Juan 
de 
Zabaleta

índice

El día de fiesta por la mañana y por la tarde:

El glotón que come al uso

El cazador

La comedia

La pelota

Errores celebrados de la Antigüedad:

Error V

Error VIII

 

 

 

 El glotón que come al uso

 

 U

n pez hay que tiene en el vientre el corazón; los glotones tienen el corazón en el vientre. En el vientre están sus angutias, en el vientre sus contentos. El glotón sólo sabe el tiempo que es por la comida que lleva el tiempo.

Despierta el Domingo de Pascua de Resurrección, pregunta si están fritas las criadillas, si parece tierno el pernil de Extremadura que se ha empezado y si ha traído el mozo la asadura. Dícenle que trujo la asadura el mozo, que el pernil parece tierno, mas que las criadillas no están aderezadas. Él se cansa mucho con quien se lo dice y manda que le hagan una gran fritada muy aprisa. Válgale Dios, con qué hambre amanece: no dirán sino que ha ayunado ya toda la Cuaresma. Pues no ha ayunado día ninguno . Pero yo me he engañado: antes en el ansia de comer con que despierta se echa de ver que no ha ayunado.  La hambre viciosa se quita con la hambre. El ayuno de ayer hace templado el día de hoy. Una virtud no produce un vicio. Haber dejado de comer por Dios quita la gana más de lo que a Dios agrada. Quien ayunó ayer como debía ayunar, no come hoy más de lo que debe comer.

        Quien viere a este hombre amanecer con tanta ansia de comer carne, pensará que comió toda la Cuaresma pescado; pues sólo le comió tres días de la Semana Santa, y eso fue porque se usa comerle aquellos tres días. Por el escándalo dejan de comer carne aquellos días los glotones que no están muy necesitados, que por lo que a ellos se les da hubieran comido carne y pescado; pero, ya que de la carne se abstienen, comen tantos regalos de pescados diversos y lacticinios que se puede tomar muy bien la penitencia por holgura. En el mismo tiempo que estuvo Dios hombre derramando por ellos la sangre que le hacía falta,  están ellos criando sangre que les sobre, y que ha de ser contra Dios y contra ellos. De los antojos de aquella sangre holgada y abundante resultan los antojos de gozar de las comidas de carne sin tardanza.

        Siéntase en la cama el glotón y échase una capa por los hombros; extiéndese sin aliño una servilleta sobre las piernas cruzadas; pónenle a un lado un panecillo, afírmase el salero entre unas arrugas y déjanle un cuchillo resbalándose. Mientras le traen el plato del almuerzo, porque le parece que con un cuchillo ha de retardarse, hace con las manos pedazos el panecillo, chispeando las migajas hacia la ropa unas y hacia el suelo otras. Llega antes el olor que el plato; pero el plato llega poco después que el olor. Descúbrele y el bocado primero se lo engulle abrasándose. Mientras lo demás se templa hace sopas con el caldillo. Embiste luego con las tajadas con tanta celeridad como si le quisiesen arrebatar las que le quedan. Ensúciase los dedos de las manos hasta los últimos nudos. Cuélgale de los bigotes la pringue; relúmbrale en los labios la grasa, y la barba se le oscurece entre los desperdicios de los bocados. Toma una esquina de la servilleta para limpiarse y derrama el plato. Límpiase y deja hecha rodilla la servilleta. Pide de beber del vino más fuerte; danle una copa muy grande; cógela con ambas manos y echa en su estómago un torrente de vino, y torrente de tanta dura, que parece que corre de fuente perenne. Recoge las esquinas tostadas del panecillo, cáscalas entre losdientes y manda que le quiten de allí aquellos trastos. Ponen el salero sobre un brazo de una silla, abrevian la servilleta en forma de bolsa y sacuden con la mano las migajas que han salpicado el lecho.

         Él arroja en el suelo la capa que tiene puesta; vuélvese a meter entre la ropa, llámala muy bien hacia sí con los hombros y sosiégase. “¡Señor, que es día de misa y son ya las once; que es domingo de Pascua de Resurrección; que es menester ir a la iglesia a estar en presencia de Cristo para resucitar de la muerte al pecado!”

        A otra puerta. Ninguna de aquellas voces le dan la razón, y sólo entiende embebecido en pensar si habrá venido salmón fresco, porque la Semana Santa agotó el que había.

        Hácele empezar a vestirse el deseo de encontrar algo extraño para su apetito, y de camino piensa oír misa. El pensar en la misa es con flojedad; el pensar en el salmón, con grande ansia. Mucho ha de ser si su apetito le deja oír misa. Acábase de vestir, sale de casa, pasa por una iglesia y entra a ver si hay una misa empezada, porque aguardarla sería tardar mucho, y su gula no sufre dilaciones. Ve que se levanta en un altar el Evangelio, y coge desde el Evangelio la misa.

        Acierta a caer junto a un conocido y dícele el glotón: “Señor, no se puede creer cómo está el lugar; no hay qué comer, si no es pan y carne; para hallar un manojo de espárrragos es necesario tener espíritu de profecía; para acaudalar una libra de criadillas de tierra es preciso ser primo hermano del labrador; la plaza está que parece que la han saqueado”.

        El otro dice: “Yo pasé ahora por ella y vi lindísimo congrio fresco, y una de aquellas mujeres que vende caza tenía una banasta cubierta llena de gazapos, los mejores que vi en mi vida por este tiempo. Es una mujer morena con una toca de puntas”.

        Apenas el hombre lo oye, cuando se empieza a inquietar, de suerte que si no fuera por vergüenza dejara la misa y se fuera a la plaza. Callan un poco porque el uno quiere oír la misa y el otro pensar si se le habrá acabado todo cuando él llegue.

        Rompe el glotón el silencio y dice: “Con sólo esa mujer no tengo conocimiento entre cuantas allí venden; no sé si me los querrá dar”.

        “Sí querrá _dice el otro_, dándole algo más de lo que vale”.

        Vuelven a callar y vuelve el glotón a decir de allí a muy poco y muy sin propósito: “Y del congrio, ¿había muchas tablas?”

        “Dos” _le responde el otro, y calla.

        Aquí es su congoja de ver que no se acaba la misa y de ver que se puede acabar el congrio [...]

        Acábase la misa, parte el glotón a la plaza y halla quitando a una de las que vendían el congrio al peso y a la otra apartando los cuartos, porque se acabó ya su mercancía. Quédase el hombre tan suspenso como si se le hubiera ido una gran dicha de entre las manos.

        Parte a buscar a la mujer de los gazapos, pídeselos en voz baja, como asegurándola el secreto; ella, antes de responderle le mira con grande atención, por ver si tiene señas de seguro; hace la conjetura buena y saca cuatro conejillos de la lobreguez de la banasta, tan chiquitillos y descarnados, que más parecen abortos que partos; llégalos el hombre a las narices, no para averiguar si hieden a podridos, sino por ver si huelen a ratones. La mujer, viéndole dudoso, le dice que son bellísimos y que fritos con torreznos de algarrobillas son el mayor regalo del mundo; él lo cree y da un mundo de dinero por ellos. Parte a su casa muy alegre de que lleva gazapos, y después de fritos parecen ranas. Si a este hombre le dijese alguno que llevase basura a un muladar, se mataría con él sólo porque se lo dijo, y él se anda matando por llevar basura al muladar de su estómago.

        Llega el día de la Cruz de Mayo y levántase al amanecer el glotón no por coger la misa temprano, sino coger temprano los pollos. Logra la diligencia, llega en buena ocasión, escoge los más grandes, envíalos a su casa y envía a decir que le asen uno para mediodía y que le guisen otro con alcaparras para la noche.Vase luego paseando por la plaza, regalando los ojos en las frutas y en las comidas. A ningún género de gente parece que tiene el diablo tan a su mandar como a los glotones. Los caballos son animales ferocísimos, y, en poniéndoles un bocado de hierro en la boca, mueve un niño hacia donde quiere toda aquella ferocidad y aquella máquina como si fuera una pluma. La prisión de la boca hace tan obediente a un caballo como a un torno; para hacerle andar alrededor no es menester más que torcer la rienda. Tiene el demonio preso al glotón con el bocado. ¡Sujeción terrible! El caballo que rinde la boca se rinde todo. El que le rinde al demonio la boca está sujeto a que haga dél todo lo que quisiere. Mucha fuerza es menester para romper el bocado, y muchas diligencias para arrojar de sí al que es de las riendas dueño.
        Quédase parado mirando una banasta de cerezas descoloridas, considerando si estarán para compradas.

        Pasa por allí un amigo suyo, también de la facultad, y pregúntale qué hace; él responde que ha comprado unos pollos y que no halla otra cosa de provecho; el otro responde que sabe una casa donde hay famosos palominos, y que si quiere almorzar bien de ellos que se vaya con él. El glotón dice que por aquel tiempo es bravo regalo, y aceptando el convite, sigue a la persona. El pulpo no extiende aquella turba de brazos sino para alcanzar cosas de comer; el comilón para nada es diligente sino para las glotonerías. Entran en la casa, piden los palominos, aderézanselos en el aire, pónenselos a la mesa, pruébanlos, dicen que son la mejor cosa que han visto, y que siempre irán a aquella casa, porque la huéspeda da a los platos sazón excelente. A las hechiceras tienen todos grande odio, y cariño grande a las cocineras, teniendo la malicia igual estos dos ejercicios. Con un bocado enloquecen las unas y con un bocado enloquecen las otras. Los hechizos y los guisados tienen un mismo efecto.

     Almuerzan muy de espacio, porque comen muchas más cosas de las que iban a comer. Cierta cosa es que el comer
algo da más gana de comer, y es porque la hiel arroja entonces al goIlete del estómago unas centeIlas suyas que le irritan y le desencogen, con que está más hábil para recibir sustento. Esto se conocerá por lo que hacen en el paladar lo mordicante del limón, lo atufado de la mostaza y lo raspante de la pimienta: despiértanle y enójanle con sus condicioncillas, y con esto apetece con más viveza los manjares. El veneno en las serpientes no es otra cosa que la hiel que, por las vías que están debajo del espinazo va a la boca. El veneno interior de los glotones es hiel misma; ella les dispone el apetito de manera que los mata. Contra este veneno no hay más remedio que dejar de comer con hambre, o comerá el que come hasta que reviente.
        Acaban de almorzar y quédanse hablando, que es muy parIera la mesa de un bodegón. Empiézanse a levantar para irse, cuando entran dos conocidos suyos a lo mismo que ellos. Salúdanse, y los que vienen hacen a los que estaban que se queden a tomar otro bocado, que en estas casas todos son liberales y partidos, y los que ponen bulla ponen tan buena parte como los que gastan el dinero. Empiézase otro almuerzo (ya son las doce del día) y a los que han almorzado los hacen volver a almorzar los otros. Las cosquillas hacen reír atormentando; estos hombres festejan  con lo que es pesadumbre. Dura este desconcierto hasta la una. Van a buscar misa los que no la han oído. El paso es tardo y torpe, el tiempo es más ligero, y pásase el tiempo. Estos son como los que tienen mujer hermosa y limpia, que se van con una ramera fea y asquerosa. Tienen la mesa del altar limpia y agradable, donde pueden comer espiritualmente, si corporalmente no quieren, regalos del cielo, y vanse a la mesa sucia y torpe de una despensa donde cuanto se come es inmundicia; y en el día que éstos lo hacen, no sólo es dejar cielo por tierra, sino delito mortalmente grave no asistir a la mesa en que se come lo mejor del cielo.
        Estánse hasta las dos en conversación. Vase luego nuestro glotón a su casa y entra preguntando si éstá asado el
pollo. Señores, ¿cuándo ha de cesar esta boca? Los poetas fingen que en el infierno hay cuarenta y nueve mujeres
hermanas, que, porque mataron todas en una noche a sus maridos, les dieron por pena que llenasen de agua una
tinaja rota, con que es incesable la pena. La holgura deste glotón parece al tormento de estas mujeres: siempre está tratando de llenar un estómago que se sale. Pues tormento es, aunque a él le parece holgura. 'Ah, que no acaban de creer los malos que se sube el infierno a los vicios!
        Cumple años nuestro glotón el día de Nuestra Señora de Agosto y, en hacimiento de gracias de que han llegado
sus años hasta aquel día, convida a comer desde el día antes a otros tres comilones. ¡Linda manera de dar gracias a Dios de que le ha llegado a aquel punto, descabulléndole de tantas apoplejías como le han amenazado, disponer una mesa para comer tan sin orden que sea ofensa suya! A un hombre llamado Antípatro, natural de Sidón, le daba una calentura todos los días que cumplía años, y al cabo murió de una. A todos los que les da calentura de convite su día natal amenaza el peligro de morir de un convite.
        Levántase por la mañana a buscar regalos del tiempo, más porque los ha de comer él que porque los coman los
convidados. Vase a la casa de conversación más frecuentada a ver si han llevado perdigones los que los compran para revenderlos en ella. A éstos llaman rijadores, y éstos son en ella continuos. No ha llegado ninguno, y determínase a esperarlos. Por quitarle el fastidio al esperar se mete entre los que hablan. Hállalos tratando de novedades, y él va rempujando la conversación poco a poco hasta que da con ella en comidas y guisados. Dice de memoria tres o cuatro falsas nuevas y otros tres o cuatro platos de invencion, de tan buen parecer, que los deja a todos haciéndoseles la boca saliva. La saliva es la que sale a recibir en el paladar los manjares para introducir el sabor de los manjares en el paladar. Los que están con calentura ardiente no le cogen el sabor a lo que comen, porque no tienen saliva que reciba el sabor. Pintó el glotón los manjares de manera que pensó el paladar que le oía que los tenía ya entre los labios, y envió la saliva a recibillos. Con los ojos se averigua cómo es un hombre por de fuera, con los oídos cómo es por de dentro. Las palabras son la fisiognomía de la inclinación; todos conocieron por las palabras que este hombre era goloso. No les parece a los vicios que se han apoderado de todo un hombre si no le quitan la honra. El que sabe disimular su vicio aún no es todo del vicio que tiene, aún no le ha entregado la lengua, aún no le ha sacrificado el recato; por esta parte libre puede ir sacando de cautiverio las otras; por la gana de que no se sepa su culpa, puede dejar su culpa el.que tiene la gana. El que entrega a su vicio la lengua, el que no teme que se le conozcan, todo es del vicio, salióse el vicio con quitarle la honra. Una cosa redonda que es grande no se puede asir si no es con ambas manos. La misma dificultad hay para asir al que está todo dentro de un vicio; dos manos son menester, y mañosas, para sacarle de el vicio que se le ha tragado. Mucha diligencia ha de costar librar de un error al que no se avergüenza de tenerle.
        Vienen los rifadores a las once dadas, unos con melones,  con pollas nuevas otros, y con perdigones alguno. El glotón se enamora de todo y de todo va comprando. Envía por un esportillero, y mientras le traen, entra una muchacha con unos vidros de conservas. Él piensa que no ha hecho nada si no lleva un par de vidros: regatéalos y cómpralos. Viene el esportillero, entrégale su empleo el glotón y dícele que vaya delante. Al salir por la puerta, entra una mujer con unos pucherillos de natas. Dícele el glotón al esportillero que aguarde, pregunta si las natillas son buenas, y, para averiguarlo, se come un pucherillo con el dedo. Concierta media docena, límpiase la mano en la pared, saca de la faltriquera el dinero, págalos y vase. Por la calle va gobernando al esportillero, como si fuera navío, por detrás. Llega a su casa, halla la comida en menos buen estado de lo que requiere la hora, parécele que necesita de su asistencia, y quítase la capa para asistirla.
      Acuérdasele que es día de fiesta, mas parécele que para la misa hay bastante tiempo. El que no tiene gana de hacer
una cosa aguarda a hacerla cuando no puede hacerla. Anda muy solícito por la casa en el cumplimiento de lo necesario para su convite. Entra uno de los convidados preguntando si viene tarde. El glotón pregunta:
        _¿Pues qué hora es?,  y el otro responde que la una dada. Él dice:
         _Bueno, ¡y no he oído yo misa! Mas así me pudiera pasar sin comer.
        ¡Detestables palabras! Y hay cristianos que las dicen, pero no parecen cristianos. ¿En qué podremos pensar que
estima la religión en que vive quien habla desta manera de los preceptos de la religión? ¿Qué sentirá aquella palabra divina que, hecha carne, se sacrifica en el altar, de oír palabras de desprecio de tanto sacrificio? En este misterio no sólo habían de ser las palabras reverentes, sino amantes; reverentes porque hablan de Dios Todopoderoso, y amantes porque hablan de Dios, que es también palabra. La semejanza es causa de cariño; terrible cosa es que no sean cariño las palabras cuando son en orden a un sacramento en que hay una palabra que es Dios. La ofensa de los semejantes es muy grande ofensa.
        Vienen, en fin, los convidados que faltaban, con que acaba el glotón de resolverse a quedarse sin misa. Los indios que llaman cercetos, con lo que castigan al que comete un delito es con prohibille la entrada en el templo. Este les parece el mayor castigo que pueden dar a los malos, y si el templo fuera del Dios verdadero, era verdaderamente grande el castigo. Esta pena se da a sí mismo el glotón, teniendo el triste por descanso la pena. ¿Qué más hicieran con él estos indios, si le castigaran, que él hace consigo mismo? De la entrada del templo se priva, que es privarse de grandes bienes. Una de las razones porque los ministros de la justicia no sacan al delincuente del templo debe de ser porque ya allí no parece delincuente. En la iglesia parece que entran todos a enmendarse, y el delincuente enmendado está muy digno de clemencia. Quien huye .del templo da a entender que no quiere enmendarse. ¡Desdichado del que huye del templo!
        El día de San Andrés,  a las ocho de la mañana, entra su criada en el aposento del glotón, diciendo que hay en la
plaza besugos  como la leche. El dice, a medio abrir los ojos:

        _Fuerza es que sean buenos, porque ha cuatro días que yela. ¿Y han venido muchos?
        _¿Qué es muchos? _dice la criada_. En el repeso los dan, y es menester mucho favor para que los den.
        _¡Buena flema nos dé Dios! _dice el goloso, y se sienta en la cama con tanta fuerza que la estremece.
        Pónese el jubón y la ropilla de una vez, y sin acabar de ponerse los botones del jubón, arroja la ropa hasta la otra esquina de la cama. Prosigue con desatino su obra. Cálzase tan sin orden como si se descalzara. Salta en el suelo, no cumple con la mitad de las obligaciones del aseo, descuídase con los preceptos de la decencia. Mientras él se pone la espada dice que le pongan la capa y el sombrero. Baja por la escalera, puesto el sombrero y la capa con el mal aire que suele ponerlo mano ajena. Empieza a andar por la calle poniéndose los botones del cuello de la ropilla, repara en que le entra frío por las bocasmangas y pónese en cada una el botón primero. Afirma la capa en los hombros, asegura el sombrero, que se le iba trastornando, y llega al repeso. Procura meterse en el centro de la apretura, pero las olas le desvían. Da desde donde se halla al alguacil del mes muchas voces. Él le oye y le conoce, pero, por no obligarse a darle lo que pide, no le mira. El pobre glotón, por mejorarse de lugar, entra por donde otro sale, y el que sale, como le aprietan los otros, le lleva las narices. Duélese el alguacil de ver lo que el hombre padece. Saca dos besugos en la mano, y llamándole por su nombre, le dice que allí están dos besugos, que dé ciento y doce cuartos. Alégrase el glotón, quiere meter en la faltriquera la mano, y no halla lugar para meterla. Echa el cuerpo al lado contrario para hacer hueco en el que ha menester, lleva la mano a la faltriquera en que trae el dinero y halla sin dinero la faltriquera. Empieza a palparse turbado, y aun palpándose no sabe de sí mismo. Dale priesa por el dinero el alguacil, y él dice que allí se le han hurtado. Los que lo oyen empiezan a vocear, diciendo que les den a ellos los besugos, que allí está el dinero. Al goloso se le aflige el corazón, y le dice que por amor de Dios aguarde. Echa los ojos de acá para acullá, ve un conocido, pídele dos reales de a ocho prestados, afirmándole que luego se los llevará a su casa. El otro se los da por encima de seis o siete cabezas. Entrégalos, recibe los besugos y pide lo que sobra. Tardan en dárselo, y él vocea con la misma ansia que voceaba por los besugos poco antes. Al fin se lo dan, diez o doce cuartos menos, y él, embarazadas las dos manos, una con el dinero y con los besugos otra, sale de aquella apretura con tanta dificultad como si naciera.
        A este mismo tiempo se suelen empezar en Madrid a dar las bulas. ¿Mas que no se mata tanto el glotón por la bula como por los besugos? Si va a buscarla y ve que hay priesa, lo deja para otro día. Pues a fee que en cualquier día es provechosa. En cualquier día es mortal el hombre, y en cualquier día le puede dar el mal de la muerte, y es bueno tener la bula para usar de sus privilegios. En cualquier día se pueden hacer con ella grandes ganancias para la otra vida: elegir confesor y sacar almas del purgatorio. Pocos son los cristianos que usan de la bula mucho, muchos son los que usan poco. El tomarla es con pereza, el poseerla con descuido. Tómanla cerca de la Cuaresma, pónenla el nombre, dóblanla y guárdanla donde no la vuelven a ver en todo el año. ¡Fiera desatención! El que tiene un privilegio de cien maravedís de renta le lee cuarenta veces para saber cómo ha de gozar la renta que le señala, y el que tiene un privilegio tan grande como el de la bula de la Santa Cruzada, que con repetirle cada año tiene cada año de renta inumerables bienes, nunca le lee para saber cómo ha de gozar de estos bienes inumerables.
        Los más deben de pensar que sólo sirve para comer carne los días prohibidos el que no está sano y para poder comer el que lo está huevos y cosas de leche. Por golosina parece que se tiene la bula. ¡Qué mal hace quien no aprovecha todo lo bueno que incluye!
        Desahógase un poco nuestro glotón, y ve enfrente de donde toma los besugos salchichas y adobado. Parécele que será bueno emplear el dinero que le sobró en esto, y cómpralo. El esportillero es conocido, y dícele que lleve aquello a casa. Mientras saca el dinero para satisfacerle su trabajo, pasa un labrador con un lechoncillo muerto. Aficiónase dél tan ciegamente que le concierta sin tener dinero con que pagarle. Cae al pagalle en que no tiene dinero, y dícele al labrador que vaya con él a su casa, que le dará medio real más por aquel cansancio. El labrador le sigue, y de el esportillero y del labrador torpe y feamente acompañado, camina hacia su posada gustoso. Los saurómatas tienen en el año tres días en que sólo tratan de comer y beber, pero estos tres días los mandan sus mujeres; sin libertad viven, sólo lo que ellas quieren hacen.  En lo que yerran se echa de ver que sus mujeres les mandan. Raro es el hombre a quien su mujer gobierna que no sea error cuanto obra. El oficio de la mujer propia de los saurómatas toma con el comilón la gula, pero con poder más dilatado, porque las otras mandan en un año solos tres días, y ésta manda todo lo que la vida dura. Los saurómatas se entregan a este bárbaro dominio tres días solos, siendo bárbaros; mucho más bárbaro será que ellos el que se entrega por toda la vida al desatinado gobierno de un paladar desatinado. ¡Válgame Dios, qué obediente está un glotón a su apetito! Parece que ha pactado con él lo que con su mujer el saurómata.
        Llega a su casa el comilón, desembarázase del labrador y del esportillero, manda que le asen unas costillas de adobado, que le cuezan un besugo, que lleven el otro a empanar, y a tostar el lechoncillo. Por esperar entretenido trata de ir a misa, quiere salir y ve que empieza a llover.  Embarázase en esto mucho, y detiénese. De la misma agua podía aprender a facilitar dificultades. Las gotas del agua que cae del cielo son redondas; hácelas de aquella formaDios porque con aquella forma penetran con más facilidad el aire por donde pasan. Tiene la lluvia obligación de bajar a fecundar la tierra, ha de bajar precisamente por la región del aire; pues porque cumpla fácilmente con su obligación hácela Dios de figura esférica, para que ligera se deslice y baje, a pesar de los estorbos, a cumplir con lo que debe. Si las buenas obras no tuvieran en qué topar, perdían mucha parte de buenas. El merecimiento le hacen las dificultades; por las dificultades quiso Dios que se fuese al merecimiento. Ha de pasar el hombre a las obras de la virtud por embarazos y hízole Dios de figura esférica: puestos los brazos en la cruz queda circular.  Con esto, son los embarazos embarazos de aire, por ellos puede caminar a su obligación con la celeridad que baja de la nube la lluvia a la tierra. Puesto el hombre en la cruz queda esférico: póngase en la cruz del padecer, y llegará como arrojado a donde debe ir ligero. ¿Qué embarazo era llover para aventurar la misa? Para obligación tan grande, sin duda muy poco. No quiso usar el glotón de la facilidad que Dios le había dado para vencerle, y paróse. Mirando estaba embozado cómo llovía y díjole la criada desde allá dentro que si quería comer el besugo, que ya estaba cocido. A él le pareció que, mientras le comía, vendría lo que habían llevado a aderezar al horno, y mandóle que pusiese la mesa. Determinóse a quedarse sin misa. En la provincia de Beocia, al que no paga lo que debe, le llevan a la plaza, le sientan en el suelo, échanle un pedazo de estera encima, búrlanse dél todos los que quieren. Con esto queda infame, pagó con la afrenta. Bien podrá pensar el que no le paga a Dios la deuda de sus preceptos que hacen lo mismo con él los demonios en la gran plaza de la presencia divina. Allí le presentarán ignominiosamente. Allí le mirarán desde el cielo sin honra. Desengáñense todos: sin honra está el que no le paga a Dios lo que le debe. ¿Con qué honra estará en los ojos del cielo éste, que no ha querido pagar lo que le debe al día de fiesta?
        Siéntase a la mesa el glotón, pónenle las viandas prevenidas, y él incesablemente come de todas; no hay instante
en que aquella boca se cierre. Las llagas redondas son dificultosísimas de curar, porque no halla la sanidad ángulo por donde empiece. A un círculo no hay por donde asirle. Abierta una boca tiene figura circular; la del glotón está siempre abierta, llaga es redonda. Si quiere sanar este hombre, cierre la boca por mucho tiempo, mudará la llaga figura y sanará la llaga.
        Entra el besugo empanado, y asado el lechoncillo. Pónenselos en la mesa. Pellizca al lechoncillo los cuerezuelos
y descubre la empanada. Ya mira al uno, ya al otro mira, pensando de cuál comerá primero. Los peces no tienen
párpados; nunca cierran los ojos, siempre los tienen abiertos mirando qué comerán. El glotón está siempre como el pez en el agua; tan abiertos tiene los ojos como si no tuviera párpados en ellos. Todo se le va en mirar de qué asirá para comer. Como sin párpados está nuestro glotón en la mesa, trayendo la vista por los platos. Por los platos trae las manos como los ojos: a todos mira y de todos come.
        Ya no le cabe lo que ha comido en el cuerpo y aún no cree que ha comido; antes se le llena el vientre que la gana. Pide de beber con la boca llena, danle la copa, acaba de tragar lo que mascaba, enderézase para llegarla alos labios, ábrelos para recibir la bebida, cuando desordenadamente la bebida se le cae en el pecho, la copa en la mesa, el brazo fuera de la silla, la cabeza en el hombro y el hombro en el asiento. Dióle una apoplejía y arrancósele el alma. ¿Qué pensarán que es apoplejía? No es más que taparse o apretarse las arterias por donde envía el corazón espíritus al celebro. Cuando estas arterias se ciegan o se obstruyen, es de vapores que suben del cuerpo, y son menester para obstruillas o cegallas muy pocos vapores, porque son unas vías muy angostas. Si los bordones de un harpa fuesen huecos, muy poco sería menester parataparlos. La misma cantidad, poco más o menos, será menester para tapar estas arterias. Siendo, pues, tan fácil de hacer una apoplejía, ¿cómo hay en el mundo quien no tiemble de buscarle materia en el exceso de los manjares? Cuando en el morir no hubiera más que hacer que morir, se debía huir mucho de trance tan enemigo de nuestra naturaleza, pero es tan grave caso que es el morir lo menos que en él se encuentra. [Ah, Dios, cuál debe de ser lo otro! Hállase repentinamente el alma que se desunió del cuerpo en aquella región abierta y desembarazada del otro mundo. Hállase delante de la Majestad de Dios, no ya como Padre sino como Juez. Ya aquí el llanto no ablanda, ya aquí el ruego no obliga. Allí es sólo las reglas de la justicia a la que se atiende. Allí no hay trampas legales. Allí, en fin, se señala, o la eterna muerte, o la vida eterna.

El cazador

 P

ara mí tengo que han muerto más cazadores las perdices, los conejos y las palomas, que los cazadores han muerto palomas, conejos y perdices. Parecen las perdices, las palomas y los conejos más porque los buscamos y los comemos, y parecen menos los cazadores difuntos porque no nos llaman para enterrarlos. Tantéense los trabajos de la caza y mírese la ferocidad de la pólvora y el plomo, y se verá que son más de muerte los trabajos que los tiros. El plomo suele errar al animal contra quien se dispara, pero la descomodidad nunca yerra al que sale al campo a tirar el plomo. El conejo puede quedar sin herida, el cazador no puede quedar sin cansancio. A la perdiz no le hace mal el sol por donde huye, y al cazador le hace mal el sol por donde la busca. A la paloma no se le da nada de mojarse, y al cazador de mojarse le da un dolor de costado. El conejo no lleva más carga que la de su cuerpo, y es poca carga; el cazador, la de su cuerpo y la de un arcabuz, que no es muy poca. La perdiz no cuida más que de guardar su vida; el cazador no siente maltratar su vida por alcanzar la perdiz. La paloma, en escapándose, sosiega; al cazador, después de harto de tirar y correr, le queda el molimiento de volver a su casa. La perdiz, el conejo y la paloma son en la plaza más baratos que en el monte, en el soto y el bebedero, y hay quien vaya a buscallos al bebedero, al monte y al soto. No me admiro; en la plaza se halla su carne solamente; en el campo su carne y su sangre, y a la crueldad humana le debe de saber mejor verter la sangre que a la gula comer la carne.
        Levántase el cazador  el día de fiesta antes del día. Madrugar para trabajar es señal de corazón solícito. Ganar día para ganar es discretísima arte para vivir. Madrugar para holgarse es no entender de holguras. En las primeras horas del día no hay holgura como la cama. Ganar día para echarle a perder es lo mismo que sacar agua de un pozo muy hondo para echarla en la calle.
        En levantándose, previene el arcabuz, el caballo y los perros, con tanta inquietud y tanto ruido como si le  hubieran tocado un arma. Manda poner los perros en las traíllas, el arcabuz debajo del caparazón, y luego sube en el caballo. Sale de su casa, pasa por una iglesia donde tocan a la misa primera, apéase por oírla, dícele al criado que se quede con el caballo y los perros, y éntrase él en la iglesia. ¡Ah, señor mío!, mire v.m. que también es cristiano ese mozo, mire que también está obligado a oír misa, mire que hace mal en no darle lugar para que la oiga. Esto es dar voces a una peña. Allí se queda el mozo con los perros y el caballo. Si a un hombre le prestase otro una pintura de artífice afamado, ¿dábale buena cuenta de ella si dejase que le cayese una mancha, que se diese un desgarrón y la echase a rodar por momentos? No, por cierto. Pues esta cuenta da el dueño malo del criado que le sirve. Préstale Dios a un rico una imagen suya, préstale un pobre de quien se sirva, imagen hecha con la mano de su poder, y imagen con vida y con entendimiento, porque no le sea solamente adorno, sino porque le sea también descanso. ¿Qué hace el rico con esta imagen? Cuida de la parte que ha menester, que es e! cuerpo, y de lo mejor que hay en ella, que es el alma, no cuida; pónela donde le caiga la mancha de un pecado mortal, envíala donde se lleve un desgarrón en la inocencia, y échala a rodar hacia el infierno. Pues en verdad que tiene la imagen dueño que hará que se la paguen.
        Entra en la iglesia nuestro cazador, quítase una montera enfaldada, desarrebózase un capote aforrado, queda en un coleto descolorido, una pretina de lobo, torcido y anudado un lienzo a la garganta, al lado izquierdo un cuchillo de monte, al derecho un frasco de pólvora, unos calzones de paño verdoso y unas medias de embotar arrugadas. ¿Hay traje como éste para ir a la iglesia, teniendo otro traje? Con Dios no son buenas estas llanezas, con majestad tan grande son menester atenciones muy cortesanas. Entre todas las partes deste vestido, la que más acuso es el coleto fuerte, porque las demás no hacen más que indecencia, y el coleto hace indicio de mala conciencia. El primer traje que se puso la culpa fue un coleto: en una piel de un bruto se envolvió Adán después de haber pecado. El que se envuelve en un coleto de defensa trae señales de culpa: o hizo algo por que ha menester guardarse, o piensa hacer algo en que es menester que el coleto le guarde.
        Tarda en salir la misa, y estáse el cazador deshaciendo porque quiere ir a coger en el bebedero las palomas, y éstas van en despertando al agua. ¡Válgame Dios la priesa que da un antojo! ¿Qué importa faltar a un gusto por cumplir una obligación? Sale el sacerdote, sabe el cazador que dice cabal y devota la misa y que hace poco caso del tiempo mientras la dice, y quédase el hombre helado. Detiénele la obligación y tírale el gusto. Batallan el gusto y la obligación, y vence el gusto. Sálese de la iglesia y toma el caballo. A los falsos dioses hubo en la gentilidad quien sacrificaba el día de fiesta sus hijos. A Saturno se los sacrificaban. A este dios falso le mataban en el ara niños el día de fiesta en odio de Júpiter. Esto hacían en la gentilidad el día de fiesta, y en la cristiandad hay hombres que no le saben sacrificar el día de fiesta al Dios verdadero en su altar un apetito. ¿Qué hiciera este cazador en poner en el altar por víctima, el día que está obligado a asistir al altar, el antojo de gozar desde luego del campo? ¿Hijo tan querido es un deseo vicioso que duele tanto entregarle para sacrificio? ¿Cómo no se corren los cristianos de querer más a sus deseos que a sus hijos lo idólatras?
       Sale al campo, llega al bebedero de las palomas y halla señales de que ya han bebido. Embravécese y valas a buscar a los granos. Encuentra en ellos otros cazadores que, con haber muerto algunas, habían espantado las otras. Parécele que será mejor irse al monte a tirar a las perdices y toma el camino del monte. Llega, apéase y hace las diligencias ordinarias, levanta una banda dellas, y sin poderles tirar, vánsele a un repecho que está enfrente. Parte en su seguimiento, dejando los pedazos del vestido en las zarzas, y llevándose los araños en el cuerpo. Allí brinca una zanja, acullá revienta un charco, en una parte es menester romper como nadando por unas matas, en otra es forzoso vencer un arenalilIo en que se hunde. Al fin llega a tomar puesto, ajusta un tiro y yérralo. Avisa con el tronido, y con la munición no hace daño. Dan las perdices otro vuelo y pónense de la otra parte de un arroyo que no es vadeable. Acabáronse las perdices. El hombre se desespera. Miren para lo que dejó este bobo de oír misa. Nadie se engañe: en los vicios no hay gusto, anda delante de los ojos y nunca se coge con las manos. Los muchachos suelen poner contra el sol un pedacillo de espejo; de allí sale una lucecilla del color y el tamaño que nos parece una estrella. Esta lucecilla, si mueven el casco del espejo con velocidad, trae tal inquietud por las paredes y el suelo que vuelve locos a otros muchachos que pretenden cogerla: cada instante piensan que la han cogido, y nunca la tienen. Este mismo juego hace el demonio con los viciosos: póneles entre lo pies y entre las manos los placeres, y al ir a cogerlos, se los descabulle. Púsole a nuestro cazador, porque dejara de oír misa, las palomas al bebedero y despareciéronsele las palomas, púsole las perdices entre los tomillos y dieron un vuelo las perdices, púsoselas en un repecho a tiro de arcabuz y hízole errar e! tiro; al cabo se las hizo imposibles. ¿Cuándo se huelgan los malos?
        Ya este cazador se avergüenza de haber de volver sin nada a los ojos de los que sabían que había ido a cazar. Trata de pasarse a la ribera y ver si puede matar cuatro conejos. Llega con grande trabajo y lo primero que encuentra es los guardas. Ellos tratan de defender su soto y él quiere ofendellos. Tanto se enfurece porque le impiden que cace que no parece que va a matar conejos sino guardas. Por la codicia de un animalillo quiere matar dos hombres. ¿Qué más hiciera una fiera que se hubiera entrado en el soto? A este hombre se le debía de haber olvidado que era día de fiesta, pues quería emprender una cosa de tanto trabajo como es reñir con dos uno. Y hablando más en Juicio, debía de haber perdido el juicio, pues quería ofender porque se le defendía  que entrase en bienes que no son comunes. Al fin fue menester templarse y darles algo a los guardas porque le dejasen cazar en la ribera. ¡Bello rato! Empezóse en una pendencia, continuóse en una costa, y acabaráse en un molimiento.
        Éntrase ya, con la permisión que tiene, por el soto, ve pasar un conejo, échale los perros desatinado, ellos le siguen, y él los sigue a ellos con tan grande ansia de coger el animalillo que le pesa de no ser perro de aquella casta para cogerle antes que los otros. Al fin le alcanza uno muy lejos de donde él está, entre unas retamas. Va el hombre haciéndose dos mil pedazos, mas no siente la fatiga con el gusto del suceso. Engólfase en los matorrales, busca el perro y vele comiéndose el conejo con mucho brío. Dale voces para que le suelte, obedécele el animal, que es harto animal en obedecerle, llega ijadeando a coger la presa y alza del suelo un pellejo con unos pedazos del conejo pegados. Parte a castigar al perro malhechor, no puede alcanzarle y cae en aquel suelo molido.  El diablo hace con este hombre lo que él hizo con su criado: no le dejó oír misa, y hácele que reviente sin darle cosa que importe. Tan mal dueño tiene el uno como el otro.
        Llega el mozo de allí a un gran rato. El amo le dice que está muerto de sed y de hambre, que traiga la alforja. El
mozo lo estaba deseando y tráela en un momento. Híncase de rodillas y saca de la una bolsa una bota como un pirámide, y de la otra un pan como un queso de Flandes y medio queso como un medio pan. El cazador saca de junto al machete un cuchillo buido y el mozo saca de la faltriquera un barquillo de plata caliente. Empiezan a comer con tal agonía que, si no fuera por ella, pareciera que acababan. Unas cosas hay tan desgraciadas que nunca se cree que hacen nada por sí, siempre se piensa que van tras de otras. Esta desgracia tiene el queso: en entrando solo, entra desairado, nadie le tiene por comida. Señores, quien tiene esto por holgura tendrá por pasatiempo echar a rodar por un risco. Si este hombre se hubiera estado en el lugar, pudiera haber dormido hasta las diez, oído misa hasta las doce, haberse entretenido hasta la una, y luego por lo menos, haber comido un puchero. Pero somos tan malos los hombres que, porque nos mandan que deseasemos, tomamos por holgura el cansancio. ¡Miren qué comida ésta! Si le dijeran a este hombre que no comiese el Viernes Santo sino pan y queso, dijera que estaba enseñado a comer bien, y que le haría daño muy grande, y aquí, por un vicio, se condena a comer tan mal como si hiciera penitencia en el desierto. La abstinencia dispone el cuerpo a las virtudes, pero los vicios disponen el cuerpo a la abstinencia. Daréme a entender. El que no ha comido no apetece la dama, pero el que apetece la dama, por andar tras ella, no come. El que tiene hambre no piensa en jugar pero el que piensa en jugar no se acuerda de comer. Nuestro cazador, de puro holgón y goloso, se fue a cazar, pero por cazar ni se holgó ni comió.
        El día de fiesta parece día de perder tiempo, y no hay tiempo que se deba aprovechar como este día. El día de trabajo se gasta el tiempo en las cosas que al cuerpo pertenecen, el día de fiesta se debe gastar en las cosas que pertenecen al alma. Miren ahora cuándo será más precioso el tiempo. Ocioso es y mal advertido el que deja pasar las oportunidades de las corporales convenencias, ¿qué será el que deja pasar las ocasiones de las convenencias espirituales? Sin cuidar de las cosas tocantes al cuerpo no se puede vivir en la tierra; sin cuidar de las cosas tocantes al alma no se puede ir al cielo. A las criaturas que no tienen más de cuerpo no les dio el Criador día de fiesta; a las criaturas que tienen cuerpo y alma les dio día de fiesta y días de trabajo. Las criaturas insensibles o irracionales no han menester cuidar más que de su cuerpo, por eso no tienen día para el alma. Las criaturas racionales tienen alma y cuerpo, por eso han menester para el alma algunos días.
        Preguntaránme ahora por qué, importando más los negocios del alma que los del cuerpo, tiene más días el cuerpo para sus negocios que para sus negocios el alma. Respondo con dos razones: la primera es porque las cosas tocantes al cuerpo se obran con el cuerpo, que es tardo y torpe, por lo cual han menester más tiempo que las que pertenecen al alma, que las hace el alma, que es agente sutil y ligero. La segunda es porque los hombres tienen en los hombres su comercio, y éstos son perezosos y tardíos para el bien del hombre, mas las almas en sus negocios tienen su comercio con Dios, que es tan fácil y tan pronto para cualquier alma, que parece que no cuida más que de ella sola. También me preguntarán que por qué el día que es de cuidar de una cosa tan grande como el alma se llama día de fiesta, y por qué se llaman días de trabajo aquéIlos en que se cuida del cuerpo, siendo cosa de menor importancia. Digo que porque las virtudes son tan suaves de adquirir, tan fáciles de ejercer, y tan blandas de comunicar que es holgura, que es deleite, que es entretenimiento adquirillas, ejercellas y comunicallas.
        Volvamos, pues, ahora a las criaturas que tienen cuerpo solamente, para que aprendan de ellas las que tienen cuerpo y alma a aprovechar el tiempo. ¡Luego dejará pasar el rosal la lluvia sin mojar en ella muy bien sus raíces! ¡Luego dejará pasar algún sol sin meterle por aliento en sus entrañas! ¡Luego no se asirá del mes de mayo para que le cubra de flores! Del mayo, del sol y de la lluvia se está aprovechando siempre para ser la más hermosa de las plantas. ¡Luego dejará pasar el jilguerillo la aurora sin buscar a su rosada luz el sustento! ¡Luego dejará destemplar el rayo apacible del sol sin rehacer en él su vida.
        ¡Luego dejará escapar los soplos suaves del céfiro sin meterlos entre sus plumas para quedar con frescura de flor y ser envidia de las flores! Del céfiro blando, del sol apacible y de la aurora clara se está aprovechando siempre para vivir flor entre las aves. Pues si una planta y animalillo saben aprovechar de esta manera el tiempo ¿cómo sabe aprovechar tan mal el tiempo el alma? Los tiempos más determinados para sus aprovechamientos son los días de fiesta, pues ¿por qué deja pasar los días de fiesta sin aprovechamiento?
        No son esos días, no, de perder tiempo, sino tiempo de hacer para el alma eterno día. Esta ocupación es tan gustosa que es ocupación y fiesta, pero el día de fiesta no es ocio sino ocupación. Este día, que para el alma, le malbarata el cazador en molerse cuerpo, con que es mal día para su cuerpo y para sualma. Día es de cazar, pero no es día de cazar animal sino virtudes. Éstas no están entre la gente, ordinariamente se hallan en las soledades. Apártese este día de comunicación de las mujeres, que en esa soledad cogerá la castidad, que es paloma purísima. La paloma es animal enamorado, y luego causa castidad en el cuerpo que la come. La castidad es muy enamorada de Dios y hace muy puros los corazones en que entra. Apártese de los hombres para buscar la humildad. Ésta la hallará cosida con la tierra: levántela y métala en su seno. Los conejos son del color de la tierra. Siempre están a ella tan pegados que más parecen terrones que brutos, animales tan cobardes y tan encogidos que se tienen por menos que los otros: por eso huyen de todos, con ninguno compiten, a todos se rinden. Deje, pues, el cazador el conejo que había de buscar el día de fiesta, y. busque la virtud que simboliza el conejo. Mírese tierra, péguese a ella, estímese en poco, compita con ninguno y ríndase a todos. Con esto habrá de la tierra cogido la virtud de la humildad, que tiene humildad y rendimiento de tierra. Si había de buscar perdices, la perdiz es pájaro muy hermoso, y tan hermoso que no sé dónde parece mejor, en el campo o en el plato.
        Los pies y el pico son de rubí. Estudio fue de la naturaleza hacerle el pico y los pies parecidos a esta piedra preciosa, por hacerla preciosa y agradable. El rubí hace amable y bienquista a la persona que acompaña,  por eso trae este pájaro los pies y el pico de rubí. La caridad es un rubí ardentísimo, ella misma se hace amable a sí misma. Póngasela en el corazón: quedará con ella para con Dios agradable y para con los hombres bienquisto.

La comedia

L

as  comedias son muy parecidas a los sueños. Las representaciones de los sueños las hace la naturaleza quizá por hacer entretenido al ocio del sueño. Estas  representaciones muchas veces son confusas, algunas pesadas, por milagro gustosas, y tal vez dejan inquietud en el alma. Un retrato es desto el teatro. Unos pueblos hay que llaman Adlantes. Los que nacen en ellos no sueñan. No tienen el ocio del sueño tan vario, pero tiénenle más quieto. A estos hombres tengo por felices, y tendré por felices a los que pasaren sus ocios sin las representaciones teatrales.    Come atropelladamente el día de fiesta el que piensa gastar en la comedia aquella tarde. El ansia de tener buen lugar le hace no calentar el lugar en la mesa. Llega a la puerta del teatro, y la primera diligencia que hace es no pagar. La primera desdicha de los comediantes es ésta: trabajar mucho para que sólo paguen pocos. ¡Quedárseles a veinte personas con tres cuartos no era grande daño, si no fuese consecuencia para que lo hiciesen otros muchos. Porque no pagó uno son innumerables los que no pagan. Todos se quieren parecer al privilegiado por parecer dignos del privilegio. Esto se desea con tan grande agonía que por conseguirlo se riñe, pero en riñendo está conseguirlo. Raro es el que una vez riñó por no pagar que no entre sin pagar de allí adelante. ¡Linda razón de reñir, quedarse con el sudor de los que, por entretenerle, trabajan y revientan! ¡Pues luego, ya que no paga, perdona algo! Si el comediante saca mal vestido, le acusa o le silba. Yo me holgara saber con que quieren éste y los demás que le imitan que se engalane, si se le quedan con su dinero. ¿Es posible que no consideren los que no pagan que aquélla es una gente pobre, y que se ofende Dios de que no se le dé el estipendio que le tiene señalado la república? Si Dios se desagrada de que no socorramos al pobre con lo que es nuestro, ¿cómo se desagradará de que nos quedemos con lo que es suyo?

Pasa adelante nuestro holgón y llega al que da los lugares en los bancos. Pídele uno y el hombre le dice que no le hay, pero que le parece que a uno de los que tiene dados no vendrá su dueño, que aguarde a que salgan las guitarras, y que si entonces estuviere vacío, se siente. Quedan de este acuerdo, y él, por aguardar entretenido, se va al vestuario. Halla en él a las mujeres desnudándose de caseras para vestirse de comediantas. Alguna está en tan interiores paños como si se fuera [a] acostar. Pónese enfrente de una a quien está calzando su criada porque no vino en silla. Esto no se puede hacer sin muchos desperdicios del recato. Siéntelo la pobre mujer, mas no se atreve a impedirlo, porque, como son todos votos en su aprobación, no quiere disgustar ninguno. Un silbo, aunque sea injusto, desacredita, porque para el daño ajeno todos creen que es mejor el juicio de el que acusa que el suyo. Prosigue la mujer en calzarse, manteniendo la paciencia de ser vista. La más desahogada en las tablas tiene algún encogimiento en el vestuario, porque aquí parecen los desahogos vicio y allá oficio. No aparta el hombre los ojos de ella. Estos objetos nunca se miran sin grande riesgo de el alma. Con mucha sencillez se avecina a la llama la mariposa, pero porque se avecina se quema. Por mucha sencillez con que se entregue a estas atenciones un hombre es menester un prodigio para que no se abrase. El que piensa que va a esto cuando va a entretenerse sepa que va grande riesgo de salir muy lastimado.

Asómase a los paños por ver si está vacío el lugar que tiene dudoso y véle vacío. Parécele que ya no vendrá su dueño y va y siéntase. Apenas se ha sentado cuando viene su dueño y quiere usar de su dominio. El que está sentado lo resiste y ármase una pendencia. ¿Este hombre no salió a holgarse cuando salió de su casa? ¿Pues qué tiene que ver reñir con holgarse? ¡Que haya en el mundo gente tan bárbara quede las holguras haga mohínas! Si no hallaba dónde sentarse, estuviérase en pie, que menos pesadumbre es estar en pie tres horas que reñir un instante. Y ya que se sentó, levantárase cuando vino el dueño del lugar, que haberse sentado no es haber adquirido derecho. Si le parece desaire que le vean levantarse por ajena voluntad de donde estaba sentado, mayor desaire es que le vean hacerse dueño de lo que no es suyo. Si el mantener el asiento es porque no les parezca a los que lo miran que es no atreverse a reñir, hace mal, porque muy airoso queda el que da a entender que le tiene miedo a la razón. Si se sentó engañado, creyendo que no vendría al lugar el dueño, no tiene la culpa de su error el dueño del lugar; quedarse en él sería querer premio por el error. El que tiene la culpa pague la pena. Si le conserva porque todos los que se han sentado en lugar que no es suyo hacen lo mismo, hace una locura, porque no son buenos para ejemplares los desaciertos. Inestimable es la singularidad cuando el estilo común es defectuoso. Un pez hay que tiene las escamas hacia la cabeza. Este nada contra la corriente. Los demás peces van donde el agua los quiere llevar y no a donde a ellos les conviene ir. Éste va, sin hacer caso del agua, a donde le conviene. Es de tan buen sabor que se holgaban de verle en las mesas más graves. Muy buen sabor hace en los ojos más autorizados el hombre que obra contra el uso común por obrar hacia buena parte. El que no hubiere de errar las acciones ha de tener la facultad de gobernarse encontrada con la de la   muchedumbre. Ajústase la diferencia. El que tenía pagado el lugar le cede y siéntase en otro que le dieron los que apaciguaron el enojo. Tarda nuestro hombre en sosegarse poco más que el ruido que levantó la pendencia, y luego mira al puesto de las mujeres (en Madrid se llama cazuela). Hace juicio de las caras, vásele la voluntad a la que mejor le ha parecido, y hácele con algún recato señas. No es la cazuela lo que v.m. entró a ver, señor mío, sino la comedia. Ya van cuatro culpas y aún no se ha empezado el entretenimiento. No es ese buen modo de observarle a Dios la solemnidad de su día. Vuelve la cara a diferentes partes, cuando siente que por detrás le tiran de la capa. Tuerce el cuerpo por saber lo que aquello es, y ve un limero, que metiendo el hombro por entre dos hombres, le dice cerca del oído que aquella señora que está dándose golpes en la rodilla con el abanico dice que se ha holgado mucho de haberle visto tan airoso en la pendencia, que le pague una docena de limas. El hombre mira a la cazuela, ve que es la que le ha contentado, da el dinero que se le pide y envíale a decir que tome todo lo demás de que gustare. ¡Oh, cómo huelen a demonio estas limas! En apartándose el limero, piensa en ir a aguardar a la salida de la comedia a la mujer, y empieza a parecerle que tarda mucho en empezarse la comedia. Habla recio y desabrido en la tardanza y da ocasión a que los mosqueteros, que están debajo de él, den priesa a los comediantes con palabras injuriosas. Ya que he llegado aquí, no puedo dejar de hablar en esta materia. ¿Por qué dicen estos hombres palabras injuriosas a los representantes? ¿Por qué no salen en el punto que ellos entran? ¿Por qué les gastan vanamente el tiempo que han menester para otros vicios? ¿Por qué el esperar es enfado? Ninguno va a la comedia que no sepa que ha de esperar, y hacérsele nuevo lo que lleva sabido, o es haber perdido la memoria, o el entendimiento. Si los comediantes estuvieran durmiendo en sus posadas aun tenían alguna razón, pero siempre están vestidos mucho antes que sea hora de empezar. Si se detienen es porque no hay la gente que es menester que haya para desquitar que se pierde los días de trabajo, o porque aguardan persona de tanta reverencia que, por no distinguida, disgustan a quien ellos han menester tanto agradar como es el pueblo.

Veamos ahora en fe de qué se atreven a hablarles mal los que allí se les atreven. En fe del embozo de la bulla. Saben que todo aquel teatro tiene una cara, y con la máscara de la confusión los injurian. Ninguno de los que allí les dicen pesadumbres injustamente se las dijera en la calle sin mucho riesgo de que se vengasen ellos, o de que la justicia los vengase. Fuera de ser sinrazón y cobardía el tratarlos allí mal, es inhumano desagradecimiento, porque los comediantes son la gente que más desea agradar con su oficio entre cuantos trabajan en la república. Tanta es la prolijidad con que ensayan una comedia que es tormento de muchos días ensayada. El día que la estrenan diera cualquiera de ellos de muy buena gana la comida de un año por parecer bien aquel día. En saliendo al tablado, ¿qué cansancio, qué pérdida rehúsan, por hacer con fineza lo que tienen a su cargo? Si es menester despeñarse, se arrojan por aquellas montañas que fingen con el mismo despecho que si estuvieran desesperados; pues cuerpos son humanos como los otros, y les duelen como a los otros los golpes. Si hay en la comedia un paso de agonizar, el representante a quien le toca se revuelca por aquellas tablas llenas de salivas, hechas lodo, de clavos mal embebidos y de astillas erizadas, tan sin dolerse de su vestido como si fuera de guadamací, y las más veces vale mucho dinero. Si importa al paso de la comedia que la representanta se entre huyendo, se entra, por hacer bien el paso, con tanta celeridad que se deja un pedazo de la valona, que no costó poco, en un clavo, y se lleva un desgarrón en un vestido que costó mucho. Yo vi a una comedianta de las de mucho nombre (poco ha que murió) que representando un paso de rabia, hallándose acaso con el lienzo en la mano, le hizo mil pedazos por refinar el afecto que fingía; pues bien valía el lienzo dos veces más del partido que ella ganaba. Y aun hizo más que esto, que porque pareció bien entonces, rompió un lienzo cada día todo el tiempo que duró la comedia. Con tan grande extremo procuran cumplir con las obligaciones de la representación por tener a todos contentos que, estando yo en el vestuario algunos días que había muy poca gente, les oía decirse unos a otros que aquellos son los días de representar con mucho cuidado, por no dar lugar a que la tristeza de la soledad les enflaquezca el aliento, y porque los que están allí no tienen la culpa de que no hayan venido más, y sin atender a que trabajan sin aprovechamiento, se hacen pedazos por

entretener  mucho a los pocos que entretienen. Todo esto lo deben agradecer todos, porque cada uno está representando el todo a quien este gusto se hizo. Cuando no hubiera más culpa en tratarlos mal que la ingratitud, era grande culpa.

Salen las guitarras, empiézase la comedia, y nuestro oyente pone la atención quizá donde no la ha de poner. Suele en las mujeres, en la representación de los pasos amorosos, con el ansia de significar mucho, romper el freno la moderación y hacer sin este freno algunas acciones demasiadamente vivas. Aquí fuera bueno retirar la vista, pero él no lo hace. Dicen los figsionómicos que los ojos muy largos son señal de malas costumbres. Esto lo infieren del humor dominante que causa aquella longitud. Yo no sé qué verdad tenga esto. Lo que sé es que los que tienen muy largos los ojos, esto es, los que miran sin rienda, no tienen buena figsionomía en el alma. Los que miran con libertad, con libertad apetecen. Muy dificultoso es que tenga embarazo para desear quien no le tiene para atender.

Ahora bien, quiero enseñar al que oye comedias a oírlas, para que no saque del teatro más culpas de las que llevó. Procure entender muy bien los principios del caso en que la comedia se funda, que con esto empezará desde luego a gustar de la comedia. Vaya mirando si saca con gracia las figuras el poeta, y luego si las maneja con hermosura, que esto, hecho bien, suele causar gran deleite. Repare en si los versos son bien fabricados, limpios y sentenciosos, que si son de esta manera le harán gusto y dotrina que muchos, por estar mal atentos, pierden la dotrina y el gusto. Note si los lances son nuevos y verisímiles, que si lo son hallará en la novedad mucho agrado, y en la verisimilitud le hará grande placer ver a la mentira con todo el aire de la verdad. Y si en todas estas cosas no encontrare todo lo que busca, encontrará el deleite de acusarlas, que es gran deleite.

Todos se huelgan, cuando uno se les aventaja mucho, de verle venir resbalando a quedar entre ellos. Pero advierta que aunque haya en una comedia algunas flojedades, que no por eso es mala la comedia. Si en una obra de el ingenio fuera igualmente bueno todo, no fuera el todo bueno. Para que un todo en estas materias sea admirable, ha de estar por algunas partes débil. En la música, los bajos no tienen el agrado que las voces agudas, y sin ellos no tuviera la música tan gustosos los sonidos. En la pintura, las sombras son f1ojedades, pero sin ellas salieran con poca fuerza los claros de la pintura. Si en las obras del ingenio, por defecto de la humanidad, no se flaqueara en algunas partes, se había de flaquear de artificio. Vio la naturaleza que no había de haber hombre que tuviera ánimo para aflojar de intento en ninguna parte de las obras que dan fama, y hízole aflojar por fuerza en algunas. Retórica es que viene del cielo desigualarse los ingenios grandes en una grande obra. No se tenga por culpa lo que es celestial magisterio. A vista de lo flaco, es lo fuerte más fuerte. Si no hubiera partes llanas en que descansara la atención, le faltara el brío para volver a empeñarse en los discursos altos.

Esto es en cuanto a lo que se puede notar en lo escrito de una comedia. Vamos ahora a lo que se ha de atender en lo representado. Observe nuestro oyente con grande atención la propiedad de los trajes, que hay representantes que en vestir los papeles son muy primorosos. En las cintas de unos zapatos se suele hallar una naturaleza que admira. Repare si las acciones son las que piden las palabras, y le servirán de más palabras las acciones. Mire si los que representan ayudan con los ojos lo que dicen, que si lo hacen le llevarán los ojos. No ponga cuidado en los bailes, que será descuidarse mucho consigo mismo.

Haga, fuera de esto, entretenimiento de ver al vulgo aplaudir disparates, y tendrá mucho en qué entretenerse. Gastando de esta manera el tiempo que dura una comedia, no habrá gastado mal aquel tiempo. Siendo esto así, me holgara yo mucho de que hiciera de aquellos ratos empleo apacible y provechoso.

Quien hubiere gustado de un templo sin gente podrá decir cuán celestiales gustos están allí escondidos. La soledad le hace allí creer a una persona que coge a Dios desembarazado. Como se halla con Él a solas, juzga que no tiene más en que entender. En Dios no se embarazan unas atenciones a otras. La cortedad de nuestro entendimiento nos hace medir lo divino por lo humano, pero de esta imaginación suele resultar devoción muy ardiente. Piensa un alma que se halla a Dios allí sin tener más de qué cuidar que sus necesidades, y procura aprovechar la ocasión pidiéndole para sus necesidades remedios. Demás de esto, como no hay objeto que llame, se entrega toda alo que piensa. El búho sólo está quieto cuando está solo, en saliendo a donde los otros pájaros están no le dejan sosegar los otros pájaros: unos embisten a sacarle los ojos, otros le pican las espaldas, éstos le dan encontrones y aquellos le repelan. Al que está en una iglesia que hay mucha gente, le quiere sacar los ojos la hermosura. La desatenciónde los que hablan detrás dél le da picadas en el sosiego, y cualquier rumor repentino le da los encontrones en lo que reza que se lo echan de la memoria, y los que le pisan le repelan la devoción. En la iglesia sin gente no hay estos embarazos. Si alza los ojos a los altares, ve las imágines de muchos santos; quédase mirándolos a ellos en ellas, y ellos, con la acción en que están figurados, representan vivísimamente muchas de sus virtudes. El templo se le vuelve teatro, y teatro del cielo. No entiende bien de teatros quien no deja por el templo el de las comedias.

También van a la comedia las mujeres y también tienen las mujeres alma; bueno será darles en esta materia buenos consejos. Los hombres van el día de fiesta a la comedia después de comer; antes de comer, las mujeres. La mujer que ha de ir a la comedia el día de fiesta, ordinariamente la hace tarea de todo el día. Conviénese con una vecina suya, almuerzan cualquier cosa, reservando la comida del mediodía para la noche. Vanse a una misa, y desde la misa, por tomar buen lugar, parten a la cazuela. Aún no hay en la puerta quien cobre. Entran y hállan la salpicada, como de viruelas locas, de otras mujeres tan locas como ellas. No toman la delantera porque ese es el lugar de las que van a ver y ser vistas. Toman en la mediana lugar desahogado y modesto. Reciben gran gusto de estar tan bien acomodadas. Luego lo verán. Quieren entretener en algo los ojos y no hallan en qué entretenerlos, pero el descansar de la priesa con que han vivido toda aquella mañana les sirve por entonces de recreo. Van entrando más mujeres, y algunas de las de buen desahogo se sientan sobre el pretil de la cazuela, con que quedan como en una cueva las que están en medio sentadas. Ya empieza la holgura a hacer de las suyas.

Entran los cobradores. La una de nuestras mujeres desencaja de entre el faldón del jubón y el guardainfante un pañuelo, desanuda con los dientes una esquina, saca de ella un real sencillo y pide que le vuelvan diez maravedís. Mientras esto se hace ha sacado la otra del seno un papelillo abochornado en que están los diez cuartos envueltos, hace su entrega y pasan los cobradores adelante. La que quedó con los diez maravedís en la mano toma una medida de avellanas nuevas, llévanle por ella dos cuartos, y ella queda con el ochavo tan embarazada como con un niño; no sabe dónde acomodarlo, y al fin se lo arroja en el pecho, diciendo que es para un pobre. Empiezan a sacar avellanas las dos amigas, y en entrambas bocas se oyen grandes chasquidos; pero, de las avellanas, en unas hay sólo polvo, en otras un granillo seco como de pimienta, en otras un meollo con sabor de mal aceite; en alguna hay algo que pueda con gusto pasarse. Mujeres: como estas avellanas es la holgura en que estáis. Al principio, gran ruido ("¡comedia!, comedia!"), y en llegando allá, unas cosas no son nada, otras son poco más que nada, muchas fastidio, y alguna hace algún gusto.

Van cargando ya muchas mujeres. Una de las que están delante llama por señas a dos que están en pie detrás de las nuestras. Las llamadas, sin pedir licencia, pasan por entre las dos pisándoles las basquiñas y descomponiéndoles los mantos. Ellas quedan diciendo: "¿Hay tal grosería?", que con esta palabra se vengan las mujeres de muchas injurias. La una sacude el polvo que le dejó en la basquiña la pisada disparando con el dedo pulgar el dedo de en medio, y la otra con lo llano de las uñas, con ademán de tocar rasgados en una guitarra. Tráenles a unas de las que están sentadas en el pretil de la delantera unas empanadas, y para comerlas se sientan en lo bajo. Con esto les queda claro por donde ven los hombres que entran. Dice la una a la otra de las nuestras:

_¿Ves aquel hombre entrecano que se sienta allí a mano izquierda en el banco primero? Pues es el hombre más de bien que hay en el mundo y que más cuida de su casa. Pero bien se lo paga la pícara de su mujer: amancebada está con un estudiantillo que no vale sus orejas llenas de cañamones.

Una que está junto a ellas, que oye la conversación, las dice:

_Mis señoras, dejen vivir a cada una con su suerte, que somos mujeres todas y no habrá maldad que no hagamos si Dios nos olvida.

Ellas bajan la voz y prosiguen su plática. Lo que han hecho con esto, entre otras cosas malas, es que aquella mujer que las reprehendió mire a aquel hombre, dondequiera que le encontrare, como a hombre que tiene poco cuidado con su honra, o como poco dichoso en ella, y ambas son fealdades de la estimación, y que puede ser también que ella lo publique, que muchos reprehenden lo mismo que hacen. De allí a un poco dice la una de las nuestras a la otra en tono de admiración:

_¡Ay, amiga! Fulanillo, que ayer herreteaba agujetas, se sienta en banco de barandillas.

La otra se incorpora un poco a mirarle como a cosa extraña. Pues no es gran milagro que de un pobre se haga un rico. El que murmura,  ordinariamente hace mal a dos, y a dos impedidos: a un sordo y a un ciego. El sordo es aquel de quien se murmura, porque no lo oye, y el ciego aquel delante de quien se murmura, porque no lo sabe. Si el que no lo oye lo oyera, pudiera ser que diera tal razón de sí que quedara libre de la acusación. ¿Quién quita que éste, que fue agujetero, tenga muy buena sangre? La naturaleza sólo cuida del hombre, no de la nobleza. El noble necesitado, lo primero que quiere conservar es la parte de hombre; por la nobleza se mira en la vida acomodada. Si para vivir no halló más camino que clavetear agujetas, no es de culpar que las clavetease. Después que tuvo segura la vida por la parte del sustento, miró por la nobleza. Lo uno no es digno de calumnia y lo otro es digno de alabanza. La mujer casada que parece ruin, pudiera ser, si oyera el cargo que se le hace, que diera tan buena cuenta de sus horas que no cupiera en ellas aquella culpa. De la manera que no es bueno todo lo que lo parece, no todo lo que lo parece es malo. Estas mujeres están condenando indefensos a este hombre dichoso y a esta mujer casada. No es buen tribunal el que condena al reo sin oírle. Luego le están poniendo a aquella mujer que las escucha, que no sabía nada de aquello, tropiezos para que, en virtud del mal ejemplo, caiga en la misma flaqueza que la casada, o en el pecado de la murmuración por la que ha oído.

         Ya la cazuela estaba cubierta cuando he aquí al apretador (este es un portero que desahueca allí a las mujeres para que quepan más) con cuatro mujeres tapadas, que, porque le han dado ocho cuartos, viene a acomodarlas. Llégase a nuestras mujeres y dícelas que se embeban. Ellas lo resisten, él porfía, las otras se van llegando, descubriendo unos tapapiés que chispean oro. Las nuestras dicen que vinieran temprano y tuvieran buen lugar. Una de las otras dice que las mujeres como ellas a cualquiera hora vienen temprano para tenerle bueno, y sabe Dios cómo son ellas. Déjanse, en fin, caer sobre las que están sentadas, que, por salir de debajo de ellas, les hacen lugar sin saber lo que se hacen. Refunfuñan las unas, responden las otras, y al fin quedan todas en calma. Ya son las dos y media, y empieza la hambre a llamar muy recio en las que no han comido. Bien dieran nuestras mujeres a aquella hora otros diez cuartos por estar en su casa. Yo me holgara mucho que todos los que van a la comedia fueran en ayunas, porque tuvieran las pasiones mortificadas por si hay algo en ella que irrite las pasiones .Una de las mujeres que acomodó el apretador, descubriendo una cara digna de regalos, da a cada una de nuestras mujeres un puñado de ciruelas de Génova y huevos de faltriquera, diciéndolas:

_¡Ea, seamos amigas, y coman de esos dulces que me dio un bobo! Ellas los reciben de muy buena gana y empiezan a comer con la misma priesa que si fueran uvas. Quisieran hablar con la que les hizo el regalo en señal de cariño, pero por no dejar de mascar no hablan. A este tiempo, en la puerta de la cazuela arman unos mozuelos una pendencia con los cobradores sobre que dejen entrar unas mujeres de balde, y entran riñendo unos con otros en la cazuela. Aquí es la confusión y el alboroto. Levántanse desatinadas las mujeres, y por huir de los que riñen, caen unas sobre otras. Ellos no reparan en lo que pisan, y las traen entre los pies como si fueran sus mujeres. Los que suben de el patio a sosegar o a socorrer dan los encontrones a las que embarazan que las echan a rodar. Todas tienen ya los rincones por el mejor lugar de la cazuela, y unas a gatas y otras corriendo se van a los rincones. Saca al fin a los hombres de allí la justicia, y ninguna toma el lugar que tenía, cada una se sienta en el que halla. Queda una de nuestras mujeres en el banco postrero y la otra junto a la puerta. La que está aquí no halla los guantes y halla un desgarrón en el manto. La que está allá está echando sangre por las narices de un codazo que le dio uno de los de la pendencia; quiere limpiarse y hásele perdido el pañuelo, y socórrese de las enaguas de bayeta. Todo es lamentaciones y buscar alhajas. Salen las guitarras y sosiéganse. La que está junto a la puerta de la cazuela oye a los representantes y no los ve. La que está en el banco último los ve y no los oye, con que ninguna ve la comedia, porque las comedias, ni se oyen sin ojos, ni se ven sin oídos. Las acciones hablan gran parte, y si no se oyen las palabras, son las acciones mudas.

Acábase, en fin, la comedia como si para ellas no se hubiera empezado. Júntanse las dos vecinas a la salida, y dice la una a la otra que espere un poco porque se le ha desatado la basquiña. Vásela a atar y echa menos la llave de su puerta, que iba en aquella cinta atada. Atribúlase increíblemente y empiezan a preguntar las dos a las mujeres que van saliendo si han topado una llave. Unas se ríen, otras no responden, y las que mejor lo hacen las desconsuelan con decir que no la han visto. Acaban de salir todas, ya es boca de noche y van a la tienda de enfrente y compran una vela. Con ella la buscan, pero no la hallan. El que ha de cerrar el corral las da priesa, y ellas se fatigan. Ya desesperan del buen suceso, cuando la compañera ve hacia un rincón una cosa que relumbra lejos de allí. Van allá, y ven que es la llave que está a medio colar entre dos  tablas. Recógenla, bajan a la calle, y antes de matar la vela, buscan para hacerle manija un papelillo. Mátanla, fájanla y caminan. ¡Brava tarde, mis señoras; lindamente se han holgado!

El pardo es un animal ferocísimo, pero de suavísimo olor. Desde lejos no hay cosa tan regalada, en llegándosele maltrata al que se le llega. ¡Qué suave olor envía la comedia desde su casa a las casas en que hay mujeres! Parece que no hay otra fiesta en el mundo. Lléguensele y lo verán: en entrando debajo de sus garras no es posible salir sin daño y molimiento. Miren cuáles van nuestras mujeres de esta fiera de buen olor. A esto me dirán que a ninguna sucede todo esto, y yo respondo que a muchas sucede mucho más, a algunas algo menos, y a cualquiera mucho. ¿Qué mucho hubieran hecho estas mujeres en dar estas horas santas a santos ejercicios? Si sabían leer, leyeran una vida de un santo, que se suele sacar de ella buena vida; es lección de fácil inteligencia: la parte que tiene de historia entretiene, la que tiene de buen ejemplo compone. Aquí se estudia la condición de Dios, viendo lo que hace con los suyos. De aquí se saca buen semblante para los trabajos que se suelen mirar con horror de desdichas. De aquí se saca mala voluntad para las culpas que se suelen venir en traje de halagos, y aquí, en fin, se encuentra un divertimiento que es negocio. Si estas mujeres no sabían leer, buscaran entre su ropa blanca los paños que ha consumido el uso, que ésos son de uso para los hospitales, admirándose de tener un Dios tan bueno que, siendo la suma riqueza, agradece mucho que le den unos trapos. Hicieran divertimiento de rezar al primer santo que se les viniese a la memoria aquella tarde, pareciéndoles que era el que Dios les elegía aquel día para abogado, que todas las devociones nuevas suelen ser gustosas y fervorosas, con que gastaran en gustosa devoción aquellos ratos. No quisieron hacer nada de esto, fuéronse a la comedia y tratólas como quien ella es.

La pelota
 

 E

 l emperador Nerón instituyó unas fiestas o juegos que  llamaban de los Juvenales. Esto era ir a un puesto, que  para esto estaba señalado y dispuesto, la juventud noble  y plebeya a hacerse pedazos a bailar, a representar cosas burlescas y a hacer otras piezas, que eran de risa para el  que las vía y de molimiento para el que las hacía. ¿Quién, sino aquella fiereza de condición, pudo pensar crueldad de tantas malicias? Incitar a los hombres a que se matasen haciéndoles creer que se holgaban. Provocarlos a que se descoyuntasen, aun sin el miserable consuelo de la conmiseración ajena, y al fin matarlos él, haciendo creer al mundo que ellos se tomaban la muerte.
      Si el juego de la pelota no hubiera sido antes que Nerón, pensara yo que era máquina de su crueldad. Ninguno de cuantos desatinos entretienen a los hombres atormenta tanto. Hombres hay de buen juicio que dicen que es bueno,  y, como ellos le imaginan, no tiene duda, pero nunca se ejecuta como le imaginan. Dicen que el juego de la pelota es ejercicio universal de todo el cuerpo, porque en él están obrando los pies, los brazos y la voz, y que éste es el más saludable ejercicio. En el que anda, sólo trabajan los pies. En el que trabajan los brazos, ordinariamente los pies no se mueven. En el que con la voz se fatiga, ni los pies ni los brazos. Cualquiera de estas agitaciones ayuda a adelgazar la sangre para que corra por las venas, y a que se facilite lo que está en el estómago crudo. El ejercicio de los miembros, todos saben que es provechoso; el de la voz, no lo deben de saber tantos. Pues ténganlo todos por cierto. Los que hubieren porfiado podrán decir la hambre que de haber voceado les queda. Los viejos y los gotosos ordinariamente hablan más que lo ordinario. Parece vicio y es impulso de la Providencia. En aquellos cuerpos, o no hay movimiento, o el que hay es tardo y torpe. Han menester alguna agitación que les aligere las operaciones internas; no tienen parte sin impedimente, si no es la voz, y con ella ayudan a la naturaleza. Por esto se persuaden a que los que juegan a la pelota, como no hay parte en ellos que no se ejercite, están haciendo con medios muy eficaces el negocio de su salud.
      Yo lo creyera si hubiera visto a alguno que deste ejercicio tomara la cantidad conveniente. Pero todos juegan, aun después del cansancio, aun más allá de la fatiga, aun dentro del ahogo, y eso no puede dejar de ser nocivo. ¿Quién se persuade a que el que pierde dejará el juego cuando convenga a su salud? Muy dificultoso es que haya acción de acuerdo en el que está picado. ¿Y cuál hay, de los que ganan a esto, que no piense, o que el partido es ventajoso, o que es suyo el día? Con que se debe creer que querrá aprovecharle todo. Fuera desto, los fines deste juego son peligro grande, porque si es invierno, quedarse al frío sudando ¿cómo puede no ser ofensivo? Y si es verano, ¿no es dejar enjugar en las carnes aquella camisa mojada? ¿No es volver al cuerpo por los abiertos poros la calidad de aquel sudor empeorada? Para que el juego de la pelota fuera provechoso a la salud era menester que fuera muy moderado. Tener  el invierno una estufa en que meterse cuando se deja, y  el verano una camisa y lugar honesto en que mudársela. No hay moderación, ni estufa, ni camisa, con que el peligro es palpable.
      Entra nuestro tahúr de pelota, el día de fiesta por la tarde, en el lugar en que se juega, chupando el palillo de dientes. Introdúcese en el corro en que se trata de partidos, y pónese a pensar cómo engañará a alguno. Esto, en este juego, dicen que no es culpa; por lo menos no es gracia. Nunca está de buen aire el que [se] declara demasiado codicioso. La vitoria no se ha de ganar allí con el ingenio, sino con las manos o la fortuna, que no es academia sino palestra. Sobre ajustar el partido dan desatinadísimas voces. Ya están convenidos, ya desconvenidos. Al fin, allá después de gran rato de contienda, se conforman. ¡Lindo juego, que muele antes de empezarse! Quítanse las capas, los sombreros, las espadas, las ropillas y las golillas. Ya entran perdiendo. Preguntaránme: ¿Qué? La decencia y el decoro. Los árboles, al tiempo que quieren dar fruto, se visten de hoja, se honestan y se componen. Cuando no tratan de hacer nada, dejan caer la hoja. En el traje que se ponen allí en público, los más dellos no consentirán que los vea nadie de fuera en su casa, y los que son hombres de muy lucida sangre, no todos los de su familia, sino los escogidos para su cámara. Por estar más ligeros se desnudan, y lo consiguen, que están de menos peso. ¿Y para qué es toda esta prevención? Para no hacer nada. Los hombres y los árboles son en el desnudarse y el vestirse muy parecidos. Los árboles, para llevar fruto, se visten de hojas. Con ellas están mientras le producen y le maduran. Para no hacer nada se desnudan de ellas. Para entrar en el invierno, que es el tiempo en que no hacen nada, se desnudan. Los hombres se visten para obrar en ejercicios provechosos, y se desnudan para no hacer nada: para dormir se quitan el vestido. Señal es que no van [a] hacer nada los que van a jugar a la pelota, pues se desnudan. No quieren llevar fruto aquel tiempo. Ocio aquella ocupación, pero ocio fatigado.
      Quedan nuestros jugadores en jubones de colores diferentes, algunos con las manchas en las espaldas del sudor del juego pasado. Desanúdanse las agujetas para bracear más libres, desatan las cintas que ajustan los calzones por abajo, y echan de los ojales los botones. Si quedarse en jubón fue indecencia, ¿qué será esotro? Alguno se pone unas alpargatas; bien lo ha menester para lo que ha de caminar aquella tarde. Otro se ata el cabello atrás con una colonia, y queda como una Venus con la flor de su tocado. Un par dellos se aprietan los lienzos por la frente como si tuvieran jaqueca, y es que la tengan muy posible, de lo que vocearon para hacer el partido. Otro par de ellos está depositando el dinero. ¡Para buena obra pía! Toman todos las palas y saca el juez el rosario; buena señal para un juez. Pero éste no le saca para rezar, sino para saber los tantos que se pierden. ¿Este hombre no cae en que es irreverencia hacer de una cosa tan venerable como el rosario contaduría del juego de la pelota? Aquellos granos no se hicieron más que para contar oraciones; meterlos en otra obligación no parece que es cumplir con la de cristiano.
      Empiézase el juego. El que saca encamina la pelota hacia donde no la puedan coger los que restan; ellos se desatinan por volverle a la parte de donde salió. Los del saque la salen a recibir como enemigos, rabiando por echarla de sí. Al fin la paga uno. Esto, ello por ello o con poca diferencia, es lo que se hace toda la tarde, repetido innumerables veces. Por instantes se ofrecen dudas, y como están lejos los unos de los otros, se desgargantan a voces para volver por su razón. Entre pelota y pelota, el que tiene la mano de la pala con el sudor resbaladiza, parte a la pared y la imprime en ella, por sacar polvo pegado que se la ponga áspera. La pared se ensucia y la mano se enloda. ¡Por sola la limpieza es amable este juego! Sudan los pies. Ya se ve lo que hacen los pies sudados. La camisa se ablanda en humedad enfadosa. Por coger una pelota que viene arrimada a la pared, se pone el que la sale a recibir de manera que, visto por aquel lado, parece albañil. Si uno yerra una pelota que se le vino clara, los de la parte contraria se ríen, y los de su parte le riñen, y él queda tan avergonzado que no se atreve a mirar a nadie. Fuerte locura, hacerse un hombre ridículo por su gusto. Anda nuestro tahúr tan inquieto como si siguiera ardillas. Al cabo, viene una pelota muy recia, él no mete bien la pala, ella le topa en la frente y da con él en aquel suelo. Levántanle con un chichón como un puño, apriétanle un lienzo y vase a sentar detrás de la valla.
       El antiguo gobierno romano tenía costumbre de poner a la entrada de todos los caminos una letra del A B C, cuya
conocida significación dirigía y avisaba a los caminantes. La P, en la entrada de un camino, daba a entender que no
se podía andar aquel camino sino a pie, que era decir que era difícil, molesto, penoso y fatigado. Parece providencia
que fuese P la primera letra del nombre de este juego, para dar a entender que es juego en que se andan a pie,  en tierra poco, muchas leguas. Camino tan fragoso que se rompen en él los que le andan los pies y la cabeza.
      Ahora bien, ya que este juego  no es de provecho a los hombres, sea de provecho a las mujeres. Señoras mías, las
que gustan de que las galanteen los hombres ¿para qué piensan que las buscan los que las galantean? Para hacer con ellas lo que con la pelota. El que la tiene, rabia por dejarla de sí; el que no la tiene, por alcanzarla. El que tiene los hastíos de dichoso, no sólo la arroja, sino la avienta. El que le apetece, hace diligencias inquietísimas para alcanzarla. Viénese a las manos, y en teniendo el gusto de conseguirIa, busca el de desviarla. Maltrátala y échala fuera de sí. Sale a recibirIa otro que la deseó, y luego hace lo mismo . Anda de unos en otros, ya deseada, ya despreciada y al fin anda rodando entre los pies de todos. Recógela un pícaro, como a la pelota el criado del pelotero. Tiénela algún tiempo consigo. Vuelve a arrojarla al juego, sucédele  lo mismo que antes, y al cabo hace uno una falta con ella y arrójala en un corral, donde se desparece. Sale del poder de éste llena de males vergonzosos, y va a parar a un hospital. Muere en él, entiérranla en un corral de tierra santa y allí se desparece.
      ¡Con la gente que estoy bien es con los mirones de juego de la pelota! No hay ocio tan sin gracia en el mundo. En este juego no dan barato, que esta esperanza entretiene. Las más veces no juegan dinero considerable, y lo que hace una contienda espectáculo gustoso es que sea grande la causa. Lo que se obra es una misma cosa toda la tarde; juéganse veinte juegos, que son como el primero los di cinueve. Lo que se oye no es más que jugar, afuera, chaza, dos, envido. ¡Miren qué sonoras palabras, qué misteriosas! Por no oírlas se pudiera un hombre ir a un campanario. En otros juegos se atraviesan muchas palabras de ingenio y de gusto, en el de la pelota no hay más que estas palabras sin gusto ni ingenio. Digo que se les puede fiar tiempo molido a los que en ver y oír esto gastan el tiempo. Piensan éstos que ya que no hacen cosa buena, no hacen cosa mala; pues engáñanse, que no hacer algo bueno es hacer algo malo. El que ve jugar a la pelota el día de fiesta no hace nada malo, pero hace mal en no hacer algo bueno. El ocio que se le concede no es el inútil, sino el provechoso. Lo que era cosa de perder el entendimiento era que pensasen éstos que es la vida breve. Pregúntenselo a cada uno de por sí, y dirá que es un soplo.Pues, hombres errados, ¿cómo ha de ser larga si no hacéis nada en la mayor parte de ella? Un bolso de materia preciosa cuando está vacío o poco ocupado, parece una migaja; échesele quinientos escudos y parece grandísimo. Nadie tendrá por hueco pequeño el que coge mil reales de a ocho. La vida es de materia preciosísima, porque es de tiempo, pero si ésta no se llena de ocupaciones loables, parece un suspiro. Llénenla de buenos ejercicios y parecerá muy larga. ¿Habrá quien se atreva a decir que San Agustín vivió poco porque sus años no fueron más que sesenta y seis? Cierto que me persuado a que no habrá quien se atreva a decirlo, porque mirado lo que escribió, lo que leyó, lo que oró, las penitencias que hizo, las almas que redujo, parece que no cabe en mil años de vida, y así parece aquella vida de más de mil años. Y tiene est otra circunstancia más: que se hizo todo en treinta y tres años, que fueron los que después de su conversión tuvo de vida.  La duración de una vela no se tasa por la cuenta de los días que ha que está formada, sino por las horas que alumbra. Bien puede estar cien años guardada, pero aquello no es durar cien años. Lo que vive es desde que se enciende hasta que se acaba. Sólo el tiempo que trabaja es el que vive. La cantidad de lo que se vive es la cantidad de lo que se obra.
      Si estos mirones quieren que sean vida los días de fiesta, tengan los días de fiesta algo que parezca vida. Si gustan
de espectáculos contenciosos, recójanse en su casa las tardes de los días de fiesta y pónganse a pensar la contienda que traen en el mundo unas cosas con otras, que espectáculos hallarán para muchas tardes, y se pueden sacar muchos
aprovechamientos de las contiendas. Piensen una tarde de la contienda que trae la necesidad con el pobre: ella  rabiando por acabar con él, y él matándose por acabar con ella. Va a trabajar el pobre por tener armas con que matar r su hambre; trae con qué matarla, pero él viene muerto con lo que ha trabajado. Por aquí o por allí anda siempre maltratado el pobre de su necesidad. Llega el mendigo, con el sombrero en la mano, a pedir limosna alrico, mas él no sólo no se la da, pero le niega la cortesía. Estáse con el sombrero puesto, porque le parece que está más alto que el pobre. Luego, para despedirle, por no darle la cortesía ordinaria, le dice:
      _Perdone, hijo; no tengo qué le dar, hermano; padre, Dios le socorra.
      Para maltratarle le dice requiebros. ¡Oh infelicidad grande del pobre, que el lenguaje que sirve al amor sirva para
desprecio! Padre le llama el rico, hijo y hermano, por no decirle v.m. Advertencia parece de Dios arrojar en aquella crueldad estas palabras, para que él mismo se diga, sin irlo a decir, las razones que hay de socorrer al pobre.
Su padre es, porque representa a Dios. Su hermano es, porque es hijo de Adán. Su hijo es, porque para que cuide dél se le prohijó el cielo. Las palabras con que le despide son la razón porque le había de llamar. Porque no se disculpe con la inadvertencia le hace Dios que él mismo confiese el parentesco; porque le socorra se le acuerda. De aquí se puede sacar conocimiento de lo mal que hace en no dar limosna el que puede darla. Los pobres venden siempre muy barato, quizá aquel pobre que le pide va a darle por un ochavo el cielo. Luego, que el tratarle sin cortesía es desacato que se hace al Rey de los Reyes, porque el pobre que pide es un hombre enviado del cielo a que le ruegue, de parte de Dios, que haga una buema obra. Al que envía el recado ofende quien desestima al recaudador. Y cuando no hubiera esto, ¿qué le va a pedir, sino que haga una cosa que le ha de ser de utilidad grande? Desestimarle por esto es declarada injusticia. El no darIe limosna es villanía infame, porque es ponerse de parte de la necesidad, su enemiga, que es la parte más fuerte. Con estas consideraciones pueden quedar los que de ver contiendas gustan la tarde del día de fiesta muy de parte del pobre contra sus necesidades.
      El que gusta, el día de fiesta por la tarde, de jugar a pelota por hacer ejercicio, puede hacer otros ejercicios que sean más saludables para el cuerpo y para el alma. Sálgase al campo con un par de amigos no pesados y necios, que éstos no hacen más que descargar en las orejas del desdichado que los oye un diluvio de boberías, y es tempestad muy penosa. Todos piensan que no hay más de una especie de animales ponzoñosos que envíen su veneno por el aire: éstos son los basiliscos.Pues se engañan, que otra especie hay que hace lo mismo: éstos son los tontos. También piensan todos que el oído solo es el sentido que está más libre de venenos. Pues también se engañan; el veneno que
por ellos se recibe son las necedades. Salga, pues, al campo con dos amigos discretos y virtuosos, cosa de que es tan corto el número, mas vaya, puede ser que sea tan dichoso que los halle. Paséese y hable con ellos. A pocas palabras de una conversación hay diferencia en las opiniones; con el calor que defiende cada uno la suya, hace muchas acciones con los brazos, que es cosa natural irse los brazos a cualquiera defensa; ellos son los valientes de cada individuo. Aun en lo que se ha de defender a razoes quieren tener parte, y ayudan muy bien a las razones; con sus movimientos las hacen más fuertes. Con esto ejercitan los tres amigos, a un mismo tiempo, los pies, los brazos  y la voz, sin la violencia del juego de la pelota y con la templanza que pide la salud en los ejercicios. Allí está  un hombre de discípulo y de maestro; lo que sabe bueno lo enseña, lo que oye bueno lo aprende. Enseñar, hace vanidad gustosa; aprender, hace provecho deleitoso. El que enseña recibe provecho con hacer provecho; el que aprende hace provecho con recibir provecho. De los gustos y utilidades de discípulo y maestro está gozando el que conversa con hombres entendidos y virtuosos. Mejor se emplean  en esto las horas santas de la tarde del día de fiesta que en andar alocadamente tras de una pelota.

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ERROR V

Egnacio Metelo, romano, mató a su mujer porque la vio beber vino, y los jueces de aquella República no sólo no le castigaron, pero ni le reprehendieron, aprobando con el silencio la entereza, pareciéndoles que destas dos cosas se formaba un ejemplo provechoso para que ninguna mujer se atreviese a violar las leyes de la templanza. Refiérelo Tertuliano.

DISCURSO

H

abía ley en Roma para que ninguna mujer bebiese vino. Si una regla está torcida, lo que por ella se hace no sale derecho. Si una ley es mala, lo que por ella se obra sale errado. Mucho más dificultoso es adornar la patria de buenas leyes que dilatar sus términos con las armas, porque lo primero lo hace la razón y lo segundo la osadía. Más valientes debían de ser en aquel tiempo los romanos que entendidos, pues lo que ganaban con las armas lo echaban a perder con las leyes. El hombre sin entendimiento no es hombre, la ley sin razón no es ley. Mandarles a las mujeres que no beban vino o es quitarles el sustento o negarles la medicina. La ley no sólo ha de ser posible sino fácil, porque lo imposible no se puede hacer y lo dificultoso se hace con grande penalidad. Lo muy dificultoso tiene aspereza de imposible y lo imposible a nadie obliga. De tal temperatura puede ser el cuerpo de una mujer que no pueda pasar sin un poco de vino. La ley es una razón que está embebida en la naturaleza. La ley que a la naturaleza se opone no es de buena naturaleza para ley. El tiempo es el que perfecciona el mundo y él tiene derogada esta ley de los romanos. Ley que cuando está el mundo más perfecto no se usa della, sin duda era imperfección para el mundo. Un precepto parecido a esta ley, y aun más general que ella, dio en su Alcorán a los agarenos Mahoma; y siendo todo el Alcorán un montón de desatinos, sobresalió tanto éste que, con toda su barbaridad, le han conocido los sectarios y no le observan. Tiénenle en el libro pero no en el respeto. No hay entre todos ellos quien le guarde si no es el archivo. Todos beben públicamente el vino que se les antoja.

Cuando esta ley de Roma no fuera por la dificultad intolerable, era por el efecto insufrible. Una de las utilidades que produce la ley justa es la paz: ¿cómo podía ser buena ley la que introducía discordia doméstica? Pero doy que la ley fuese buena, ¿cómo podía tener por pena la muerte, siendo tan desiguales la pena y el delito? Y doy que fuese la vida el precio con que se pagaba su quebrantamiento, ¿quién hizo a este hombre ejecutor desta ley? Esto toca a los jueces; en los que no lo son, es delito distribuir las penas que las leyes imponen. No sólo no le era a él dada esta facultad, pero ni le podía ser dada. A nadie se le puede cometer que se dé la muerte a sí mismo ni a nadie se le puede mandar que ejecute en su esposa pena de muerte. El marido y la mujer componen un cuerpo. Cometer a un marido que mate a su mujer valdría tanto como mandarle que él a si mismo se quitase la vida. El matrimonio pudo hacer de dos uno: de uno no pueden hacer dos las leyes. La mujer convencida jurídicamente de adúltera pierde las prerrogativas de esposa; por esto ponen las leyes el cuchillo en las manos al marido. La que no cometió adulterio, esposa se queda. La que es esposa es una misma cosa con su marido. A nadie se le comete el castigo de su misma culpa ni a nadie el castigo de los delitos de su esposa, porque fuera hacerle juez de sí mismo. De suerte que Egnacio Metelo ni era ni podía ser juez de aquella causa, con que cometió un homicidio enormemente grave y malicioso. Pero cuando lo pudiera ser, y lo fuera, quedaran las leyes muy gustosas de que no las hubiera obedecido, habiendo tantas razones de buena atención para no obedecerlas. Dura y tremenda cosa es que el marido, por quien dejó una mujer a sus padres, que fueron en lo natural los autores de su vida, se la quite a ella. Fiera cosa es que el hombre, a quien una mujer se ha acogido y escogió por amparo y defensa, no sólo no la defienda y ampare sino que la dé la muerte. Es la mujer rama del árbol que forman marido y mujer para dar al mundo el fruto de los hijos. Mucho debe amar el árbol a la rama que le ayuda a llevar tan dulce fruto. En un casamiento emparientan dos linajes y se obliga al abrigo y tutela el uno del otro. ¿Con qué ánimo el marido, que está presidiado contra los accidentes de la humanidad en la parentela de una mujer, puede ofender la vida de aquella mujer a quien debe este presidio?

Es la mujer el sol de una familia. Ella la vivifica, ella la adorna, ella la ilustra. El sol dice que tiene una mancha; no será mucho que una mujer tenga una tacha. Loco y desagradecido sería quien por un defecto dejase de estimar al sol en mucho. Loco y desagradecido y aun más que desagradecido y loco sería quien, por un defecto, se volviese contra aquella vida a quien debe tantos beneficios.

Metelo erró contra innumerables razones; pero fue error dichoso, pues hubo otro error que le amparase. Llegó a los oídos de los jueces el caso, confiriéronle entre sí, parecióles celo de la observancia de las leyes y, aunque era celo mal ordenado, no sólo le dejaron sin castigo, pero ni le prendieron ni le reprehendieron. Con la omisión le dieron por libre y con el silencio le alabaron.

Los jueces no pudieron perdonar los delitos porque son ministros de voluntad ajena. Sirven a la suma razón; ella quiere que se castiguen; ¿cómo los pueden perdonar ellos? Sólo Dios puede y el príncipe en su nombre porque, cuando hizo la ley, no se quitó la potestad de alterar la ley. Esta licencia no la tienen los jueces que están pendiendo de aquella voluntad. Que este hombre cometió delito no tiene duda porque obró como juez, no siéndolo, y cuando lo fuera, excedió, porque aquel delito no era digno de muerte.

Si el arrebatamiento pareció generoso, ¿cómo sabían los jueces que fue en favor de la ley el arrebatamiento? ¿Tan pocas enemistades hay entre los maridos y las mujeres que no se podía presumir que aquellas heridas las dio la enemistad y no el amor de la justicia? Si este hombre tuviera amor a su mujer, aunque la viera delinquir y tuviera facultad para quitarle la vida, no se la quitara. El amante no ve los defectos del sujeto. Todo en él le parece donaire, todo le parece gracia. El amor a sofisterías hace las imperfecciones hermosas. No hay abogado que tan bien desparezca las culpas. No hay retórica que dé tan buen color a los errores. Si la aborrecía no le hacía falta la razón para matarla. El odio bastantemente incita. No ha menester el aborrecido para padecer, para morir, más culpa que su desgracia. La enemistad de las perfecciones hace delitos. Si la discordia no es nueva ni extraordinaria entre los casados, ¿cómo estos jueces no pensaron que podía ser causada aquella atrocidad de la discordia? Las más cosas desta vida no son lo que parecen. No pudo dejar de ser ignorancia dar por bueno aquel hecho, por sola la apariencia.

        Todas estas razones atropellaron, por hacer un ejemplo terrible, para que ninguna mujer se atreviese a violar las leyes de la templanza. El ejemplo ya lo hicieron; pero también hicieron una consecuencia para que cualquier marido que estuviera mal con su mujer la pudiese matar sin el riesgo del castigo. Con fingirla delincuente, se ponía el homicida en salvo. El fruto que prometía el ejemplo era que las mujeres no bebiesen vino, no siendo el beberlo culpa o siendo culpa leve. El efecto que se podía temer de la consecuencia era que los maridos que estuviesen cansados de sus mujeres se valiesen de un título virtuoso para matarlas. Pues entre este ejemplo y esta consecuencia, ¡cuánto mejor era dejar un ejemplo, que importaba poco, que hacer una consecuencia que amenazaba mucho! Un comediante más fácilmente imita la persona de un hombre vulgar que la de un príncipe, porque está más cerca de su naturaleza. Los mortales mejor imitamos lo malo que lo bueno, por que es más conforme a la condición humana. ¿No podían estos jueces dudar que antes se seguiría la consecuencia por mala que el ejemplo por bueno? Con que parece que queda averiguado que, en el caso presente, la ley fue inadvertida, la muerte injusta el juicio errado, el ejemplo inútil y la consecuencia perniciosa.

ERROR VIII

En tiempo de Dionisio Siracusano hubo una mujer llamada Erina, natural de una isla cuyo nombre es Telos. Ésta era muy inclinada a los estudios y muy entregada a la poesía. No hacía otra cosa más que versos. Escribió un poema y muchos epigramas. En esto gastó su vida. Celébrala Propercio y acuérdala Ravisio Textor.

DISCURSO

N

 

o sé qué me diga de la poesía. Llamarla locura parece engaño, porque no se puede obrar sin grande entendimiento. Llamarla cordura es error conocido, porque hace a los hombres inútiles y desatentos. Trabajar mucho en no hacer nada, es desatino patente. Este desatino hacen los poetas, ¿cómo tendré ánimo para llamarlos cuerdos? Que grandes versos no se pueden hacer sin entendimiento grande es verdad infalible, y tan infalible verdad que los malos no se pueden hacer sin tenerle bueno. La prueba es fácil. Oigan en prosa a los malos poetas y los oirán hablar con muy buena razón. Pues si para ser poeta sin nombre es menester entendimiento más que ordinario, ¿qué entendimiento será menester para ser buen poeta?

No fuera tan culpable la poesía si se hiciera como se lee. Léese por ociosidad y ella no se hace sin grande ocupación. Quien no quiere hacer nada, lee un soneto; quien se determina a molerse, le hace. Entre cuantas obras hay del entendimiento, ninguna se apodera con tanta crueldad del hombre. Tanto es lo que se trabaja en esto que revienta de fatiga la humana capacidad y se sale de sí misma. En nada se echa tanto de ver que el escribir versos es locura como en esto, pues los hacen los hombres estando fuera de sí.

Que es mayor el trabajo de la poesía es tan indubitable que, si a alguno de los hombres doctos en teología o en la jurisprudencia, que hacen versos con mucha destreza y mucha gracia (que hay entre ellos muchos que los hacen), le dijesen a un mismo tiempo que respondiese por escrito a una duda gravísima de su facultad y que escribiese unas décimas a unas manos blancas, trabajaría mucho menos en responder a la duda, siendo obra loable, que en escribir las décimas, siendo obra vacía. Dichosos ellos, pues no hacen las décimas, sabiendo hacerlas, y desdichados de los versos, pues sabiendo ellos hacerlos, no los hacen.

No sé cómo no hay quien se avergüence de escribir versos, viendo que, si lo que dicen en ellos lo dijera hablando en prosa, le tuvieran todos por loco. La naturaleza siempre está opuesta a lo malo, nunca lo aplaude; si el antojo lo sigue, es sabiendo que yerra. La naturaleza está opuesta a la poesía. Vese claramente en que, para preguntar un hombre a un poeta si escribe algo, sin poder más consigo, se lo pregunta sonriéndose, como burlándose de lo que pregunta.

¡Oh, si yo fuera tan bien afortunado que, a la juventud de España, principalmente a la que está en las universidades, pudiera persuadir a que no se ocupase en ocio tan moledor y en tan desaprovechada fatiga! Que si yo fuera tan bien afortunado que se lo persuadiera de aquellos entendimientos que trabajan en hacer locuras, entregados del todo a lo útil en que allí se trabaja, sacara España gloriosas conveniencias.

No hay, en fin, sustancia en la poesía; nada de cuanto dice importa nada. Como música deleita, como ignorancia ofende. Las cadencias hacen gusto, las palabras hacen enfado. La necesidad de los números y de las consonancias obliga a introducir muchas voces o sobradas o forzadas o impropias. El oficio de la poesía es fingir lo que es o figurar lo que es, de tal manera que quede en otra especie. La mentira, de mentira a fuera, es nada. Nada es la poesía en apartándola de los números. Algunas veces quiere ser algo y, entonces, es algo malo, es sátira o lisonja. La sátira es murmuración y toda murmuración es vileza. Son los poetas satíricos unos testigos falsos que, donde no hay delito, lo ponen, y donde hay delito, ponen más delito. ¡Infame defecto! La lisonja es tan dañosa que hace de los entendidos bobos y de los bobos locos. El entendido, a quien alaban de lo que no tiene, bien sabe él que no tiene aquella perfección de que le alaben, pero se emboba de suerte con la dulzura del sonido que se alegra de que le alaben, como si la tuviera. El bobo, a quien la lisonja ensalza, cree cuanto le dice la lisonja y vuélvese loco. De manera que la poesía, si no alaba o vitupera, no es nada, y si alaba o vitupera, es perniciosa.

Juntemos, pues, ahora las propiedades de la poesía con los defectos y propensiones de una mujer y veremos lo que resulta. Miedo me da pensarlo. En la poesía no hay sustancia, en el entendimiento de una mujer tampoco: muy buena junta harán entendimiento de mujer y poesía. La necesidad de las proporciones obliga a poner en la poesía muchas palabras o impropias o forzadas o sobradas. La mujer, por su naturaleza, no sabe poner nada en su lugar; mírense cuál estarán sus palabras en las dificultades de la poesía. El oficio de la poesía es fingir, el ansia de la mujer es maquinar; darle por obligación la inclinación es acabar de echarla a perder. Cuando la poesía es sátira, es murmuración, es chisme. La mujer naturalmente es chismosa; si la añaden la vena de poeta, no parará de hacer sátiras con que ande chismando al mundo las faltas ajenas. Cuando la poesía es lisonja, es estrago de los entendimientos. Lisonja en labios de mujer hace más daño que lisonja; porque de un hombre se puede presumir que inventa las perfecciones que pinta, pero de una mujer, como es menor su capacidad, se piensa que pinta las perfecciones que halla. De donde se colige que, si la lisonja ordinaria hace de los entendidos bobos, y de los bobos locos, ésta hace locos de entrambos, porque entrambos la creen muy aprisa. De suerte que la mujer que es poeta jamás hace nada, porque deja de hacer lo que tiene obligación, y lo que hace, que son versos, no es nada. Habla más de lo que había de hablar, y con más defectos y superfluidades. Añade otra locura a su locura. De día y de noche está maquinando disparates que, sobre los que ella había de maquinar, hacen desatinadísimo tropel de quimeras. Si alguien la ofende, no cesa de hacerle sátiras. Si ha menester a alguien, le enloquece o le emboba a lisonjas. Esto hace una mujer que hace versos: ¡buena debe de andar su casa! Mas, ¿cómo ha de andar casa donde, en lugar de agujas, hay plumas y en lugar de almohadillas, cartapacios? Yo apostaré que una mujer déstas, las sábanas que rompe de noche buscando, a vuelcos, los conceptos, no las remienda de día por escribir los conceptos que buscó entre las sábanas y leérselos a sus conocidos. También apostaré que, si estando escribiendo ve que se le cae un hijo en la lumbre, por no levantar la pluma del papel, le socorre tarde o no le socorre. ¡Fuego de Dios en ella!

La mujer poeta es el animal más imperfecto y más aborrecible de cuantos forman la naturaleza, porque no hay animal de tantas tachas que no sea bueno para algo, sola ella no es buena para cosa desta vida. Esto asentado, veamos ahora, por qué alaban a Erina, Propercio y Rabisio. Claro está que porque hacía versos. Por lo que ellos la alaban, si me fuera licito, la quemara yo viva. A1 que celebra a una mujer por poeta, Dios se la dé por mujer, para que conozca lo que celebra.

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