José Joaquin de Olmedo

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Canto a Bolívar

Himno a Diana

Al retrato de Cupido dado por Nise

CANTO A BOLÍVAR

El trueno horrendo que en fragor revienta
y sordo retumbando se dilata,
por la inflamada esfera
al Dios anuncia que en el cielo impera.
Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que, más feroz que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y el canto de victoria
que en ecos mil discurre, ensordeciendo
el hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y de la guerra.
Las soberbias pirámides que al cielo
el arte humano osado levantaba
para hablar a los siglos y naciones
-templos do esclavas manos
deificaban en pompa a sus tiranos-,
ludibrio son del tiempo, que con su ala
débil, las toca y las derriba al suelo,
después en en fácil juego el jugaz viento
borró sus mentirosas inscripciones
y bajo los escombros confundido
entre la sombra del eterno olvido
-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!-
el sacerdote yace, el dios y el templo.
Mas los sublimes montes, cuya frente
a la región etérea se levanta,
que ven las tempestades a su planta
brillar, rugir, romperse, disiparse,
los Andes, las enormes, estupendas
moles sentadas sobre bases de oro,
la tierra con su peso equilibrando,
jamás se moverán. Ellos, burlando
de ajena envidia y del protervo tiempo
la furia y el poder, serán eternos
de libertad y de victoria heraldos,
que con eco profundo,
a la postrema edad dirán del mundo:
«Nosotros vimos de Junín el campo,
vimos que al desplegarse
del Perú y de Colombia las banderas,
se turban las legiones altaneras,
huye el fiero español despavorido,
o pide paz rendido.
Venció Bolívar, el Perú fue libre,
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del Sol fue colocada».

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HIMNO A DIANA

Dedicado al amable cazador, mi amigo J. R. O.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que tus leyes sigue,
tu gracia y favor.

Ven que tú en los campos
fuiste la primera
que agitó las fieras
y las tiernas aves,
que cantan suaves
cuando nace el sol.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Al viento vagaba
tu libre cabello,
y del hombro bello
la aljaba pendía,
y el pie te lamía
el can corredor.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Dame las saetas
de tu arco certero,
o haz que el plomo fiero
alcance y traspase
cuando al monte pase
el ciervo veloz.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Si al zarzal huyere
la ágil gallareta,
con su rastro inquieta
al diestro sabueso,
y al tenaz latido,
del cieno escondido
salga desalada,
corra, vuela y caiga,
aunque alas le añada
su mismo temor.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Dicen que se goza
sólo en la ciudad
de amor, de amistades
y dulce recreo,
mas yo en este empleo
la ciudad olvido,
su brillo, su ruido,
y olvido el amor.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Que tú castigaste
al curioso Acteón,
que de amor movido
desnuda te vió.
Convertido en ciervo
al punto corrió,
y los tus sabuesos
con rabia feroz
parten a vengarte
de la injuria atroz.
El bosque llenaron
de agudo clamor;
lo siguen, lo acosan
con curso veloz,
parten sus entrañas
y su corazón.
Los necios y ciegos
sigan al Amor,
y sufran y penen,
que a Diana amo yo.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Si tú dirigieres
mi tímida mano,
ningún tiro vano
saldrá del cañón;
y yo te prometo
con todo el respeto
de mi corazón
no cazar jamás
sin invocarte antes
con esta canción.
Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
Vamos, compañeros,
¿no veis los accesos
de nuestros sabuesos?,
vamos con ardor.
No temáis al frío,
no temáis al sol,
que ya volveremos
cargados, sudosos,
pero más gloriosos
que un conquistador.

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AL RETRATO DE CUPIDO DADO POR NISE

 ¿Dónde corres, Cupido,
a la luz de tus fuegos,
seguido de tu madre
tan alegre y contento?
Para más bien, y llora:
no todos son tus siervos;
la joven que yo adoro
se resiste a tu imperio.
Deja ya ese arco flojo
por el uso y el tiempo,
ni tu dorada aljaba
penda de tu hombro bello,
y apaga de tu tea
el ya lánguido fuego,
que la joven que adoro
se resiste a tu imperio.
Antes bien busca flechas
y un arco más certero,
y o súmete en la tierra,
o levántate al cielo,
para encender tu antorcha
de más activo fuego,
pues la joven que adoro
se resiste a tu imperio.

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