EPISTOLA II
De pies en los linderos castellanos,
esto que os digo aquí, borro y escribo
con puros versos en cultura llanos,
a nadie en ellos de entenderme privo;
y si es fácil o no llaneza tanta,
pruebe la mano el culto más altivo.
No es mi Musa tan rígida, que espanta
con voces erizadas, con horrores,
ni sólo al son de la guitarra canta.
Que si en su verde edad cantaba amores,
tal vez calza también coturnos de oro
la que calzaba abarcas de pastores.
Que un grave estilo, fácil y sonoro,
no es cosa que se imita, ni se aprende,
ni está del pedantismo en el tesoro.
Con esto el vulgo en su ignorancia entiende,
que es arte insigne desatar latines,
que el cándido vulgar vicia y ofende.
Los versos de otros son de matachines,
que asoman a decir lo que no dicen,
y son los más plebeyos y ruínes.
No del estilo familiar desdicen
humildes consonantes y vulgares;
y es bien que con Horacio se autoricen.
Ni sigue los antiguos ejemplares,
quien de estrellas jurar hace las olas,
entre otros barbarismos singulares.
Y armar los versos de palabras solas,
es hacer la comida de minestras,
y no de las vïandas españolas.
Plautinas son, señor, las Musas nuestras;
Virgilio vive solo en sus cuadernos,
las tablas han vencido a las palestras.
Hay nueva locución, tropos modernos;
y llaman nuestros cómicos laureles
al verso con muleta, afectos tiernos.
Fiestas de noche son con oropeles,
que encubren y desmienten la vileza,
correr, hachas, rumor y cascabeles.
¡Oh siglo! Bueno está, que es gran flaqueza
hacer emulación de la ignorancia,
y dar al zueco vil lustre y grandeza.
La presunción se atreve, a la distancia,
que vistes ya de un español Terencio,
licencias de poética arrogancia.
PULSA
AQUÍ PARA
LEER EL CONCEPTO DE POESÍA EN DISTINTOS AUTORES |