Ciudad anochecida lluvia en mi corazón.
Borrosamente recuerdas, donde soñaste ser feliz un día, viejas sombras amigas, tibios cuerpos apenas existentes cuando a oscuras dejaban en tu cuerpo semillas de desgana y de melancolía.
¿Y a dónde iré que no me sienta extraño? |
¿No habéis sentido nunca, no en sueños, bien despiertos, que el mundo se detiene, que se escucha tan sólo, agónica, distante, una respiración; que hay una lluvia inmóvil y rayadas imágenes, que el rostro de los niños de pronto amarillea; que la mujer que amas, que el amigo que escuchas, son de papel pintado, garabatos antiguos; que las flores no huelen, sabe a ceniza el pan y las palabras quedan escritas en el aire con una tinta clara que al instante se borra? Sólo un instante, sólo algo visto y no visto: el tiovivo del mundo pronto gira de nuevo. Y tú lo miras todo con asombro y desgana. Y sonríes, y olvidas que estás en el secreto.
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Sí, los pasos que impacientes suenan en otra habitación, cerca, muy cerca, ( calla un instante, escucha, escucha bien) son los pasos de mi amor más cierto. Desde muy niño rondó a mi alrededor, perrillo triste. Antes de tú llegar ya estaba ella, antes de tú nacer me sonreía, segura del final, consoladora. ¿Temes acaso que celosa llegue a perturbar este rincón feliz, a manchar con sus labios los tuyos tan recientes, a acariciar un sexo que se esconde con dedos fríos y amarillos? Sólo me quiere a mí, no te preocupes. Yo sólo a ella la he querido, aunque quiera quererte sólo a ti. Si apoyo la cabeza en tu hermosa llanura soleada, es a ella a quien escucho, no a tu corazón, que late sólo (repítelo otra vez), sólo por mí. Dentro de treinta años, cuando tengas mi edad, sabrás aquello que ahora ignoras (mejor que no lo sepas nunca). Vuelve ahora a gemir, a sonreír, a ser amanecer y ser acaso, azar afortunado, manzana en el edén, arena inmensa, diminuto mar, siempre recién nacido. El amor era ella, la que espera impaciente, pero tú eres la vida. Malgasta conmigo tan divino tesoro, recobra el varonil vigor perdido.
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Has llegado a mi vida sin avisar, sin llamar a la puerta, con tus botas gastadas, con tu sonrisa herida, y has derribado de un soplo la muralla de tinta y de papel que protegía mi mundo. ¡Era tan grata tanta soledad! Pronto te irás. Adiós, adiós. ¿Qué me dejarás cuando te vayas? ¿Sólo dolor mientras se desvanece ese olor a infancia y paraíso que has traído contigo? Mi corazón, hotel de pocas noches. Te acaricio y sonrío. Ya sé que estás de paso. Que te dejas querer un poco por piedad, por gratitud, que abandonas tu cuerpo como un dócil juguete mientras que tú te ausentas, cierras los ojos, piensas en quienes has amado, en quien secretamente deseas, nunca en mí. Pero estás en mis brazos, no en los suyos. Ya sé que vivo de prestado, nunca pude vivir de otra manera. Cuando te hago reír, cuando distraído sonríes, cuando me veo reflejado en tus ojos (también cuando muy lejos y a mi lado pareces ser feliz), el mundo se detiene y baila sobre un pie.
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