Barcelona oriental
Yo no
trocaría, esclava,
mi tez por tu tez morena,
ni tus ojos de acebache
con mis ojos de Gazela,
ni los blondos rizos míos
por tu negra cabellera,
ni mis ricos borceguies
por tu menuda chinela,
ni las decenas de aljófar
con que tu cuello rodeas
por las sartas con que el mio
cubren de coral y perlas:
No trocaría, cristiana,
por tus límpidas vidrieras
mis celosias cerradas
y mis ventanas estrechas,
mi harem por tu rica alcázar,
mis torres por tus almenas;
por tus sillones dorados
mis cojines de oro y felpa:
ni por tus tapicerias
mis alfombrados de Persia;
ni mis jóvenes esclavas
por tus enlutadas dueñas:
No trocaría tus parques,
cerrados con frágil reja,
con el pardo y alto muro
que mis jardines rodea;
ni por tus flores las mías
tus bosques de madreselva
por mis bosques de rosales,
cinamomos y palmeras.
Yo no cambiara,
cristiana,
con la tuya mi riqueza,
mis záfiros y diamantes,
plumas, brocados y telas,
ni mis baños voluptuosos,
ni mis fragantes esencias,
ni tus danzas con las mias,
vuestras
zambras con las nuestras...
Mas... Alá sabe, cristiana,
que cuanto tengo cediera
porque la ley de mi pueblo
fuese como la ley vuestra,
que del musulmán mi dueño
ablandára la fiereza,
y su tálamo y caricias,
y sus desvelos y fiestas,
para la esposa que elige
esclusivamente fueran.
¡Oh! si me viera querida
como lo sois, nazarenas,
los goces del paraíso
insulsos me parecieran;
y diera, si fuese mío,
el sepulcro del profeta.
Esto le decía Argira,
mora celosa y discreta,
a su favorita esclava,
a la linda Berenguela,
que al punto repuso altiva,
con noble ardor y entereza:
En poco tengo, señora,
tus riquezas y las mías,
tu peregrina hermosura,
y mi belleza espresiva;
mis deslumbrantes tisúes,
tus sargas y cachemiras,
tus odoríferos baños,
y tus desnudas mesquitas,
y los míos y los tuyos
tesoros y pedrerías.
Yo te cediera gustosa
mis palacios y mis villas,
y el coronar en torneos
nuestra juventud florida,
y el ver correr leves cañas
a vuestra turba morisma,
con los eunucos que atienden
tus mandatos de rodillas;
mis bufones, mis caballos
y halcones te cedería;
y las pláticas mas dulces
que el veraz amor inspira.
A nuestros tiernos
amantes
en la noble patria mía,
y el corazón más constante
que cristiano pecho abriga,
todo lo diera, señora,
hasta mi libertad misma,
por ver cruzadas cohortes
atravesar Palestina
y reconquistar la joya,
por nuestra mengua perdida,
en cuyo centro el Dios-hombre
solo descansó tres días.
Dijo, sonrió la mora,
y sollozó la cautiva.
(Abril de 1837) |