Antonio
Hurtado
de 
Mendoza

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A la soledad

Romance

Si en piélagos de hermosura...

El ingenioso entremés del examinador Micer Palomo

Segunda parte del entremés de Micer Palomo y Médico de Espíritu

Famoso entremés de Getafe

 

 

A LA SOLEDAD

 

Amable soledad, muda alegría,

que ni escarmiento ves, ni ofensas lloras;

segunda habitación de las auroras;

de la verdad primera compañía.

Tarde buscada paz del alma mía,

que la vana inquietud del mundo ignoras,

donde no la ambiación hurta las horas,

y entero nace para el hombre el día.

¡Dichosa tú, que nunca das verguenza,

ni de palacio ves con propio engaño,

la ofendida bondad de la mudanza,

la sabrosa mentira del engaño,

la dulce enfermedad de la esperanza,

la pesada salud del desengaño!

 

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ROMANCE

 

Pastores, que me abraso,

encanto hay en las selvas

peligros en las flores,

veneno hay en las hierbas.

Cristales disimulan

engaños de sirenas,

y efecto de mudanzas

 lo firme de las peñas.

Cuanto se toca es fuego,

 cuanto se escucha, quejas,

 cuanto se ve, milagros,

cuanto se siente, penas.

Yo vi del sol los rayos

 ceñir mayor esfera,

al alba en una risa,

al cielo en dos estrellas.

Hermosa cazadora

tiranizó la sierra,

debiendo el campo

 flores a breves plantas bellas.

De un arco defendida

 en una aljaba encierra

mil flechas para una alma,

y una alma en cada flecha.

Temedla, pues, zagales,

que trata su belleza

las fieras como a hombres,

los hombres como a fieras.

Escarmentad de verme

temiendo su violencia

con voces porque escuche,

con pasos, porque vuelva.

Cazadora enemiga,

 tame y vete,

¿qué más fieras deseas,

si me aborreces?

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Si en piélagos de hermosura

 a quien te ve con tormentas

en diluvios desazones,

el que te escucha se anega;

si, en fin, a ningún sentido

tus perfecciones no dejan

en paz y cuanto respira

tocas arma y mueves guerra,

¿qué ha de hacer un alma tuya,

que te llama y te confiesa

deidad sí, porque es justicia;

dueño no, porque es soberbia;

pero que te adora humilde?

Aun las ansias no le niegan,

que cobardes, cuando finas,

 aun se están negando ofensas.

¡Oh venturoso aquel día

que yo te adoré! Aunque sea

morir desaprovechado:

que ya logra lo que acierta.

Hermosísima señora,

que en dulce tropel de inmensas

beldades, a tus beldades

aun la inmensidad es deuda,

con la ley común de amantes

 ofenda el vivir, ofenda

todo, pero no permita

profanar vulgares huellas.

Pero el amor con respecto

 haga ley, y ley tan nueva,

que sólo en los imposibles,

quien los creyere, los venza.

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HABLAN EN ÉL LAS PERSONAS SIGUIENTES: 
Miser Palomo. 
Luquillas, su criado. 
Un mesonero. 
Un Tomajón. 
Un caballero. 
Un necio. 
Un enamorado. 
Un valiente
 Un gracioso. 
Tres músicos. 
Dos mujeres.  
 
 
Sale Miser Palomo, lo más ridiculo que pudiera vestirse, y Luquillas, su criado, con una lista de papel en la mano, 
y un Mesonero santiguándose. 
 
Miser Palomo. 
No tiene que admirarse, amado huésped, 
que esta comisión , muy verosímil, 
y la ocasión que digo, es urgentísima: 
yo he de exceder mi oficio rectamente, 
mi caro albergador; ya sabe el pueblo 
que ha venido el doctor miser Palomo 
a examinar a  todo buscavida, 
sabandijas del arca de la corte, 
donde se acoge tanto vagamundo 
como en diluvio universal del mundo. 
 Mesonero. 
Por cierto, vuesausted, Dios le bendiga, 
trae tan gran comisión...
 Miser Palomo. 
 Como barriga, 
iba a  decir, el bien barbado huésped; 
ya le entendí: prevenga, elija, escoja 
un tribunal, a  quien yo soy decente; 
que me autorice, no, que me sustente. 
 Mesonero. 
Dígame vuesasted y harase luego. 
¿Cómo tan gordo está? 
 Miser Palomo. 
 Soy veraniego. 
Mesonero. 
Solemne bellacón parece el dómine. 
 Miser Palomo. 
Preguntador parece el mesonista. 
 Mesonero. 
Aquí la silla está. 
 Miser Palomo. 
 Comodabumir (Siéntase.) 
 ego mecum sentare. 
 Mesonero. 
 Poco a  poco, 
que si en latín vuesa merced se sienta, 
se nos caerá la casa en buen romance. 
Miser Palomo. 
No osará, que también comisión traigo 
para que no se caiga cosa alguna. 
 Mesonero. 
Parece comisión de la fortuna. 
 Miser Palomo. 
¿Chistecico en mesón? A espacio, espacio. 
¿Nada nos queda ya para palacio? 
 
Vase el Mesonero y sale el Tomajón. 
 
Tomajón. 
Beso a  vusted las suyas muchas veces. 
Miser Palomo. 
No vi agradecimientos tan tempranos, 
¿pues cuándo le he besado yo las manos? 
 Tomajón. 
Soy astrólogo yo en la cortesía, 
 Mises Palomo. 
 ¡Bueno, que ya se besa en profecía! 
¿Qué tiene por acá? 
 Tomajón. 
 Miser clarísimo, 
de tomajón deseo examinarme. 
 Miser Palomo. 
 Es oficio barato y muy sabroso, 
aunque en la corte ahora vive ocioso; 
¿cómo ha nombre? 
 Tomajón. 
Durango. 
 Miser Palomo. 
 Es muy seguro; 
mas para quien ha de dar, no es bueno el duro. 
Diga ya el tomajón. 
 Tomajón. 
 Yo soy un hombre 
que tomo y pido sin cansar a  nadie; 
soy gaceta común de casa en casa, 
contando cuanto pasa, y que no pasa. 
Tengo heridas famosas por el filo. 
Si es vano el tal señor, le digo luego 
que desciende del conde Perauzules; 
si es tierno, que me dijo cierta ninfa 
que no hay tal caballero en toda Illescas; 
si es bravo... 
 Miser Palomo. 
 Cosa vil tener tal nombre. 
 Tomajón. 
 Que le tiemblan los moros de Getafe; 
si pica en discreción, que escribe y habla 
mejor que Garcilaso y que Demóstenes; 
y, aunque sea un indiano en la miseria, 
le digo que es más pródigo que el Hijo; 
y si con estas cosas no se ablanda, 
le embisto con dos tonos Juan Blaseños, 
y lo que reservé a  su cortesía , 
echando con primor por el atajo, 
se lo vengo a  pedir por mi trabajo. 
 Miser Palomo. 
 ¡Oh, que sois un legón!; que os ha faltado 
el más sutil primor y más usado: 
lo de no hay tan gran príncipe en España, 
y el decir mucho mal de uno con otro, 
no lo ignora el tomajón más potro. 
Andar, señor, andar, y en quince días 
de mercedes, de vos, de señorías, 
no toméis un cuatrín sin mi licencia. 
 Tomajón. 
Ellos me ayudarán a  la obediencia. 
 
Váse el Tomajón  y sale un Caballero.
 
 Caballero. 
Mantenga Dios al buen miser Palomo. 
 Miser Palomo. 
Sí mantendrá, que es lindo mayordomo. 
 Caballero. 
De caballero vengo a  examinarme. 
 Miser Palomo. 
 Muy importante le será el no serlo, 
si es que no quiere más de parecerlo. 
¿Qué nombre? 
 Caballero. 
 Don Juan Bilches. 
 Miser Palomo. 
 Poca cosa; 
mas campando, por mi vida, el Bilches, 
el Bilches sólo digo, me hace asco ; 
conviértale en Hernando de Velasco 
y prosiga. 
 Caballero. 
 Estudié caballería, 
y tengo un par de cursos de enfadoso, 
y algunas señorías regateo, 
y con hijos segundos me voseo. 
Dudo las excelencias, y he jurado 
a fe de caballero, entre dos títulos; 
sin que me hiciese mala la cabeza, 
he ido en las testeras de tres coches 
con un conde, un marqués y un casi duque; 
yo paseo la plaza en fiestas públicas, 
y topando una mía, digo luego: 
«Excelente caballo de los toros», 
y afirmo que pespunta la carrera. 
Por sólo un arador, llamé dos médicos 
y comí carne toda una cuaresma; 
de una mosca en verano tengo agüero, 
y porque oí que el duque de Sajonia 
estaba con catarro: en aquel punto 
despaché por bayetas a  Sevilla. 
Miento con muy buen aire y desembozo, 
que el mentir recatado de la gente 
eso es cosa de hidalgos solamente. 
 Miser Palomo. 
 ¡Oh, que os falta un palillo en el sombrero 
para ser empalado caballero ! 
¿Don tenéis? 
 Caballero. 
¿Cómo don? Guadarnés tengo. 
Miser Palomo. 
En verdad, en verdad, que estáis muy próximo 
a ser un caballero celebérrimo ; 
¿bebéis agua? 
 Caballero. 
Señor, mejor el vino. 
 Miser Palomo. 
¡Jesús, pobre de mí, qué desatino!, 
aunque tenéis buen gusto ; pero ahora 
sépaos mejor el vino, y bebed agua, 
sin que nunca os contente la bebida: 
fresca llamad la fría , y llamad cálida 
a la fresca, buscando extraños modos 
que, como un caldo, ya lo dicen todos. 
Otro punto: en gobierno de la gorra, 
¿qué medio habéis tomado? 
 Caballero. 
 Señor mío, 
escaseo con todos mi sombrero ; 
vive con gran descuido, no trabaja, 
porque el ser muy cortés es cosa baja. 
 Miser Palomo. 
En recién caballeros me contenta 
el ser inexorables de bonete; 
pero advertid, para que vayáis más docto.  
Luquillas, el sombrero del examen. 
Gorrear de esta suerte a  todo el mundo: 
al hidalgo, a  los ojos y a  la boca; 
al caballero, al título, a  la barba; 
al grande, al pecho; al rey, a  la rodilla; 
al Papa, hocicadura, y de este modo 
acabaréis de ser pesado en todo. 
 Caballero. 
¿Puedo ser caballero en todo el reino 
con doctrina tan nueva y tan famosa? 
 Miser Palomo. 
Serlo y decirlo, que es más fácil cosa. 
 
Vase el Caballero y entra el Necio.
 
Necio. 
Yo vengo a  examinarme de ser necio. 
 Miser Palomo. 
Viviréis muy contento de vos mismo. 
¿Sois muy dichoso? 
 Necio. 
En esto solamente 
no he sido necio. 
 Miser Palomo. 
Vamos al examen: 
nombraos. 
 Necio. 
Yo, don Domingo. 
 Miser Palomo. 
 ¡Don Domingo!... 
Necio sois de guardar en todas partes; 
mas, pues, tan necio sois, llamaos don Martes. 
 Necio. 
Hablo en todas las cosas que no entiendo, 
pensando que las sé mejor que todos; 
metime a  lo arquitecto, y dije un día 
mirando al Escorial: ¡qué insigne fábrica 
si tuviera de sitio más un dedo! 
 Miser Palomo. 
Es tacha del Alcázar de Toledo. 
 Necio. 
Diré una pesadumbre al más amigo, 
creyendo que le digo una lisonja; 
haré misterios de que vuela un pájaro; 
detendré a  un delincuente que va huyendo, 
para darle no más las buenas pascuas; 
porfiaré con el mismo calendario 
sobre si la Cuaresma empieza en miércoles. 
Soy mal seguro, malicioso y grave, 
y en el entendimiento, ¡Dios nos libre!, 
que a  todos los que miro como ajenos 
o los estimo en poco, o tengo en menos. 
 Miser Palomo. 
A fe de examinante, que no he visto 
necio de más cultura en toda Europa. 
Sólo una cosa os falta, eficacísima, 
para necio preciado de discreto: 
que es trocar los frenos a  las pláticas, 
entre valientes, el tratar de letras, 
entre letrada gente de montantes; 
el saber de los libros sólo el título; 
referir un soneto del Petrarca, 
no entendiendo de Italia el «non lo vollo»; 
por lo culto decir, en viendo un rábano, 
que las hojas no están conforme al arte; 
y con esto seréis muy necio luego, 
blasonando en latín y hablando en griego. 
 Necio. 
Con esto soy, señor, muy enseñado. 
 Miser Palomo. 
Dios os haga buen necio y buen cansado. (Váse.) 
 Luquillas. 
¿Otro más de quejoso? 
 Miser Palomo. 
 No le quiero; 
¡qué pesadón viniera el escudero! 
 Luquillas. 
Otro pide el examen de menguado. 
 Miser Palomo. 
Dile que aprenda a  ser desconfiado. 
 Luquillas. 
Otro pide el examen de envidioso. 
 Miser Palomo. 
¡Qué descontenta vivirá la bestia! 
Dile que estudie en vil y en hombre bajo 
para que envidie con menor trabajo. 
Luquillas. 
De entremetido hay otro que le pide. 
 Miser Palomo. 
A ese le diera yo cuarenta palos; 
¡qué aborrecible gente! Lucas, dile 
que sufra seis desprecios cada noche, 
esquina en mesa y pesebrón en coche. 
 Luquillas. 
 Otro también... 
 Miser Palomo. 
¿De qué? 
 Luquillas. 
 De confiado. 
Miser Palomo. 
Dile que ya está el necio examinado. 
 Luquillas. 
 Otro más... 
 Miser Palomo. 
¿De qué cosa? 
 Luquillas. 
 Truhanería. 
 Miser Palomo. 
Moderna la llamad filosofía. 
No traigo comisión para truanes , 
porque está reservada al cartapacio 
de los protobufones de palacio. 
Luquillas.  
De hombre de bien examen pide un hombre. 
 Miser Palomo. 
De lo que no se usa no hay examen. 
Luquillas. 
 Cuatro piden el examen de fulleros. 
Miser Palomo. 
 ¿Cuatro no más?; estéril primavera: 
 los que hay más de diez mil, los parta un rayo. 
 Gente de flor, que la examine Mayo. 
 Luquillas. 
 Dos piden el examen de ladrones. 
 Miser Palomo. 
¿Por qué no se juntarán con los cuatro? 
Ya estarán esperando una malicia. 
¡Qué cosa para mí!: paciencia, hermanos, 
porque no he de nombrar los escribanos. 
 Luquillas. 
Dos piden el examen de doncellas, 
y pienso... 
 Miser Palomo. 
No hay pienso, ¡oh lenguas críticas!; 
decir mal de mujeres, baja cosa. 
Luquillas.  
 Las doncellas, señor, no son mujeres. 
 Miser Palomo. 
Al revés, que no sabes conocellas: 
las mujeres, rapaz, no son doncellas. 
 Luquillas.  
 De amor viene aquí un hombre a  examinarse. 
 Miser Palomo. 
Vendrá muy misterioso el majadero. 
 
Sale el Enamorado lleno de cintas y favores. 
 
Enamorado. 
Esa gentil presencia y dulce agrado, 
vea yo enhorabuena, que me debe, 
no de mi amor demostraciones pocas. 
 Miser Palomo. 
Hermano, ¿qué dejáis para unas tocas? 
Examinaos , tontón ; hablad barbado. 
¡Que puede ser un necio enamorado! 
¿Cómo os llamáis? 
 Enamorado. 
Don Carlos. 
Miser Palomo. 
Mentecato; 
el nombre que tomáis de emperadores. 
Don Marcos os llamaréis, sin replicona; 
para el Marco tenéis gentil persona. 
 Enamorado. 
Tengo en amar muy bien guisado el gusto: 
quiero a  las viejas más que no a  las mozas, 
porque ha más tiempo al fin que son mujeres; 
y porque el remudar es grande aliño; 
yo quiero más dos feas que una hermosa. 
Miser Palomo.
Que el tiempo variar es bella cosa. 
 Enamorado. 
Yo escribo cien billetes cada día 
 sin que lleven merced, ni vos, ni túes. 
 Miser Palomo. 
¿Hay flechecita? 
 Enamorado. 
Y también corazoncito. 
 Miser Palomo. 
Amante podéis ser de Carajete.  
Y en fin de casamiento, ¿a vuestras damas 
no enviáis luego cédula? 
 Enamorado. 
 Enviarela. 
 Miser Palomo. 
El cedulón, preciosa bagatela. 
Cédula a  cada paso no me agrada, 
que un cedulón anuncia vicariada. 
De suspiros, de lágrimas y quejas, 
¿cómo os va, cómo os va? 
 Enamorado. 
 Señor Palomo, 
si suspirara yo, ¿qué me faltaba? 
 Miser Palomo. 
¿ No suspiráis? Enamorado infausto. 
 Enamorado. 
Dicen que es a  lo antiguo, y no me atrevo. 
 Miser Palomo. 
No importa , no tenéis de qué afligiros; 
ya está acabado el mundo, no hay suspiros. 
¿Os han dado favor secreto o público? 
 Enamorado. 
En eso yo me tengo mi capricho; 
no me han dado favor, mas helo dicho. 
 Miser Palomo. 
Ya todos lo decimos, y aún diremos, 
que en esto del amor, mi buen don Marcos, 
lo que fue un tiempo gusto, es ya fanfarria; 
por examen llevar este consejo: 
no sólo en el favor no habléis mentiras , 
más también, si podéis, callar verdades. 
Váse el Enamorador sale un Valiente. 
 
Valiente. 
¿Qué flor? 
 Miser Palomo. 
¿Con quién lo habéis? 
 Valiente. 
¿Qué flor, pregunto? 
 Miser Palomo. 
Si por mí lo decís, tinaja, hermano. 
 Valiente. 
Dígolo y lo diré por todo el mundo. 
 Miser Palomo. 
Qué flor, que si hay bostezos de valiente, 
¿en qué sois docto, en bota o en garrafa? 
 Valiente. 
Quiero que me examine por estafa. 
Yo he tenido quinientos desafíos, 
he hecho sobre el duelo dos comentos, 
seiscientos antuviones he pegado 
y he reñido cien veces en ayunas. 
 Miser Palomo. 
¿Qué fuera al fenecer las aceitunas? 
 Valiente. 
Maté ün león con este dedo. 
 Miser Palomo. 
 ¿Albano?... 
Valiente. 
Y un tigre de una coz. 
 Miser Palomo. 
 ¿No sería Ircano? 
Valiente. 
En Asturias de un soplo maté un oso. 
 Miser Palomo. 
Compadre, examinaos de mentiroso. 
Valiente. 
Y esto es nada. En católica destreza 
pasmo a  don Luis Pacheco de Narváez; 
con una daga quitaré un montante 
y con una escobilla un elefante. 
Miser Palomo. 
Hombre, ¿qué diablo has hecho en cuanto has dicho, 
si con tu espada y capa no has entrado 
en batalla campal con una dueña, 
y no has hecho abanillos de una peña? 
 Valiente. 
 Eso dejólo yo para la zurda, 
 que con la diestra soy del mundo azote, 
 y con sólo pegarle un papirote 
 al aire tan veloz, un monte sube, 
 que le dejo clavado en una nube. 
 Miser Palomo. 
Con tal fuerza, examínate de monja, 
que esas son hazañuelas baladíes. 
¿Ves estos brazos, veslos?... 
 Valiente. 
 Ya los veo. 
Miser Palomo. 
De Guadarrama has visto el puerto rígido, 
por donde al cielo en altura iguala. 
 Valiente. 
Ya lo he visto. 
 Miser Palomo. 
Pues vete enhoramala. 
Vase y sale el Gracioso.
 
Gracioso. 
De gracioso de farsa, examen pido. 
 Miser Palomo. 
Bien seréis menester, porque hay gran mengua. 
¿De qué piezas usáis? 
 Gracioso. 
 Yo me compongo 
de unas calzas que peinan los zancajos, 
de cuello de carbón, sombrero sucio, 
astrosa capa y vil coleto. 
 Miser Palomo. 
Amigo, 
si el donaire ponéis en lo asqueroso, 
también un muladar será gracioso. 
¿La parola pregunto? 
 Gracioso. 
 A lo estudiado, 
añado yo mis gestos y mis voces, 
mi mudanza de tono y mi despejo. 
 Miser Palomo. 
Moderado añadir corto gracejo. 
¡Oh!, si vos no tenéis la gratis data, 
es todo machacar en pueblo frío; 
 no os metáis de repente a  los Tristanes: 
tentad primero el vado de estos príncipes; 
soltaos con calabazas, porque hay muchas; 
no os canten cuantos silbos, cuantas voces; 
prosa no la encajéis, que es grande exceso, 
hasta que en el donaire estéis profeso. 
Así empezaron todos los antiguos , 
que a  Alosillo, a  Basurto, a  Lastre, a  Osorio 
no les vino la gracia de abolorio. 
 Gracioso. 
Gracioso vendré a  ser también del número 
si trato, mi señor, de obedeceros. 
 Miser Palomo. 
Como quisieren estos caballeros. 
Vase el Gracioso  y salen dos Mujeres. 
 
Mujeres. 
¿Vueced nos examina de bailantes? 
 Miser Palomo. 
¿Baile, y mujeres?; pierdan la esperanza, 
que no ha de ir lo civil de la mudanza; 
no tiro yo conceptos de paleta. 
¿Bailan de lo galán o lo travieso? 
 Mujeres. 
De la cintura arriba son bailes nobles. 
 Miser Palomo.  
 De la cintura abajo, Dios los perdone. 
Como murmuraciones son los bailes, 
que empiezan blandamente, y vale luego 
todo bellaquería como en quinolas: 
vaya un baile con tono de Juan López, 
o sea por mi amor el excelente 
metrópoli de bailes, Benavente. 
 Mujeres. 
¿Ha de bailar vueced? 
 Miser Palomo. 
 Hareme astillas; 
pero advierta el senado, que llamaban, 
que no se ha dicho mal de los poetas, 
que hablar mal de sí mismos, ya fastidia, 
y piensan que es donaire, y es envidia. 
 
Cantan y bailan, lo siguiente: 
 
« Volvieron de su destierro 
los mal perseguidos bailes, 
socarrones de buen gusto 
y picaros de buen aire. 
Blandas las castañetas, 
los pies ligeros, 
mesurados los brazos, 
airoso el cuerpo. 
Enfadoles el aseo 
de lo compuesto, y lo grave, 
que hasta en los bailes causa 
el cuidado en los galanes. 
Con qué gracia y donaire 
la niña baila; 
 ¡ oh , bien haya su cuerpo ! 
que todo es alma. 
En sus bellas plantas 
lleva mis ojos: 
si vivir quiere alguno 
guárdense todos.» 

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 HABLAN EN ÉL LAS PERSONAS SIGUIENTES: 
 
 Miser Palomo. 
 Su criado. 
 Su ama. 
 Dos cortesanos. 
 Desamorada 
Su tío.  
El vano. 
El maldiciente. 
El poeta. 
La firme. 
    Un muñeco. ' 
 
 Salen dos Cortesanos. 
 
Cortesano primero. 
Digo que ha puesto ahora en San Felipe 
un rótulo en que dice (a fe ridículo), 
que el licenciado Dieta, insigne médico, 
cura cualquier enfermedad de espíritu , 
cosa que no la vio Platón ni Sócrates , 
ni la osara emprender el mismo Hipócrates. 
 Cortesano segundo. 
No me habléis bernardinas en esdrújulos. 
¿Que pasiones del ánimo se curen 
por medicina?... Desatino extraño: 
gran victoria dejáis al desengaño. 
Ya lo intentaron todos los filósofos 
en sus morales; y Plutarco, y Séneca, 
y en vano fue, que en todas las edades 
han sido desdichadas las verdades. 
 Cortesano primero. 
Qué, ¿de veras habláis, o es burla acaso? 
 Cortesano segundo. 
¡Qué incrédulo que sois, mentecatazo! 
 Cortesano primero. 
¿Y es español ese hombre? 
 Cortesano segundo. 
 En eso hay duda: 
él dice en el cartel que es italiano, 
y habla tan español, que decir puedo 
que le parió la calle de Toledo; 
aunque de cuando en cuando italianiza, 
y dice «io, el baturro, andiamo adeso», 
que pienso que ha mamado macarrones. 
¡Oh!, ¿qué dijera vuestro insigne Lope 
sobre el ser celebrado un extranjero? 
¡Qué príncipe es Madrid tan novelero! 
¡ Miradle cómo el vulgo le acompaña!
 Cortesano primero. 
¿El vulgo?... ¡Fuego en quien por él se rige! 
¡Qué mal intencionada y ruda bestia! 
¡ Lo bien que sabe a  todas voluntades 
el platillo civil de novedades! 
 
 Entra el Médico, vestido graciosamente, y otros tres o cuatro que le acompañan. 
 
(De dentro.) ¡Plaza, plaza! 
 
Cortesano segundo. 
 ¿Hay aplauso más mecánico? 
Cese el cortejo, menos rumbo, cese. 
 Médico. 
Retiratio ad profinidis exi foras, 
que me aplace curar in solitudit, 
que delante del pueblo io non sacho. 
Cortesano segundo. 
¿Qué nos querrá decir este borracho? 
 Cortesano primero. 
Que le dejemos solo, que no sabe 
curar donde le vean. 
 Cortesano segundo. 
 ¡Qué embeleco! 
Cure, ¡pese al bribón!, públicamente. 
 Médico. 
Non voló. 
 Cortesano segundo. 
¡Voto a  Cristo que se ensancha! 
Cortesano primero. 
Por Dios, que es italiano de la Mancha. 
Ea, no le enojéis; vamonos todos. 
 Cortesano segundo. 
¡Lindo, echa cuervos! 
 Médico. 
Vuelva de aquí a  un rato, 
que le quiero curar de mentecato. 
 
 
Sale la Desamorada y su tío. 
 
Tío. 
Curarte tienes, niña, aunque no quieras. 
 Médico. 
¿Qué cosa, qué volite? 
 Tío. 
Esta loquilite, 
que salud no quiere. 
 Médico. 
¿De qué está enferma 
el pedazo de Abril? 
 Tío. 
Está preñada 
de gusto y afición. 
 Médico. 
¿Está preñada? 
 Tío. 
No, señor, que es doncella. 
 Médico. 
 ¡Pobre de ella! 
Ya querrán pasatiempo de doncella. 
¡Cuál es el pueblecito! ¡Ah lengua infame! 
¡Ah lengua vil la que a  mujer ofende! 
 ¿Sátiras quiere el pueblo? ¿Hay tal desgaire, 
 que la malicia juzgan que es donaire? 
 Si os holgáis de escuchar que no hay doncellas, 
 y celebráis malicias tan livianas, 
 gente del diablo, ¿no tenéis hermanas? 
 Infamar las mujeres y maridos 
 solemnizáis ahora en los tablados; 
 gente de Bercebú, ¿no sois casados? 
 Mas volviendo a  las cosas de mi oficio, 
 ¿qué enfermedad pillamo, niña hermosa? 
 Desamorada. 
Estoy de sequedades achacosa: 
tengo empedrado de desdén el gusto, 
y más dura que un bronce el alma siento. 
 Médico. 
Dársela a  un avariento, 
y atájenos la seca y desganada, 
porque os iréis a  ética de honrada; 
venga el pulso. ¡Jesús, qué gran sosiego! 
Pues un mozo galán, discreto y bravo, 
no os altera, merece ni dilata. 
¡Qué enfermedad tenéis de mentecata! 
Para ablandar lo duro de ese pecho, 
¿nunca os han ordenado ningún hombre? 
 Desamorada. 
No hay ya la medicina que solía: 
es falsa, es lisonjera, es engañosa; 
no es de provecho, que mi abuela dice 
que se acabó la casta de los hombres; 
y los que ahora se usan son pellejos 
de los que ya pasaron , pues los mira 
embutidos de engaño y de mentira. 
 Médico. 
Vuestra abuela mintió cuarenta veces; 
que aún hay hombres de bien. ¡Qué linda escuela! 
Por Dios que es evangelio el de la abuela. 
¿No apetecéis varón? 
 Desamorada. 
 Nada apetezco. 
Médico. 
¿Hay hastío de condes? 
 Desamorada. 
 Estos días 
me guisaron un par de señorías; 
y no las puedo ver, porque me han dicho 
que, siendo yo la enferma, a  pocos lances 
saldrá mi enfermedad (aunque sea poca), 
a mí a  los ojos, y a  ellos a  la boca. 
 Médico. 
¿Es doctrina también de vuestra abuela? 
La previsora plebe ha dado en eso. 
Mi donosa, perded esos temores, 
que siempre los más buenos son mejores. 
 Tío. 
Señor, ¿tendrá salud esta muchacha? 
 Médico. 
Todo es señal de muerte cuanto veo, 
que tiene flacos pulsos el deseo. 
 Desamorada. 
No puedo atravesar solo un bocado 
de amor, de voluntad , ni de cuidado. 
 Médico. 
¿Hay amargor de joyas y vestidos? 
¿Sábeos bien el dinero? 
 Desamorada. 
 ¡Y cómo! 
 Médico. 
 Bueno, 
de vida sois ¡ por vida de Galeno! 
Sanaréis, sanaréis: buscad un hombre 
callado (si le hubiere en las boticas), 
y exprimidle entre dudas y esperanzas, 
que salga este licor provechosísimo, 
que es el amor finezas y regalos ; 
que es eficaz remedio y muy notorio, 
y al lado le aplicáis un escritorio, 
y un jarabe tomad de dilaciones, 
y échenos cuatro ayudas de doblones. 
 Desamorada. 
¡Ay, qué necio doctor! De esos remedios 
tengo yo desechados infinitos, 
y no me sanará toda la nota; 
quédese para necio y para idiota, 
que enferma quiero estar de desamores. 
 Médico. 
Gustosa es la rapaza. 
 Desamorada. 
Bastan flores. 
 Médico. 
¡Cómo os fiáis, amiga, en la carilla, 
y en que ha de durar siempre! ¡Qué donaire! 
Niña, todo se acaba y se apresura, 
y más breve que todo, la hermosura. 
 Desamorada. 
Que todos son civiles pensamientos. 
 Médico. 
Pues allá os lo dirán los escarmientos. 
 Desamorada. 
Que no hay codicia.  
 Médico. 
Vengan los años: nos harán justicia. 
 
Váse y entra el Vano, sin quitarse el sombrero.
 
Vano. 
Cúreme el tal doctor. 
 Médico. 
 ¿De qué dolencia? 
Vano. 
De vano y descortés. 
 Médico. 
 ¡Qué atrevimiento! 
 Vinistes con el mismo crecimiento. 
¿Sois calvo? 
 Vano. 
¿Por qué causa lo pregunta? 
  Médico.  
 ¿Por qué causa lo digo, majadero? 
Porque hacéis cabellera del sombrero: 
cierto que sois persona desmañada, 
que un sombrero, infelices de los vanos, 
bien le podréis quitar con las dos manos. 
 
Quitase el sombrero con dos manos. 
 
Vano. 
Remedio pido y no tanta parola. 
 Médico. 
En fin, ¿sois vano? 
 Vano. 
 Sí. 
 Médico. 
 Pues al remedio: 
aprender cuanto fuere de fantástico, 
y oír lo que de vos murmuran todos. 
 Vano. 
¿Y no es menester más? 
 Médico. 
 Con eso basta. 
 Vano. 
Á todo el pueblo las albricias pido. 
 Médico. 
Esta purga tomad por el oído; 
y si ella no os quitase esa modorra, 
os amortajen luego en una zorra. 
 

 

Váse y sale el Maldiciente. 
 
Maldiciente. 
Cúreme vuesasted de maldiciente. 
 Médico. 
¿Maldiciente y vivís?, extraña cosa, 
¿De qué género sois? 
 Maldiciente. 
 ¡Gentil badajo! 
Si maldiciente soy, seré hombre bajo. 
 Médico. 
Eso así habrá de ser, puesto que ha sido 
más alto que los nobles, pero bajo, 
que esta es mejor materia para un pulpito. 
¿Y en qué fundáis el ser maldiciente? 
 Maldiciente. 
Sólo en donaire y ser bien escuchado. 
 Médico. 
Mejor diréis en ser desvergonzado. 
¿No veis que a  un maldiciente, por mil modos. 
si bien le escuchan, le aborrecen todos? 
Y un maldiciente sólo, tantos hace, 
que una verdad castigue lo que él miente, 
pues todos dicen mal del maldiciente. 
 Si sois hombre de bien sanaréis luego 
 con advertiros que os harán infame; 
 que peligran las honras con tal mengua 
 en el escollo vil de vuestra lengua; 
 mas, pues, sois hombre bajo, es gran remedio, 
 y medicina provechosa y rara, 
 sajaros dos ventosas en la cara. 
 Maldiciente. 
Digo que sano estoy. Mas decid, ¿cómo 
hablaré bien de aquí adelante? 
 Médico. 
 Hermano , 
diciendo mal de vos y del verano. 
Váse sale la Ama del Doctor.
 
Ama. 
¡Señor, señor, señor!... 
 Médico. 
 ¿Qué queréis, ama. 
Ama. 
Señor, un hombre de secreto pide 
que le curéis. 
 Médico. 
 ¿Hombre secreto? ¿Qué decís, hermana? 
Mirarle bien si es hombre en carne humana, 
y si lo fuere, darle esta receta 
(para desopilarse de ese vicio): 
haga en la Corte un poco de ejercicio. 
 
Sale el Criado. 
 
Criado. 
Oye, señor. 
 Médico 
 ¿No es cosa para pública? 
Criado. 
No, señor, que a  curarse de poeta 
viene un hombre. 
 Médico. 
¡Pícaro! ¿Es sambenito 
serlo? ¿Toca a  nos ese delito? 
¡Oh sagrada y divina Poesía!; 
¡que la ignorancia os tenga en tal desprecio! 
¡Oh qué válida ciencia es la del necio! 
Que este oficio le infame el que le tiene, 
y hayan hecho por gala , y de pensado, 
campaña de venganzas el tablado. 
Entra el Poeta. 
 
Poeta. 
Guárdete Apolo. 
 Médico. 
Hermano, Dios me guarde, 
porque es persona de mejor cuidado. 
¿Qué sentís en las Ninfas? 
 Poeta. 
 Gran desgracia 
y poca estimación. 
 Médico. 
 Estadme atento, 
porque gustillos son de entendimiento 
usar bien ese oficio soberano; 
ser poeta de bien, pues lo son muchos: 
guardad la boca y absteneos de sátiras, 
no sea menester purgar, en suma, 
con jarabe de acero vuestra pluma. 
 Poeta. 
¿No podré apetecer unas coplillas 
contra las rubias? 
 Médico. 
 No, por ningún caso 
cabellos de oro dijo Garcilaso. 
 
Váse y sale el Criado. 
 
Criado. 
Abreviando, Magister , que infinitos 
enfermos por consulta van viniendo. 
 Médico. 
Multitud o languentium, ve diciendo. 
 Criado. 
De pensar que es dichoso con mujeres, 
quiere uno que le cure. 
 Médico. 
 Yo no puedo, 
porque a  los que padecen cosas tales 
sólo curan las jaulas de hospitales. 
 Criado. 
Un otro, que teniendo mujer bella, 
quiérela fea, y da la suya hermosa , 
y le hace mil desdenes y desprecios. 
 Médico. 
Eso toca a  la cura de los necios. 
 Criado. 
Otro quiere curarse de celoso. 
 Médico. 
Si es casado y lo muestra, es desahucio 
que con su enfermedad desconfiada 
sanará la mujer de ser honrada. 
 Criado. 
Otro más, de cuñado. 
 Médico. 
A ese cuñado 
que se cure de mal intencionado. 
 Criado. 
Otro de miserable. 
 Médico. 
¡Oh triste! ¿Es rico? 
 Criado. 
Es dueño poseedor de gran tesoro. 
 Médico. 
Llámale al miserable majadero, 
alcaide y dueño de su vil dinero; 
y porque no se afane el desdichado, 
 le dirás, con palabras muy sucintas, 
que mire a  un hijo suyo echando pintas. 
 Criado. 
Un farsante con tono viene enfermo. 
 Médico. 
¿De tonecillo? ' 
Que se vaya a  curar a  Peralvillo. 
 Criado. 
Un hombre grave y de luegos, algo 
viene con calentura. 
 Médico. 
(Luegos, algo 
con calentura? Tales bien se entienda, 
que no puede curar sin dejar prenda. 
 Criado. 
Otro que piensa que lo sabe todo. 
 Médico. 
¡Qué buena vida pasará el bellaco! 
Entre esa bestia, pues. 
 
Entra el Cortesano segundo. 
 
¡Qué sabio mozo! 
¿Sois vos quien todo lo sabéis? 
 Cortesano segundo. 
 El mismo. 
Médico. 
Yo os probaré que no. 
 Cortesano segundo. 
 ¡Qué gracia tiene! 
Eso, ¿cómo es posible? 
 Médico. 
 En la experiencia, 
¿pensáis que todo lo sabéis? 
 Cortesano segundo. 
 Sí, pienso. 
Médico. 
¿Y sabéis que sois necio? 
 Cortesano segundo. 
 En ningún modo. 
 Médico. 
¿Pues veis cómo ya no lo sabéis todo? 
De mentecato prometí curaros. 
Ya lo he cumplido; andad con Dios. 
 Cortesano segundo. 
Escuche, 
¿cómo sabré yo mucho? 
 Médico. 
 Ya os escucho: 
sabed cuan necio sois, y sabréis mucho. {Vásc.) 
 Criado. 
De bruja quiere una mujer curarse. 
 Médico. 
No quiero aventurar mi medicina, 
que volverá a  enfermar de cada día. 
 Criado. 
Otra de fea. 
 Médico. 
Dile que se muera; 
y antes será mejor, si no es muy moza , 
curar de desdichado al que la goza. 
 Criado. 
Otra mujer de firme. 
 Médico. 
No la esperes, 
que es nueva enfermedad en las mujeres. 
 
Entra la Firme. 
 
Firme. 
¡Ay!, ¡ay, señor doctor, con qué ansias vengo, 
que traigo de firmeza una apostema; 
que quiero a  un hombre bien sólo por tema! 
 Médico. 
Aunque tenéis un mal tan imposible, 
usad para sanar de firme al punto, 
y el pecho en que sentís desasosiego, 
con cutilquiera mujer os unten luego. 
 Firme. 
¡Ay mi señor doctor, ay doctor mío! 
¿Para sanar una mujer de firme, 
no más que una mujer es necesario? 
 Médico. 
Todo se ha de curar con su contrario. 
 Firme. 
¿Y si vuelvo a  sanar y enfermo luego 
de mudanza y firmeza? 
 Médico. 
 Con vos misma 
os untad , y si os diere pesadumbre 
encomendadlo a  Dios y a  la costumbre. 
 Firme. 
¿Hay más insigne médico en el mundo? 
¡Milagro, al gran milagro acudan todos! 
 
Salen todos los del entremés y Músicos. 
 
Músicos. 
¿Qué voces éstas son, doña Quiteria? 
 Firme. 
Que ya de firme me sanó este médico, 
a quien la vida y la salud consagro. 
 Médico. 
La enfermedad, decid, que fue milagro. 
 Músicos. 
Todos salud y vida le debemos. 
¿En qué quiere el doctor que le paguemos? 
 Médico. 
En que bailen un poco, 
y aquí podrá cantar. 
 Firme. 
 De buena gana. 
 Médico. 
Vaya una letra, buena cortesana, 
que sea de lo bueno y excelente, 
como Joannes me fecit Benavente. 
 
Cantan y bailan. 
 
Músicos. 
 Afuera , que va la niña, 
 linda cara y pocos años, 
 desatando nieve y rosas, 
 con su donaire gallardo. 
 Del tiempo y amor se ríe, 
 que no ven sus ojos claros, 
 ni del uno vencimientos, 
 ni del otro desengaños. 
Date prisa, niña, no tardes tanto, 
que de un día y otro, se hacen los años. 
 Médico. 
 Y si ella lo duda, 
 don Fulano del Tiempo 
vengan arrugas. 
 Músicos. 
Ni en edad, ni en belleza, 
ni en gracia fíes, 
que también los de ochenta 
fueron de quince. 
 Médico. 
 Y si ella lo duda , 
 don Fulano del Tiempo 
 vengan arrugas. 
De las damas de ogaño, ¿qué te parece ? 
Capadillo, pues juegan con seis y siete. 
¿Y las que se atapan en la comedia? 
Al rentoy, pues te muelen haciendo señas. 
A las viejas de ogaño, ¿qué las diremos? 
Setentona con guía , ni más ni menos. 
¿Qué hace un viejo en casarse con mujer moza? 
Dejar leña encendida donde hay estopa. 
 Y si ella lo duda, 
 don Fulano del tiempo 
vengan arrugas. 
 
Fin de la segunda parte del entremés de Miser Palomo. 

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Desde adentro dice un Carretero a voces.
 
Carretero. 
Llama esos mulos, ten esos reatos. 
Bestia de un puto, ¡jo!, ¡dale, Antoñuelo! 
¡Oh pesia, voto, juro!; ¡dale, muchacho! ^ 
Otro. 
¡Ah, cochero hablador! 
 Carretero. 
 ¡Mientes, borracho! 
Mozo. 
«A Madrid caminando, 
vengo de Illescas; 
tengo el alma quedita, 
¡dale morena! 
 Otro. 
Calle de Getafe, 
gigante pardo, 
galería de polvo, 
golfo de barrio.» 
 Otro. 
¿Ahora canta, pesia a  su gaznate? 
 Músico. 
Aunque le pese, cuero fondo en tinto, 
cantar quiero y reír, y andar holgado, 
porque ni tengo amor ni soy casado. 
 
Sale el Carretero. 
 
Carretero. 
¡Oh, Getafe, Aranjuez del mismo infierno, 
jardín de tapias, selva de capotes, 
sayago en talle, en pulidez manchego, 
ribera de calor, campo de fuego! 
¡Maldiga Dios quien te fundó atalaya 
de Toledo y la corte a  ser antípoda, 
de nubes socarronas , 
que llueven polvo y que granizan ascuas! 
¡Hijo de treinta hombres de las pascuas, 
saca cebada, pide luz al mozo! 
¡ Voto a  Cristo, que vienes hecho un cuero ! 
Sale Francisca. 
 
Francisca. 
Luego dirán que jura un carretero. 
 Carretero. 
Si jura o no, ¿qué debe de alcabala? 
¿Acaso es suya el alma? 
 Francisca. 
 Será mía 
si yo quisiera toda el almería. 
 Carretero. 
Menos bravura. 
 Francisca. 
No hay bravura menos, 
que deste airoso palmo de lindura, 
no hay alma, si es de bien, que esté sigura. 
Todo lo rindo, todo; que si deja 
de creerme algún tocho mentecato, 
se le doy a  los otros de barato. 
 Carretero 
Tape, abrigue vucé la colerilla, 
ques la flor de Getafe. 
 Francisca. 
 Y de Castilla, 
¡majadero! 
Carretero. 
Echaré cebada y paja, 
que luego, reina, se verá quien maja. 
 Francisca. 
Camine ya vucé, señor buen ánima, 
y no se atreva a  mí, que a  quien es necio 
le pego dos moadas de desprecio. 
Váse el Carretero. 
 
Sale Don Lucas. 
 
Don Lucas. 
¡ Hola ! Saca esa ropa , Escobarillo. 
¡Jesús, qué noche y qué calor! Parece 
que se ha soltado el mismo purgatorio. 
¡Cuál es el Getafillo! ¡Es una perla! 
De aquí fué natural la primer chinche. 
Patria de pulgas y solar de moscas, 
de sólo verte estoy, a  fe de hidalgo, 
asado en tejas y en adobes frito. 
¡Oh maldito lugar!; no: ¡muy maldito! 
 (Mira a  Francisca.) 
¿Este es Getafe?... Tápome esta boca, 
 doime una bofetada por lo dicho. 
 ¡Oh príncipe del reino de Toledo, 
 que tal belleza y hermosura cría! 
 ¡Oh, labradora de mayor cuantía! 
 ¿Tal perla en tan vil concha ? ¡ Oh zurdo tiempo! 
 ¿En Getafe, en Getafe esta muchacha? 
 ¡Por Dios que la fortuna está borracha! 
 ¡Oh qué pedazo tan airoso y lindo; 
 qué garbosa, qué alegre, qué bonita! 
 ¡Oh bendita ocasión! 
 Francisca. 
 No muy bendita. 
Prosiga vuesasted el anatema , 
que si teme las pulgas de Getafe, 
todos participamos de esa tacha; 
que tiene muchas pulgas la muchacha. 
 Don Lucas. 
Sazón tiene la picara, ¡por Cristo!; 
quiero quererla; casi amarla quiero; 
estoy perdido a  fe de caballero. 
 Francisca. 
Perdido no, que a  lo que yo he mirado, 
antes me ha parecido muy hallado. 
 Don Lucas. 
¡Extremado brinquiño villanesco! 
Esto es lo que llamamos «esmerose», 
y me gusta por la fe de caballero. 
 Francisca. 
¿Más caballero? Dios se lo reciba. 
 Don Lucas. 
Tengo Castros, Guzmanes y Vélascos. 
 Francisca. 
¡Qué probemente que le va de cascos! 
 Don Lucas. 
¿Socarronismo? Pláceme el gracejo. 
Ea, desvanecerse es lo que importa, 
y pienso, niña , que has de solazarme.  
Francisca. 
Mía fe, que está borracho; no lo crea. 
 Don Lucas. 
¡Jesús!, no hay que pensar; que no eres fea. 
Quiero hacerte un favor; daca esa mano. 
 Francisca. 
Señor cien veces tonto cortesano: 
esas caballerescas presunciones 
las tengo yo rendidas en la suela 
deste breve distrito de chinela. 
Sazón , sazón no más , gusto me fecit. 
Afuera todo amante picardía , 
que soy, que soy no más que solo mía. 
 Don Lucas. 
 ¿Cómo, ignorante, bárbara mozuela, 
 al Alejandro de Madrid no admites? 
 En tu vida tendrás para confites: 
 apetece, apetece un dinerante; 
 llevarete a  Madrid, traerete en coche, 
 dirán a  cuatro días: 
 «Allí va la metresa de don Lucas», 
 que yo procuraré lo sepan todos; 
 que los príncipes, niña, en publicaros 
 en Madrid somos todos Condes Claros. 
 Darete el diamantón como este puño, 
 y tanto, que en tu mano azúcar-nieve, 
 brillen más que tus manos y ojos bellos: 
 ¡Bonitamente llego a  encarecellos! 
 Desde San Salvador a  San Felipe, 
 tendrás horca y cuchillo en cualquier tienda 
 en joyas, en vestidos, en tocados, 
 bien recibidos, pero mal pagados. 
 Francisca. 
¿Ve cuánto ha dicho en fabla tan ridicula? 
Pues no valen ni montan sus despojos 
un solo cintarazo destos ojos, 
que ofrecidos sus rayos soberanos , 
antes llega a  mis pies que no a  mis manos; 
que mi cara , ansí Dios le dé ventura , 
es la calle Mayor de la hermosura. 
 Don Lucas. 
 ¡Ta, ta!... Si el interés, niña, baldonas, 
 ¿requiebros finos pides? Pues, aféndite, 
 que en blandas quejas y en melosos quiebros 
 llegaste al mismo Adán de los requiebros. 
 Don Fulano de azúcar es mi nombre; 
 va de dulzura; empiezo a  derretirme. 
 «Mi bien, mi cielo y todo el calendario 
 de finezas; después que vi tus ojos, 
 escuela de morir puso mi vida. 
 ¡Oh más dura que mármol!... parodije; 
 desmáyome, suspiro, pataleo: 
 ¡piedad, favor, oh ninfa getafcña!, 
 que creo que me muero, que me abraso.» 
 (No lo dijo más tierno Garcilaso.) 
 Francisca. 
Aun eso de amorido, seor compadre, 
me cosquillea todos los sentidos 
y me trabuca lo mejor del ánima. 
¡Qué bien lo ha dicho! En viéndole tan necio, 
tan pesado, prolijo y enfadoso, 
al punto le marqué por venturoso. 
 Cese lamentación , don Jeremías , 
 que ese entendimientazo me ha dejado 
 blanda como un guijarro de Torote. 
 Don Lucas. 
¡Qué de buen aire le tiré el virote! 
¿Yo le parezco bien?: ella me agrada. 
¡Oh, cómo ésta, picana, afortunada!... 
 Francisca. 
¿Y no habrá cualquier abrazo? 
 Don Lucas. 
 Derrengose. 
Sí, sí, abrazo: ¡pues no!, ya le recibo; 
vesme de par en par. 
Francisca. 
 Tome. (Dale una bofetada.) 
 Don Lucas. 
 ¡Ah taimada! 
Esto solía llamarse bofetada; 
más baja es la región de los abrazos. 
¡Jesús, que escupo muelas a  pedazos! 
Sale Doña Clara. 
 
Doña Clara. 
¡Oh, qué bien por mi amor! 
 Don Lucas. 
 ¿Es doña Clara? 
Perdidos somos, ques desconfiadilla: 
cosas tiene de dama de la villa. 
 Francisca. 
Lindo es el sombrerete y capotejo. 
 
Clara. i Cansado de gallinas , abadejo ? 
Pase adelante la historia, 
haya retozo y placer, 
habrá hecho de las suyas 
cualque poco de interés. 
El tomillito salsero 
habráse dejado oler. 
¡ Oh qué fácil serranía ! 
¡Oh qué blanda rustiquez! 
Buen gusto, señor don Lucas; 
ya no podrá parecer 
al lado de ningún conde 
ni delante de un marqués; 
más asco tengo que celos. 
Seor don Lucas , quédese 
con la villana y sin mí. 
 
Franc. ¡ Mirad con quién y sin quién ! 
Pero escuche, no se vaya, 
señora cara de ayer, 
que hoy bien se ve que le falta 
el socorro de la tez. 
Esta carita a  la muerte 
ha dado mucho que hacer 
ya a  la fortuna de coces , 
y al tiempo de puntapiés. 
Mi brío y mi bizarría 
asombro del mundo es, 
y quien lo negare, miente. 
 
Sale el Carretero. 
 
Carret. Eso yo lo juraré. 
 
 
 
Clara. Si es carretero, es muy fácil. 
Lucas. ¡Pleguete Cristo con él! 
 
No hables palabra, que el hombre 
 
zaina descubre la sed; 
 
echando lanzas de vino 
 
viene el diablo; déjale. 
Carret. -;Qué quiere esa gentecilla? 
Lucas. Servir a  vuesa merced. 
Carret. A mí no me sirven ninfos. 
 
Francisca, ¿ques esto? ¿Hay que 
 
rebane de un cintarazo 
 
ó cercene de un revés? 
 
Porque si cojo al calcillas, 
 
con un envión que le dé 
 
le pegaré con las nubes. 
Lucas. ¡Buen pulso habrá menester! 
Clara. Yo pienso que no podrá. 
Lucas. Sí podrá; vos no sabéis 
 
la fuerza de estos señores , 
 
desalumbrada mujer. 
Carret. Pues aguarde la muy... 
Franc. Paso, 
 
mi querido Alonso Andrés. 
Clara. En fin , quiere a  un carretero. 
Carret. Pues, ¿qué había de querer?: 
 
¿un marquesote en ayunas? 
Lucas. Tiene razón. 
Carret. Yo tendré 
 
lo que quisiere. 
Lucas. Es muy justo. 
 
Clara. ¡Oh, qué ladrador lebrel! 
Carret. Señora galga, ¡por Cristo 
 
que la he de dar!... 
Lucas. Hará bien; 
 
que es muy grande bachillera , 
 
y recibiré merced, 
 
quel señor don Carretero... 
Carret. No tengo don, ¡pesia él! 
Lucas. Pues yo sí, ques ya muy fácil. 
Carret. Es cuitado. 
 
Entra el Mesonero. 
 
Mesón. Ténganse. 
 
Franc No se tengan. 
 
Lucas. Sí se tengan; 
 
por vuesa merced , esta vez 
remito el enojo. 
 
Carret. ¡Cómo! 
 
Lucas. ¡Qué torpe que anda! ¿No ve 
que no sabe meter paz? 
 
Mesón. Quedo, las manos se den. 
 
Lucas. Por el buen güesped envaino 
la cólera que tomé. 
 
Carret. ¡Lindo bribón! 
 
Lucas. En mi casa soy alcalde y soy juez: 
sentencióles a  que bailen. 
¿Hablo a  sordos? ¡Qué cruel 
está el señor maese Alonso! 
 
Franc ¡Ea, bobo! Baílese, 
 
queste par de castañetas 
por ti tengo de romper. 
 
Músicos. ¿Qué cosa? 
 
Lucas. No sé, pai'diez; 
 
vaya un bailecillo al uso, 
que por mí bailará Inés , 
Francisca ó cómo se llama. 
 
 
 
Franc. Canten , que yo bailaré, (Bailan.) 
 
Afuera, afuera que salen 
 
dos mozuelas getafeñas, 
 
hermosura de los cielos, 
 
travesura de la tierra, 
 
sombrerito a  lo valiente : 
 
juboncito a  la francesa, 
 
avantal a  lo celoso, 
 
donairito a  lo de ¡mueran! 
 
Un mozo las acompaña, 
 
honra de las castañetas, 
 
el primero que las toma, 
 
el postrero que las deja. 
 
Airosamente lo bailan , 
 
donoso lo menudean, 
 
cuando Belisa cantando 
 
les dice desta manera: 
 
«Quien quisiere del mundo gozar, 
 
ha de acudir, tener y pagar; 
no hay que dudar 
 
que ha de acudir, tener y pagar; 
no hay que dudar. 
Excusar requiebros, 
no hay que dudar, 
y acudir con tiempo, 
 
 
no hay que dudar, 
 
poco de embeleso, 
 
no hay que dudar, 
 
mucho de dinero, 
 
no hay que dudar. 
 
Esto los mozuelos 
 
mandan pregonar, 
quien quisiere del mundo gozar, 
ha de acudir, tener y pagar.» 
Otra mocita en el baile 
mostrar quiere su destreza 
cantando al uso de corte 
en demandas y respuestas. 
«¿Cuántos hombres le bastan 
 
á una muchacha? 
No le bastan todos, si los engaña. 
 
;Y si bien ama? 
 
Untj solo, mozuela , 
 
cabe en el alma. 
¿Quien se vende, qué nombre 
 
tendrá más suyo? 
Regatona del cuerpo. Judas del gusto. 
 
Este es el mundo: 
 
yo apetezco lo bueno, 
 

que no lo mucho.»

 

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