¿De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación _y ya es decir_, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo, embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, zángano de colmena, inútil cacaseno, con tus manos lavadas, a comer en mi plato y ensuciar la casa? Te acompañan las barras de los bares últimos de la noche, los chulos, las floristas, y los ascensores de luz amarilla cuando llegas, borracho, y te paras a verte en el espejo la cara destruida, con ojos todavía violentos que no quieres cerrar. Y si te increpo te ríes, me recuerdas al pasado y dices que envejezco. PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR ESTE POEMA RECITADO POR SU AUTOR
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Un viento fresco joven, liberado apenas, se dilata por la huerta. El seto, entre sus verde despejado, templa la luz, indócil se despierta. Suelta de nubes. Por el encrespado azul pájaros cruzan en alerta fugaz. Cantan las hojas. En el prado la sombra de las ramas ya es incierta. Va a comenzar. Ahora es cada mata un manojo de savias incesantes que los silvestres aires busca y bebe. ¡Pronto, corred! El cielo se desata. Y un rumor va creciendo por instantes, húmedo, a lilas golpeadas: llueve. |
No puede darme Amor mayor tormento, ni la fortuna hacer mayor mudanza; no hay alma con tan poca confianza, ni corazón en penas tan contento. Hácelo, Amor, que esfuerza el flaco aliento, porque baste a sufrir mi malandanza, y no deja morir con la esperanza la vida, la afición, ni el sufrimiento. ¡Ay, vano corazón! ¡Ay, ojos tristes! ¿Por qué en tan largo tiempo y tanta pena nunca se acabó el llanto ni la vida? ¡Ay, lástimas! ¿No os basta lo que hicistes, Amor? ¿Por qué no aflojas mi cadena, si en tanta libertad dejaste a Alcida? |
No es Amor ciego, mas yo lo soy que guío mi voluntad camino del tormento; no es niño Amor, mas yo que en un momento espero y tengo miedo, lloro y río. Nombrar llamas de Amor es desvarío, su fuego es el ardiente y vivo intento, sus alas son mi altivo pensamiento y la esperanza vana en que me fío. No tiene Amor cadenas, ni saetas para aprehender y herir libres y sanos, que en él no hay más poder que el que le damos. Porque es Amor mentira de poetas, sueño de locos, ídolo de vanos: ¡mirad que negro dios el que adoramos!
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quam magnus numerus Libyssae arenae ………………………………………………. aut quam sidera multa, cum tacet nox, furtiuos hominum uident amores. Catulo, VII Imagínate ahora que tú y yo muy tarde ya en la noche hablemos hombre a hombre, finalmente. Imagínatelo, en una de esas noches memorables de rara comunión, con la botella medio vacía, los ceniceros sucios, y después de agotado el tema de la vida. Que te voy a enseñar un corazón, un corazón infiel, desnudo de cintura para abajo, hipócrita lector —mon semblable, —mon frére! Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos a ser posible jóvenes: yo persigo también el dulce amor, el tierno amor para dormir al lado y que alegre mi cama al despertarse, cercano como un pájaro. ¡Si yo no puedo desnudarme nunca, si jamás he podido entrar en unos brazos sin sentir —aunque sea nada más que un momento— igual deslumbramiento que a los veinte años! Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario. Y es necesario en cuatrocientas noches —con cuatrocientos cuerpos diferentes— haber hecho el amor. Que sus misterios, como dijo el poeta, son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen. Y por eso me alegro de haberme revolcado sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos, mientras buscaba ese tendón del hombro. Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones... Aquella carretera de montaña y los bien empleados abrazos furtivos y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo, pegados a la tapia, cegados por las luces. O aquel atardecer cerca del río desnudos y riéndonos, de yedra coronados. O aquel portal en Roma —en vía del Babuino. Y recuerdos de caras y ciudades apenas conocidas, de cuerpos entrevistos, de escaleras sin luz, de camarotes, de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos, y de infinitas casetas de baños, de fosos de un castillo. Recuerdos de vosotras, sobre todo, oh noches en hoteles de una noche, definitivas noches en pensiones sórdidas, en cuartos recién fríos, noches que devolvéis a vuestros huéspedes un olvidado sabor a sí mismos! La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota de la languer goütée a ce mal d'étre deux. Sin despreciar —alegres como fiesta entre semana— las experiencias de la promiscuidad. Aunque sepa que nada me valdrían trabajos de amor disperso si no existiese el verdadero amor. Mi amor, íntegra imagen de mi vida, sol de las noches mismas que le robo. Su juventud, la mía, —música de mi fondo— sonríe aún en la imprecisa gracia de cada cuerpo joven, en cada encuentro anónimo, iluminándolo. Dándole un alma. Y no hay muslos hermosos que no me hagan pensar en sus hermosos muslos cuando nos conocimos, antes de ir a la cama. Ni pasión de una noche de dormida que pueda compararla con la pasión que da el conocimiento, los años de experiencia de nuestro amor. Porque en amor también es importante el tiempo, y dulce, de algún modo, verificar con mano melancólica su perceptible paso por un cuerpo —mientras que basta un gesto familiar en los labios, o la ligera palpitación de un miembro, para hacerme sentir la maravilla de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo. Sobre su piel borrosa, cuando pasen más años y al final estemos, quiero aplastar los labios invocando la imagen de su cuerpo y de todos los cuerpos que una vez amé aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo. Para pedir la fuerza de poder vivir sin belleza, sin fuerza y sin deseo, mientras seguimos juntos hasta morir en paz, los dos, como dicen que mueren los que han amado.
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