José Somoza

 

 

 

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La durmiente

A la Magdalena

Soneto

Soneto dedicado a la Milicia Nacional

 

 

LA DURMIENTE

La Luna, mientras duermes, te acompaña;

tiende su luz por tu cabello y frente,

va del semblante al cuello y lentamente

cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña,

hoy velo, lloro y ruego inútilmente,

el curso de la Luna refulgente

dichoso he de seguir, o Amor me engaña.

He de entrar, cual la Luna, en tu aposento;

cual ella, al lecho en que tu faz reposa,

y cual ella a tus labios acercarme.

Cual ella, respirar tu dulce aliento,

y cual el disco de la casta diosa,

puro, trémulo, mudo, retirarme.

 

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A LA MAGDALENA

A la virtud, cuando habitara el suelo,

su imperio la belleza sometía,

la faz encantadora que atraía

el mundo al sonreír, lloró ante el Cielo.

Calmóse el huracán que en raudo vuelo

el mar de las pasiones embestía;

fue la tiniebla luz, la noche día,

alzando la verdad su eterno velo.

La paz logró en la tierra una victoria,

y a las plantas del Justo por trofeos

se vieron los placeres, los amores;

las insignias del triunfo de más gloria,

las armas de la lid de los deseos,

suspiros, besos, lágrimas, olores.

 

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SONETO

Densas nubes vomita el Occidente,

la noche en carro de ébano se sienta,

vuela en aras de fuego la tormenta,

hierve el rayo en la espuma del torrente;

la selva tala el huracán mugiente,

tronchada cruje el haya corpulenta,

rueda el risco al barranco y le acrecienta,

los montes en el mar hunden su frente;

la luna en olas de tinieblas nada,

es trono del relámpago la esfera,

y el imperio del mal anuncia el trueno;

la luz y paz que en hora bienhadada

el cielo al angustiado mundo diera,

huye y se acoge al corazón del bueno.

 

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    Soneto dedicado a la Milicia Nacional de Madrid

     

    Yo vi a Cristina en el solemne día
    que cual Reina la ley del bien juraba,
    donde senda de flores la guiaba,
    y aura de bendiciones la seguía.

    El beso de Dione aparecía
    en su boca gentil, si saludaba
    al pueblo que por madre la aclamaba
    y de amor homenage la ofrecía.

    ¡Salve, y que el cielo en maldición confunda
    al infractor del pacto soberano,
    del trono y de la ley firme cimiento!

    Entre la madre de Isabel Segunda

    y el Presidente del honor hispano,
    un ángel escuchaba el juramento.

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