José Carlos de Luna

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El Piyayo

El cante de la trilla

El gazpacho de nieve

EL PIYAYO

¿Tú conoces al ‘Piyayo’:

un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;

la mirada de gallo

pendenciero

y hocico de raposo

tiñoso...

que pide limosna por tangos

y maldice cantando fandangos

gangosos?

¡A chufla lo toma la gente,

y a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

… … … … …

Ata a su cuerpo una guitarra,

que chilla como una corneja

y zumba como una chicharra

y tiene arrumacos de vieja

pelleja.

Yo le he visto cantando,

babeando

de rabia y de vino,

bailando

con saltos felinos,

tocando a zarpazos

los acordes de un viejo ‘tangazo’,

y el endeble ‘Piyayo’ jadea,

y suda y renquea.

Y, a sus contorsiones de ardilla,

hace son con la sucia calderilla.

¡A chufla lo toma la gente,

y a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

… … … … …

Es su extraño arte

su cepo y su cruz,

su vida y su luz,

su tabaco y su aguardientillo...

y su pan y el de sus nietecillos:

“churumbeles” con greñas de alambre

y panzas de sapo,

que aúllan de hambre

tiritando bajo los harapos,

sin madre que lave su roña;

sin padre que ‘afane’,

porque pena una muerte en Santoña,

sin más sombra que la del abuelo...

¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!

… … … … …

En El Altozano

tiene un cuchitril

—¡a las vigas alcanza la mano!—,

y por lumbre y por luz, un candil.

Vacía sus alforjas

—que son sus bolsillos—,

bostezando, los siete chiquillos

se agrupan riendo.

Y, entre carantoñas, les va repartiendo

pan y pescao frito,

con la parsimonia de un antiguo rito:

—¡Chavales!

¡Pan de flor de harina…!

Mascarlo despasio.

Mejó pan no se come en palasio.

Y este pescaíto, ¿no es ná?

¡Sacao uno a uno del fondo del má!

¡Gloria pura él!

… … … … …

—Las espinas se comen tamié,

que tó es alimento...

… … … … …

—Así… despasito,

mu remascaíto.

—¡No llores, Manuela!

Tú no pués, porque no tiés muelas.

¡Es tan chiquitita

mi niña bonita…!

Así, despacito,

muy remascadito,

migaja a migaja —que dure—,

le van dando fin

a los cinco reales que costó el festín.

Luego, entre guiñapos durmiendo,

por matar el frío, muy apiñaditos,

la Virgen María contempla al ‘Piyayo’

riendo.

Y hay un ángel rubio que besa la frente

de cada gitano chiquito.

¡A chufla lo toma la gente...!

Y a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

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EL CANTE DE LA TRILLA

Son las doce.

 

_¡Espabílate, zagá!

¡Sarvadó!

¡Ve y remuda al caporá,

que se cose

con la lumbre que echa er só!

¡Y en seguía!...

***

¡Quien pudiera

ponerle un tordo a la era!

Más toavía:

triyá la parva aquí mesmo

dentro de la gañanía.

***

Treinta pasos

que separan

la era del sombrajío,

¡trainta pasos

sobre plomo derretío!

***

Se achicharra la chicharra,

y se hace polvo la parva,

y tiene el campo reflejos

de metal,

y, allá lejos

_duelen al mirar los ojos_

arde un inmenso rastrojo:

¡Fuego!

¡Chispas

de eslabón y pedernal!

 

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y una sandía.
La sombra de la parra...
¡Qué güena vía!
Los zanquilargos potrillos,
temblorosos los ijares,
prisoneros de la cerca del sombrajo,
escuchan las campanillas:
que acompasan el trabajo
de las yeguas de la triya.
El relincho quejumbroso
de un poranco receloso
va del sombrajo a la era:
 
Un mensaje,
que hace temblar las colleras
de coraje!
 
"¡Moñitos! ¡Guapa! ¡Paloma!
¡¡¡Riiiiá!!!
¡Ven acá; ven acá
toooma!"
Esta yegua castaña
tiene un potrito
con una pata blanca
y un lucerito

 

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