Bella
rosa mortal escúchame bajo los harapos de tu vieja retórica,
las cunetas del mundo están llenas de animales sacrificados,
las canteras del Imperio han sido saqueadas por la broca
cardenalicia,
a mí alrededor no existe otro idioma que el de tu enferma boca
vacía,
no hay más blancura que el ladrido de los perros envejecidos en la
avaricia,
ya no hay otro nicho que el de la criatura durmiente en su hueco de
aire.
Bajo mis pies toca un simio el tambor en una tumba etrusca,
en mi corazón existe el mérito de una muchacha tras su aro de hielo.
Sueño con la incandescencia, sueño con las columnas de Bramante,
la noche ha impregnado con sustancia de ciprés el claustro de los
monjes,
la noche ha sido tomada por una tribu de policías borrachos,
esta es ahora la guarida del inválido, la realidad del afecto
como una flor entre láminas,
esta es ahora la joya esbelta que se mira en los espejos y alimenta
una feroz agonía,
los que se despiden bajo el óxido de las estaciones y ven alejarse
como barco
ebrio su vida,
la noche del pájaro con abanico, la noche de los argonautas ciegos,
esta es la hora del adicto a un alma, la noche de los marcados con
una cruz de tiza.
Empuja esa puerta,
entra muerte nupcial en tu carroza de zinc a recorrer los suburbios,
entre el ángel con los elementos, el íncubo de Sade bajo la rueda de
la tortura,
sepa la incrédula su placer como sabe su nudo el lazo y el cereal su
harina,
pues de ese pan amargo de la inteligencia no se hace la felicidad
como no se hace de la pasión de un vínculo ningún amor duradero,
sino del pavor de la compañía de los que se prestan la vida para
cruzar un río,
de los que se enlazan en las afueras y atan con alambres su cuerpo a
otro cuerpo.
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