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Juan

Pérez

Creus

EL POZO

PARAFRASEANDO A SAN JUAN DE LA CRUZ

EPIGRAMAS

EL POZO

Florece en mi recuerdo

el pozo de mi casa

en el centro del breve patinillo,

adornado de múltiples macetas

que cuidaba la mano de mi abuela.

Sobre el brocal cuadrado,

donde la cal gritaba su pureza,

cuántas veces alzaba mi edad niña

para adentrar mis ojos

en la profunda entraña

del agua misteriosa.

Iba vertiendo en precisión medida

la fresca agua del cubo, poco a poco,

con despacioso cálculo de artista,

para leer, ya el fondo en movimiento,

las ocultas metáforas del agua.

Las cambiantes luces sumergidas

despertaban, y abrían en mi alma

prodigiosas escenas,

cuadros que procedían del pasado,

altas cumbres nevadas,

hondas simas…

Allí tomaban realidad mis sueños,

mis deseos, mis ansias de viajero.
Afloraban las más amplias praderas,

oasis luminosos,

los ríos cristalinos

y las nubes,

las nubes descargando

sus odres poderosas

entre truenos gigantes,

relámpagos violáceos.

Y caían

sobre el agua del pozo

los más extraños pájaros pensados,

que alzaban en sus picos

imaginarios peces abisales.

No andaban los relojes de mi vida

cuando miraba el agua de aquel pozo.

Mis ojos buscaban

las tornadizas olas

del espejo profundo.

En el cristal surgían

galopadas ardientes de guerreros,

incendios, terremotos,

o flores, melodías,

canciones y trigales,

estrellas, soles, altos corredores,

cóncavos subterráneos,

dulces huertos.

Alguna vez las aguas semejaban

los rostros de los muertos conocidos,

que gritaban mi nombre o lo escribían

en letras como rayos quebradizos.

Entonces escapaba

con el terror pisando mis talones

de aquel calidoscopio

que siempre atrajo a mi niñez dorada.

 

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PARAFRASEANDO A SAN JUAN DE LA CRUZ

 

El río, la piedra y el viento

Y la avecica y la flor

Van crecidos de este amor

Que ansía el labio sediento.

¡Agua viva, en qué momento

Calmarás mi calentura.

¡Agua nacida en la altura

De Dios, desciende hasta mí!

¡Cambio una gota de ti

Por toda la hermosura!

 * * *

Espero tu lluvia y quiero,

Señor, que un agua sencilla

Transforme en flor la semilla

De esta tierra en la que espero.

¡Lluéveme, Dios, porque muero

En esta espera y no sé

Hasta cuándo, Dios, podré

De mi sequedad nutrirme!

Y no es por miedo a morirme

Sino por un no sé qué.

 

 

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EPIGRAMAS

 

Mujer, ¿porqué no descubres
que el verso no es tu camino?
Si aplauden tu desatino
es porque tienes dos ubres
como la copa de un pino.

 

 

 

Desde Almería ha llegado
Diego Fernandez Collado
con unos versos muy flojos,
y para mayor dolor,
una buena parte cojos.
Lo mismito que su autor.

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