José Antonio Gómez Coronado

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XXIII

XXIX

XXXII

XXIII

 

Nuestros ojos, que rompan el sol de mediodía,

nuestras manos al viento del invierno

para oírlo decir nuestras palabras,

y nuestros cuerpos,

vivos aun más allá de sus prisiones,

que hagan suya la luz,

que sean luz y norte

para amar tus caminos.

 

Por nuestros labios todo será eterno,

por tus calles la voz de nuestras almas

seguirá otra vez más por lo que fuimos,

mundo,

desde tu fondo al cielo

por el sol infinito de unos ojos cerrados

que aun quieren florecer.

 

Nuestra voz, que retumbe, nuestros días

que lleguen,

y en su pozo más hondo

que despierte la tierra,

y en su altura más honda

seremos lo que fuimos

para amarte, sí, para amarte.

 

Tus palabras son sólo

tu eternidad, tu noche, tus contornos,

la inmensidad de cuerpos que te habitan,

pero yo soy tu voz por donde el viento,

por donde el ser convoca nuestros pasos.

 

(Alma que vuelve y huye

y va lamiendo

con su lengua los párpados que se abren

al mundo antiguo

donde siempre tus labios fueron tuyos

y tus palabras tuyas

y tu condena tuya

y nuestro sueño tuyo,

de ser libres y libres, sí,

pero en tu mismo cuerpo y con tu alma.)

 

Nuestro cuerpo, que sea

larga orilla en tus playas solitarias,

mío ya de tan tuyo, nuestro,

y a la luz sólo uno

y en el nombre ya uno, siempre,

desde su mundo al mundo y para siempre.

 

Y a los ojos del mundo y a la tierra

y a la luz de tu noche, grita

que regresen a mí, como en el tiempo

en que seremos uno, como fuimos

ya tantas veces, dioses

por otro afán más alto,

para amarte, sí, para amarte

como dos labios que susurran

una misma palabra.

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XXIX

 

El sol de los derrotados

brilla sobre nuestras almas.

La luna de los vencidos

sobre nuestros cuerpos. ¡Alas

por donde nace la luz

para otra luz más lejana!

¡Labios, para gritar en silencio

siempre las mismas palabras,

los mismos sueños al viento,

al fuego, a la tierra, al agua

que repiten nuestras bocas

sin descanso. Cuando el alba

sea nueva aún y eterna,

naceremos; cuando el alba

rota de voces secretas

nos junte eternos, nos abra

su luz para nuestros ojos,

naceremos.

 

Y otras voces y otros siglos

_al sol de los derrotados

y a la luna_, ya sin almas,

serán cuerpos que recuerden

en ti, todas tus palabras

y tus nombres,

y que traigan por el viento,

sobre sus cuerpos, el alba.

 

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XXXII

                        

                                                                                      A Paula Copado

  

No moriremos nunca tú y yo:

seremos luz.

 

Nos salvará el dolor, la vida

tantas veces negada.

 

Cruzaremos los campos

eternos del otoño,

la fatiga del sol por el invierno.

 

Seremos luz. Los años

no rendirán nuestros cansados cuerpos.

 

Tú y yo por los caminos,

escapados, huidos de nosotros,

no moriremos nunca;

no podemos morir

después de tanta sombra en nuestros ojos,

después de tanto abismo en nuestros pasos.

 

Seremos luz para otros ojos ciegos,

orillas para el mar de los perdidos,

como fuimos nosotros tantas veces.

No moriremos nunca,

ni tú ni yo: luz ya, sin cuerpo

 

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