La mujer se quedó mirando al tiempo mientras la luz moría en las esquinas y una desolación llena de espinas la arañó con un son a contratiempo. Pensó en su corazón, siempre a destiempo, coleccionando escombros, polvo, ruinas, convirtiendo dolores en harinas y el fracaso en un viejo pasatiempo. Se extraño la mujer de que la vida, en que todas sus ansias había puesto, fuese esta soledad interminable. Miró su juventud atardecida, oyó a su corazón, triste, dispuesto, y sonrió a la nada inexorable.
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Detrás de aquellos besos asombrosos estaba este desastre de horas muertas y esta prisa cerrando siempre puertas y estos amaneceres dolorosos. Detrás de aquellos años milagrosos estaba el porvenir con sus desiertas zonas de soledad y sus inciertas promesas de entusiasmos herrumbrosos. Detrás de la subida estaba el pozo y detrás de la dicha estaba el llanto y más allá del llanto el desconsuelo. Buscó por los rincones algún trozo de aquellos que una vez quisieron tanto: sólo queda un retrato y un pañuelo.
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Y si después de todo, todo fuera
a qué este loco empeño en convertirnos en contables de un tiempo que no espera. Y si resulta que lo cierto era este sermón que viene a repetirnos que avanza el huracán para batirnos y es inútil y absurda esta carrera. Entonces, amor mío, ten sosiego y aprovecha esta cueva que te ofrezco y apura el agua que yo no he bebido. El viento nos arrastra frío y ciego, toma mi manta mientras yo envejezco: amarte de otro modo no he sabido.
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Un
mar, un mar es lo que necesito.
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