Fernando Lamberg

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Tu fotografía

Vida

Un dibujo en la arena

Guernica

Historia de una metralleta

Tu fotografía

Es una realidad la perspectiva
y es una ilusión la perspectiva.
En el cuadro del célebre holandés
la calle se dirige hacia la iglesia
y la iglesia -como es natural-
se halla al final de la famosa calle.
Pero si tienes un gramo de picardía entiendes
que el cuadro es plano
y la iglesia esté en la misma superficie que la calle
De tal modo, en tu fotografía
la nariz se adelanta a las pupilas;
pero cualquiera sabe que esa imagen
con su color y su ampliación no tiene el relieve
del rechazo que me diste esta mañana.

 

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Vida

Hermosa es si duda la primavera
y la risa de amigos y muchachas.
Ante nosotros se extiende el camino
y desconocemos sus hojas verdes.

Playa y sol el verano. ocio y trabajo.
Los días se deslizan al galope.
Tal vez hijos, la lealtad de una esposa
y los árboles colmados de frutos.

Con el otoño llegan los recuerdos.
Acaso hubo un error y a nuestro lado
pasó la verdad sin decir palabra.

La nieve con su resplandor extingue
la postrera luz y todo termina
como el último verso de un soneto.
abriendo puertas y ventanas.

 

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Un dibujo en la arena
mayo de 2006

Esa tarde en la playa el sol apenas se veía
tras unas nubes de color ceniza.
Después de soplar en la mañana el viento había cesado.
Me acerqué a un árbol,
quebré una rama y empecé a dibujar
tu delgada silueta.
Con el pie corregía algunas líneas
y quería dejar en ese sitio tu figura.
Nunca he sido un hábil dibujante
pero, muchacha de ojos grises,
allí quedaron tu cintura y tus caderas,
tus hombros estrechos y tus largas piernas
hasta que empezó a subir la marea.
En pocos momentos el agua borró
hasta las últimas huellas del diseño,
deshizo tus tobillos e inundó tu cabellera.
Las olas se llevaron esos trazos
mientras el sol se hundía con las últimas nubes
como se hunde un presentimiento en el océano.
Al mirarnos supimos el futuro.
Volvió a soplar el viento.
Desde esa tarde las líneas comenzaron a borrarse
y nuestro amor fue apenas un dibujo en la arena.

 

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Guernica
junio de 2006

Si se pudiera rescatar
un solo retrato del siglo veinte
sería "Guernica".
No se divisan los aviones,
no se ve caer las bombas
no se escucha el estruendo de los bombardeos;
pero el dolor crece como una ola
y el hombre que yace con la espada rota
y la madre con el hijo muerto entre los brazos
nos recuerdan que desde hace milenios
han pretendido apagar con fuego
la sed del pueblo.

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Historia de una metralleta
agosto de 2006

Un cubano llamado Fidel
viajó al extremo austral de América,
a un país de larga y estrecha geografía.
En su isla tropical había sido el vencedor de las batallas,
el hombre que llegó al poder por la violencia,
el tumbador de la tiranía.

Ahora era el huésped de un chileno llamado Salvador,
de un hombre que llegó al poder con el sufragio popular,
con el mandato que el pueblo le entregó,
con un mandato que juró defender hasta la muerte.

Y el cubano, el combatiente de los cañaverales,
regaló al chileno una metralleta,
un arma ofrecida al guardián de los códigos,
al protector de la Constitución,
al parlamentario, al director de asambleas y sesiones.

Los mandatarios se estrecharon las manos.
Salvador agradeció el obsequio.
- Una metralleta para usted, presidente.
- Sabré usarla, comandante.

Luego Fidel regresó a su isla.
En el sur la tormenta se avecinaba.
A la tierra chilena llegó el golpe de la infamia
apoyado en las alas imperiales.

Traidores nacionales y extranjeros
hicieron que el palacio de gobierno ardiera en llamas
mientras dentro moría un puñado de valientes.
El que mantuvo hasta el último momento el respeto de la ley,
el que nunca permitió la injusticia de la fuerza

Tuvo que empuñar las armas.

¿Vale la pena defender los códigos
frente a la furia de los asesinos?
¿Es posible mantener la ley
ante las serpientes y las hienas?

Con la metralleta Salvador logró detener un tanque.
Los aviones volvían a pasar lanzando su carga siniestra.
Después de combatir durante horas
el Presidente de la República de Chile,
el compañero Allende,
se alejó en un momento de los otros combatientes.

Conocía la maldad de los enemigos,
El siempre defendió la dignidad de su país y su persona.
No quiso que las águilas sedientas bebieran su sangre,
que los verdugos del Imperio quebraran sus huesos,
que lo hundieran en un sótano antes de envenenarlo.

Vivió por el pueblo y para el pueblo.
Este día moría por el pueblo y para el pueblo.
Moría sabiendo que mas allá de las balas,
más allá de la derrota momentánea y las heridas del odio
se abrirían las anchas alamedas.

Apoyó el canon de la metralleta contra su barbilla y disparó.
Desde la isla tropical Fidel había llevado un regalo,
un arma que paso de héroe a héroe,
un arma para defender la paz del pueblo y su grandeza
y que ahora disparaba una ráfaga inmortal
sobre el corazón de América.

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