Por tierras de Guadalajara y Soria (fragmentos) |
( Fragmentos de POR TIERRAS DE GUADALAJARA Y SORIA. De Sigüenza a Gormaz) Caminamos sobre los hombros de un gigante Ortega y Gasset
Para
ir a Rello no hay carretera. Hay un camino de herradura
bastante aceptable. El Escalote, un hilillo de agua, |
Los ojos
bien abiertos,
Cama
corta, sueño largo. El caminante se despabila pasadas las diez de la
mañana del día siguiente, y con más hambre que vista un galgo.
Después que almuerza opíparamente, se echa a la calle jovial y
satisfecho, con la color sana y el paso suelto. PULSA AQUÍ PARA LEER RELATOS DE VIAJES |
Hojeaba el periódico mientras me tomaba el café en la barra, cuando se me acercó un sujeto peguntando: «Usted trabaja en Viajes Total, ¿verdad?». Le había visto algunas veces en el bar, pero nunca intercambié una sola palabra con él. Tras confirmarle su certeza, prosiguió: —Permítame que me presente yo mismo. Me llamo Pascual Ibarreche y, desde hace tiempo, vengo en el deseo de hacerle una propuesta, una propuesta democrática, por supuesto. Una breve pausa y continuó: —Yo contrato todos mis viajes en su compañía y puedo asegurarle que jamás he tenido la más mínima queja. El itinerario de ruta, los hoteles, el transporte, las visitas, los horarios... todo se cumple con arreglo al programa previsto. Es una maravilla. Por supuesto, siempre surgen algunos metepatas que no encuentran nada a su gusto, en particular la comida, que la consideran insuficiente. Hay gentes que salen de viaje con la única intención de llenar la andorga o de cepillarse a cualquier mujer, soltera o casada, que ande suelta por ahí. Los monumentos, la historia, el paisaje, las obras de arte, les traen sin cuidado. En mi último viaje, precisamente a Italia, un individuo malencarado intentó agredir al guía de la expedición porque las comidas, según él, eran malas y escasas. Es que las personas no somos dialogantes. Queremos lograr nuestros objetivos avasallando a los demás, por la intimidación de la fuerza y la violencia más elemental, olvidándonos de esa herramienta tan preciosa que es el diálogo, el buen talante. —Hay gente pa tó —dije en broma parodiando la frase del torero. —Ni que lo diga. Debemos tomar el viaje como lo que es, una verdadera fiesta, la mejor de todas. Aparte de las cosas que ves... conoces a otras gentes, haces nuevas amistades y se producen anécdotas y chascarrillos a lo largo del recorrido en verdad auténticamente divertidos. Entrando en el Vaticano me acordé del famoso comentario del humorista Gila: «Y empezaron con un pesebre». El grupo se desparramó por la basílica y a la salida cada cual confesaba lo que le había pedido a San Pedro: «Que su hijo aprobara el curso; que su hermana saliera bien de la operación de vesícula»... Una señora me preguntó qué había solicitado yo: «Que no pongan macarrones en las próximas comidas; nos salen por las orejas», le contesté. El sujeto estalló en sonoras carcajadas. —No me diga que no es una ocurrencia genial —me emplazó todavía riendo. Sonreí levemente por mero compromiso a la vez que consultaba mi reloj. —Por la tarde visitamos las Catacumbas, que es un laberinto de pasillos y galerías subterráneos, muy mal iluminados. Al cabo de un buen rato de caminar y caminar por aquellos lóbregos agujeros horadados bajo tierra, algunos del grupo andábamos bastante inquietos porque habíamos pasado por el mismo sitio en varias ocasiones. «A ver si este tío —por el guía— se ha perdido y no salimos de aquí en toda la vida». Al finalizar la visita, el guía nos reunió a todos antes de salir en una especie de rotonda, se encaramó en una tarima y nos instó a que le hiciéramos las preguntas que considerásemos oportunas para ampliar o aclarar nuestros conocimientos sobre las Catacumbas. Inmediatamente levanté el brazo. «¿Qué quiere saber?». Y yo le respondí: «¡Que cómo y cuándo salimos de aquí!». El sujeto volvió a reír con renovados ímpetus. Yo consulté de nuevo mi reloj advirtiéndole: —Excúseme, pero tengo que estar en la oficina a las cinco y se me hace tarde. —Un segundo nada más —me rogó—, que le voy a contar la última. Estábamos en la sala donde se exhibe el David de Miguel Ángel, una estatua de lo menos cinco metros de altura. Me dirigí a la guía haciéndole la siguiente observación: «Oiga, si así de grande era David, ¡cómo sería Goliat!». Todos los allí presente celebraron mi ocurrencia, pero la guía cogió un mosqueo de campeonato. Sin embargo, algunas señoras salían comentando vulgaridades: «Grandes músculos, pero exigua colilla». «Mucha dinamita y poca mecha». De esta manera entiende la gente el arte. Una verdadera pena. —Otro día continuaremos, pero el deber es el deber, le dije iniciando la salida del bar. Él me siguió hasta la puerta. —Con el relato del viaje, se me ha olvidado lo principal. Yo le quería hacer una proposición razonable. —¿Profesional? —No. De carácter personal —Bueno. En otra ocasión. Así quedaron las cosas, pasé el fin de semana con la familia y me olvidé del asunto. No sucedió lo mismo con el sujeto de marras, que me esperaba el lunes, a la hora del café, en mi bar habitual. Me saludó efusivamente, como si fuéramos amigos de toda la vida que no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. Se interesó por mi familia y por cómo lo había pasado el fin de semana. Me invitó a tomar café en la mesa del fondo. Una vez sentados y con los cafés humeantes sobre la mesa, en un tono menos festivo, me recordó: —El viernes le anuncié que deseaba hacerle una proposición de carácter personal que, por supuesto, mantengo. —Usted dirá. —Ante todo, es mi deseo anticiparle que la actitud que más valoro en una persona es su capacidad de diálogo. La palabra, la comunicación, el debate sereno, la racionalidad en los argumentos, el talante, son mis señas de identidad. La violencia verbal conduce siempre a la violencia física. Vivimos afortunadamente en una democracia, lo que nos permite expresarnos libremente sin censuras ni cortapisas. Mire usted, si yo hubiera nacido noble, en mi escudo de armas figuraría de manera destacada la siguiente divisa: «Hablando se entiende la gente». Ya decía Churchill con gran sabiduría: «Es mejor chacharear que guerrear». Tomó un sorbo de café antes de proseguir: —En un régimen de libertades como el nuestro no cabe sobresaltarse ante propuestas o iniciativas por muy descabelladas que parezcan, siempre que se expongan con el debido respeto a los demás y sin obstaculizar el diálogo abierto. El diálogo por encima de todo. Luego, cada cual está en su perfecto derecho de aprobar o rechazar sin aspavientos aquello que se hubiere propuesto. En definitiva, hablando se entiende la gente. —Por favor, vaya al grano, que a las cinco debo estar en la oficina —le apremié, pero él continuó como ignorando mi advertencia: —En un trato donde una de las partes gana y la otra pierde, se evidencia que no ha existido el diálogo, sino la imposición o el engaño. Para que un acuerdo se considere verdaderamente equitativo es necesario que las dos partes dialogantes obtengan un beneficio. En conclusión, yo me presento a usted en son de paz, con la mano tendida; no está en mi intención hacerle ningún daño. Mi única pretensión se reduce a que debatamos con serenidad mi propuesta democrática; a iniciar una negociación amable entre iguales. Si acepta, se lo aseguro, los dos saldríamos ganando. Miré de nuevo mi reloj de pulsera. —Bien, vayamos al grano como usted dice. El otro día le vi en la piscina y, con toda sinceridad, sus carnes desnudas me resultaron especialmente apetitosas... —¡Pare el carro, amigo! —le corté en seco—. Yo respeto la orientación sexual de cada uno, pero le advierto que se ha equivocado de persona. No soy homosexual. Así que doy por terminada mi conversación con usted, antes de que pasemos a mayores. Me levanté llamando al camarero para abonarle la consumición. —No se ponga así, señor mío, que no se trata de eso. Siéntese, por favor —me rogó con la mayor de las sonrisas—. Recuerde mi consigna: «Hablando se entiende la gente». Además, esta ronda corre de mi cuenta. De súbito pensé que a lo mejor era un pintor y me quería para modelo. —¿De qué se trata, entonces? —inquirí. —Puesto que tiene prisa y no es posible un diálogo pausado, le voy a hablar con toda franqueza; eso sí, aunque en principio no pueda agradarle mi propuesta, prométame que lo pensará detenidamente. No quiero agobiarle con una respuesta rápida, pero tenga la seguridad de que si acepta, estoy dispuesto a entregar, a usted o a su familia, una cantidad verdaderamente sustanciosa. Estoy hablando de millones. Hizo una pequeña pausa y continuó: —Esta es mi propuesta: me gustaría que me donase su cuerpo para comérmelo. Quedé unos instantes en suspenso, sin capacidad de reacción, dudando todavía de haber oído bien Solamente cuando el individuo justificó con toda naturalidad su increíble propuesta —«¿Qué le voy a hacer? Me gusta la carne humana como a otros el cordero o la langosta. Es una aspiración tan legítima como las demás»—, tomé conciencia de sus intenciones y conseguí articular: —Pero, ¿qué dice? Que me quiere comer, ¿a mí? —Como lo oye; eso sí, siempre que usted sienta el mismo placer al ser comido que yo al devorarlo, mediante una negociación tranquila entre personas civilizadas. Sus palabras me produjeron una risa histérica. —Está usted rematadamente loco —acerté a pronunciar. —Y si no le apetece que me lo coma entero, me conformaría de momento con un brazo, una pierna, incluso sus partes geniales. Todo es cuestión de negociarlo serenamente. Intuyendo que se me acercaba demasiado, le arreé semejante manotazo en pleno rostro que di con él en el suelo. «¡Váyase a tomar viento!», exclamé. Mientras esperaba de pie las vueltas del camarero, el tiparraco, sin modificar la posición en que había caído y palpándose la sangre que fluía de sus narices, me increpaba: —Ya veo que no es una persona dialogante ni demócrata, porque prefiere la violencia a la paz y la palabra. Es usted un inmovilista, un autoritario de ideas fijas a quien le asustan la negociación y el diálogo; inseguro de sí mismo y carente de la suficiente valentía para llegar pacíficamente a un acuerdo justo Salí del bar muy excitado y nervioso. Camino de la oficina, dándole vueltas a lo sucedido, me asaltó una fuerte inquietud. Giré sobre mis pasos y me dirigí a la comisaría más cercana donde denuncié el caso. Allí ya tenían noticias reiteradas del individuo. «Pero si no hay lesiones, nada podemos hacer», me dijeron. Unos días más tarde me hice con un arma defensiva de la que no me separo ni para ir al váter.
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El asegurado, con gran esfuerzo, se construyó él mismo una modesta vivienda de sesenta metros cuadrados, sobre una pequeña parcela que heredó de sus padres. La aseguró inmediatamente —continente, contenido y responsabilidad civil— en la prestigiosa compañía Gelcartera Global. Apenas habían transcurrido tres meses desde la ocupación de la vivienda, cuando una mañana descubrió sorprendido que el cristal de la ventana principal del salón estaba roto. No podía explicarse cómo había sucedido, ya que la ventana no daba a la calle sino a un jardín protegido por varios árboles y una tapia. «Esto debe entrar en el seguro», se dijo. Sin pensárselo dos veces llamó por teléfono a su compañía de seguros. Comunicaba. Marcó reiteradamente durante toda la mañana, hasta que al fin escuchó la voz grabada de una señorita. TELÉFONO.— Bienvenido a la Financiera-Aseguradora Gelcartera Global. Le agradecemos su decisión de contactar con nosotros. En breves minutos será atendido. Rogamos permanezca a la espera. Mientras tanto, la compañía aseguradora le obsequió con la Cantata número once en re menor de Johann Sebastián Bach, interpretada por la Banda Sinfónica de New York. Luego de una breve pausa, volvió a deleitarse escuchando en tres ocasiones la famosa Cantata. TELÉFONO.— Le atiende la unidad 55 32 30. Tenemos el placer de informar a usted que todavía puede suscribir nuestra impresionante oferta Interglobal Gelcartera, un producto mitad fondos de inversión, mitad seguro de vida, que le proporcionará una alta rentabilidad y un inmejorable tratamiento fiscal, con liquidez inmediata. La Cantata apareció con más vigor. TELÉFONO.— También queremos poner a su disposición nuestra amplia gama de productos, tanto de seguros como financieros. Seguros de jaus, de vida, de automóvil, de responsabilidad civil, de enfermedad o cualquier otro que precise, así como la mejor forma de colocar su dinero ocioso: en planes de pensiones, en fondos de inversión nacionales e internacionales —dinero, renta fija, renta variable o mixtura—, ofreciéndole diferentes cestas de los mismos: atrevido, moderado o conservador. Expertos de primera fila administrarán su capital mejor que usted mismo. En los últimos cinco años, hemos obtenido rentabilidades superiores al 87%, advirtiéndole, no obstante, que rentas pasadas no garantizan las venideras. «En nidos de antaño, no hay pájaros hogaño», pensó el asegurado sin saber por qué. El teléfono continuó impertérrito su alocución: —Depósitos a plazo fijo, con intereses hasta el 5%; tarjetas de débito y crédito, gratis el primer año, con las cuales podrá comprar a plazo o disponer de su dinero en más de 650.000 establecimientos en 200 países. No dude consultarnos en los teléfonos 902333444 o 902555666 o en nuestra página de Internet www.gglobal.com donde le atenderemos con la amabilidad y eficacia que nos caracteriza. Recuerde que los tres primeros minutos de su llamada son gratis, por gentileza de esta compañía. Si sobrepasa los tres minutos, el sistema le facilitará el tiempo empleado y el coste íntegro de su llamado al final de la misma. El 0,7% de su factura, menos IVA, se destina al sostenimiento de la ONG Seguros sin fronteras, dedicada exclusivamente a la protección y aseguratión de las riquezas de los países más pobres del mundo. Por si acaso el asegurado no hubiera degustado suficientemente los primores de Bach, la compañía lo sometió a una nueva audición. TELÉFONO.— De aquí en adelante usted accede a nuestro revolucionario sistema interactivo que le permitirá, con la mayor comodidad y rapidez, resolver sin problemas todos los asuntos que nos plantee, sin moverse de su casa, sin viajes ni traslados molestos, simplemente utilizando su voz. Hable con precisión y claridad, vocalice sin titubeos una vez finalizado el menú y después de la señal. En esta ocasión la Cantata se quedó a medias. El asegurado carraspeó para aclararse la voz y comenzó a decir: «Les llamo porque se ha roto un cristal en la ventana...». Pero antes de terminar la frase, el teléfono inició su nuevo mensaje: Si es usted cliente antiguo, diga uno; si es cliente entre dos o tres años, diga dos; si es cliente reciente, diga tres; si no es cliente, diga cuatro; para solicitar ayuda, diga cinco. El asegurado, sorprendido, no se identificó en el menú, por lo que no acertaba a pronunciar el número deseado. La Cantata sonó de nuevo. Al final volvió a escuchar el menú. El asegurado dijo tres. TELÉFONO.— Después de oír la señal, enumere lentamente, dígito a dígito, el número completo de su póliza. ASEGURADO.— Uno, cero, cero, cero, cero, cuatro, dos, nueve, cinco, siete, uno, tres, ocho, i griega, equis, eme, zeta, cuatro, cero, cero, cero, ocho, cuatro... TELÉFONO.— En la misma forma, deletree el número completo de su NIF, incluyendo la letra. El asegurado siguió las indicaciones, pero debió equivocarse, porque el teléfono le rogó que repitiera su NIF, cosa que hizo. TELÉFONO.— Diga ahora su fecha de nacimiento. El asegurado la dijo. Pero el teléfono no se daba todavía por satisfecho y le pidió las posiciones cuarta, sexta y novena de su clave secreta. Tras lo cual se deleitó con varias repeticiones de la Cantata, antes de recibir otro mensaje. TELÉFONO.— El sistema ha identificado como cliente reciente, menos de dos años, a don Gervasio de la Cuesta Arriba, domiciliado en Calahorra, provincia de Logroño, La Rioja (Espana), calle Cuesta de las Perdices, 21, 4º C. Si algún dato es incorrecto, diga uno para el nombre; dos para el domicilio; tres para el código postal; cuatro para la localidad, cinco para la provincia; seis para el país y siete, si todos ellos son de su conformidad. El asegurado, familiarizado ya con el revolucionario sistema, no dudó en pronunciar: ¡Siete! E inmediatamente se encontró con una agradable sorpresa. La música había cambiado. Algo de Mozart. TELÉFONO.— Si lo desea puede elegir el idioma de comunicación que prefiera utilizar de aquí en adelante. Si prefiere el inglés, diga uno; si prefiere el francés, diga dos; si prefiere el alemán, diga tres; si prefiere español internacional, diga cuatro; si prefiere catalán, diga cinco; si prefiere gallego, diga seis; si prefiere valenciano, diga siete; si prefiere euskera batua, diga ocho, si prefiere otros idiomas, diga nueve. Agobiado por la rapidez del mensaje, el asegurado no pudo captar la opción correcta y facilitó un número al azar. TELÉFONO.— Si vuvulé ferán contrá notretual Interglobel Guelportefuill, digué vu an; si vu desigué informasión sir leprix dasegurans, digué vu dé; si vuvulé información du prix ... —«Esto debe ser francés», reflexionó el asegurado. «¿Qué hago yo ahora?», se preguntó angustiado. El teléfono seguía imperturbable su letanía en francés. «¡Óigame, óigame!». El teléfono calló. «¡Quiero hablar con una persona!», gritó el asegurado. «¡Quiero hablar con una persona!». Pero el teléfono le respondió como solía, con una nueva tanda de música clásica durante cuatro o cinco minutos. TELÉFONO.— Error en la secuencia. El sistema no puede continuar. Retroceda al menú principal. Cuelgue y vuelva a marcar. El asegurado, visiblemente molesto, por no decir cabreado pero, eso sí, con mayor experiencia, concentrado al máximo, se tragó sin pestañear la peculiaridades de los productos financieros y de seguros, los interminables espacios de música clásica y prestó especialísima atención a los diferentes menús del sistema, apuntando en un papel los dígitos adecuados. TELÉFONO.— Si desea contratar nuestro producto estrella Interglobal Gelcartera, diga uno; si desea información de seguros, diga dos; si desea información financiera, diga tres; si desea información de otros productos, diga cuatro; para solicitar ayuda, diga cinco. El asegurado se apresuró a vocalizar: ¡Dos! TELÉFONO.— Si desea información de seguros de vida, diga uno; si desea información de seguros del hogar, diga dos; si desea información sobre seguros del automóvil, diga tres; si desea información sobre responsabilidad civil, diga cuatro; si desea información de seguros de salud, diga cinco. Para solicitar ayuda, diga seis. —¡Dos! —voceó el asegurado. TELÉFONO.— Si desea ampliar la cobertura de su póliza, diga uno; si desea información sobre el importe de la próxima prima, diga dos; si desea saber el importe de su cobertura de continente, diga tres; si desea saber el importe de su cobertura de contenido, diga cuatro; si desea saber el importe de su cobertura de responsabilidad civil, diga cinco. Para solicitar ayuda, diga seis. El asegurado tuvo la sensación de encontrarse perdido. Solicitó ayuda diciendo seis. TELÉFONO.— En estos momentos accede usted al menú de ayuda. Si desea más información, diga uno; si se ha equivocado, diga dos; si desea volver al menú principal, diga tres; si desea hablar con un gestor comercial, diga cuatro. El asegurado dio un suspiro de alivio y gritó ¡cuatro! como si en ello le fuera la vida. No obstante, aún le fue dado saborear durante algún tiempo el rasgar de violines, los estruendos de la percusión, las trompetas, los oboes y demás instrumentos. TELÉFONO.— En estos momentos todos nuestros gestores comerciales están ocupados. Rogamos siga a la espera. (Mientras sonaba la música, el teléfono repetía: Un momento, por favor... un momento, por favor... un momento, por favor...) El asegurado, en tanto seguía a la espera, discurría: «Me va a salir por un pico, esta llamadita». TELÉFONO.— En estos momentos todos nuestros gestores comerciales están ocupados. Rogamos siga a la espera. (Música y palabras se mezclaban: Un momento, por favor... un momento, por favor...un momento, por favor...) El asegurado soportó estoicamente la repetición de esta cantinela minutos y minutos. Cuando se disponía a colgar el auricular... TELÉFONO.—Ante la imposibilidad de contactar con nuestros gestores comerciales, rogamos indique otra opción del menú anterior, el cual volvemos a detallarle. En estos momentos accede usted al menú de ayuda. Si desea más información, diga uno; si se ha equivocado, diga dos; si desea hablar con un gestor comercial, diga tres; si desea volver al menú principal, diga cuatro. El asegurado se sumergió en un mar de dudas y contradicciones. «¿Qué opción elegir?». Un chispazo o un rayo de luz le impulsó a gritar: ¡Uno! TELÉFONO.— Si desea información exhaustiva de su seguro de hogar, lea detenidamente las condiciones contenidas en la carpeta en su poder; si desea seguir adelante, diga uno; si desea información específica, diga dos; si desea detener el proceso, diga tres. El asegurado reflexionó en su desesperación: «Estoy metido en un callejón sin salida». No obstante, su probada terquedad le impelió a seguir adelante y dijo uno. TELÉFONO.— Si desea comunicar un siniestro de contenido, diga uno; si desea comunicar un siniestro de continente, diga dos; si desea comunicar un siniestro de responsabilidad civil, diga tres; si desea otras opciones, diga cuatro. El alegrón que experimentó el asegurado fue de órdago a la grande. «Esto es lo que yo buscaba». Y voceó eufórico: ¡¡Dos!! TELÉFONO.— Si el siniestro se ha producido en el tejado, diga uno; si se ha producido en la fachada principal, diga dos; si se ha producido en el resto de las paredes, diga tres para la norte; cuatro para la sur; cinco para la este y seis para la oeste; si se trata de siniestro total, diga siete; si se ha producido en la puerta principal, diga ocho; si se ha producido en las puertas secundarias exteriores, diga nueve; si se ha producido en las ventanas superiores, diga diez; si se ha producido en las ventanas inferiores, diga once; si afecta a los marcos de las ventanas, diga doce; si afecta a las rejas de las ventanas, en caso de que las hubiera, diga trece; si afecta a los cristales de las ventanas, diga catorce; si afecta a las dependencias extrahogar, como garajes, trasteros, almacenes, caseta del perro. etc., diga quince; si afecta al jardín en general, diga dieciséis; si afecta a los árboles frutales, diga diecisiete; si afecta a los árboles ornamentales, diga dieciocho; si afecta al mobiliario del jardín, como fuentes ornamentales, estatuas, bancos, juegos infantiles, piscinas, barbacoas o instalaciones deportivas, diga diecinueve; si desea la repetición del menú, diga veinte: —¡¡Veinte!! —gritó el asegurado y se dispuso a escuchar con la mayor atención posible la reproducción del extenso menú. Una vez terminado y tras la señal, se desgañitó al contestar: ¡¡Catorce!! TELÉFONO.— Si el siniestro ha sido causado por incendio intencionado, diga uno; si ha sido causado por incendio fortuito, diga dos; si ha sido producido por el calor, diga tres; si por el frío, diga cuatro; si ha sido causado por explosión, implosión o autoexplosión, diga cinco; por guerras convencionales, ya sean civiles o internacionales, diga seis; por guerras químicas o bacteriológicas; diga siete; por guerras nucleares o explosión atómica, diga ocho; por guerras preventivas, quirúrgicas o terapéuticas, diga nueve; por guerrillas urbanas o rurales, diga diez; por caída inesperada de aeronaves, diga once; por bombardeo amigo, diga doce; por caída sorpresiva de meteoritos siderales o basura espacial, diga trece; por choque de trenes involuntario, ya sean de viajeros o de mercancías, diga catorce; por carreras de camiones, tractores, coches o motos autorizadas, diga quince; por embestidas de vehículos a motor contra el edificio no anunciadas previamente, diga dieciséis; por pequeñas embestidas de bicicletas, triciclos, patinetes y demás artilugios conocidos o no, diga diecisiete; Si su caso no se halla comprendido en el enunciado anterior, diga dieciocho. El asegurado dijo dieciocho. TELÉFONO.— Si el siniestro ha sido causado por inundaciones de ríos de agua dulce y aguas fluviales del mismo sabor, diga diecinueve; por olas y mareas negras o de otro color procedentes de océanos y mares interiores, diga veinte; por lluvia, siempre que en un intervalo de dos horas, se hallan recogido más de 500 litros por metro cuadrado, diga veintiuno; por granizo o nieve (esta última, solamente procederá en los meses de invierno, por lo que no se tendrá en cuenta si el siniestro ha ocurrido en verano), diga veintidós; por viento, cuya velocidad sea igual o superior a 250 kilómetros por hora, tanto en la península como en las islas de soberanía, diga veintitrés; daños causados por huracanes, sólo allí donde sean frecuentes, diga veinticuatro; por terremotos terrestres, diga veinticinco; por maremotos marítimos, diga veintiséis; por ciclones, tornados y remolinos, diga veintisiete; daños causados por erupciones volcánicas a personas, criados, mascotas y otros animales domésticos, solamente allí donde disfruten de volcanes, diga veintiocho; daños causados por el personal de servicio doméstico, excepto inmigrantes ilegales o sin papeles e iletrados, diga veintinueve; daños causados por el titular (no intencionados) o por su esposa legal, si está casado por la Iglesia o por el juzgado, así como los hijos biológicos o putativos legítimamente reconocidos que convivan en el mismo hogar, ya sean mayores o menores de edad, diga treinta; daños causados por individuos desconocidos o clandestinos, como inmigrantes sin papeles y otros sujetos apócrifos, diga treinta y uno; por plagas de langosta, hormigas termitas, avispas y otros insectos destructores, diga treinta y dos; daños causados por bestias salvajes, como leones, tigres, cocodrilos, elefantes, dromedarios, toros de lidia, lobos, jabalíes, zorros, osos y perros asilvestrados, con pedigrí o sin él, diga treinta y tres; por aves de rapiña, como águilas imperiales, halcones, lechuzas, cigüeñas, gallos de pelea, tordos, palomas y urracas, diga treinta y cuatro; daños ocasionados por causas desconocidas, diga treinta y cinco. Daños por terrorismo, excluidos. El asegurado se dio prisa para decir treinta y dos. La música irrumpió nuevamente. TELÉFONO.— Su declaración se está parametrando. Rogamos siga a la espera. Mientras sonaba la música, periódicamente se oía con reiteración: Un momento, por favor... un momento, por favor... un momento, por favor... TELÉFONO.— Lamentamos comunicarle que en virtud de las respuestas ofrecidas al sistema no queda claramente definido el tipo de siniestro, razón por la cual le invitamos a cumplimentar en letras mayúsculas el impreso específico obrante en su poder titulado Declaración de siniestro en el hogar, que consta de cuatro ejemplares: los tres primeros deberá enviarlos a GELCARTERA GLOBAL, donde se aficharán, y el cuarto lo conservará usted como prueba de haber efectuado la declaración. Esperando haberle congratulado como usted se merece, le deseamos lo mejor para usted y su familia. No dude en ponerse en contacto con nosotros para cualquier nueva información en los teléfonos 902133444 y 902555666 o en la página de Internet www.gglobal.com. Tal como le anunciábamos al principio, su conferencia ha durado 67 minutos ( tres de ellos por nuestra cuenta), con un coste aproximado de 30 euros, unas cinco mil pesetas, que le será facturado por su operadora telefónica. Y además, le cabe la íntima satisfacción de haber contribuido con el 0,7% del importe de su llamada al sostenimiento de la ONG Seguros sin fronteras, especializada en la protección y aseguramiento de los bienes y riquezas de los países más tristes del mundo. Le quedamos muy agradecidos por su visita a nuestro sistema interactivo, gracias al cual, como habrá comprobado, ha resuelto con suma facilidad todos sus próblems. En cualquier caso, y pese a nuestro inmejorable servicio, estamos abiertos para recibir sin complejos, toda queja o sugerencia razonable que estime conveniente. Esperamos con agrado su nueva visita. Un cordial saludo. Todavía está a tiempo para suscribir nuestro producto estrella Interglobal Gelcartera. —¡Quiero hablar con un gestor comercial! ¡Quiero hablar con un gestor comercial! gritó o suplicó el asegurado. Pero continuó sonando un tiempo la música y la comunicación se interrumpió. El asegurado colgó con tal ímpetu el auricular en su base que todo el aparato cayó hecho añicos al suelo. Recogiendo los trozos pensó fugazmente: «A lo mejor esto también entra en el seguro».
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