Jorge Riechmann

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El dios egipcio Bes...

Los esclavos...

De repente el olor de las mimosas

El dios egipcio Bes
tiene la barba hirsuta y las patas cortas
cola de león
greñas espeluznantes
y rápidas muecas torvas le alborotan la jeta.
Nadie lo tomaría por un dios
sino por un demonio muy poco frecuentable.
Y sin embargo Bes
es el más amable de los dioses:
ayuda en los partos
promueve la belleza de las mujeres
protege a los durmientes
y siembra alegría por todas partes bailando y tocando música.
En la fealdad suma de este benefactor sin tacha
veo la prueba suprema de su delicadeza de espíritu:
como verdadero artista que es
no ha querido ponernos las cosas demasiado fáciles.
A su lado el apolíneo violador Apolo —por poner un ejemplo—
se revela ridículamente insensible para el matiz
y su grosera suficiencia asesina
—sea en asuntos de canto o de mujeres—
no corresponde a una persona discreta
sino a algún hampón de altos vuelos en un bar de alterne.
No adoraré nunca a Bes
pero le daré la mano
y apenas se presente ocasión me iré de vinos con él
por alguna ciudad de calles fértiles.

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Los esclavos
según el muy sabio estagirita
herramientas que hablan
pero la historia no transcribe
ni una sola palabra
de su fuego mellado.
¿De qué color el grito de Espartaco
el de Euno de Sicilia?
¿Y cómo se llamaban aquéllas
de las que ni siquiera se conserva el nombre?
Gladiador el combate está amañado
lo están todos los combates
salvo la vida o muerte
contra el poder de Roma

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De repente el olor de las mimosas
como una antorcha que respira o como
una ola inmemorial que besa
la desnudez expectante de la playa.
No es más que la puerta
que se abre, pero pone en movimiento
un aire donde cuaja
toda la dulzura de este precario otoño.

 

 

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