A los
hombres, a las mujeres
que aguardan vivir sin soledad,
al espeso camaleón callado como el agua,
al aire
arisco
(es el aire un pájaro atrapado),
a los que duermen
mientras
sostengo mi vigilia,
a la mujer sentada en la plaza vendiendo su
silencio.
En fin, diciendo ciertas cosas reales
en una lengua unánime,
amorosa;
a los niños que sueñan en las frutas
y a los que cantan canciones sin palabras en las
noches
compartiendo la muerte con la muerte,
los invito a la vida
como un muchacho que ofrece una manzana,
me doy fuego
para que pasen bien estos días de invierno.
Porque una mujer se acuesta a mi lado
y amo al mundo.