Juan José Téllez Rubio |
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La
poesía... El cuerpo _tu soledad herida... Cruzan caballos nocturnos esta playa
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sale de los ríos. Habla de mujeres vulgares, de mujeres que no huelen a alcanfor, La poesía, gestos larguísimos y dulces de desangrar las venas del silencio, de abrirse de brazos al murmullo y mirar la poesía que queda en los hospitales, en el hombre que carga la recámara del miedo, en las paredes del grito y en las azucenas. La poesía es una gota de aire para el cuerpo inmóvil bajo tierra, bajo el yugo, bajo la inánime soledad más sola. (De Crónicas urbanas)
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y sola_aletargado. Las manos se deslizan por la piel que aguarda, por los labios que laten con pulso más alto, por el río de rabia que salta entre nosotros. Ni en los libros que huyen por la alfombra, derrumbados a partir de una mirada, ni en el mapa en que no estamos porque nadie ignora el lugar del miedo. No vamos a encontrar el perfil del abrazo, sólo en nuestros poros que se besan con la pequeña inquietud de gente que camina creyendo que el amor es un verso de Bécquer o un crisantemo o aquella película de Sofía Loren con Alberto Sordi. Entonces, sobre el suelo, siempre sobre el suelo, con la penumbra suficiente para no dar marcha atrás, ante todo aquello que invenmtamos sin sueño, descolgamos la constante ceremonia de la lengua. (De Crónicas urbanas) |
Abandona el cuerpo a la pereza del Austro, la vulva abierta al sol que cicatriza. Hasta el crepúsculo, hundida en la tumbona. En pies descalzos, dedos humedecidos por el mar que ronda como aquel que acecha en la penumbra, el miembro yerto. Acaricia suave colina, caderas podersosas, la calle del amor donde ha llovido. Que el Aquilón no llegue a entorpecer el reposo de la reina dulce que el placer gobierna, rectora de la dicha, soberana de senorígido, sobre trono de arena, descanssa como una tabla de viento que ha navegado, en la tarde, océanos felices. Y rendido amantes, junto a su vela erecta. (De Ciudad sumergida) |
Cruzan caballos nocturnos esta playa donde el sosiego crece y la gaviota anida en su pereza de anciana navegante sobre el mirador humilde, la costa atlética que el jazmín domina con su aroma fácil. Sueña el viajero entonces fábulas marinas, atónitos sucesos, islotes generosos bajo la erupción del tiempo o galeones errantes, devueltos por la historia a orillas de la muerte. Tal vez por ello, alegre esa cadencia que la marejada dócilmente anuncia cuando el alba dispone el ultramar de nuevo que con rigor bautiza espaldas inútiles sobre la linde lejana de un pálido horizonte de donde emerge el planeta como un corsario imprevisto. (De Ciudad sumergida) PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS AL MAR |