A un bien efímero
¡Oh
inesperado bien que a mí viniste!
¡Cómo en mi corazón te aposentaste,
y en céfiros efluvios lo inundaste,
y en un mar de delicias lo meciste!
Pues en tu fuego el alma
me encendiste,
¿por qué, al irte, encendida la dejaste?
Para durar tan poco, ¿a qué llegaste?
Y si llegar te plugo, ¿por qué huiste?
Relámpago fugaz, ¡oh,
bien!, has sido,
que aun no del todo el fulgurar se advierte,
cuando ya es apagado y fenecido.
Pero aún así bendeciré
mi suerte,
¡oh, bien!, porque perdiéndote he perdido
el receloso miedo de perderte.
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