Joaquín Márquez

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Joven desnuda ante el espejo

Dibujando en la nieve

La ducha

Suicida en la Giralda

Cabeza de rey acadio

 

Joven desnuda ante el espejo

No salgas que hace frío.
Deja a la noche donde está. Las fiestas
son un engaño torpe por el que se acostumbran
los cuerpos al cansancio. Quédate en ese aljibe
ahora que eres tan joven, ahora que no hay madrastra
capaz de conminarte a inclinar la sonrisa.
No salgas que han dictado leyes contra la música
de las ondulaciones, y cercenan gladiolos
por todas las esquinas. Que han abierto el olvido
y urgen, con agujeros, la piel de los zapatos.
No salgas. No te asomes al balcón
de ese traje de noche, o se te irán los pechos
a cazar golondrinas por el país del mirto.
Quédate en ese arroyo que se muerde la cola,
que desemboca y nace para ti y tu desnudo.
Deja sola a la noche columpiarse en su miedo.
Deja a los bailarines que desangren sus tangos.
Deja que el whisky archive su pena en los vencidos.
Déjale libre el día a tu ángel de la guarda.
Y sigue duplicándote para engañar al tiempo.
No salgas. No hagas caso de guiños fluorescentes.
Agárrate a ese espejo. Sujétate con clavos.
Si sales esta noche te morirás de prisa.
Que ya están escondidas por todos los rincones
las ancianas que vienen a mustiar los espejos.

 

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Dibujando en la nieve

          Imagen

(El origen del mundo, de Courbet)

Cuervo feliz.

                                      Bebe en el río

de la vida o descansa

en su nido.

                                Estación

dichosa entre la nada

y el caos.

                                Vocalista

de la sangre; eventual

lazarillo.

                                   Se droga

con la costumbre.

                                    Acoge

el placer boquiabierto.

 

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La ducha

Hace calor. La ducha. Y apareces
—desnuda claridad— como una espada.
Y me dejas la carne traspasada
cuando a la lluvia, sin rubor, te ofreces.
El agua pone el río y tú los peces.
Yo no sé qué poner. No pongo nada
más que un corvo deseo; una mirada
como un puñal que clavo muchas veces.
Y el agua cesa y se acrecienta el fuego
cuando la piel recorres con cuidado
agotando tu aseo y mi paciencia.
Y miras, y te ríes, y hablas: ¿Luego?
No, luego no, mujer. Ahora el pecado,
que ha sido mucha ya la penitencia

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Suicida en la Giralda

Del árbol de la fe, fruto sombrío,

miró a mañana, y de esperanzas falto,

meditó en la hermosura de aquel salto

y nombró emperador a su albedrío

Nunca se pudo imaginar tan alto,

ni imaginó tan alto escalofrío;

arriba un sol de oro, abajo el río

como una larga sierpe de cobalto.

Quiso apurar la copa de la vida,

y en una silenciosa despedida

atravesó la luz de parte a parte.

Y puso colofón a su tristeza

con el paso fugaz por la belleza,

en la más radical obra de arte.

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Cabeza de rey acadio

(2.500 antes de Cristo)

Esta cabeza hecha de bronce,

retrato del monarca

acadio Naram Sin, no tiene ojos.

Se dice que en sus cuencas

se incrustaban dos piedras

preciosas, y que fue

la codicia el motivo

de su ceguera.

Puede

que fuera así, mas no conviene

olvidar que los reyes

anteriores a Cristo conocían

—gracias a su divina

estirpe— el porvenir.

 

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