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JOSÉ MARÍA MILARES

Breve vino la mano...

Entra en el ruido...

Liverpool

No tenía cancelas...

 

Breve vino la mano a ser del mar
la ola, hablado el pelo hasta la orilla,
una charca de voces y eléctricos cristales,
una manta de arena por la playa
cayendo de la noche, hacia el abismo,
una rosa en la luz
sentada ante la casa que iba al agua
a refrescar sus ojos, su silencio,
más allá del olvido, de unos labios
cerrándose en el frío de la muerte.

(De Azotea marina, 1995)

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Entra
en el ruido
cansado ya viejo la voz raíz sonora
que aún escucha trinos
que bajan y suben por las paredes
aconsonantando el canto de la rueda del reloj
que salta sobre piedras
y acude hasta ser ventana pájaro
del árbol que le cuenta cómo callando pasa
el tiempo y allí dentro
de aquel pasillo negro llora y escucha
al ojo que observa y se moja de palabras
y de la luz sube a la rama
donde habitan pasillos y escrituras que levantan
paredes edificios de enredaderas
y se pierden una vez más las voces que corrían
de los niños donde todas llegaban
hasta el mar
para en su horizonte
perderse.

(DE CELDAS)

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LIVERPOOL

Sobre vuestros curtidos rostros de paloma endurecida,
sobre vuestras sonrisas de sal y vino agrio, ya sobre los duros cristales de la niebla,
está mi alma, están mis ojos, amigos,
y sobre el último dolor de la tierra,
y sobre el último dolor de mis manos, tanteando el duro cemento de una puerta vacía,
y sobre la última agonía de las aguas está flotando mi corazón, señores, mi corazón.
Por favor, abridme paso, dejadme cruzar este túnel de plomo,
que quiero ser el primero en llegar con mi sangre a los muelles de Liverpool.
Amigos, vosotros que os perfiláis como aletas de pescado
sobre las últimas esquinas de los buques;
vosotros que de cada rincón saltáis de una bodega a otra
como sapos de azufre ardiendo, como tristes pezuñas de lagarto,
para husmear el rojo carbón de las calderas,
para darle vida al hierro como al alba le dais su fruto,
para darle aliento al agua que se aleja para siempre de la tierra,
del polvo que tanto amáis tras unos ojos,
decidme que puedo soñar en vuestros rostros de ceniza
y en vuestras sucias calles de alquitrán, y en vuestros hogares de nata corrompida,
y echar la raíz de mi sangre como un ancla sobre vuestras jurisdicciones marítimas,
porque además de ser un hombre como vosotros, soy un poeta,
y un poeta es un corazón más sobre la niebla del mundo.
Por favor, abridme paso, que quiero ser el primero en saludar con mi sangre vuestras sonrisas de azufre,
vuestras mujeres de estopa. Por favor, abridme paso
.
(De Liverpool, 1949)

 

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No
tenía cancelas
aquella casa del jardín
ni aquella cuerda que de la luz colgaba
ni aquella sombra que le unía
a la memoria cuando aquel niño dormía
y soñando era la palabra
que jugaba en un rincón con la maleza
y con las hojas secas
y con las hormigas que corrían y apresuradas
arrastraban sus mercancías que iban
y venían y entre ellas
conversaban y entre las ramas secas
por un agujero se perdían
y así aquel niño con las palabras
que se le ocurrían
unas tras de las otras convertía
en guijarros y levantaba torres y paredes
y páginas que los sueños
sin él quererlo construía y eran palotes
y eran letras que por la noche
mientras dormía
sonaban y con los años seguían y con los años
cantaban y con los años eran libros
que los ojos de otras sombras a escondidas
leían y no tenía cancelas
ni muros aquella casa y sólo una cuerda
donde la luz
se colgaba.
 

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