índice

Hermes de Paula

Tu voz el adorno de la noche

La ceniza de Merlín

TU VOZ EL ADORNO DE LA NOCHE

                                                                                                            Para Gregoria Heredia

 

En tus labios

la alegría del siglo

y tu voz adornando la noche.

 

El sonido nocturno del lagarto

atrapa el instante

sometido al temblor matutino del rocío.

 

Como una dama de sol

te claman los duendes del alba

derramando en tu espalda

el húmedo frío nocturno

que en las hojas deposita la lluvia.

 

El peso de los años se deshace en tu piel,

huyen de tus sueños

las invisibles estatuas milenarias

que habitan los túmulos del miedo.

 

He venido a tu regazo

desafiando las sábanas oscuras

que las luciérnagas habitan.

 

De tus brazos el calor desciende hasta mi piel,

llenando en mi corazón los anaqueles del vacío.

 

Surgen del silencio palabras y frases doradas.

Con anécdotas suavizando el peso de las horas,

el aroma de tu cama arropa los instantes de frío

y un concierto de recuerdos disecados

traspasa las ventanas del invierno.

 

Tus palabras dotadas por los años

alimentan el hambre de mi espíritu cansado,

reposando en la fuente divina

que tus ancestros forjaron.

 

Sigo en tu pecho dormido

como la primera tarde

que vi en tus ojos

el eterno abrigo de mi soledad,

tus dedos en mis cabellos

y una sonrisa cubriendo mis llantos.

 

Siento el calor de tus brazos en mi espalda

arropando el frío que ondea en mi piel

los vestigios de la lluvia,

traspasando la noche tranquila

con las húmedas flechas de sus gotas.

 

Cuando en horas invernales

apacible la brisa ondea en mi frente

siento tu voz tocando mis oídos.

 

Soles diminutos aran tus huellas

donde sembraron un mundo de luces perfumadas

las eternas flores que marcaron la existencia.

 

ir al índice

LA CENIZA DE MERLIN

1

 

El mundo es redondo y en tu pecho se duplica

busca mi lengua el eje perdido de esta simetría.

 

Tú y yo dormidos en la plaza

donde la desnudez invade los últimos pasos de la seducción,

ella solitaria y desnuda en una sola copa el ocaso disuelve.

 

La tarde está ebria,

danzan en sus brazos los gemidos.

 

Amor agrio y seco desvaneciéndose entre tiempo y espacio,

en la árida espera del viaje

y los vicios que llevaron al fin los días de julio.

 

Ausente me busco entre tus dedos

veo la plaza moverse a tono de tus senos en mi espalda.

Sólo el recuerdo humedece la noche,

como lágrimas de Níobe eternas en la roca.

 

Duelen los últimos minutos en tus piernas

y tu vestido de diosa deambulando en el bosque.

 

ir al índice

2

 El hombre descalzo buscaba su sombra o la voz vibrante de un dios que habitaba las alturas de los montes. Sus ardientes manos tocaron la zarza. Inventaba dioses y fantasmas para romper el ritmo de la soledad y las manchas rojizas que los pezones del fuego dibujaron en su espalda. Quería gastar en un sueño el peso de la noche… gotas oscuras a su ventana se asoman. Alzó los ojos hacia el techo y se hizo eterna la noche. Se encienden luces en el patio, hay un perro ladrando sus horas y la rubia de la esquina aprieta el mundo entre sus dedos.

ir al índice

3

 

No cautiva el fuego de su vientre.

La cama esta vacía,

abierta al silencio tibio de la humedad

tiemblan las paredes,

de las garras del fuego la habitación escapa.

 

Ni principio ni fin en esta escena,

deja que las Furias nos atrapen

en sus arcos de Amazonas.

 

Que fluyan eternos los gemidos

y una noche de sueños inventados

sepulte el canto de los pájaros.

 

Quiero dilatar mis manos

y mi lengua

y mis ojos

y mis labios

en la piel de tu ausencia delatada por el frío.

 

ir al índice

4

 

Tus manos suprimen el dolor

tu música suave amansa las avispas,

furias doradas que penetran daga de sol

en corazones agrietados.

 

Te busco en este húmedo silencio

lanza el pasado sus flechas oxidadas,

un enjambre de luces alrededor de tus pezones

revive los colores soñados en lo oscuro.

 

Infinita soledades repiten tu nombre,

las últimas notas de una flauta

me atan a tus besos ausentes

impulsos femeninos invaden la cascada

y las hazañas redondas de la luna salpican tus cabellos.

ir al índice

5

 

Agua y espuma atesorando su piel.

en gotas de cielo venidas de la noche

se pierden las miradas.

 

Los vicios del fin en su inocencia tendidos.

pensaba que la noche ahogó nuestro pasado

y ese renacer de agua y espuma

(re) crearía la historia del Génesis

que el aire y el fuego preservaron en sus piernas.

 

Su belleza deshizo los días amargos,

atrapaba mariposas rojizas en sus pezones

y salía del bosque a arráncales los ojos a las vírgenes.

 

ir al índice

6

 

Quiero herir en tus piernas la humedad; el fluir nervioso de la cascada sobre tu pecho, esas tímidas gotas que salpican tus pezones y tu lengua deteniendo las horas. Aquí empieza el primer instante de sueño. Una mujer aun sea de piedra; que combine sus palabras y su silencio para herir la madrugada, hace que las hojas multipliquen las sensaciones de otoño.

 

Tenía una vara de acero para torturar a los hombres que vaciaban sus ojos en las formas redondas. Tiempo de risa y rotaciones sobre un cuerpo horizontal. Haciendo venir la humedad en sensaciones de dolor. El sueño se desvanece y sigue la noche. El lejano rasgueo de una guitarra golpea las ventanas del tiempo.

 

ir al índice

7

 

Todos los rostros son tu rostro. Otras piernas están en tus piernas, la palabra seno adquiere en tu pecho la perfección de las formas redondas. No quedan formas para dibujar tu cuerpo. La estructura de tu espalda congela las palabras. Es tiempo de recurrir al silencio, imaginar que no existe una mujer, que son hedónicas sombras navegando en el sueño; y si no existe el sueño, se deshacen las sombras. Placer y silencio se funden en el grito y un enorme vacío arrastra nuestros cuerpos.

 

ir al índice

8

 

Está lloviendo sobre las horas mojadas de la madrugada

tus dedos inventan las acostumbradas hazañas,

el pañuelo que siempre recoge el perfume que humedece tus piernas

tiene un olor más suave,

más intenso que la marca de tus labios.

 

Venidas del viaje hay manchas rojizas en tu espalda

el sol trae el vaivén odioso de las horas,

dos copas de vino en la mesita abandonada.

Una de las copas tiene el misterio que marca los últimos gemidos.

 

ir al índice

9

 

La luna se bebió de nuevo la tarde

una fuga de luces escandaliza las hojas

hay una imagen perdida en lo oscuro

mendigando vestigios de sol.

Esos ojos que inclinan ancha la mirada

desnudan el misterio de la sombra

y traspasan las fronteras del siglo.

 

ir al índice

 

10

 

A veces las diosas salían del bosque,

arrancaban los ojos a los cazadores

y con una mirada explotaban los corazones tristes.

 

En mi calle había una muchacha,

tenía los vicios de las diosas

y unas botas de bronce

para patear el trasero a los poetas.

 

Amaba los espejos y las formas redondas dibujadas en sus senos.

Un día salió del bosque,

quedó una estatua en el balcón

y su perfume se hizo infinito.

 

ir al índice

IR AL ÍNDICE GENERAL