El mundo en que vivimos es un mundo en género masculino:
un mundo de políticos, empresarios, abogados, banqueros...
Que habitan en la cúspide misma del dominio profesional.
Y, por otro lado, aún en penumbra, emerge un nuevo mundo
femenino, que ha de enfrentarse a un montón de barreras;
pero, que avanza, imparable cada día.
Yo pertenezco y habito en ese mundo.
Y es que frente a ese gran mundo acabado en –o,
tenemos el pequeño y mediano mundo acabado en –a,
donde el primer puesto lo ocupan, sin duda, las amas de casa,
después vienen las peluqueras, secretarias, maestras, enfermeras...
No en vano, de pequeños, a los chicos les enseñaron a jugar a los conflictos
y a las guerras o a los coches de carreras, preparándoles para ser hombres:
fuertes, duros e independientes;
mientras que a nosotras, las chicas, nos enseñaron a jugar a papás y mamás,
a maquillarnos y vestirnos bien, con gusto y precisión,
para gustarles a ellos, los chicos.
Y, sobre todo, nos dijeron de pequeñas y de no tan pequeñas:
que fuéramos siempre buenas chicas, modositas y calladitas;
que nos mostrásemos siempre alegres, guapas y encantadoras.
En fin, que no dejásemos nunca de ser niñas.