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José Batres Montúfar

Una vieja soltera se moría...

Romance

Suicidio

Yo pienso en ti

 

 

Una vieja soltera se moría
 

y sin cesar pedía


al confesor que estába cerca de ella
 

la palma y la corona de doncella;


y su afán era tanto
 

que era capaz de impacientar a un santo,
 

aunque no lo mostrase el padre cura,
 

hombre muy ponderable de dulzura.

 

Una de tantas veces, sin embargo,
 

que estába repitiendole el encargo
 

nuestra virgen anciana
 

por centésima vez en la mañana,
 

aburrido el pastor de aquella tema
 

a la vieja le dijo con gran flema:
 

"Mire, Tía Pascuala, que la cosa
 

es algo peligrosa,
 

pues si su doncellez no es verdadera,
 

y la van a enterrar de ésta manera
 

cubierta con insignias virginales,
 

el menor de sus males
 

será ir al infierno en cuerpo y alma
 

tan sólo por la culpa de la palma;
 

mírese bien en ello, madre mía,
 

y no le salga cara su porfía."

"El Señor, le responde, me es testigo

que no reza conmigo

éso que usted acaba de decirme.

¡Si por algo no temo yo el morirme...!

Ello...en fin...es del todo...indiferente,

Pero...mejor será...porque la gente

no vea...vanidad en mi persona,

que me entierren sin palma ni corona".

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ROMANCE

Es un joven desgraciado


cómo una rosa marchita,


frescura y color le quita


el sol que la ha marchitado.

 

Apenas la sombra queda


de la forma que perdió:


Ya el olor se disipó,


no hay quién volverselo pueda.

 

Huye de todo consuelo,


que el infeliz no le tiene:


Ni esperanza le mantiene,


éste grato don del cielo.

 

En su profundo estupor


y desesperada calma,


ya no lisonjea su alma


ni la gloria ni el honor.

 

Cómo un volcán abrazado


su adolescencia pasará,


¡cuán violento palpitará


su corazón arrojado!

 

Hoy para él todo está muerto


que el corazón arrogante


cayó frío en un instante


y de tristeza cubierto.

 

Otro hombre jamás ha habido


que algún bien no haya gozado;


más él siempre desgraciado


y nunca dichoso ha sido.

 

La esperanza ni una vez


vino a alimentarle un rato;


no tendrá un recuerdo grato


con qué aliviar su vejez.

 

Mírale, tierna doncella,


mira aquella alma postrada;


que enciende una tu mirada


la vida que aún resta en ella.

 

Para la piedad naciste,


tu misión es la ternura;


no seas con él tan dura;


velo: casi ya no existe.

 

Más ¿rehúsas doncella hermosa,


dar fin a tan cruel tormento?


¿No te mueve ni un momento


su desdicha lastimosa?

 

Ya su mal está calmado


¡Oh muerte! ¡Oh nada desierta!


abre, eternidad, tu puerta


para que entre un desgraciado.

 

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SUICIDIO
Llegó en fin a este presido
inserta en El Semanario
(periódico literario)
la contienda del suicidio.
Para matar el fastidio,
por no decir otra cosa,
saco mi Musa quejosa
de vivir arrinconada,
cómo quién saca su espada
para ver si está roñosa.

A todos hablar prometo
sin ofender a ninguno,
que a todos, uno por uno,
los estimo y los respeto.

A decidir no me meto
quién es quién tiene razón;
sólo diré mi opinión
con modestia o sin modestia
que suele causar molestia
afectar moderación.

Muchos siglos van corridos
desde que hay suicidados
amantes menospreciados
y jugadores perdidos.

Tantos sabios distinguidos
han tratado del esplín
y del suicidio, que al fin
disputar está demás.
sobre si es nefas o fas
(que yo también sé Latín)

Tengo por mal argumento
para quitar la vida
el citar algún suicida
de valor o de talento.
Por uno se encuentra ciento
de la más ilustre fama
que terminaron su drama
enfermos, asesinados,
borrachos, apaleados
en la horca y en la cama.

Lector, si fuera a exponerte
tantos ejemplos diversos
llegaría haciendo versos
a la hora de mi muerte.
Citaré algunos y advierte
que no quiero fastidiarte;
va leyendo hasta cansarte,
y así que estés muy cansado
descansa, lector amado,
no vayas a suicidarte.

 

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YO PIENSO EN TI
Y
o pienso en tí, tú vives en mi mente
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.

En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto marmol de una sepultura.

Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se anajena,
y allá en su centro brilla moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.

Sin luchas, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un sólo, un leve acento
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en ti!

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