Juan Bautista Aguirre

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A una dama imaginaria

A unos ojos hermosos

Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito

A una rosa

A UNA DAMA IMAGINARIA

Qué linda cara que tienes,
válgate Dios por muchacha,
que si te miro, me rindes
y si me miras, me matas.
Esos tus hermosos ojos
son en ti, divina ingrata,
harpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.
Esa tu boca traviesa,
brinda entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.
En ella las gracias viven;
novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.
Primores y agrados hay
en tu talle y en tu cara
todo tu cuerpo es aliento,
y todo tu aliento es alma.
El licencioso cabello
airosamente declara,
que hay en lo negro hermosura,
y en lo desairado hay gala.
Arco de amor son tus cejas,
de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo,
ni dichoso quien se escapa.
¡Qué desdeñosa te burlas!
y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme,
y a tantas finezas falsa!
¡Qué mal imitas al cielo
pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!

 

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A UNOS OJOS HERMOSOS

Ojos cuyas niñas bellas
esmaltan mil arreboles,
muchos sois para ser soles,
pocos para ser estrellas.
No sois sol, aunque abrasáis
al que por veros se encumbra,
que el sol todo el mundo alumbra
y vosotros le cegáis.
No estrellas, aunque serena
luz mostráis en tanta copia,
que en vosotros hay luz propia
y en las estrellas, ajena.
No sois lunas a mi ver,
que belleza tan sin par
ni es posible en sí menguar,
ni de otras luces crecer.
No sois ricos donde estáis,
ni pobres donde yo os canto;
pobres no, pues podéis tanto,
ricos no, pues que robáis.
No sois muerte, rigorosos,
ni vida cuando alegráis;
vida no, pues que matáis,
muerte no, que sois hermosos.
No sois fuego, aunque os adula
la bella luz que gozáis,
pues con rayos no abrasáis
a la nieve que os circula.
No sois agua, ojos traidores,
que me robáis el sosiego,
pues nunca apagáis mi fuego
y me causáis siempre ardores.
No sois cielos, ojos raros,
ni infierno de desconsuelos,
pues sois negros para cielos
y para infierno sois claros.
Y aunque ángeles parecéis,
no merecéis tales nombres,
que ellos guardan a los hombres
y vosotros los perdéis.
No sois diablos, aunque andáis
dando pena a los que vieron,
que ellos del cielo cayeron,
vosotros en él estáis.
No sois dioses, aunque os deben
adoración mil dichosos,
pues en nada sois piadosos
ni justos ruegos os mueven.
Y en haceros de este modo
naturaleza echó el resto,
que, no siendo nada de esto,
parece que lo sois todo

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BREVE DISEÑO DE LAS CIUDADES DE GUAYAQUIL Y QUITO

Carta joco-seria por el autor a su cuñado, D. Jerónimo Mendiola

Dichoso paisano en quien
con diversísimos modos
se miran los dones todos,
todas las prendas se ven,
perdone si en parabién
de tu carta no te da
algo mi amor, porque ya
cuanto yo darte podía,
que era la voluntad mía,
tú te lo tienes allá.
Mostrárteme agradecido
hoy mi empeño viene a ser,
y para poderlo hacer
de estos versos me he valido;
recíbelos advertido
de que si aun el don mayor
sólo recibe valor
del amor de quien lo da,
inmenso mi don será,
pues es inmenso mi amor.
Contarte un pesar intento
por ver si puedo lograr
el que mi propio pesar
sirva de ajeno contento;
escúchame, pues, atento,
que ya mi triste gemido
empieza a dar condolido
dos efectos a mi canto,
pues lo que en mi voz es llanto
será música en tu oído.
Guayaquil, ciudad hermosa,
de la América guirnalda,
de la tierra bella esmeralda
y del mar perla preciosa,
cuya costa poderosa
abriga tesoro tanto,
que con suavísimo encanto
entre nácares divisa
congelado en gracia i risa
lo que el alba vierte en llanto;
ciudad que es por su esplendor,
entre las que dora Febo;
la mejor del mundo nuevo
y aún del orbe la mejor;
abunda en todo primor,
en toda riqueza abunda,
pues es mucho más fecunda
en ingenios, de manera
que, siendo en todo primera,
es en esto sin segunda.
Tribútanle con desvelo,
entre singulares modos,
la tierra sus frutos todos,
sus influencias el cielo;
hasta el mar con que anhelo
soberbiamente levanta
su cristalina garganta
para tragarse esta perla,
deponiendo su ira al verla
le besa humilde la planta.
Los elementos de intento
la miran con tal agrado,
que parece se ha formado
de todos un elemento;
ni en ráfagas brama el viento,
ni son fuego sus calores,
ni en agua i tierra hay rigores
y así llega a dominar
en tierra, aire, fuego i mar,
peces, aves, luces, flores.
Los rayos que al sol regazan
allí sus ardores frustran,
pues son luces que la ilustran
y no incendios que la abrasan;
las lluvia nunca propasan
de un rocío que de prisa
al terreno fertiliza
y que equivale en su tanto
de la aurora al tierno llanto,
del alba a la bella risa.
Templados de esta manera
calor y fresco entre sí,
hacen que florezca allí
una eterna primavera;
por lo cual si la alta esfera
fuera capaz de desvelos,
tuviera, sin duda, celos
de ver que en blasón fecundo
abriga en su seno el mundo
ese trozo de los cielos.
Tanta hermosura hay en ella
que dudo, al ver su primor,
si acaso es del cielo flor,
si acaso es del mundo estrella;
es, en fin, ciudad tan bella
que parece en tal hechizo,
que la omnipotencia quiso
dar una señal patente
que está en el Occidente
el terrenal paraíso.
Esta ciudad primorosa,
manantial de gente amable,
cortés, discreta y afable,
advertida e ingeniosa,
es mi patria venturosa;
pero la siempre importuna
crueldad de mi fortuna,
rompiendo a mi dicha el lazo,
me arrebató del regazo
de esa mi adorada cuna.
 

Buscando un lugar maldito
a que echarme su rigor
y no encontrando otro peor,
me vino a botar a Quito;
a Quito otra vez repito
que entre toscos, nada menos,
varios diversos terrenos,
siguiendo, hermano, su norma,
es un lugar de esta forma,
disparate más o menos:
Es su situación tan mala,
que por una y otra cuesta
la una mitad se recuesta,
la otra mitad se resbala;
ella sube y se cala
por cerros, por quebradones,
por guaicos y por rincones
y en andar así escondida
bien nos muestra que es guarida
de un enjambre de ladrones.
Tan empinado es el talle
del sitio sobre que estriba,
que se hace muy cuesta arriba
el andar por cualquier calle;
no hay hombre que no se halle
la vista en tierra clavada,
porque es cosa averiguada
que el que anda sin atención,
cae, sino en la tentación,
en una cosa privada.
Hacen a Quito muy hondo
una y otra rajadura
y tendiendo tanta hondura,
es ciudad de ningún fondo.
Aquí hay desdichas a bondo,
aquí el hambre y las sed se aúnan
y a todos nos importunan;
aquí, en fin, ¡raros enojos!,
los que comen son los piojos,
los demás todos ayunan.
Son estos piojos taimados
animales infelices,
grandes como mis narices,
gordos como mis pecados;
cuando veo que estirados
van muy grandes en cuadrilla,
me asusto que es maravilla
desde que un piojillo arisco,
sólo con darme un pellizco
me sumió la rabadilla.
Las sillas de mano aquí
se miran como a porfía
y te aseguro, a fe mía,
que tan malas no las vi;
luego que las descubrí
por unos lados y otros,
viendo los asientos rotos
y quebradas las tablillas,
dije: bien pueden ser sillas,
mas yo las tengo por potros.
En estas sillas se encierra,
llevando cualquier serrana,
mucho pelo y poca lana,
como oveja de la tierra.
Aquí, pies, en civil guerra,
con femeniles enojos
son de los piojos despojos
y con dentelladas bellas
los piojos las muerden a ellas
y ellas muerden a los piojos.
Estas quiteñas, como oso,
están llenas de cabello
y, aunque tienen tanto vello,
más nada tienen hermoso;
así vivo con reposo
sin alguna tentación,
siquiera por distracción
me venga, pues si las hablo,
juzgando que son el diablo
hago actos de contricción.
Lo peor es la comida
(Dios ponga tiento en mi boca):
ella es puerca y ella es poca,
mal guisada y bien vendida;
aquí toda ella es podrida
y ¡vive Dios! que me aburro
cuando imagino y discurro
que una quiteña taimada
me envió dentro de una empanada
un gallo, un ratón y un burro.
Hay tal o cual procesión,
mas con rito tan impío
que te juro, hermano mío,
que es cosa de inquisición:
van cien Cristos en montón
corriendo como unas balas,
treinta quiteños sin galas,
más de ochenta dolorosas,
San Juan, Judas, y otras cosas,
casi todas ellas malas.
Con calva, gallo y sin manto,
un San Pedro se adelanta
y, por más que el gallo canta,
no quiere llorar el Santo;
pero le provoca llanto
de sus llaves la reyerta,
pues cuenta por cosa cierta
que, estando el Santo con sueño,
hurtóselas un quiteño
para falsear una puerta.
Va también tal cual rapaz
vestido de ángel andante,
con su cara por delante
y máscara por detrás;
con tan donoso disfraz
echan unas trazas raras,
dándonos señales claras
que, en el quiteño vaivén,
aun los ángeles también
son figuras de dos caras.
De penitentes con guantes
salen los nobles, por no
dar limosna, y temo yo
que han de salir de danzantes.
Estos quiteños bergantes,
¿cómo harán tal indecencia?,
pues hallo yo en mi conciencia
que es muy grave hipocresía
vestir la cicatería
con traje de penitencia.
Después se ven unos viejos
beatos, brujos y quebrados
y algunos frailes cargados
con sus barbas y agarejos;
luego se sigue a lo lejos
una recua de Cofrades,
después las Comunidades
y otras bestias con pendones,
porque aquí las procesiones
todas son bestialidades.
Mil pobres despilfarrados
se miran a cada instante,
mas ninguno es vergonzante,
que son bien desvergonzados;
ciegos, mudos, corcorbados
y enanos hay en verdad
tantos en esta ciudad,
que yo afirmo sin rebozo
que es este Quito piojoso
el Valle de Josafat.
Hermano, en aqueste Quito
muchos mueren de apostemas,
de bubas, llagas y flemas,
mas nadie muere de ahíto;
y hay serrano tan maldito
que al rezar la letanía,
pide a la Virgen María,
con grandísimo fervor,
que le conceda el favor
de morir de apoplejía.
A cualquier forastero,
con extraña cortesía,
sea de noche, sea de día
le quitan luego el sombrero;
y si él no trata ligero
de tomar otra derrota,
le quitan también sin nota
estos corteses ladrones
la camisa y los calzones
hasta dejarlo en pelota.
Andan como las cigarras
gritado por estas sierras
que son leones en las guerras
y lo son sólo en las garras;
para hurtar estos panarras
con sutileza y con tiento
son todos un pensamiento,
de suerte que yo he juzgado
que en las uñas vinculado
tienen el entendimiento.
El que es noble gamonal
algún obraje procura
y de esta suerte asegura
tener en jerga el caudal.
Los quiteños, por su mal,
entablaron desdichados
estos obrajes malvados,
pues con esperanzas vanas
van al obraje por lanas
y se vuelven trasquilados.
Todos estos obrajeros,
por interés del vellón,
compran ovejas y son
ellos gentiles carneros.
Tienen bueyes y potreros
del caudal para (la) ventaja,
pero, aunque ellos se hacen raja,
nunca salen de pobreza,
pues vinculan su riqueza
en cuernos, lanas y paja.
A todos con gran certeza
de frailes les acredito,
pues todos en este Quito
hacen voto de pobreza;
pero el fausto, la grandeza
y la gala es incesante,
pues aquí, como es constante,
se estudia con grande aprieto
la comedia de Moreto
nombrada "Trampa Adelante".
Cualquier chisme o patarata
lo cuentan por novedad
y para no hablar verdad
tienen gracia gratis data:
todo hombre en lo que relata
miente o a mentir aspira;
mas esto ya no me admira,
porque digo siempre: ¡Alerta!
Sólo la mentira es cierta
y lo demás es mentira.
Mienten con grande desvelo;
miente el niño, miente el hombre
y, para que más te asombre,
aun sabe mentir el cielo;
pues vestido de azul velo
nos promete mil bonanzas
y muy luego, sin tardanzas,
junta unas nubes rateras
y nos moja muy deveras
el buen cielo con sus chanzas.
Llueve y más llueve y a veces
el aguacero es eterno,
porque aquí dura el invierno
solamente trece meses;
y así mienten los franceses
que andan a Quito situando
bajo de la línea, cuando
es cierto que está este suelo
bajo las ingles del cielo,
es decir, siempre meando.
Este es el Quito famoso
y te lo digo, jocundo,
que es el sobaco del mundo
viéndolo tan asqueroso.
¡Feliz tú!, que de dichoso
puedes llevarte la palma,
pues gozas en dulce calma
de ese suelo soberano;
y con esto, adiós, hermano.
Tu afecto Juan de buen alma.

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A UNA ROSA

En catre de esmeraldas nace altiva  
la bella rosa, vanidad de Flora,  
y cuanto en perlas le bebió a la aurora  
cobra en rubís del sol la luz altiva.  
 
De nacarado incendio es llama viva 
que al prado ilustra en fe de que la adora;  
la luz la enciende, el sol sus hojas dora  
con bello nácar de que al fin la priva.  
 
Rosas, escarmentad: no presurosas  
anheléis a este ardor, que si autoriza, 
aniquila también el sol, ¡oh rosas!  
Naced y vivir lentas; no en la prisa  
os confundáis, floridas mariposas,  
que es anhelar arder, buscar ceniza.

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