Juan Luis Panero

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Autobiografía

Los perros en lanoche de agosto

Qué bien lo hemos pasado...

Memoria de la carne

No hay palabras

Imagen recuperada

Luis Cernuda

AUTOBIOGRAFÍA

Una casa vacía, otra derrumbada,
un niño muerto al que le cuentan cuentos,
despedidos fantasmas que se desvanecen,
ceniza y hueso, piedras derrotadas.
Cuartos alquilados, repetidos espacios fugaces,
las huellas de los cuerpos en las sábanas,
una pesada resaca sin destino,
voces que nadie escucha, imágenes de sueños.
Innecesarias páginas, gaviotas en la ventana,
mar o desierto, blancos despojos,
signos y rostros en la pared de la memoria.
Sucias pupilas de sol en México, tercos
los ojos redondos de la calavera
contemplan pasado, presente, futuro,
sombras tenaces, metáforas gastadas.
Miro sin ver lo que ya he visto,
humo disforme que se esfuma,
invisible mortaja bajo nubes fugaces.
Humo en la noche y la nada instantánea.

 

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 LOS PERROS EN LA NOCHE DE AGOSTO

Ladran los perros en la noche de agosto
y los árboles están quietos, ni una hoja se mueve.
Ladran los perros y un perdido pasado también ladra
o maldice o reclama la visión del amanecer.
Es el verano, agosto ardiente, el hielo derritiéndose en el vaso,
polvo y moscas, frenazos, sirenas de ambulancias.
Los perros ladran, tal vez pregunten
el porqué de esta noche, de esta historia,
ignoran que el tiempo repite
sos inútiles lamentos, que el silencio
adivina otro silencio, otra sombra, la sombra

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"QUÉ BIEN LO HEMOS PASADO CARIÑO MÍO"

Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y hastío sólo guardan.
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.

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MEMORIA DE LA CARNE

Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban con una sosegada plenitud.
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.

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NO HAY PALABRAS

Tocas un cuerpo, sientes su repetido temblor
bajo tus dedos, el cálido transcurrir de la sangre.
Recorres la estremecida tibieza,
sus corporales sombras, su desvelado resplandor.
No hay palabras. Tocas un cuerpo; un mundo
llena ahora tus manos, empuja su destino.
A través de tu pecho el tiempo pasa,
golpea como un látigo junto a tus labios.
Las horas, un instante se detienen
y arrancas tu pequeña porción de eternidad.
Fueron antes los nombres y las fechas,
la historia clara, lúcida, de dos rostros distantes.
Después, lo que llamas amor, quizá se torne forzada promesa,
levantado muro pretendiendo encerrar,
aquello que únicamente en libertad puede ganarse.
No importa, ahora no importa.
T
ocas un cuerpo, en él te hundes,
palpas la vida, real, común. No estás ya solo.

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IMAGEN RECUPERADA

Los rozados pezones tensos, gotas de agua
en tus pequeños pechos, recorriendo
la oscura raja de tu culo, temblando
entre las olas, bajo la luz de las estrellas,
en el mar tibio de final de verano.
Ahora, años después, esas mismas gotas
resbalan aún por la piel suave de tu vientre, tu escondido
ombligo,
el áspero y negro pelo de tu sexo,
frágiles y mínimas, leves huellas de humedad en tus muslos.
Precaria intimidad, imagen recuperada de la vida,
frente a los años, frente al tiempo acosado,
y de repente en tus ojos, relámpago en la sombra,
la luz de aquella noche, en tus manos al aire
aquel galope blanco de la espuma llegando.

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LUIS CERNUDA

En Madrid, donde me dieron la noticia de tu muerte,
en Sevilla, años después, en una extraña primavera,
en Londres, repitiendo tantas veces
el sonido de tu voz, el roce de tu mano.
En New York, mirando caer la nieve
—junto a aquel cuerpo que tanto quise—,
y en México, bajo la lluvia, frente a la piedra rajada,
que nada guarda sino tu nombre y la ceniza de un recuerdo,
has estado conmigo, fantasma de un fantasma.
Y esta tarde de Roma —en la casa en que muriera Keats—,
bajo la luz transparente de principios de otoño,
he vuelto a sentir, casi un temblor, tu presencia,
la terca pasión de tu memoria,
algo remoto y familiar como tu fotografía.
Que esa presencia, esa memoria me acompañen
hasta el día en que sean reflejo fiel,
testimonio inútil de un sueño derrotado
y una mano cierre mis ojos para siempre.

 

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