No
estamos solos. Nunca estamos solos. |
Con este corazón encaprichado en lo imposible... Me miente el mar. Me miente la constancia. Me miente mi fe misma. Me asegura que las olas son diamantes y espejismos, irisación de espigas mañananeras que tornarán su vuelo en pirámides truncadas. No puede ser verdad el ángel que me miente. ¿Quizá verdad? Me miente como un niño desnudo a lo largo de mi casa, como una mano azul que pide su existencia, como un átono grito que apagase las voces que no duran. Rocinante en su lanza mi estandarte. Mi sello. Mi rúbrica teñida. Mi arcoiris terminando donde empieza la cumbre. Mi dar. Mi darme. Mi partir la mitad de lo que soy, de lo que espero. En cada hueco he puesto una semilla para plantar altares, para quemar mis ropas, para pegar una sonrisa de niño en un papel madura. Recogeré la siembra. O no recogeré nada. Y el tiempo de la burla se hará sobre mi frente.
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_junto al agua
de cálidas arenas de Eubea,
sobre el monte y el eco
y a la sombra del tilo_
te he amado,
dulcísimo cadáver,
como se ama a un cuerpo desnudo de memoria.
Fingido manantial,
la palidez del pubis
y la aurora,
la mano que era escarcha.
Te poseí tres noches en éxtasis de hielo,
mientras era la vida
sólo un fácil reflejo de las constelaciones.
Era ardiente la cópula del junco y de la nube,
la posesión eterna del vacío.
Oh verte,
acariciar tu sien de aguamarina,
celebrar en tu pulso la evidencia consciente de la nada.
Después, sobre tu cuerpo
puse un trozo de cal y una amatista. |