José Plácido Sansón

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Al mar de mi patria

La flor del Teide

 A Cádiz

 

Al mar de mi Patria
Baña las costas de mi patrio suelo
un mar, rey de los mares de Occidente;
en él, aún niño sumergí mi frente,
en él, ya grande, divertí mi duelo.
Imagen de la paz que tanto anhelo,
lo he visto manso, halagador, riente,
y luego, imagen de la guerra, hirviente
subir bramando hasta tocar el cielo.
¡Hoy... del distante, mi dolor le nombra;
y aparecerse en mis sueños miro
del Atlántico mar la inmensa sombra!
Y con la mente a sus orillas giro,
y recostado en su cerúlea alfombra,
por mi visión al despertar suspiro.

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LA FLOR DEL TEIDE

                                                                      A mi madre

                                    Entre los dones inefables, santos,                                                   

 que aureola son a vuestra casta frente, 

 sólo puedo ofreceros reverente 

 la humilde flor de mis sencillos cantos. 

 

    Flor que regara la virtud con llantos 

 junto al cristal de la dormida fuente; 

 emblema de un amor puro y ardiente, 

 símbolo de deberes sacrosantos. 

 

    Vos, desde el cielo, a mi cruel fortuna 

 luz de esperanza que en Oriente asoma, 

 la flor del Teide acogeréis, ¡oh madre! 

 

    Tintas prestole la modesta luna; 

 perlas el alba, el sentimiento aroma; 

 jugo mi tierno corazón de padre.

 

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A CÁDIZ

                                                        Tras navegación penosa                                                     por una mar alterada 

 te presentaste a mis ojos, 

 lucero de las Españas. 

 Y a la claridad dudosa 

 que vierte en pos la alborada 

 me pareciste salida 

 improviso de las aguas. 

 ¡Salud, plantel de recuerdos, 

 antemural de la patria, 

 salud, oh Cádiz famosa 

 por tu brío y por tus damas! 

 De Santa Cruz de Tinerfe 

 al alejarme, vagaban 

 por mi ardiente fantasía 

 tus sombras tornasoladas; 

 esa rica vestidura 

 con que te ciñó la fama, 

 y que tiendes en las olas, 

 cual si fueras su sultana. 

 Al verte sentí el influjo 

 que ejerces sobre las almas, 

 y absorto quedé mirando 

 mi ilusión ya realizada... 

 

    ¡Oh, qué bella al navegante 

 te muestras, Cádiz la clara, 

 en el perfil del Océano 

 adormida, recostada! 

 Quién te cree una Nereida; 

 quién se figura una maga; 

 quién la diosa del combate 

 ve en ti, Cádiz la bizarra; 

 quién a Venus en la mente 

 con su séquito de gracias 

 se forja, cual tú nacida 

 de las espumas rizadas... 

 Pero yo que allá dejé 

 de Santa Cruz en las playas 

 hijos y esposa... pedazos 

 del corazón... ¡Oh gitana! 

 Yo te contemplé a la lumbre 

 de la aurora nacarada, 

 no cual la diosa de amores, 

 no cual deidad de las armas, 

 mas sí como tierna amiga 

 que los brazos me alargaba, 

 para reponer mis fuerzas 

 por el viaje quebrantadas. 

 ¡Bendita seas!... En breve 

 de peregrino la marcha 

 volveré a emprender, dejando, 

 como dejé las Canarias, 

 tus paseos concurridos, 

 tus hermosuras galanas, 

 tus flores, tu argentería, 

 tus balcones, tus murallas... 

 Pero en Sevilla... la perla 

 de Andalucía nombrada, 

 en Madrid... donde la corte 

 esparce todas sus galas, 

 do quier que el paso dirija, 

 do quier fije mis miradas, 

 recordaré tus hechizos,  

 ciudad, hija de las aguas, 

 y bendeciré de nuevo 

 tus brisas hospitalarias! 

 ( Cádiz, Junio de 1851.)

 

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