Juan Carlos Mestre

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Bella rosa mortal...

Lo que sé de mí

La citroneta azul

Página con perro

Bella rosa mortal escúchame bajo los harapos de tu vieja retórica,
las cunetas del mundo están llenas de animales sacrificados,
las canteras del Imperio han sido saqueadas por la broca cardenalicia,
a mí alrededor no existe otro idioma que el de tu enferma boca vacía,
no hay más blancura que el ladrido de los perros envejecidos en la avaricia,
ya no hay otro nicho que el de la criatura durmiente en su hueco de aire.
Bajo mis pies toca un simio el tambor en una tumba etrusca,
en mi corazón existe el mérito de una muchacha tras su aro de hielo.
Sueño con la incandescencia, sueño con las columnas de Bramante,
la noche ha impregnado con sustancia de ciprés el claustro de los monjes,
la noche ha sido tomada por una tribu de policías borrachos,
esta es ahora la guarida del inválido, la realidad del afecto
                            como una flor entre láminas,
esta es ahora la joya esbelta que se mira en los espejos y alimenta una feroz agonía,
los que se despiden bajo el óxido de las estaciones y ven alejarse como barco
                            ebrio su vida,
la noche del pájaro con abanico, la noche de los argonautas ciegos,
esta es la hora del adicto a un alma, la noche de los marcados con una cruz de tiza.
Empuja esa puerta,
entra muerte nupcial en tu carroza de zinc a recorrer los suburbios,
entre el ángel con los elementos, el íncubo de Sade bajo la rueda de la tortura,
sepa la incrédula su placer como sabe su nudo el lazo y el cereal su harina,
pues de ese pan amargo de la inteligencia no se hace la felicidad
como no se hace de la pasión de un vínculo ningún amor duradero,
sino del pavor de la compañía de los que se prestan la vida para cruzar un río,
de los que se enlazan en las afueras y atan con alambres su cuerpo a otro cuerpo.

 

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Lo que sé de mí

Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras.

 

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La citroneta azul

 

                                                                                                 A Camilo Werlinguer

 

En una citroneta azul
haciendo sonar el claxon de la luna
voy de regreso al pueblo donde mis amigos
salen cada noche a esperar los ovnis.

Sueñan en el cielo las estrellas
y las fugaces sombras de las niñas muertas
elevan en los prados sus cometas
con recados para los platillos voladores.

Todo esto se podría decir de otra manera
si allá tras las cortinas del espacio
existiera el silabario, el colibrí, la esfera
del vagabundo aerolito de los pájaros.

Yo no espero otra luz que la tristeza
de quien regresa a una escuela abandonada
donde aletean todavía en la pizarra
las mariposas blancas de la melancolía.

 

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Página con perro

 

                                                                                                                      A Jorge Riechmann

 

Los carabineros detuvieron a mis amigos,
les ataron las manos a los raíles,
me obligaron como se obliga a un extranjero
a subir a un tren y abandonar la ciudad.

Mis amigos enfermaron en el silencio,
tuvieron visiones en las cercanías de lo sagrado.

No la herida del inocente,
no la cuerda del cazador de reptiles,
en mi pensamiento la crueldad tiene nombre.

Me llamaron judío,
perro judío,
comunista judío hijo de perro.

Este no un asunto que se pueda solucionar con tres palabras,
porque para cada uno de nosotros
esas palabras tampoco significan lo mismo.

Yo he tenido un perro,
he hablado con él,
le he dado comida.

Para alguien que ha tenido un perro
la palabra perro es fiel como la palabra amigo,
hermosa como la palabra estrella,
necesaria como la palabra martillo.

 

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