Jorge González Aranguren

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Calle de Echaide

Saint Julien Le Pauvre

I

VIII

CALLE DE ECHAIDE

En este mundo de las palabras nos hemos ido
perdiendo
como unos niños en un lugar nemoroso,
a veces de la mano y con el candor
que te pasan de una boca a la otra
los parajes desconocidos
donde sólo suena tu levedad
y recompones las cosas vivas
que mediste calladamente
y tomas en los brazos, allí fulgen
con una paz de redil.
Bajo esa lamparilla has descubierto
la longitud de este bosque,
su fondo de verdor,
la lividez de sus densidades,
los frutos dulces y las hojas;
después quebramos las cortezas
arrancadas en una fina película
con un descuido insolente.
El dolor es firme y muy profundo,
llega del sofoco de los árboles,
de la linfa verde y seminal, pegajosa
como casi todo lo que nutre,
comprimida desde un estanque sellado
hasta una forma ulterior.
En esta selva de las palabras nos hemos ido perdiendo
los niños tontos, en el claro del bosque.
Con el farol en la mano
merma nuestro pabilo, se nos achica, se ofusca.
¿Aún queda tiempo de volver?

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SAINT JULIEN LE PAUVRE

Por los ahogados de la última noche
no es conveniente que recemos,
ni remover algunas cosas de corazón a corazón.
Ellos se deslizan con decoro
por los labios del río, se confunden
con la pereza de los derrubios.
Oscilan en posturas desmayadas
e insólitas, sometidos a las gravitaciones de la corriente,
a sus cambios de humor;
se acercan y se alejan, se precipitan
los unos contra los otros, con dejadez.
Lo que resulta demostrable es esa caminata
hacia abajo, con el flujo del Sena,
en sus orillas menos profundas, donde a veces
ellos giran durante horas.
En alguna ocasión se topan con los útiles
que codiciaron en el otro río,
salvaje y sin apenas reposo: el de la vida
(unas gasas, un lienzo,
unos estuches de marfil,
una libreta con recados que se debieron hacer:
filias del pueblo superior,
de quienes se mueven en el polvo
y ven cambiar la luz tras el paso de las estaciones,
leves encuentros que les resultan baldíos
fuera de tan caritativa soledumbre).
Por los ahogados de Saint Julien
no es conveniente rezar mucho;
ellos recorrerán el Sena, emperezándose
a través de noches subterráneas,
bajo los puentes que la lluvia vuelve levadizos,
lejos de romas bestezuelas domésticas
y los bistrós,
de los cruces metropolitanos
junto a las piedras que dan apoyo
a farolillos,
a verandas.
Hay que olvidar. Con nuestras preces no se remendarían
ni las fundas de sus viejos mitones.


 

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- I -

                                                                           
Para Fco. Javier Irazoki y Bárbara L`Oyer

Como dejar la uña
en la pizarra
y que corra suelta,
o chupar una pila alcalina;
casi el mismo ruido, la cosa mala, el vientre
de la pared,
sus nervios y arteriolas,
su caligrafía.
Posar desnudo. Frente a la ventana
la sombra en hilos, que soy sombra,
que soy pila de cinc.

Siempre las diez y diez
en la pulsera; si llegara a verte
sería un golpe
de electricidad, una picana,
y no es fácil, no es
nada fácil, amor de la entretela.
No te llamo, te pido.
¿Y para qué? _me vas a preguntar_,
lo rancio permanece, no descuelgues
esa bombilla,
con su nervio, émula de la llama.
Que no la encienda, pero tú
ardes lentamente desde lejos
dándote besos fríos y girando,
a segundos apenas de las diez y diez.

Desde muy lejos, y la movilidad
ahora de la uña, pues la noche es ancha,
no recurre a su carne.
Se acoplan en el techo
los negativos de otras noches;
sobre sus andamios, las estrellas fijas.

Apetece raspar;
lúnulas de la mano, y los cinco dedos.

 

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-VIII-

De arqueo bruto, solamente un alma;
arrecida, va contemplando el río
de Patinir,
la pértiga se apoya en el hombre huesudo, zanquituerto,
Böcklin, desde un boquete
de la pintura, me alcanza a ver; al lado izquierdo, las ergástulas.
Bajo la lengua, ¿qué oculta el peregrino?,
¿el óbolo?,¿un doblón?
Masca el barquero su tabaco
y lo escupe, los círculos son verdes, son concéntricos,
no se oye el ladrido
del perro fiel
con sus cabezas en la penumbra. Quiero irme de aquí.

Estuve ayer en otro cauce, y los apaños,
y los vaniloquios, y las lágrimas;
como granizo, los adioses,
la luna iba poniéndose,
ascendía sin aire
tras las chimeneas del ambulatorio.
Fue ayer
o hace tantos siglos,
que la memoria se adormece, queda tan lejos como tú…

Solamente un alma.

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