José A. Moreno Jurado

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Soledad compartida

Quijote de las rutas

A riesgo de la muerte

Soledad compartida

No estamos solos. Nunca estamos solos.
Aunque la calle inunde su eterna muchedumbre a bocanadas.
Aunque el grito se extienda sin compartirse,
como la llama medra entre los labios,
como el errante bosque se dignifica en piedra.
No estamos solos en la ciudad inteligible.
Mientras el hacha se convierta en estrías de columna
y la alevosa ira deje de ser cornada.
Cuando el halo de un cuerpo, si sufriente,
desbrizne sus estigmas sin recordar el susto.
No está sola la niña que ha olvidado su amor
en la llanura. Ni el errante que no encuentra la dicha,
cuando los fustes se convierten en aves.
cuando el cayado desarraiga la mejilla y el busto.
¡Que no venga tu lágrima empañada,
que no acose tu vientre la almidonada esfera,
que no irrumpa en la sala donde duermes,
donde el trueno defiende el acoso de los niños,
donde el calor involucrado ha puesto sus raíces!
Porque no me has faltado todavía.
Aun antes de llegar no me faltabas.
Rehén de la magnífica torre, guarda que se avecina
desde el puente donde fluyen dos ojos indigentes,
para hacerse medalla encubridora.
Oh sola soledad que ya no aplazas,
que no apruebas el envite empobrecido de mi mesa,
que no confundes el dibujo de mi equipaje.
Te tengo compartida con el pulso,
con el ángel continuo, con el amor en vuelo.

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Quijote de las rutas

Con este corazón encaprichado en lo imposible...

Me miente el mar. Me miente la constancia.

Me miente mi fe misma. Me asegura

que las olas son diamantes y espejismos,

irisación de espigas mañananeras

que tornarán su vuelo en pirámides truncadas.

No puede ser verdad el ángel que me miente.

¿Quizá verdad? Me miente como un niño desnudo a

lo largo de mi casa,

como una mano azul que pide su existencia,

como un átono grito que apagase las voces que no

duran.

Rocinante en su lanza mi estandarte.

Mi sello. Mi rúbrica teñida.

Mi arcoiris terminando donde empieza la cumbre.

Mi dar. Mi darme. Mi partir la mitad

de lo que soy, de lo que espero.

En cada hueco he puesto una semilla

para plantar altares, para quemar mis ropas,

para pegar una sonrisa de niño en un papel madura.

Recogeré la siembra. O no recogeré nada.

Y el tiempo de la burla se hará sobre mi frente.

 

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               _junto al agua
de cálidas arenas de Eubea,
sobre el monte y el eco
                                y a la sombra del tilo_
te he amado,
                  dulcísimo cadáver,
como se ama a un cuerpo desnudo de memoria.
Fingido manantial,
                        la palidez del pubis
y la aurora,
               la mano que era escarcha.
Te poseí tres noches en éxtasis de hielo,
mientras era la vida
sólo un fácil reflejo de las constelaciones.
Era ardiente la cópula del junco y de la nube,
la posesión eterna del vacío.
Oh verte,
             acariciar tu sien de aguamarina,
celebrar en tu pulso la evidencia consciente de la nada.
 Después,
            sobre tu cuerpo

puse un trozo de cal y una amatista.

 

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