Gabriel García y Tassara

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Naciera yo, naciera en las montañas...

A Dante

A las cumbres del Guadarrama

A Fernán Caballero

Naciera yo, naciera en las montañas,

yo que admiro su rústica belleza,

s cercano de sí , ¡naturaleza!

con su luna, su sol, su inmensidad.

Y salvando las breñas y torrentes

de las fieras salvajes al bramido

no hubiera con su aliento corrompido

mi falleciente ser la sociedad.

Y no que estoy con rabia contemplando

desde el profundo abismo de mi suerte

el triste pensamiento de la muerte

las horas de mi vida presidir.

Si es lo que suena, mi tremenda hora,

llevaré hasta la tumba mi deseo.

¡Crepúsculo oriental! yo no te veo.

Ya para mí no hay sol. . . . esto es morir

 

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A DANTE

INVOCACIÓN DE UN POEMA.

 Lasciate ogni speranza.

 Sagrado Homero de la antigua Europa
que apuraste en tu ardor hasta las heces
de la suprema inspiración la copa;
Dante inmortal que con los siglos creces
y al rudo son de tu salvaje canto
a las generaciones estremeces;
Tú, que en las alas de tu genio santo
el Cielo recorriste y el Infierno,
mansiones de la luz y del espanto;
¿Por qué la voz del hombre es ese interno
lamento de dolor, hondo, infinito,
inenarrable, inacabable, eterno?
¿Por qué la voz del genio es ese grito
que resuena del mundo en la memoria
como el ¡ay! de Luzbel al ser maldito?

Canta Moisés, y la tremenda historia
canta del Cielo y del Edén vedado,
y al hombre despojado de su gloria.
Canta de los Profetas el sagrado
coro, y sus misteriosas armonías
la historia son del primordial pecado.
Llora con llanto eterno Jeremías,
David ve a Dios ceñudo e iracundo,
tiembla Jerusalen ante Isaías.
Y Job, envuelto el rostro en polvo inmundo,
a decir su dolor no encuentra nombres,
y lanza un ¡ay! que aun estremece al mundo.
Canta Homero, profeta de los hombres.
si los otros de Dios, el que esa lira
te dio, ¡gran Dante! con que al mundo asombres.
Canta, y canta de Ilion la inmensa pira,
y del Aquivo el funeral trofeo,
y de los Dioses la tremenda ira.
Canta Esquilo, y nos canta a Prometeo,
la roca insuperable del destino,
y el eterno buitre del deseo.
Prosigue el hombre su fatal camino,
y cuando el mundo con su peso oprime
el Capitolio del poder latino,
Canta Virgilio, y si su voz sublime
canta de nuevos siglos nueva aurora,
Roma asombrada con su canto gime.
Mas ¡ay! ya viene el que en los Cielos mora,
el que el Oriente y Occidente espera,
el que la triste humanidad implora,

¿Dolor?... ¿Siempre dolor? En su carrera
el Hombre-Dios exhalará un gemido
que oirán todos los vivos cuando él muera;
Y será tu Evangelio prometido
la historia, ¡oh Dios!, de la miseria humana,
escrita con la sangre de tu Ungido;
Y en visión iracunda y soberana
verá San Juan ante sus turbios ojos,
del caos humano y de la muerte hermana,
En la hora de los últimos despojos
la Bestia Apocalíptica triunfante
del mundo apacentarse en los despojos.
Sucumbe Roma, la nación gigante,
y corre desde el mudo Capitolio
al Gólgota inmortal la Europa infante.
Cesa el canto oriental y el ritmo eölio.
no hay Moises, no hay Homero. Dante sube
de la suprema inteligencia al solio.
Su canto oíd. Arrebolada nube
de robusta y magnífica armonía
le circunda la sien como a un querube.
Acaso ya tras la hecatombe impía
el hombre va a escuchar por vez primera
un himno de esperanza y de alegría.
Ya alza los ojos a  la ardiente esfera,
ya resuena en su voz y en su alma late
la voz y el alma de la Europa entera.
Ya va a cantar el inspirado vate,
ya retiembla la lira entre sus manos...
¡Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!

 

¡Oh de la vida y de la muerte arcanos!
¡Oh terrífico adios a la esperanza!
¡Oh sentencia fatal de los humanos!
¡Oh venganza de Dios! ¡Oh gran venganza
cuyo eterno cuchillo de diamante
ninguna mano a desclavar alcanza!
Tu Infierno es este mundo, ¡oh padre Dante!
encima del dintel de nuestra vida
la tremenda inscripción ya está delante.
El mal hizo en la tierra su guarida,
el bien no es más que idealidad suprema,
entre oscuros crepúsculos perdida.
Víctima de un recóndito anatema,
huérfana de su Dios abandonada
como las sombras de tu gran Poema;
De caminar y caminar cansada,
un círculo de círculos corriendo
como esos que corrió tu planta osada;
El eterno Cocito circuyendo
por ver si un soplo de aquilón divino
mueve la onda letal del lago horrendo;
Preguntando a la sombra su destino
sin más luz que la sombra que le espera
como al principio al fin de su camino;
La humanidad, ¡oh Dante!, desespera,
la humanidad, la humanidad y el hombre.
Que el hombre es, ¡ay!, la humanidad entera.
Edipo no halla de su enigma el nombre,
por los infiernos de su infierno gira,
y no hay visión allí que no le asombre.

 Por eso, ¡oh Dios!, la humanidad suspira,
y el genio, que es su voz, cuando la canta
ayes arranca a su funesta lira.
Por eso hasta esa Musa sacrosanta
del bien supremo donde está el arcano
que en sus alas divinas se levanta.
Esa Musa de acento soberano.
la excelsa y refulgente Teología,
también es Musa del dolor humano.
¡Oh virgen celestial de la Poesía!
También ella es dolor... Mira a la ciencia,
la antes pura y genial Filosofía,
Mírala revolcarse en su impotencia;
carnal matrona de infecundo seno,
jamás pudo engendrar una crëencia.
De ella está el mundo con sus siglos lleno;
lo sabe todo, pero al hombre ignora,
y a remediar su mal le da veneno;
Y cuando suena la tremenda hora
de esas tormentas cuya voz retumba
sobre esta Europa que en tinieblas llora,
Cual vil sepulturera, abrir la tumba
del pueblo que murió dado le es sólo
y llorar en la inmensa catacumba.
La Europa va a morir. Tú, sacro Apolo
del Parnaso de Cristo, dime un canto
que resuene en su vasto mauseolo.
Tú la cantaste ya cuando áureo manto,
malla feudal, sacerdotal tiara
ostentaba en el trono sacrosanto.

Yo idolatrando la veré en el ara
el espectro del oro y la fortuna,
de inspiración y de entusiasmo avara.
Entonces como ahora, allá en su cuna
y en el lecho fatal de su agonía,
el fantasma tremendo la importuna.
Cantemos de la Historia la elegía:
Sol de la humanidad, de sus regiones
la idealidad se aleja cada día.
En vano entre magníficos blasones
renacerá, renacerá en su hoguera
el fénix inmortal de las naciones.
El hombre, ¡padre Dante!, desespera,
dobla la sien en la doliente mano,
y abandona el timón a la onda fiera.
No inquiere ya el arcano. No hay arcano.
No ansía ya la venganza. No hay venganza.
No hay más que el himno del dolor humano,
y el sempiterno adiós á la esperanza.
(Julio de 1852.)

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A LAS CUMBRES DEL GUADARRAMA

Cumbres de Guadarrama y de Fuenfría:

 columnas de la tierra castellana,

que, por las nieves y los hielos,

cana la frente alzáis, con altivez sombría.

Campos desnudos como el alma mía,

que ni la flor ni el árbol engalana:

ceñudos, al nacer de la mañana;

 ceñudos, al morir del breve día.

Al fin, os vuelvo a ver, tras larga era;

os vuelvo a ver con el latido interno

 del patrio amor, que, vivo, persevera.

Para mí y para vos llegó el invierno.

Para vos tornará la primavera,

mas mi invierno, ¡ay de mí!, será ya eterno.

 

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A FERNÁN CABALLERO
ENVIÁNDOLE UN EJEMPLAR DE MIS POESÍAS

Tú a quien dos veces admiré en el mundo,
primero, en esa arábiga Sevilla,

de una entusiasta juventud cercada,
la hermosa dama, la sin par Cecilia;
Después allá cuando de mí ignorado,
tras anchos mares en extraños climas
por la mafia entre aplausos repetido,
de Fernán Caballero el nombre oía;
Dígnate recibir como un recuerdo
de la antigua amistad nunca extinguida
como una ofrenda en el altar del genio
que en sus alas fulgentes te sublima,
Dígnate afable recibir el libro
arca no, sino tumba de reliquias
donde al fin encerré los pobres versos,
que al azar engendró mi fantasía.
Acaso entre ellos hallarás algunos
que al fresco murmurar de la onda estiva
de su jardín las auras aprendieron,
en las noches de luz de Andalucía;
Ysi espejos no son cual tus poemas
de un alma en tu fervor pura y tranquila
sí de esta audaz generación del siglo
la Haga aquí tal vez sangre destila;
Hijos siempre serán de aquella musa
que en ya lejanos cuanto hermosos días
de Byron, Goethe y Lamartine los nombres,
¡musa tú más feliz!, de ti aprendía.
Sé indulgente con ellos cual soliste;
y entre tanto esta página te diga
la sincera efusión de la memoria
que a Cecilia y Femán su autor envía.

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