La experiencia Penfield
Queremos vivir, en la idea de los demás, una vida
imaginaria.
BLAISE
PASCAL
Olvidé
esa película. Pero cuando el pasado,
igual que un pez fantasma, me sorprende
en el acuario negro de una televisión
(con qué raro placer se venga el tiempo
de quien, con la armadura del amor,
busca un reino distinto en este mundo)
ya no hay oscuridad, cierro los ojos,
veo
dos jóvenes amantes, una escena rodada
en un puente de Londres con la luz de Varsovia
_la claridad que vuelve indestructibles
las cosas, borrándolas_ si la filma Kieslowski,
ella tiembla de frío y de deseo
bajo un abrigo de estudiante pobre,
con marcas de ceniza ocultando unos ojos
que han recorrido hospicios de estrellas moribundas.
(En la cuarta secuencia, es la mujer
desnuda
que gira lentamente, trazando la frontera
de su burbuja de oro para apagar la lámpara.)
Y detrás del espejo, sin tacto ni
presente,
oigo tu corazón como una flor oculta
extendiendo su polen en la noche,
una sombra con huesos de hechicera
que clava en mí sus muslos cristalinos
dando un sentido, un orden, a la sed esencial.
Nunca has sido tan bella entre mis brazos.
Hay un ángel inscrito _no lo trazó mi mano_
sobre el amanecer inmóvil en tu vientre
y las alas de fuego, al caer abatidas,
me dejan en la lengua un sabor a vacío.
Detrás de la pantalla, me rodea
un mundo que se acaba y una aguja
de oscuridad me punza desde el centro:
no encuentro responsables de las pérdidas.
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