Jorge Valdés Díaz-Vélez

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Suhad

Rosa náutica

Ishmar

Materia de relámpago

SUHAD

 De pronto, en la hora alta, cae un rayo
que raja la penumbra y dos instantes
después, el latigazo del estruendo
estalla en el cristal. Tiemblan mis manos
en el libro que leía. Otra vez
me estremezco, debió caer muy cerca
de aquí para encender mi sobresalto.

 Oigo el rumor del trueno al dilatarse
y un cerrar de ventanas en el piso
superior de mi vecina. La calma
se aposenta de nuevo entre las cosas
y el silencio. Retomo la lectura
de Ibn Arabi: «…cuando las moradas
del amor y el temor están cercanas
…».

El eco del relámpago da tumbos

y asciende a reventar contra el espacio.

 

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ROSA NÁUTICA
Abro tu sexo, enmudecido
hiendo el dulzor que se incorpora
en suave punta roma. Nuestro
silencio a tientas lo rodea,
lo vuelve único en la bóveda
de su vocablo y tu blandura.
Desde muy lejos tú me miras
al contemplarte y algo dices
tras las columnas de tus piernas
abatidas. Fuera de ti
no hay otro tímido temblor
de gota en vilo. Un leve roce
mueve tus labios: luz eréctil
que parte en dos lo que define
mi lengua, el óvalo verbal
que beberás de mí en tus besos.

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ISHMAR

para Martha

La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.

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MATERIA DEL RELÁMPAGO

Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará volver atrás. Miras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jóvenes y hermosas
como una tempestad que se aproxima.

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