado: el Globo es un punto en la inmensidad del espacio; el hombre y los seres todos son átomos de la gran fabrica del universo; el geógrafo considera lo mucho que hay fuera de sí y cuán pequeño es él.

El geógrafo se hace necesariamente cosmopolita. Quien se pone en continuo roce con todas las gentes y filosofa sobre todos los países desecha sin advertirlo el espíritu de localidad y provincialismo. Por eso el inglés, viajador, es comunicable y despreocupado, mientras el chino, insociable y exclusivo, desvaría considerando a su patria centro del mundo, al que sirven de corona y de adorno todas las demás naciones, que él menosprecia. Ama el geógrafo a todos los hombres, porque a todos los trata con interés; así al tártaro originario como al peruano degenerado; así a los que moran entre los hielos del norte como a los que viven en los arenales de la Arabia. Considera iguales, amigos y hermanos a todos los pueblos, porque descubre sus semejanzas y simpatías, y porque llega a conocer que las más de las diferencias son accidentales o proceden de circunstancias que no penden de su voluntad. La geografía nos enseña por la observación y el estudio lo que la religión por el origen divino.

      Los estudios geograficos son favorables a la libertad, porque hacen al hombre demócrata y tolerante. No puede menos de inspirar sentimientos de aprecio hacia el estado general, hacia la multitud, el familiarizarse con naciones rudas y civiles, abyectas y felices, y el llegar a conocer las bellezas y los borrones que todas tienen, pues no hay pueblo tan adelantado que deje de presentar lunares, ni tan bárbaro que carezca de rasgos estimables.

      Por otra parte, la geografía nos pone en comunicación con todas las clases de la sociedad, con los endiosados bonzos y brahmas, con los bajaes soberbios, con los ostentosos lores y con el hidalgo portugués; y esto nos previene contra la vanidad y predominio de las clases aristocraticas y en favor de los oprimidos y menesterosos.

      El geógrafo tiene que hacerse tolerante en todas las materias. En religión, porque ninguna creencia puede vanagloriarse de contar mayoría. En política, porque bajo iguales formas de gobierno y con sistemas semejantes han sido los pueblos felices y desdichados. En moral, porque si bien hay ciertos principios fijos y comunes respecto de la bondad o malicia de las acciones, su aplicación varía considerablemente según los tiempos y países.

      El homicidio es un delito, y en mi concepto tan imperdonable que ni el poder supremo social es bastante para canonizarlo como pena. Sin embargo, el derecho común de las naciones lo adopta como medida de escarmiento y de vindicta. Otros pueblos han ido mas allá creyendo que es un obsequio a la decrepitud achacosa y doliente el despenarla, y que la viuda, antes de resignarse a vivir sin la sombra de su marido, debe condenarse a la hoguera. La vida privada se considera en buena moral fuera de la jurisdicción del examen público, y en España tenemos ejemplos de que la alteración de esta máxima no perturba la quietud de las familias ni escandaliza. Yo he presenciado la singular costumbre de pueblos nuestros, que en días de Pascua celebran como fiesta en la plaza pública y en alto tablado la representación de todas las escenas notables y chistosas que en el discurso del año han acaecido entre los vecinos. Un anciano venerable recita en verso o en prosa, pero siempre con gracia, la colección de anécdotas sin que los que son objeto de la sátira se resienten, y sin que produzca otro resultado que la risa y diversión de todos.

      Véase cuan diferente aplicación tienen los principios generales de moralidad según el genio y costumbres de los pueblos, y cuanto debe aumentar la tolerancia el ver tantas debilidades y caprichos.

      El geógrafo aprende dos cosas importantes y transcendentales en la serie de sus estudios: a saber dudar, que es un principio fecundo de sabiduría, y a extraer la quinta esencia de los conocimientos humanos. Dudas racionales produce el ver apetecido en unas partes como bien lo que en otras se odia como mal, y el que en un punto se celebre por nuevo lo que en otros ha envejecido y caducado. Medio es de analizar el saber reunir en un cuadro comparativo todas las creencias y sistemas, y recorrer con espíritu filosófico el círculo perpetuo de las vicisitudes humanas.

      La geografía satisface una pasión general, un deseo casi innato en el hombre, una verdadera necesidad física: la de viajar para conocer el suelo que nos sustenta y examinar los seres que entre nosotros crecen, viven, sienten y racionan. Este deseo lo satisface del modo más adecuado y posible. La vida del hombre es tan corta que no alcanzaría a que recorriese por sí mismo el terreno de un reino paso a paso, y aun esto le costaría desembolsos y afanes. El geógrafo, sin los gastos, incomodidades y peligros de los viajes, recorre todos los países, porque acumula y utiliza los trabajos y conocimientos de generaciones enteras.

       Hay una preocupación en considerar la geografía como ciencia de niños. Tiene como otras facultades su parte vulgar y elemental, los datos pelados, la narración seca, los rudimentos descarnados, el relato mezquino; esto puede convenir a la infancia. Pero hay también en la geografía una parte filosófica y sublime, la crítica de los sistemas comparados, el estudio de los métodos, las dilucidaciones históricas y otras cuestiones arduas que piden el seso de la edad provecta. Saber la descripción de un reino no es poseer los fundamentos de la ciencia, sino atenerse a un resultado, a una aplicación. Una cosa es repetir relaciones ajenas, otra discurrir sobre ellas y compararlas, y otra perfeccionar  lo que se estudia y ensanchar el círculo de los conocimientos y difundirlos.

      Los primeros rudimentos geograficos debieron nacer con el hombre. En la hipótesis de Pentateuco, Adán debió explorar y retener las localidades del Paraíso, las sendas que guiaban a determinados puntos, los sitios en que conoció a Eva y en que se hallaba el árbol vedado. Los pueblos cazadores persiguiendo las fieras, los pastores guiando sus ganados y los agricultores extendiendo sus labranzas fueron reconociendo los territorios vecinos y aprendieron su topografía. Pero faltaba la escritura para transmitir a otros lo descubierto, y faltaba el dibujo para legar trabajos graficos a las generaciones sucesivas.

      Más adelante, con estos y otros auxilios se dieron pasos avanzados. Eratóstenes redujo a medidas el mundo conocido, si bien erró la cuenta en muchos estadios, fiado en las noticias de los viajeros. Ptolomeo nos puso ya en tablas la longitud y latitud de los lugares, aunque con la imperfección de los primeros ensayos. Strabón escribió ya de geografía con erudición histórica y con alguna crítica. Y Varenio, médico holandés del siglo decimoséptimo, ha elevado la geografía a la clase de las ciencias sublimes, presentándola bajo un plan didactico apenas mejorable.

      A estas épocas célebres de la geografía pueden agregarse los descubrimientos de Díaz y Gama y los de Colón, Magallanes y Elcano, que desde nuestras costas fueron a duplicar el mundo. También ha debido mucho la ciencia a las conquistas de Alejandro, de Cortés y de Pizarro, a la Academia de las Ciencias de Francia, a la Sociedad Africana de Londres, a la Oficina de Longitudes de París y a otras sociedades y establecimientos modernos, especialmente consagrados a los progresos geograficos.

      Los españoles, a quienes nadie puede disputar la gloria de principales descubridores en ambas Indias, no hemos sido tan celosos como en ensanchar el teatro de la geografía en enseñarla y estudiarla. En el siglo decimosexto apenas había otro liceo que el de los cosmógrafos de Sevilla, para la Marina. En nuestras universidades no tuvo cabida la descripción de la Tierra y en la cátedra de la Central, establecida en 1822, apenas conté docena y media de discípulos. Hoy veo con placer los muchos oyentes que me rodean, no obstante que se han generalizado estas clases en repetidos establecimientos de instrucción.

      Hablar aún de la importancia de la geografía fuera malgastar el tiempo. Los hechos prueban mejor que nada que se ha reconocido al fin en todas partes la necesidad de este estudio. Todas las naciones ansían conocerse bien y conocer a las demás, y para ello emplean gastos enormes y ocupan a los sabios más distinguidos. Ya sabe el militar que si Darío hubiera tenido mejores noticias de las llanuras de Mesopotamia no habría sido vencido por Alejandro. La guerra desastrosa que felizmente acabamos de terminar ha ofrecido mil pruebas de lo que importa conocer la topografía del terreno.

      Ocúrreme con este motivo indicar a VV. una observación que varias veces he meditado. El arte de pelear en guerrillas, que puede decirse peculiar de los españoles, tiene su fundamento principal en el estado de nuestros conocimientos topograficos. La irregularidad de nuestro suelo montañoso no debe ser bastante causa, porque otros países de Europa son tanto y más quebrados. El atribuir este sistema de guerrear a restos de las costumbres árabes y de la vida vandálica por que corrieron nuestros antepasados no me parece razón concluyente; la Italia y otras regiones meridionales sufrieron la dominación musulmana, y en 'muchas han sido frecuentes las guerras intestinas y el vandalismo. Yo no descubro otras causas más señaladas de nuestra superioridad en el sistema de guerrillas y guerra de montaña que la falta de buenas cartas del país y de exactos trabajos topograficos. Esto hace que el mejor general sea inferior a los conocedores del país. De aquí deduzco que la singularidad de nuestras guerrillas consiste en la diferencia que hay entre el hombre científico y el hombre práctico, entre los mapas y el terreno.

      El comerciante, el estadista y el hombre de sociedad están ya convencidos de que sin la geografía andan a ciegas en sus empresas y se exponen a hacer un papel ridículo. Hasta en la poesía se hace necesaria nuestra ciencia. Si el gran Virgilio la hubiera conocido bien no hubiera confundido en su Geórgicas a Farsalia con Filipos, ni a Emacia con los campos Emios. Repito que es hoy excusado recomendar un estudio que generalmente se reconoce como la base de la buena administración y como signo de cultura.

      Sabido es el enlace de las ciencias, la trabazón de todos los conocimientos humanos: la geografía tiene sus afinidades y necesita el auxilio de otras profesiones. Es causa de las relaciones científicas que un mismo objeto, un fenómeno mismo, es examinado bajo diferentes aspectos y con aplicación diversa. La superficie de la Tierra, por ejemplo, es asunto de que se ocupan la mineralogía, la geografía y la agricultura: la primera escudriñando los cuerpos inorgánicos que la constituyen y su disposición, la segunda mirando sólo a su forma exterior, a los pueblos que la ocupan y a los medios de representarla, y la tercera, ateniéndose a la composición de las tierras vegetales, a la exposición del suelo y al espesor de las capas capaz de alimentar plantas de más o menos porte. La acción de la Luna sobre el mar ocupa al astrónomo, al físico y al navegante, pero cada cual la considera según que a su propósito conduce. A la astronomía le sirve este fenómeno para confirmar el curso y posiciones del satélite respecto del planeta, a la física para explicar por este efecto las causas de la atracción, y a la náutica para conocer con exactitud las mareas altas y bajas y las corrientes que ocasionan estos vaivenes de las aguas.

       Tanto puede dañar el aislamiento de las ciencias, negándose a comunicar unas con otras, como la confusión de mezclarse demasiado. Aunque el límite de la geografía no esté perfectamente deslindado pueden fijarse reglas que la circunscriban: debe tomarse de las demás ciencias todo lo que conduzca a su perfección y fijeza; debe huir de todo aquello que no le sea preciso; en la economía del que no quiere deber mucho. Tengo por inexactas las denominaciones de geografía astronómica, geografía matematica, geografía física, porque realmente son principios de astronomía, de matematicas y de física que el geógrafo reclama de las ciencias auxiliares de la que profesa. Y como por los nombres se representan las ideas, importa mucho esta propiedad técnica para que comprendamos que el internarse demasiado en los conocimientos auxiliares es usurpar el campo ajeno.

      Dando a la geografía una latitud indebida sobre todos los objetos que se hallan recorriendo la Tierra vendría a ser una ciencia universal, no alcanzaría la vida del hombre para estudiarla y los que superficialmente la aprendiesen en este sentido serían eruditos a la violeta y acaso pedantes.

      La geografía ha llamado en su auxilio a las ciencias físico-matematicas y a las morales y políticas; de las primeras toma por necesidad para ser exacta, de las otras por conveniencia, para ser amena. De la astronomía no debe apropiarse otros principios que los necesarios para determinar las longitudes y latitudes, la variedad de las estaciones, la sucesión y medida del tiempo, la forma y dimensiones de nuestro Globo.

      De los principios matematicos bastara adoptar los relativos al levantamiento de planos, a la construcción y proyecciones de las cartas, a los instrumentos y maquinas usuales, y a los calculos diferentes que en la geografía se ofrecen.

      Principios físicos no debe tomar sino los meteorológicos que se contraen a la atmósfera, los que explican la naturaleza, movimiento, salobrez y evaporación de las aguas, y los que manifiestan las causas de los volcanes, terremotos y trastornos del Globo.

      En cuanto a la historia natural, basta que escoja las clasificaciones mineralógicas, botánicas y zoológicas y que vea su distribución por la superficie terrestre sin entrometerse en pormenores propios de los naturalistas.

      De la estadística ha de aprovechar los resultados y resúmenes, no descendiendo a las cuestiones aritmético-políticas. La fuerza, la riqueza, la industria y el comercio de los estados, y sobre todo su población, forman el dote que la estadística ofrece a la geografía para ayudarla en su nuevo estado.

      Todavía ha de ser más parco el geógrafo en servirse de las ciencias político morales. Al describir los reinos y naciones conviene que diga la religión dominante o las creencias que se profesan y toleran, pero sin hacer un tratado teológico de ellas; expresara la clase de gobierno sin engolfarse en cuestiones políticas; los rasgos brillantes históricos sin usurpar las atribuciones a la historia, de la que la geografía es ojo y no cabeza; se ocupará de comparar la geografía antigua y moderna y de utilizar su nomenclatura sin caer en el laberinto de los etimologistas; en suma, la geografía debe ayudarse de sus auxiliares para robustecer

sus fundamentos, aumentar sus verdades y facilitar su inteligencia, huyendo de hacerse omniscia y de arredrar a los estudiosos. Todo lo que es útil la ameniza y enriquece, todo lo superfluo la complica y la hace imposible a la limitada capacidad humana.

Cumplido el plan que en esta lección me había propuesto, me resta sólo hacer a VV. una observación, no para retraerlos del estudio geografico, sino para enunciar una verdad. En otras naciones cultas hay ingenieros geógrafos, geógrafos de los ministerios, etc.; entre nosotros no hay una plaza, un puesto siquiera que pueda lisonjear ni ofrecer estímulo a los que se dedican a esta ciencia. Sólo el deseo de saber y la afición particular la han sostenido. Sin embargo su importancia es tan grande que ella se irá haciendo el lugar que merece, y no tardara en conseguirlo. Con libertad y publicidad la geografía, como todo pensamiento exacto y benéfico, triunfara de las resistencias que la opongan el egoísmo, la preocupación y la pereza. Lo que importa es que estudiemos con empeño y con criterio, que se difunda el saber, que el hombre conozca su dignidad, que demos culto, en fin, a la ciencia y a la virtud. Entonces los geógrafos nacionales y extranjeros, al hablar de España, necesariamente la calificaran de nación grande, civilizada, nación feliz e independiente, nación libre.

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El Dómine

¡C

 

on qué humor tan negro cojo la pluma! Está visto: antes de emprender el retrato necesito desahogar la bilis, y la comezón pendenciera que no abrasa. Estoy como pueblo que quiere pronunciarse, dispuesto a armar camorra con el prójimo, y cual aquel poeta que cantaba:

Tengo las calabazas puestas al humo,

y al primero que llegue se las emplumo.

Tocarales la china a los que encuentro más a mano, a mis colaboradores y al editor. Sí, señores míos: voy a disputar con vds., a reñir en forma, acerca de lo que llevamos hecho y está anunciado de la obra; que a mí no me cuadra pintar las faltas y deformidades ajenas, y dejar las nuestras en el tintero por exceso de amor propio y sobra de injusticia, que son los picaros vicios del linaje humano, y de todos los linajes.

Dos obligaciones se ha querido imponer, e imponernos el ciudadano editor, que ni cumple, ni cumplimos, ni os posible que cumplamos él, ni nosotros; y vive Dios que se lo he de contar a los suscritores y leyentes, pese a quien pese. Lo que yo vea contra razón y conciencia lo he de decir sin morderme la lengua, clarito como el  ba ba , y sin ahorrármelas con Papa, Rey ni Roque (Entre paréntesis: este Roque que siempre está paralelo al Rey, y contrabalanceándole, debió ser algún regente durante la menor edad del monarca). Protesto, pues, contra las dos obligaciones antedichas, porque las ha tomado el jefe sin acuerdo de su consejo de escritores responsables; porque son opuestas a la ley fundamental de la sana lógica; y porque es una de tantas decepciones proclamar tales principios y obrar a la inversa. Ítem más, pido la responsabilidad de los funcionarios que han obedecido un mandato no firmado, cual exige el artículo 61 del pacto social. Salvas estas premisas de protestación y demanda, continúa la disputa.

Hase ofrecido que la obra se dividiría en dos partes, comprendiendo el primer tomo retratos de la capital de la monarquía, y el segundo los de las provincias. Mas ¿dónde está ni hallarse puede semejante línea divisoria? El Torero es más peculiar de Sevilla y de Jerez, que de Madrid. Los Indianos están desparramados por todas las provincias peninsulares, amén de los muchos que hay en Burdeos, Bayona y otras partes extrañas. La única afinidad que tiene el Charran con la corte es el haber en esta como en Málaga un barrio llamado Perchel,  y el  haberse pronunciado Málaga diferentes veces, y Madrid en septiembre. Solo en una cabeza redonda cabe que el Ama del Cura sea personaje madrileño, cuando los cardenales de Santiago, los canónigos de Toledo, los pavordes de Valencia, y quince mil párrocos de todas las diócesis, nos ofrecen ejemplares a pedir de boca. Pues a nadie que no comulgue con ruedas de molino, se le hará tragar que en las provincias no hay Coquetas, Criadas, Santurronas, Sacristanes, y Alcaldes de Monterilla: como que los mismos retratistas han formado sus cuadros tomando rasgos de esta y de la otra comarca.

A clasificar lo que va publicado en las dos partes consabidas no era floja la ensalada de párrafos y de periodos, que había que hacer. Parecerían los artículos expurgados por el santo oficio; y a fe que pocos quedarían sin expurgo si la inquisición volviera , que ya verán vds. como no vuelve. ¿Y qué prueba esto, sino que la tal división es un disparate? Si a mis dignos colegas les pareciese dura la calificación, traducirela en blando, diciendo, que es prurito de clasificar lo que no tiene demarcación propia; manía de dividirlo que no es conveniente separar para ningún fin bueno. Para cumplir con la oferta do la partición fuera indispensable pintar coquetas cortesanas, aparte de las coquetas provinciales: retratar por separado al sacristán de Móstoles, y al del Buen Retiro; dedicar un artículo al empleado que pasea por la Rambla de Barcelona, y otro al que se distrae por la Fuente Castellana de Madrid: discernir en el primer tomo la criada del diputado que asiste a las sesiones, y en el segundo volumen la misma criada cuando vive con su amo en provincia durante el entre cortes; y pardiez que no faltan entres y salgas, aperturas y clausuras, suspensiones, prórrogas y disoluciones.

Pero bien conocida es la causa de la aberración que impugno, y no se me ha de podrir en el buche. Calculáronse cien retratos, como pudieron echarse cincuenta o trescientos: se presupuso (en los presupuestos siempre se va a ojo de buen cubero) que harían dos tomos; y no creyéndolos bastante separados con que cada cual tuviese su cosido, su encuadernación, su cubierta o su pasta, ocurrió el capricho de distinguir el mismo contenido, como aquel que explicaba las tres personas de la unidad divina por la corteza, la carne y las pipas del melón. Mas así como no faltó quien dijera al dogmatizante que entre los tres agregados nunca sacaría otra cosa que un melón completo, tampoco ha de faltar quien objete al editor, que por más que divida tomos, la obra será única, sin otra verdadera diferencia que los números primero y segundo puestos al canto en el tejuelo de la cámara baja.

Ea, pues, compañeros de pluma y de carteles, imitemos de hoy en adelante a los periódicos y a los partidos constitucionales. Ellos dicen ya no hay más que españoles y Ayacuchos: digamos nosotros, ya no hay más que españoles pintados, sin diferencia de volumen. Y enmiéndense las cubiertas de las entregas, y sigamos dando brochazos, y cuestión acabada.

Otra oferta se ha hecho solemne y sustancial: que los tipos serían exclusivamente españoles. O esto quiere decir que los españoles son españoles, que es una necedad, o quiere decir otra cosa, y entonces lo mismo se cumple esta que aquella: ofertas de Mendizabal. ¡Presentar al Barbero indígena de España, donde no embargante la abolición capuchina, hay más barbones que entre los moscovitas! Ni más ni menos que fingirnos dueños de las patrañas de huéspedes, siendo así que el oficio, las personas y aun el nombre han venido de Ultrapirineos. Se dirá, porque todo se dice, que entre el Pretendiente de un empleo en París, y el que lo solicita en Madrid hay tales y cuales diferencias, nacidas de las costumbres, carácter y estado social ; pero esto no constituye un tipo exclusivo de nación alguna. No hay dos hombres, ni dos cosas cualesquiera absolutamente iguales, y todos los individuos no son tipos. Convendré, porque ya se me ha pasado el esplín, en que el Torero  y el Charran pueden considerarse españoles por naturaleza y vecindad; mas otros retratos que veo y leo, son , con perdón de Vds., cosmopolitas perfectos.

Basta ya de digresiones previas y de reñidores episodios, que voy a tardar en emprender el dibujo más que un congreso en constituirse y contestar al discurso de la corona. A bien que no es chico el pedazo de artículo que he ensartado para introducirme, y de chanza o de broma, nunca viene mal un retazo a los que trabajamos con medida.

Ahora voy a presentar un retrato que es español a machamartillo, castellano neto, compatriota por los cuatro costados, paisano a prueba de bombas de Monjuich, y más castizo que los potros de Úbeda, y las merinas segovianas.

El Dómine nació, ha vivido y está para morir en España, y nada tiene que ver con los aliados. Es la independencia nacional con cuerpo y alma, tan ajena de las casacas encarnadas como de gallos y tricolores. Es, en fin, el españolismo por esencia, presencia y potencia, que jamás ha pisado otra tierra que la tierra de garbanzos. Una prueba es que lodos los apellidos de su familia son castellanos rancios, sin mezcla de secta , como Lucas Berrio,  Cabra y Chuchumeco, tan exclusivamente nuestros como el maestro Quiñones, el licenciado Vidriera, el capitán Araña , y el rey Perico. Pregunten vds. a los literatos extranjeros por todos estos personajes de nuestra patria , y con tanta historia y geografía como revuelven, se quedaran al oírlos con las mandíbulas en ángulo de cuarenta y cinco grados: es decir, que ignoran lo que nuestros patanes manosean en sus diarios coloquios.

Y no como quiera es el Dómine tipo meramente español: tiene además la circunstancia agravante de ser el original que más ejemplares ha producido: el que ha dado los fundamentos de su gloria a la república literaria; el que ha llenado el mundo de borlas, birretes, cogullas y capirotes: y si no respóndaseme a estas preguntas. ¿Qué teólogo, qué jurisconsulto, qué canonista, qué médico ha existido en nuestro país, a quien no haya dado el Dómine las primeras lecciones de hablar y escribir correctamente? ¿Qué tribunal, que universidad, qué pulpito, qué coro, qué botica puede envanecerse de no haber pagado tributo al indispensable Dómine? Sin este agente universal de las carreras literarias, se hallaría vacía la mitad de los estantes de las bibliotecas; faltarían los principales glosarios de nuestros viejos códigos; habrían quedado desiertos los noviciados de los monasterios; y carecerían nuestras conversaciones de los salpicados bilingües que las florean o las barbarizan. Dirélo de una vez y más en grande: el Dómine es el Adán de cuantos saben donde tienen su mano derecha, el Ataúlfo de los príncipes de las letras, el Mentor de todos los que declinan y conjugan, y el primer móvil de la omni sapiencia. Pero hay otra observación, que sobre todas descuella, y hace ver, no solo que el Dómine es tipo peculiar de nuestra nación, sino que los españoles todos han estado sometidos a su influjo. España entera ha sido gramática por naturaleza y gracia, y la universalidad de sus habitantes fue clasificada en dos grandes secciones: los que no sabían gramática latina, tenían gramática parda; ejemplo que no presentara nación alguna, por aventajada que se crea en letras humanas. Un pueblo de gramáticos ni se conoció en los tiempos fabulosos, ni lo recuerdan los anales de la India , de Grecia ni de Roma.

Acaso no falte quien objete, (la oposición es tan dulce y común como la venganza) que siendo tan español el Dómine, ¿por qué fue a pedir nombre prestado a las orillas del Tiber? Mucho se pudiera alegar contra este escrúpulo, pero baste saber que la lengua castellana tiene en sí misma las voces de preceptor y maestro de gramática para designar este individuo, y que la de Dómine se ha familiarizado por la propensión de los españoles a hablar latín desde que a ello se ponen. Así es que aprenden el idioma en el idioma mismo, por un arte escrito en la lengua que van a estudiar, y al segundo día de concurrir al aula un chico de diez años sabe ya llamar al maestro Dómine, y preguntar ¿Licet mihi per te? Hay más: un barbero sangrador antes de saludar el arte escribe corriente Recipe; un notario romancista encabeza sus escrituras In Dei nomine amen; una monja , sin mas estudio que coger un diurno sabe cantar Dixit  Dominum  Domino orino, corrigiendo lo profano del texto; un ministro de Hacienda, que ni el forro de los libros conoce, obra en hebreo y maya en latín el mutandas mutandas; y hasta las beatas y los chiquillos saben el Gloria patri. ¿Se quiere mayor demostración de que el Dómine y su arte son connaturales en España?

Todavía hay más que alegar en abono de mi propósito. Donde los conocimientos son exóticos hay dificultad en apropiarlos y mantenerlos, y los hombres más eminentes apenas logran su aclimatación. En Castilla sobran para perpetuar el latín las personas más baladíes y lisiadas, las que no pueden servir para otros estudios. Tirso nos ha descrito el Dómine de Marta la piadosa en estos sencillos términos.

Un licenciado

en gramatica , ordenado

de grados y de corona.

Y es que por lo común se dedican a maestros de latinidad los que, yendo para clérigos a letrados, cortan o les atajan la carrera; ya ahorcando los habito y casándose; ya de resultas de quedar señalados por la mano de Dios en pena de una diablura que los deja cojos, mancos o irregulares; ya porque perdieron el tío que les daba estudios; ya porque les tocó soldados.

Dedúcese de aquí que el oficio de preceptor no se enseña ni se aprende: todos llegan a él sin pensarlo, sin saber cómo ni cuando. El que empezó a estudiar creyendo ser canónigo, o corregidor, o pulsista , se encuentra Dómine en la flor de su edad por arte de birlibirloque , o sea por el signo de los españoles a ser gramáticos y latinos. Puede decirse que el Dómine no existe en la

naturaleza, ni en el orden regular; si no que aparece por una combinación extraña, como el ganado mular; o como los estambres de la rosa cultivada se convierten en pétalos; o como el pedazo de barro que iba para olla y se trueca en jarro en manos del alfarero; o cual trozo de madera, del que el escultor dice.

Si sale con barbas será San Antón,

y si no la pura y limpia Concepción.

Véase la causa porque yo no puedo entrar a describir el origen, patria y educación del Dómine. Hay que tomarle ya formado y cual aparece, supuesto que hoy lo es, el que ayer no lo era, el que anteayer se creía cosa bien diferente.

Apenas se hallará pueblo mediano en nuestras provincias que no haya tenido cátedra de latinidad. En pocos faltó un eclesiástico de campanillas, un ricote venido de Ultramar , una solterona acomodada , o un concejo concienzudo, que fundase esta obra pía. Porque es de saber que los Dómines no dependían del plan general de enseñanza, si no que en esta materia había acción popular, que ejercitaba cualquiera, cuándo, dónde y cómo le acomodaba. Ya se ve, era una fragua indispensable para forjar tantos capigorrones y frailes como salían de los pueblos, y era además requisito para ser abogado, médico, boticario y cirujano latino , y hasta para ser monja de coro, sacristán, capiscol y salmista. Y obsérvese que de los pueblos donde había mas facilidad de concurrir al estudio latino parlante, se poblaban los conventos; y si no díganlo Toro, Budia y muchos lugares de la Mancha.

Si se me pregunta por la figura corporal de mi héroe daré el texto de Quevedo, retratando al Dómine de Segovia: «él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo, los ojos avecindados en el cogote, la nariz entre Roma y Francia, la habla ética, la barba grande, comedor de una comida eterna sin principio ni fin.» O me remitiré al Dómine de Villamandós del P. Isla , que « era un hombre alto, derecho, seco, cejijunto y populoso, de ojos hundidos, nariz adunca y prolongada, barba negra, voz señera, grave, pausada y ponderativa, furioso tabaquista.» Lo de ser enjutos, zanquilargos, anquisecos, acartonados y cariacontecidos, con las demás señales de flaqueza y espiritualidad, procede sin duda de que apacientan más el alma que el cuerpo; pues como viven entre muchachos hambrones y ansiosos a la par que enredadores e inquietos, su existencia se reduce a comer galopeado, a dormir en taquigrafía, y a cavilar en progreso rápido, lo cual los constituye en la demarcación de las clases pasivas. Los que participan de este temperamento son, según los fisiólogos, nervudos y rijosos, pero como el estado unas veces, los trabajos mentales otras, y la escasa fortuna siempre, suelen apartar al Dómine de la coyunda matrimonial, queda por lo común del género neutro, y cuando más expuesto a tentaciones y lances de honor. Suelen decir las señoras de talento, que los hombres estudiosos son malos para maridos y buenos para amantes; porque quieren de tarde en tarde, pero quieren bien. Tal vez seguía esta máxima aquella dama de quien dice la copla vulgar.

La bendita Dorotea

que por el balcón se esconde,

es el orinal en donde

el Dómine labia mea.

Por lo que toca a la vida y hechos del Dómine, expondré lo que me ocurra en resumen, que es como si dijéramos a paso de Luchana.

Cuando es casado, la esposa ha de ser marisabidilla, de las que el refrán equipara a las mulas cozudas; y los chiquillos parlanchines y redichos. Los pupilos internos ayudan a los quehaceres de la casa en razón inversa de sus contingentes y regalos. Con los menos contribuyentes se ahorra la Dómina de criada, de niñera y de mozo de andados; que por dejar el aula y que les disimulen la holganza harán los escolares todos los recados del mundo, por ruines que sean. Rarísimo es que los Dominiquillos hereden el magisterio de su padre por más que este los ponga de mayoristas y pasantes: cansados de pelear con estudiantes aviesos y de reconocerles el transparente, suelen apetecer otra profesión de menos ruido y más provecho.

La mesa del preceptor siempre es alegre y esbelta: nadie padece allí indigestiones, ni se embota los sentidos. Un sopicaldo, y un cocido en que los garbanzos parecen islas flotantes, y un cuarterón de carne que hace de vasto continente, ni compromete a pedir el auxilio del doctor, ni ha menester lugar excusado. Allí se come para vivir, y no se vive para comer; y si no se obra el milagro de multiplicar los panes y los peces, se resuelve el problema matemático y físico más difícil, de distribuir la menor cantidad de materia posible en el mayor número de dosis posible.

Salvas honrosas excepciones, los Dómines son dados a sentenciados, tienen gusto estragado y adolecen del carácter pedantesco. Los macarrónicos extravagantes y las sentencias que retumban y hacen eco, son para ellos de más estima que los mejores trozos de Virgilio y de Cicerón. Muchos saben de memoria la carta de Pablo Merula, en que se cuentan las maravillas de España en un latín castellano: otros recitan el soneto del mismo genero, que Rengifo pone en su arte poética; y pocos hay que ignoren el epigrama compuesto en el siglo pasado a la virgen del Pilar de Zaragoza que empieza:

Sublimes admitte pias gratissima gentes.

Instaura celebres Sacra María choros.

¿Y qué preceptor de nombradía estuviera ignorante de los más comunes laberintos, acrósticos, equívocos y macarrónicos? Uno relata entusiasmado aquello de Iriarte

Quod salamanquinis idioma retumbat in aulis

Otro recuerda con gloria la pepinada de la guerra de la independencia y principia

Currite Matritum, Versilia currite pronté,

et Pepo de parte mea  facitote mamolam

Y los mas tienen fruición en celebrar hasta las nubes aquellos altisonantes de Nebrija

His átacem, pánacem, cólacem, styracémque, facémque.

Ambigo , currique  faro , sátago , quaeso , hisco, fatisco.

Dije al principio que el Dómine estaba para morir, y se hace preciso explicar esta frase, no se vaya a creer que le mata su régimen dietético o los malos ratos.

Se muere, porque de hoy más será inútil o hará poca falta. Sin capellanes y sin capillas; con los libros elementales puestos en castellano; y con buenos códigos puestos en romance, ¿de qué servirán los preceptores latinos? Sobraran las escuelas de las universidades, institutos y seminarios. Y esto lo ven con calma las gentes y no lo lloran los literatos ¡ó ingratitud! Recrearos en vuestra obra, novadores: ya habéis acabado con el Dómine, pero cuenta que de hoy en adelante echaréis  muchas cosas de menos. Voy a indicaros algunos  resultados de vuestra dominante revolución.

En primer lugar se irá desterrando del lenguaje esa porción admirable de palabras que tanto lo enriquecen, y apenas habrá quien sepa estampar el infrascripto quedándonos reducidos al abajo firmado.

Veremos si hay escribanos que den fe de la non numerata pecunia.

No se encontraran políticos que hablen del salus populi, aunque con candil se busquen.

        Ni los cómicos saldrán al proscenio ni los soldados al extramuros, ni el monaguillo al Via-crucis.

        Los avaros desconocerán el in utroque felix de las medallas que ahora leen y releen.

       ¿Y habrá viejas fervorosas que recen, como quien lo entiende, Turris ebúrnea y Virgo polens? Nequaquam (Y busque V. entonces esta sonora respuesta, a que jamás llegarán el raquítico no ni el mil veces no de los modernos.)

Por último, cuando haya muerto el Dómine, estarán Dios sabe dónde los españoles que hoy se pintan solos , entre ellos su servidor q. b. s. m.

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 El Clérigo de misa y olla

 É

 

rase un labradorcillo de mediana fortuna (que medianía en los pueblos cortos es tener pan moreno que comer, seis gallinas que pongan huevos, y un pedazo de tierra donde coger algunas patatas y berzas), casado con una aldeana misticona, buena hilandera, y en extremo hacendosa. Vivían en una paz sepulcral, solo interrumpida por los lloros de los chiquillos, que eran dos hembras y un varón. Este se dedicó de tierna edad al cultivo del campo, en el cual despuntaba por sus fuerzas hercúleas, por su dureza en aplicarlas, por su asiduidad de yunque, y porque nada le distraía sino el azadón o la esteva. ¡Qué pesar sentían sus padres viéndole en la pubescencia sin medios para librarle de la quinta! Porque ni el daba muestras de inclinarse al  matrimonio; ni podía ordenarse a título de insuficiencia; ni contaban recursos para ponerle un sustituto (caso de que entonces existiesen empresas y comercio de sangre humana); ni tenía hernia  ni otro defecto corporal que le eximiera de ser soldado.

      Mas la  Providencia, que hasta de los pájaros cuida, vino a proporcionar un consuelo a esta familia predestinada. Cayole al chico una capellanía colativa, por muerte de un Clérigo su pariente, y cátate abierto un ancho campo de esperanzas risueñas a los ancianos padres y a las desvalidas hermanas. Ya se creían en el goce de prebendas y de diezmos; ya se repartían de memoria la copia y los derechos de estola, y ya se figuraban a su neófito todo un capellán de honor, un abad mitrado vere nullius, o un obispo in partibus infidelium. El muchacho tenía encallecidas las manos, y no menos entumecido el cerebro para estudiar lo más preciso; pero no era cosa de abandonar el beneficio real, positivo y palpable, por cosas meramente ideales, abstractas y de pura imaginación. ¡Bueno fuera que despreciaran la fortuna que se les metía en casa por miedo de la ignorancia!

Si el ser tonto no arredra al que logra una toga, un ministerio, una mitra o un capelo ¿qué mucho que el paleto se atreva con una capellanía? Pecho al agua dijo, y dijo como un ángel.

Empezó a aprender las primeras letras con el maestro del lugar, que al cabo de tres años le dio por suficiente en leer el catecismo, y en firmar sin muestra.

Continuó sus estudios con el padre cura, que le procuró instruir en deletrear el latín, y le enseñó de memoria unas cuantas reglas de Nebrija. Ora que le pareciese bastante para ser Capellán lo que le había enseñado de gramática, ora que llegado el mozo a los veinte y cinco años no consentía demoras su ordenación, pasó a darle algunas lecciones del Larraga , novena vez ilustrado, y antes de que cumpliese treinta años se aventuró a aconsejarle que solicitase la tonsura, los grados y las órdenes mayores. Contaba el párroco, su director, con que la rudeza ostensible del discípulo, y su hablar balbuciente, serían un motivo de compasión para los sinodales; y confiaba todavía más en la bondad acreditada del prelado, que por no causar penas a las familias, ni privarlas del que miraban  como sustentáculo de su vejez y orfandad, ordenaba sin escrúpulo a todo yente y veniente que llamaba a sus puertas. No dicen los anales si este  suceso acaeció en el obispado de Santo Domingo de la Calzada, pues según el proverbio,

En Calahorra

al asno hacen de corona;

o si tuvo lugar en el episcopado de Solano, sucesor de San Julián , que en esto de dar órdenes era tan franco, como el diputado Don Francisco en dar cartas de recomendación. Nuestro héroe logró aquellos tiempos anchurosos, que han traído a la iglesia estos otros de estrechez.

Hízose en efecto Clérigo de corona y de menores, a beneficio de la indulgencia sin límites de los examinadores y del diocesano; empero quedó el pobre Capellán tan fatigado y aturdido del sínodo, que por su voluntad (si es que la tenía propia) fuera capigorrón eterno, antes que presentarse otra vez a prueba tan terrible.

Solo el aguijón del cura y los llantos de la madre y hermanas pudieron obligarle a que pretendiera ordenarse in sacris. Las misas en seco que tuvo que decir para adiestrarse en las rúbricas, los sobos que dio a la hoja del Te igitur y a las paginas del Padre Paco que le concernían, y las angustias que pasó hasta contarse en el presbiterado, solo él y Dios lo supieron, sí no es que su torpeza y falta de memoria reservaron a Dios solo este conocimiento. Por fin, llegó, sufrió el examen, le ordenaron de epístola, evangelio y misa, y recogió el título para ganar una peseta diaria con la intención (que la tenía como un toro), y para invertir en su congrua  sustentación las rentas de la capellanía, y demás bienes eclesiásticos  que adquiriese. ¡Albricias, ilustrísimo señor! ¡Victoria por Mosen Zoilo, o el Licenciado Cermeño! ¡Sea enhorabuena, familia bienaventurada! ¡Feliz tú que has logrado meter por las bardas de la iglesia a un hijo, que puede llegar a ser Papa; pues de menos nos hizo Dios!

Aquí tienen Vds. lo que propiamente se llama en Castilla un Clérigo de misa y olla; porque es un presbítero sin carrera, un clérigo en bruto, un capellán que no sabe de la misa la media, un eclesiástico raro, un cura de los de su misa y su doña Luisa, un clérigo echado en casa, un curalienzos, un cantacredos, un saltatumbas, un clerizonte, en fin, por su vestimenta y modales, y un aquitibi, por servir mejor para alquilón de pasos que para preste de procesiones.

Trasladando esta definición a otras profesiones y materias, para compararlas, resulta que el Clérigo de misa y olla es el maestrante de la milicia cristiana, pues viste el uniforme sin ira la guerra; es el esbirro de la iglesia militante que cobra el sueldo por soplar y oír chismes; es el editor responsable de lo que hacen canónigos y prelados; es el burro de la viña mística, que únicamente sirve para los oficios mas bajos y groseros ; y es el mágico de los bienes temporales, porque espiritualiza con su solo contraste los edificios, las tierras y los olivares.

Tenemos a nuestro Clérigo misacantano, esto es, preparándose para hacer el primer sacrificio, que vulgarmente se llama cantar misa, y en términos técnicos decir la misa nueva. El día señalado para esta ceremonia aparatosa ondea sobre la picota del campanario una bandera encarnada, que suele ser un pañuelo de seda toledano, regalado al dicente por una monja compatriota. Y además de llamar la atención por la vista se excitan las sensaciones del oído con repiques, gaitas y festejos; las de ambos sentidos juntos con voladores y carretillas; las del olfato con las yerbas y flores que adornan la iglesia; y para el gusto se preparan abundantes comidas por el estilo de las bodas de Camacho. Los curas de la contorna convierten la parroquia en una colegiata, por todas partes se encuentran gentes forasteras, y lodo el pueblo anda revoloteando y de jolgorio.

Acabada la misa, en que don Zoilo ha lucido su voz de sochantre, se celebra el solemnísimo besamanos. En una zafa de Alcora muy rameada sirve el padrino lego el lavatorio al celebrante, no sé si para evitar que las chuponas beatas tomen alguna partícula sagrada, o para que acaben de limpiarse las escamas campesinas, y queden propiamente manos de cura. Por primera vez se lavan las palmas del Capellán con agua de colonia; y como si se le quedaran yertas con tan desusada ablución, tienen que suspenderlas los padrinos eclesiásticos, ínterin que el pueblo fiel toca con sus labios donde tantas veces se limpiaron las narices del patán.

Llegado el cortejo a la casa clerical empieza la enhorabuena, cumplida, interesante, tierna. La madre rompe la marcha, abrazando cordialmente a su prenda, y embargada de alegría, hace esta exclamación: ¡quién me lo había a mí de decir que mi Zoilo metería barba en cáliz y sería padre de las almas! A las  hermanitas se les van las aguas sin sentirlo. Al oír que el mayorazgo  ha casado con la iglesia, arden en deseos de matrimoniar aunque fuera con el sacristán y por detrás del coro. Cual pariente se promete que a la sombra del nuevo Capellán estudiará el sobrinillo y le sucederá en el beneficio: otro celebra lo bien que le cae la casulla y el bonete y la gracia con que se maneja; y los mozallones, antiguos compañeros de fatigas, recuerdan lances del boleo y de la barra; y alguno que piensa que el campo espiritual se cultiva a fuerza de puños, asegura que no ha entrado operario más tieso que Zoilo en la viña del señor.

El nuevo estado produce mudanzas marcadas en el héroe de nuestra historia. La primera es en el traje, porque desde el principio cuida de que olviden las gentes lo que fue y le presten el homenaje de lo que es. No se quita el alzacuello ni aun para dormir la siesta: el sombrero de canal le acompaña por todas partes aunque vaya de chaqueta; al color de la lana y a todo otro color sustituye el lúgubre negro; y en la casa suele revestirse de un raído talar que fue balandrán de su difunto tío. Huye del trato con los profanos, ya por aparentar retraimiento del mundo y ocupaciones de su ministerio; ya por evitar que lo  recuerden bromas y simplezas pasadas; ya por quitar la confianza a los que le tuteaban.

Pasea solo por los parajes más extraviados, y camina con los ojos bajos, aunque al soslayo y a hurtadillas guste de enterarse de todo y especialmente de las perfecciones de las criaturas.

Lo común es separarse de la familia y poner casa a parte; y a pesar del empeño de una y otra hermana por emanciparse a título de cuidarle, él prefiere para sirvienta a la hija del tamborilero, que es una muchacha rolliza, desenvuelta y de disposición para todo. En los antiguos cánones se llamaba esta ayuda de parroquia, compañera y barragana del Clérigo: hoy se titula el ama por decencia clerical, pero jamás se confunde ni en el trato, ni en el porte, ni en el nombre con la simple criada.

Otra variedad causa en Don Zoilo el cambio de estado. Antes embotaba sus potencias el ejercicio corporal; ahora si bien no ha ganado mucho en despejo, suelta algunas sentencias tradicionales contra libertinos y filósofos, aunque ignora qué casta de pájaros son; habla de duendes, brujas y animas aparecidas, y contradice todo lo que suena a invenciones y novedades. En una palabra, se considera tan otro desde el día en que se abrió la corona y se vistió los hábitos que por inmunidad entiende que ningún juez del mundo tiene que ver con él, sino el obispo o el papa; y al príncipe temporal le considera como un pobre penitente rendido a sus pies, que espera  humildemente su absolución o que le envié por ella a Roma, si no ha comprado la bula de la santa cruzada.

Andando el tiempo va volviendo el Capellán, sin sentirlo, a su prístino ser, como la cabra que siempre tira al monte. Su única obligación es decir los días de precepto misa, de alba en la sementera y de once en los agostos; y aunque el resto del año nunca deja de celebrar, estando sano, ni tiene precisión de madrugar, ni de estarse en ayunas hasta el medio día. En veinte minutos hace su deber y su negocio, y como dos horas le bastan para comer y diez para dormir, el resto del día en algo ha de ocuparlo. Ya le cansa la  conversación perpetua de  su sirvienta: no le satisface su exclusiva privanza, y se aburre del retraimiento por los andurriales. Empieza a salir  de la monotonía entrando en alguna casa de más confianza: va por las tardes y noches a echar un truque con la gente de su estambre, y anuda relaciones, que los humos clericales habían interrumpido. Recobra la anterior franqueza, tira el cuerpecillo, reservándolo para los oficios eclesiásticos; sale en mangas de camisa durante 1a canícula; se detiene a hablar con las mujeres que lo merecen, mirándolas de hito en hito; y si le enfadan los muchachos, o el ruido de los perros, o las rondas a deshoras, echa sus tacos y votivas, como un hombre de carne y hueso. El genio bravío y los resabios de la educación no le abandonarán hasta la fuesa; y guarte no le duren, como diz que dura el carácter sacerdotal, hasta en los infiernos.

Este es el periodo álgido de los goces clericales, supuesto que a la compostura afectada y al aparato exterior ha sucedido la naturalidad grotesca y sin aprensión. El ama procura por todos los medios que en su casa encuentre el señor lo que necesite, y que le parezca mejor que lo ajeno: ni la madre Celestina sería más diestra en aderezar tónicos, corroborantes, excitantes, dulcificantes y sustancias suculentas. Del agua no prueba más gota que la que destila con la cucharilla en el cáliz; pero todas las vinajeras del vino le parecen chicas , y golosos todos los monaguillos que le ayudan. Para él está demás el sumidero, aunque le caiga en el sangüis un mosquito ó una avispa, que con los alcohólicos todo pasa por sus tragaderas espaciosas; y si en vez del pan ácimo le dieran un hornazo o un hojaldre de a libra, se lo engulliría en un santiamén, sin que los fieles conociesen si consumía una hostia. En resumen, come como un Eliogábalo, bebe de lo tinto a boca de jarro, duerme como un lirón, engorda

como un tudesco, huelga placenteramente, y deja rodar la bola de este diablo mundo.

No se vaya a juzgar por lo referido que el Clérigo de misa y olla es el hombre feliz por excelencia. Momentos llegan de zozobra en que tiene que poner en tortura sus embotadas potencias, y volver a arrastrar las hopalandas. Un año y no más le duran las licencias de celebrar y  confesar , y con esta frecuencia ha de solicitarlas de nuevo, previo el examen correspondiente. Si de recién aleccionado había tantos trabajos para el sínodo ¿cuanto crecerán los apuros con el tiempo perdido en la molicie y en el embrutecimiento? Si no ha vuelto a abrir un libro ni a tener conferencia ¿qué mucho que haya olvidado lo poco que sabía? Del idioma latino no conserva otras palabras que las vulgarizadas entre los labriegos: el busilis,  el intríngulis, el cum quibus, un quidam, un agibílibus, la vita bona la pecunia, de facto, y de populo barbaro. Baste saber que habiéndole rogado unos cazadores amigos que les dijera misa de madrugada, encareciéndole la ligereza con la frase de misa de palomas, pasó largo rato buscando por el misal este oficio, hasta que tropezando con la Dominica in palmis que él leyó in palomis, les encajó la pasión entera del Redentor, dejando a los cazadores crucificados.

Las interminables abreviaturas del Añalejo eran para nuestro letras gordas como lo son para algunos canónigos, más obscuras que el siríaco y el rúnico.

Tomando la cartilla por almanaque de Torres, o por Piscator sarrabal , cuando veía que las lecciones del primer nocturno eran Justus si morte , decía que aquel era buen día para morirse por gracia de Dios: cuando señalaba Mulierem fortem, retraía a los hombres de que se casasen, porque era día de mujer testaruda  y si en el rezo se prevenía el salmo Confitemini, abreviado Confit., aseguraba que era el día propio para comprar dulces en las zucrerías. El siete de marzo tuvo una petera escandalosa con el sacristán, obstinado en que le había de poner el altar en medio de la nave, porque el añalejo decía Missa In medio Ecclesiae; y la Dominica in albis se empeñó en celebrar sin casulla tomando al pie de la letra lo de en alba.

En tan lastimoso estado de ignorancia era matarle inhumanamente hacerle comparecer a examen. Así es que se valía de certificados de los facultativos para excusar el viaje, y comprometía todas las relaciones de los curas y caciques de la comarca para lograr remisiva cerca de un párroco conocido y asequible. Y si a pesar de los pesares no alcanzaba eximirse y comparecía en sínodo, aquello era un alubión de disparates, que anegaba en barbarismos a los examinadores hasta las melenas y cerquillos. Si le preguntaban por el título colorado de supuesta jurisdicción, respondía con el lege coloratum de los rubricistas. Interrogado sobre si se podía decir misa con hostia de papel, contestaba con un distingo. Y escudriñándole acerca déla confesión auricular, decía cándidamente que en su tierra no se estilaba esta confesión, sino la de pascua florida. Los jueces, o lo tomaban a risa, o tenían compasión, o le dejaban por incorregible.

Toda la vida de Don Zoilo fue un tejido de chistes y de anécdotas, capaces de enriquecer una Floresta. La historia refiere lances curiosísimos, y muchos se han hecho proverbiales en España, corriendo de boca en boca, de generación en generación. Aquí le pintan diciendo misa, y al ver por una ventana contigua al altar que un chicuelo gateaba por un donguindo de su huerto para robarle las peras, dice alzando la hostia (que este era el momento de la observación) ¡ahora sube el hi de puta! Allá le recuerdan rezando la novena de Dolores, y al llegar a la adoración de las llagas, anúnciala del pie izquierdo en estos términos : «A la llaga de la pata zurda» Acullá refieren que no queriendo recibir la primera y única carta que le llevó el valijero, este le objetó que para él venía dirigida, pues decía en el sobre a D. Zoilo Cermeño, presbítero, pero obstinose en la negativa protestando que Cermeño sí se llamaba, mas que el apellido presbítero no era de ninguno de su casta. Finalmente, nuestro Capellán era de los que niegan todo lo que no entienden, porque le es más fácil negar que comprender, y por eso a un criado que le hizo una diligencia de bastantes leguas en pocas horas, creyéndole brujo, le ajustó la cuenta y lo despidió diciendo, que no quería en su casa criado tan listo. Que no rezaba las horas canónicas lo evidencia un curioso, pues viéndole el Breviario empolvado se lo sustrajo, y en muchos meses no lo echó de menos. Lo que es misas sí, decía regularmente 365 en año no bisiesto; porque a cambio de las cuatro que dejaba en Semana Santa, ensartaba los dos ternos de los Santos y de Navidad, y salían píe con bola. Esto por lo que toca a celebrar, que en tomar limosna era mÁs amplio. ¡Sobre celemín y medio de garbanzos se hallaron a su muerte en un arcón, donde había depositado uno por cada peseta que no aplicaba!

Hasta aquí la descripción acompasada y prosaica del tipo que me he propuesto delinear, pero quiero también echar un cuarto a espadas, trazando algunos rasguños románticos y pinceladas goyescas, que sirvan como de epílogo , o sea miniatura del cuadro.

El Clérigo de misa y olla con relación a los demás hombres, presenta anomalías misteriosas dignas de ocupar una imaginación ardiente y un genio filosófico: su estudio puede ayudar a conocer ciertas notabilidades políticas y literarias. Nuestro ejemplar presenta estos caracteres:

1. No es capacidad y el vulgo le mira como inteligente. Le creen un calendario vivo si anuncia temporales. Le juzgan adivino, si predice acontecimientos.

2. No es propietario, ni mayor contribuyente, y le rinden homenaje debido a la aristocracia de riqueza. Pídenle limosna, aunque él la necesite. Sin sólida hipoteca alcanza su crédito a los bolsillos ajenos. Todos los vecinos y allegados son sus sirvientes voluntarios.

3. Es del Citado general, clase pechera, y goza del fuero de hidalguía. En los padrones ocupa un lugar aparte como los nobles y capitulares. Tiene tratamiento de don y de su merced. Ni sufre alojamientos ni cargas concejiles.

4.  Nació aislado, no ganó un amigo, y por todas partes halla afiliados y protectores. El organista, el acólito, el niño de coro, el campanero, el salmista,  el sepulturero, y hasta el pariente del vecino del sacristán, que se considera gente de iglesia, se creen obligados a defenderle a capa y espada.

5. Es de naturaleza flaca, y le veneran santamente. Le quitan el sombrero mejor que al alcalde. Los muchachos le besan la mano al encontrarle. Se le levantan las mujeres cuando pasa; y aquí me ocurre una

Nota. Esta diferencia del bello sexo, que ni con autoridades ni principales se tiene, que ni los caballeros, ni los tíos admiten, en obsequio a la beldad; que en nación alguna consiente la virilidad de la débil mujer, de la bella mitad de la femenil flaqueza, de la diosa de las gracias, del ídolo del amor, de la compañera inseparable, del depósito de las confianzas, del objeto de las consideraciones humanas ¿será porque los clérigos gastan faldas y se visten por la cabeza como las hembras? ¿O será que no teniendo los eclesiásticos libertad de galantear en público, ellos y las mujeres guardan la etiqueta para la calle, y la franqueza para dentro de casa?

Este es el tipo común, el característico del Clérigo que se llama de misa y olla, porque no sabe mas que mal decir una misa y tragar; pero hay también excepciones y variedades.

El Clérigo ramplón de que hemos hablado, se abre una corona frailuna como un plato, ostentando vano lo que no merece. Otro la toma por la inversa: y se la deja como real de vellón para que no le conozcan la clerecía ni con microscopio.

En lugar de una capellanía miserable logra otro majadero un pingüe patronato; y en vez de la vida mojigata y de padre quieto anda de feria en feria, de banca en garito, con perros, con caballos, en cacerías, fumando puros habanos, y cortejando viudas, casadas y doncellas.

Si aquel sigue el precepto de ser cauto, este se echa el alma atrás, abraza la vida airada, hace alarde de ir con su dama a las funciones y espectáculos, y riñe en público con ella sobre celos y sobre otros asuntos casi matrimoniales.

Por último, tal hay que enreda todo el pueblo a fuerza de chismes e intrigas solapadas, sin descubrir el cuerpo a estilo de policía secreta; y cual que desaforadamente se pone a la cabeza de un bando, promueve pleitos, maneja ayuntamientos, dirige elecciones y atrae sobre el vecindario las plagas del Faraón.

Réstanos observar una diferencia cronológica. Ejemplares como el del Clérigo, que dejamos pintado , han existido hasta hoy en número crecidísimo; en adelante o no los habrá , o serán más raros y llegará a ser este tipo una entidad histórica. Como nacía y medraba en tiempos de absolutismo, la libertad, la ilustración y la imprenta, le resisten, le matan. Entonces sabía más el Clero; ahora dan lecciones los legos. Entonces la iglesia adquiría muchos bienes; hoy los ha perdido. Entonces un fanático con un crucifijo conmovía las masas: ahora no las mueve contra su interés ni un terremoto. Entonces, en fin, daba consideración la ropa talar y encubría las miserias, y al presente se aprecia la diferencia que hay del saber y de la virtud a un Clérigo de misa y olla.

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