Gabriel Bocángel

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Huye del sol el sol, y se deshace

Aunque de Europa el robador divino

Yo cantaré de amor tan dulcemente

Huye del sol el sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo, que a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.
Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?
Lo que pasó ya falta; lo futuro
aun no se vive; lo que está presente,
no está, porque es su esencia el movimiento.
Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por monarca un accidente

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 Aunque de Europa el robador divino

siente el desdén, a Europa disculpaba;

queriendo ser vencida, peleaba,

que hay defensas que muestran el camino.

Del rencor femenil es tan vecino

el gusto que en el gusto siempre acaba.

No quiere ser esquiva la más brava;

esquiva quiere parecer, Licino.

Si Filida te escucha y te responde,

aunque de amor se te figure exenta,

con blandos ruegos su dureza excita.

Gobiérnete su pecho en lo que esconde,

porque no es no pecar lo que ella intenta:

pecar, mas con disculpa solicita.

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Yo cantaré de amor tan dulcemente

el rato que me hurtare a sus dolores,

que el pecho que jamás sintió de amores,

empiece a confesar que amores siente.

Verá cómo no hay dicha permanente

debajo de los cielos superiores,

y que las dichas altas o menores,

imitan en el suelo su corriente.

Verá que ni en amar alguno alcanza

firmeza (aunque la tenga en el tormento

de idolatrar un mármol con belleza).

Porque si todo amor es esperanza,

y la esperanza es vínculo del viento,

¿quién puede amar seguro en su firmeza?

 

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