Francisco Álvarez Hidalgo

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La sonrisa

Desnudo

Tus manos

Juntos

Late conmigo

Tríptico

Acóplate

La sonrisa
Ha muerto una sonrisa en mi ventana;
¿no has visto a su alma levantar el vuelo?
Murió por ti, tendida sobre el hielo,
cansada de esperar cada mañana.
Qué calidez, qué calidad humana
exhibió en la antesala del recelo,
sin permitir que el hondo desconsuelo
oscureciera su ilusión temprana.
Asomóse a la noche hora tras hora
con su visión de ti esperanzadora,
y a la luz de la aurora se asomó.
Pero en la paz del campo mudo y triste
no se oyó tu pisada, no viniste,
y dulcemente se desvaneció.
 

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Desnudo
Desnuda al pie de la vetusta encina
alza los brazos en ofrecimiento,
y el arroyo se acerca, claro y lento,
roba sus formas y se arremolina.
Desierto está el paisaje. En la colina
rompe el amanecer, y en un momento
invisibles tentáculos de viento
la envuelven en espira clandestina.
Oh, libertad del cuerpo despojado
de vestimenta inútil, que ha logrado
revestirse de luz y de color.
Belleza de los senos descubiertos,
de temblorosos muslos entreabiertos,
y en los ojos azules el candor.

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Tus manos
Ah, las manos, tus manos, cómo extraño
la suavidad, la firme contextura,
su roce de caderas y cintura,
y los sondeos íntimos del baño.
Intento duplicar cada peldaño
trepando palmo a palmo mi estatura,
y al ver que no eres tú quien lo procura
me siento causa de mi propio engaño.
Vuelvan tus manos, ráfagas febriles,
a alborotar mis senos juveniles,
a suscitar sobre mi piel temblores.
Toca, acaricia, explora, roza, exprime,
que el cuerpo clama cuando el alma gime,
y mis gemidos son desgarradores.

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Juntos
Por cauce horizontal y paralelo,
mi mano, cabalgando en tu figura,
baja de la cadera a la cintura,
ronda los senos y ensortija el pelo.
Tu intimidad sensual levanta el vuelo
descubriendo vibrante una estructura
con ansiedad de entrega y de aventura
y la agresión de una leona en celo.
He de hacer de tu cuerpo una mordaza,
y formarán tus labios un camino
de humedad, arrastrándose en mi piel.
Verás mi círculo de amor que abraza
tu temblor en furioso torbellino,
y plantaré mi flor en tu vergel.

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Late conmigo
A
tu más íntimo rincón me admites,
y el miembro dejas aherrojado en grillos;
de tal forma contraes los anillos
que el movimiento apenas le permites.
He de gritar al tiempo que tú grites
al compás de descargas de martillos;
en mis ojos idénticos los brillos
que del cristal de tu mirada emites.
Y al expirar los últimos gemidos,
antes de sosegar adormecidos,
sigue abrazándome una y otra vez.
Sumérgete en quietud, late conmigo,
cúbranos el sensual, cálido abrigo,
de nuestra fulgurante desnudez.

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Tríptico

I

Soy la mujer que impúdica ha besado

la zona de tu vientre, tus pezones,

quien rueda un manantial de sensaciones

que antes de ti no había imaginado.

Eres el mar, soy el acantilado,

reviente en mí tu furia de emociones

irrumpiendo en mis húmedos rincones

la dulce intensidad que he presagiado.

Deja tu voz acariciar mi oído

con ese lánguido, sensual tañido,

de campana en crepúsculos herida.

El último vestigio del recato

borrado ya, dobla por mí a rebato,

y escúchame gemir estremecida.

II

Sin estar junto a mí estabas conmigo,

sombra de piel sobre mi piel desnuda;

te vio la oscuridad, íntima y muda,

de mis ojos cerrados al abrigo.

¿Mis manos o las tuyas? Te persigo

a través de mi cuerpo; se me anuda

tu tacto en la cintura, se hace aguda

filigrana la lengua en el ombligo.

Tripula mi bajel en estos mares,

que aún no son, por abiertos, familiares,

aunque conozca brújula y afán.

Iza mis velas, colma mi bodega,

navégame entre muslos, que ya llega

rodando irracional el huracán.

III

La tempestad ha roto arrolladora

en descarga de lluvias y crujidos;

jadeante el deseo en los sentidos

es pantera que lúbrica devora.

La noche carnal muere, y en la aurora

del sosiego se duermen los sonidos,

y la mente retraza recorridos

que habrá de repetir en otra hora.

Vencidas las palabras, suavemente

yacen sobre el teléfono. Se siente

una entrañable paz a ambas orillas.

Dos mujeres se amaron a distancia;

y tal vez queda más en cada estancia

que un ligero temblor en las rodillas.

 

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Acóplate

Llueven tus senos sobre mí oscilantes,

resbalando en la cuenca de los muslos.

El placer, de puntillas sobre el cuerpo,

quema un sendero oculto.

Hay un sueño de labios sobre el vientre,

de labios vagabundos,

frescos de sombra y humedad, como alas

de rosas deshojadas al crepúsculo.

Y remolcas cerezas ya maduras

por invisibles surcos,

sobre la piel del pecho,

hasta el cuello desnudo,

paréntesis de nardo en las mejillas,

para la boca alternativo fruto.

Se aglomeran en súbita cadencia

latidos en tumulto,

rojos de sangre en corazón inquieto,

convulsivos en torno al sexo duro.

Acóplate, mujer, en fluctuantes,

recíprocos impulsos,

que en tus entrañas he de atrincherarme,

y a ti, en cautividad, me catapulto.

 

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